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viernes, 19 de abril de 2019

Que no te engañen las Asociaciones Civiles

Es asombroso que algunas asociaciones civiles pertenecientes al rubro de salud, principalmente, se desmarquen del desdén del nuevo gobierno señalando que ni lo necesitan ni son intermediarias. Caray, pensé que, por su práctica natural, sí servían de intermediarias entre la industria, el gobierno y los pacientes para enviar mensajes, información y ayuda a quienes requieren precisamente de información, concientización, atención e insumos para la atención, el control y el manejo de sus enfermedades, sobre todo en comunidades alejadas de la información y la modernidad.

¿Por qué, si no, se acercan a los políticos y las dependencias de gobierno en busca de la legitimización de su mensaje? Un acercamiento que, ciertamente, raya en la súplica por la dádiva en la mayoría de los casos. Dádiva que no requieren porque sus “funcionarios” viajan en avión y se hospedan en hoteles de cuatro estrellas, cuando menos.

Señalar lo contrario es hipócrita. Porque el acercamiento no sólo se refiere a la propagación de su lema sino a la búsqueda de recursos e infraestructura que les permita seguir haciendo su labor, buena o no, efectiva o no, pero que es parte de la maquinaria social, aupada por las “necesidades” de los pacientes.

En ocasiones, el acomodo de un lema en el imaginario social responde más a la colocación de una marca y un logo que pretende, con base en una realidad manipulada, mantener un estilo de vida y orquestar una puesta en escena para hacer creer que se está trabajando de manera incansable aunque no existan cifras de su efectividad. ¿De qué manera las AC comprueban que lo que reciben es utilizado efectivamente y tienen un impacto real en los pacientes?

No me refiero a si hay firma de recibido o no, sino al cumplimiento de los estándares de efectividad que se requieren para modificar la realidad de los pacientes. ¿Cómo ha bajado la incidencia? ¿De qué forma se interviene a la prevalencia? ¿Qué cifras han sido impactadas?

Pero, lo más interesante es saber si dichas AC cuentan con el personal adecuado para verter la información y que sus prácticas sean efectivas para esa intervención tan necesaria para la salud en el país y que sus bases no respondan al amiguismo o al  “me cayó bien”. ¿Cuáles son sus fondos y formas? Sus modos. El expertise. Porque de eso depende su efectividad.

El gimoteo de algunas AC responde a la nula efectividad de su labor tras muchos años de “trabajo” orientado a las necesidades de los pacientes vía la relación con industria y gobierno, entonces, ¿son intermediarias o no?

Pero también hay que ver quiénes las patrocinan en lo oscurito. Porque si eres una AC orientada al bienestar de las víctimas de violencia, no vas a relacionarte con los vendedores de armas o de munición, ¿verdad?

Todo es una máscara; es, como dijimos, una puesta en escena para que sus involucrados mantengan un estilo de vida.

Y lo peor de caso es que involucran a profesionales de la salud que confían en un lema que no tiene nada que ver con la realidad, y eso, definitivamente, impacta en los pacientes.

sábado, 9 de junio de 2018

Los chairos y la nacionalización de la ignorancia

A ver, el empoderamiento –término sumamente manoseado en estos últimos años, sobre todo por grupos sociales que creen defender a ciertas minorías– es una herramienta, o condición personal adquirida con base en la educación, derivada de su rol social, cuya función es tener la capacidad de tomar decisiones informadas. No obstante, existen quienes confunden el significado con creerse poderosos violando el significado de otredad.

Resulta curioso, por ejemplo, que quienes se dicen integracionistas e inclusivos, se congratulen de un video enteramente sexista, que trata de demostrar que las mujeres son mejores que los hombres. ¿No hay una contradicción en eso? ¿Qué pasaría si fuese al revés? Claro, dejaría de ser gracioso, ¿verdad?

Hace poco veía un video en el que dos soldados arrestan a uno de sus compañeros que cayó en una falta, mientras pobladores, quienes los triplican en número, los atacan con golpes y proyectiles sin que los castrenses respondan a la agresión. Pero claro, en el momento que los soldados reaccionen en su defensa, entonces todo se volteará y los llamarán represores.

Ése es justo el problema del chairo promedio: recolectar términos desconocidos y hacerlos propios sin tener meretriz idea de su significado y, sobre todo, de su uso dentro de la convivencia social.

Ahora bien, otra contradicción del chairo empoderado recae en la repentina aceptación del término “chairo”, claro que desde su posición de ceguera indeleble, cuando anteriormente exigían que se les dejara de llamar así. Pero, por supuesto, hoy que el chairismo tiene a su prócer en la cima de esa farsa llamada elecciones, su falsa jocosidad los lleva a adoptar el término pero no desde un análisis personal sino desde una posición aparentemente jocosa que resulta vergonzosa. Incluso el burlarse de uno mismo tiene sus límites.


En la película Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), que miraba en Netflix por la tarde, los personajes de Billy y Wyatt “Capitán América”, magistralmente interpretados por el mismo Hopper y Peter Fonda, respectivamente, llegan a una comuna jipi de la época en la que sus habitantes enarbolan el amor y la paz como sus estandartes y, sobre todo, la teoría del DIY (do it yourself) que invita a sembrar su propia comida y a pedirle a Dios, y quizás a los signos del zodiaco, que no deje de llover (¡reverenda estupidez!). Y justo esa comunión de libertades, explotada en un cerro alejado de la modernidad, ya en los ochentas, cuando se dio el estallido del capitalismo exacerbado, muy de los libros de Bret Easton Ellis, se percibía como utópica y caduca.


Lo más sorprendente es que el chairismo radical, a casi dos décadas de haber comenzado el siglo XXI, bregue con enjundia ignorante por el establecimiento de algo sumamente similar al denostar a las marcas transnacionales, y nacionales, que es lo que más asusta porque brindan fuentes de trabajo, para promover una colaboración más bien orientada no a la era jipi sino a la era paleolítica. Ya quisiera yo ver a esos anticapitalistas pasar de sus tenis Nike o Puma, que lucen orgullosos en sus marchas sobre Paseo de la Reforma; o dejando de ir por su cafecito a Starbucks para comentar, y celebrar, la encuesta del diario Reforma que ubica a AMLO por encima de sus rivales.

Esos mismos que utilizan sus teléfonos de alta gama para transmitir por Facebook Live o Periscope las incidencias de la marcha. ¿Pues no que hay que hacer todo de forma artesanal?

Y quizás, ya resumiendo, lo más peligroso es que estas elecciones serán decididas por una preocupante nacionalización de la ignorancia. No existe más conciencia social entre los electores, quienes se niegan a informarse más allá de lo que mienta su candidato, el que sea, con un entusiasmo pariente de la embolia, porque en este país ya nadie lee, ya nadie se informa por más de tres minutos en internet, y mucho menos en papel, a menos que sean novelas sobre el narco, mismas que mejor ven en Netflix, haciendo apología a eso que tratan de “combatir”.

Las masas “empoderadas”, como sea que acuñen el término en su ignorancia, son sumamente peligrosas si las emparentamos con una frase de Ludwig Feuerbach: “El hombre dice de Dios aquello que cree de sí mismo”. Es el efecto espejo que, en estos instantes, los ubica como los ciegos bajo el cobijo del tuerto.

Empoderamiento es tomar decisiones informadas, pero los más afanosos defensores del cachondeo del término no se informan. Y, peor, consideran que su ignorancia es la verdad absoluta. Ninis, en todo sentido, sin importar la edad que tengan. 

viernes, 13 de enero de 2017

El respeto hacia los viejos (o Radiografía de la muerte de un chavorruco)

Recién llegado, el policía de mi condominio, un muchacho de unos 28 o 29 años, comenzó hablándome de usted: “Pase usted, Andrés”; “Buenas noches, Andrés, ¿cómo LE fue hoy?” y, para todos los de mi generación, que comiencen a hablarnos de usted es como ver una de esas señales de carretera que dicen ¡Precaución! O lo que es lo mismo: “Ya valió madres, ya te ves señor”.

Toleré su buena educación un par de semanas y un día lo frené: “Poli, mi estimado poli, no te preocupes, háblame de tú, o sea, no de ti sino de tú porque (risita) me haces sentir viejo”. “Como USTED diga”. ¬¬ Finalmente, a fuerza de miradas censoras hacia su buena educación comenzó a hablarme de tú y, poco a poco, fue tomando más confianza porque al saludarme en las mañanas de los sábados pasó de “¿Desveladito?” a “¿Qué tal la cruda?” ¬¬

Y eso fue peor porque mientras caminaba iba pensando: ¡En la madre! Pero si anoche ni tomé. ¿A poco ya de plano me veo tan jodido?


Una ex novia reciente, de mi edad, que estudió la secundaria conmigo, me comentaba que en una ocasión quedó a cenar con otras compañeras en común de la secu y que en el elevador del restaurante un chavillo que iba a bajar en cierto piso y ellas no lo dejaban pasar, les dijo: “Compermisito, señoras, gracias, que descansen”, y que todas respingaron: “¡cómo que señoras!” ¡Pues si lo son!, le dije. “Si, güey, pero no es educado que te recuerden a cada rato que estás envejeciendo”, reviró con razón. Hoy ha admitido su edad y se considera una señora interesante. ¡Aiñ! ;)

Yo ya de plano dejé de decirles a taxistas y tamaleros: “Buen día, joven”, porque se pone uno de pechito. Y todo porque un día el tamalero me dijo: “Aquí con frío, DON”. ¬¬ Y yo pensaba: ¡mis canas son prematuras, baboso! Es más, no son canas, es el miedo que aflora en cada cierre editorial (sólo periodistas y editores entenderán este gracejo), luego el pelo se me pone negro otra vez. u.u

Lo que de plano ya no tuvo madre fue en un concierto de punk al que fui a escondidas porque, para empezar chaparro, tengo que estar hasta adelante para ver y no sólo escuchar. Porque parece que los chaparros pagamos un boleto para ver el Vive Latino en las pantallas gigantes y pues siendo así mejor me quedo en mi casa tomándome una cerveza mientras acaricio al gato. Retomando, aun cuando el slam de ahora no es como el de mis tiempos (eso de “mis tiempos” o “mi época” también es de rucos), y ya más bien parece la víbora de la mar, me fui hasta el frente, procurando no meterme a esa madriza aquiescente, así en la orillita, como cuando voy al mar, y un morro muy educado de mohicanera verde les dijo a sus amigos punks: “nomás aguas, no vayan a pegarle al DON” ¬¬ Y remata el cabrón: “no se preocupe, DON, yo lo cuido de estos cábulas”. Al final les invité unas cervezas y empecé con: en mis tiempos las cervezas eran en bolsa con popote y así… Me acompañaron caminando a casa; no fuera a pasarme algo. ¬¬


Resulta también que dos de mis grandes amigos, Sebastián Ortiz Casasola (cineasta) y Edgar López (productor y locutor radiofónico), en momentos distintos pero con una honestidad así de pinches desbordada, me dijeron: “tienes la edad de mi papá, yo creo que se llevarían bien”. ¬¬ Lo mismo pasó con un proyecto de novia quien, por Whatsapp, me dice: “que dice mi papá que si te gustan Yes, Alan Parsons y Emerson, Lake and Palmer”. ¬¬ x 10 mil.

Para quienes nos gusta el futbol, la mejor métrica de nuestra vejez la advertimos cuando atestiguamos el retiro de un jugador que también vimos debutar: ¡Ah, chingá! ¿Por qué se retiró Braulio Luna si tiene mi edad? Y mi papá me contestaba, con algo de saña, la neta: “Pues porque ya está viejo”. Y sólo le faltó decir: “¡Y tú aquí echadote en el sillón!” O sea que, además de viejo, ¡huevón!

Hace unas horas –situación que motivó este texto– venía caminando rumbo a casa con playera, sudadera, chaleco de salvavidas, guantes de vagabundo, rictus de hipotermia y un terrible fallo en la vejiga que me obligaba a caminar aprisa como japonesa, cuando me topé con cuatro chicos de unos 18 o 19 años con playerita y sudadera atada en la cintura, quienes venían a las carcajadas y se advertía esa jovialidad que en mi caso cada vez cotiza menos en las mañanas. Recordé, al verlos a la distancia, esas épocas en las que el estado del tiempo me valía miembro viril y al ver a un adulto con mis trazas de ahora pensaba: seguro ya se va a su casa a ver la tele (Netflix) envuelto en una cobija (cabe señalar que de Navidad mi hermana me regaló una deliciosa cobija ¡para no pasar frío cuando veo la tele!). Y justo cuando me crucé con ellos, vi en sus jetas pubertas un gesto que campeaba entre la risa y la compasión.

Al llegar a mi edificio me topé con el poli, a quien de plano llamé por su nombre: buenas noches, Arturo, cómo te va; y él, que quizás también sintió un poco de compasión, contestó: “Bien, DON Andrés, ¿no tiene frío?” No dije nada, sólo sonreí y alcé la mano enguantada para decirle que más o menos. Finalmente, pensé, no está de más que, a nosotros los viejos, nos traten con un poco de respeto.

Coyoacán, 2017. 

sábado, 17 de diciembre de 2016

El mundo futuro: Trump, Los Cadillacs, Texas y el nuevo himno nacional

Hace poco, a propósito del Vive Latino 2017, señalaba en mi espacio editorial de Rock 101 que Los Fabulosos Cadillacs –sí, aún existe– tocaría (en singular porque hablo del grupo) en uno de los escenarios de ese festival que debería llamarse mejor el Granero Latino, por tanta paja (¡qué bueno que esto no es España!), y sugería, sólo sugería, que la cosa sería estéril porque el grupo le canta a un mundo que ya no existe. ¿Por qué? Porque los chairos de antes no son los chairos de hoy. Y no es que el chairo pasado fuese mejor.


“Chairo pasado no mueve la marcha” sería un buen refrán para dibujar este asunto, y miren que detesto las frases hechas.

Siempre he pensado que las frases hechas y los refranes ayudan a la gente a no pensar. Es decir: ¿para qué digo algo inteligente de mi sagaz autoría si puedo repetir lo que vomita todo el mundo? La cultura milenaria del copy paste. A la gente que usa frases hechas o refranes le da miedo pensar por sí misma. Alguna vez, harto de escuchar que algunos de mis amigos y conocidos usaran frases hechas y refranes, y harto también de poner cara de orto cada vez que alguien salía con alguna estupidez antihigiénica como “en boca cerrada no entran moscas”, les dije que todo el día usaría frases hechas frente a ellos para que su ignorancia y su flojera mental se vieran reflejadas en mí, a ver si les daba un poco de vergüenza. Así lo hice, les valió madre la lección y me sentí tan imbécil que por poco voy y solicito beca en algún CRIT del Teletón porque fue tal mi retraso mental, pasajero pero bien cabrón, que ya comenzaba a sentir en el pecho los colores del América. Lo peor es que los usuarios de frases hechas y refranes se sienten cultos. Y leen a los Bucay.

Luego me sucede que desarrollo mi propio arsenal de frases hechas, con cierto toque de sofisticación, y nadie me entiende. Ah, ya sé, todos dicen la misma estupidez una y otra vez porque se entienden entre ellos. Es decir: las frases hechas están diseñadas para que emisor y receptor no se vean en la penosa necesidad de tener que pensar. Hasta ahora el mejor piropo involuntario que alguien me ha lanzado no fue referente a mis nalgas sino a que constantemente hago bromas sofisticadas, igual nadie se ríe pero el piropo vale la pena.

Total que viene Los Fabulosos Cadillacs a México por enésima vez (¿quién tendrá más sellos mexicanos en sus pasaportes: Los Fabulosos… o Placebo?) y por enésima vez se les festeja la visita porque no es que los mexicanos tengamos memoria ni seamos excelentes anfitriones ni nos pegue la nostalgia sino que nos provoca una hueva total tratar de entender y acostumbrarnos a bandas nuevas que, de paso, ya no usan trompetitas ni saxofones ni congas para tratar de pasar por latinos. ¡Pinche Saúl Hernández ése fue el legado de le dejaste al país! Además México consume todo lo que viene del otro lado de cualquier frontera, inclusive desde Monterrey. Y hasta eso los chairos se han visto sosegados porque ya los veo en Change.org pidiendo firmas para que La Célula que explota sea el nuevo himno nacional. ¿Qué no aprendieron nada de Gustavo Cerati?

Lo que Vicentico y sus huestes no entienden es que el escenario del nuevo orden mundial es el espejo negro de los dispositivos móviles, y que los adeptos a las marchas vitorean y postean estrategias de contradefensa desde el sofá que su mamá les compró, idéntico al que tenía Coco Chanel en su atelier (¿checaron qué gracejo más sofisticado?), mientras se empinan una cerveza artesanal que pidieron a domicilio al Superama. Obviamente, como fondo musical parido por la bocina Bose bluetooth Soundlink III, alimentada desde el iPhone y que descansa en una credenza Limoge Handles con base de porcelana, suena Mercedes Sosa.


Como mencioné también en mi editorial en Rock 101, el único músico cuyo impacto disidente a nivel global se mantiene como un must es Roger Waters, a pesar de que los millennials menos enterados piensen que The Wall es una ópera rock dedicada al muro de Berlín o, en el peor de los casos, que el británico la compuso a propósito del muro de Trump (¡Viva México, chingao!).

Ya veo a Los Fabulosos Cadillacs apoyándose con imágenes de Trump al momento de tocar Mal bicho. “¡Puuuta, qué originales, goeeeey, eso no se ha visto nunca, paps”, dirá el estudiante de maestría en Mundo Contemporáneo de la Ibero que luce playera del Ché Guevara y graba el concierto en su iPhone dorado para subirlo a la nube, “goeeeeeey, estos maestros son la vanguardiaaa, caún”.

Y Vicentico: “Veamo’, pibes, una puteada al boludo rompebolas de Tramp, ¿viste?”… Y la masa: fi fi fi fí fiiiiiiiiií!!! y: eeeeeeeeeeeh, puuuutoooo!!! Tanta mentada contra Donald Trump y yo que quiero lanzarlo como candidato para delegado de Coyoacán.

Y sigue Vicentico: “porque el tipo es un brisco (insulto homofóbico) parido por mil putas y sha que reviva Galiano (sepa por qué se tragan la “e” siempre esos weyes) pa’ que le dé una patada en el orto al abombado conchesumadre”. Y la masa: “wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”.

I mean… ¿Qué no tendrán Twitter estos cabrones que no saben que esos insultos, y peores, se postean a diario arrobando al mismo Tramp? Puede, sólo puede que el concierto de Los Fabulosos Cadillacs –sí ésos que están contra el imperio estadounidense pero se robaron el nombre de una banda de Texas (¡encima Texas!) llamada The Fabulous Thunderbirds– tenga éxito si va por Skype o al menos lo periscopean de vez en cuando. Si no, no hay forma.

Porque para cuando toquen Manuel Santillán, El León, los menos enterados, que estarán inventando el hashtag adecuado, se preguntarán si esa canción se trata de un defensa de Boca Juniors o Gimnasia y Esgrima de La Plata, y si ya lo compró el América junto con cuatro abanderados.


Por ello, para causar impacto, Los Fabulosos Cadillacs tiene que actualizar sus canciones. Mal bicho debería llamarse Millennial o Nini; Vasos vacíos debería ser algo referente a Me dejaste en visto, por aquello de las palomitas azules sin respuesta; Matador sería algo así como Ganar-ganar; Siguiendo la luna algo como Buscando señal wifi sin contraseña para whatsappear mi ubicación en la marcha y que Ríos de lágrimas termine siendo ¡Mierda!, no tengo datos.

A ver, no sé si entiendan los neo chairos pero las venas abiertas de América Latina ya son wireless. Cuando Vicentico cantaba solo estaba mejor porque era menos petulante y cretino.

Por eso Los Fabulosos Cadillacs va a cantarle a un mundo diferente, porque la única revolución que ha servido para algo fue la que comandaron Obi-Wan Kenobi y Luke Skywalker, y sin internet.

Y sí, hay mejores y peores… La bailo como fondo musical, pero de que hay diferencias, bastantes. En su momento fue…, mh, digamos, intensa. ¿Hoy? Palabrería adosada a la nostalgia. Además me la dedicó una ex, ¡y eso mola! ;)

El Bicho, diciembre 2016.



martes, 6 de diciembre de 2016

Crónicas de Robert Plant en mi edificio…

Por Btxo


El día que Robert Plant se mudó a mi edificio (1 de 3)

La nueva vecina, que es psicóloga, ya se ganó el desprecio de otra vecina, que es divorciada y solterona –y por ende malhumorada–, porque la primera de viernes a sábado y de sábado a domingo digamos que inunda el hueco de las escaleras, cuyo eco es poderoso, con los gritos con que nos sugiere, digamos, que su novio debe ser muy buen amante. Bien por él. Y por ella, supongo…  


La vecina rijosa expuso su queja en una minijunta vecinal con sede en el primer rellano de las escaleras, a la que asistimos quienes vivimos en este edificio, y nos señaló que semejantes clamores, que comparten tesitura con los de Robert Plant, podrían confundir la percepción del amor que tienen sus hijos adolescentes… 
 
-Nada peor que los espectáculos que dabas con tu marido en tu sala cuando seguías casada y no cerrabas las cortinas –profirió otra vecina en defensa de la soprano recién llegada.  
-¿Te molestan los gritos? –me preguntó un buen vecino que es fotógrafo, recordando que Robert Plant vive en el departamento debajo del mío. 
-Prefiero eso que los alaridos de un bebé o los de una madre (miré de soslayo a la rijosa al enfatizar la palabra “madre”) que les grita a sus hijos por cualquier estupidez.   
-Efectivamente –dijo la señora Laurita aferrándose a su tejido.  
-¿Eso quiere decir que tenemos que aguantar los resultados de la coged…?  
-¡No seas soez! –arremetió la señora Laurita–. Y tampoco envidiosa, la muchacha está joven y disfruta sus noches.  
-Gracias por lo que me toca –dije al aire.  
-¿Tú eres quien la pone así? –preguntó Laurita con los ojos como los del gato Tom cuando ve que su cola está en llamas.  
-No, pero dijo “la muchacha está joven” y debe tener como mi edad –sonreí.  
-Oh, de nada, pues, joven –enfatizó y nos carcajeamos.

Así concluyó la minijunta.   

-Yo ni he escuchado nada –se lamentó hondamente el fotógrafo veterano mirando la punta de sus zapatos.

Esto fue hoy en la tardecita y hace rato la castidad de mis audífonos fue violada por el concierto en Orgasmo Mayor con el que la nueva vecina colorea, digamos, las noches otrora aburridas del edificio. Entonces supe que debía hacer algo, así es que bajé por mi vecino Juan, el fotógrafo, y lo invité al rellano de mi escalera.  

-¿Para qué? –preguntó todo empijamado.   
-Tú ven y tráete los cigarros.  
-¡Qué maravilla! –dijo cerrando los ojos para escuchar el concierto.

Coyoacán, 3 de septiembre de 2016


El día que conocimos al novio de “Robert Plant” (2 de 3)

Resulta que cuando se arregla, la nueva vecina, sí, la de los alaridos emparentados con la capacidad vocal de Robert Plant, parece la hermana guapa de Bárbara Mori. Ahí les encargo.

Y todo esto lo supe porque hubo junta vecinal, en la que no me aparecí por estar enfermo, y la interfecta se apersonó para ver si, de pura casualidad, el lío de sus gritos estaba en la orden del día. Según supe, nadie dijo nada pero, por lo que el espía me contó, todo el mundo los tenía en mente.

Pero aquí viene lo bueno, porque resulta que hace rato subió mi vecino Juan, el de los cigarros, para contarme el chisme, como todo buen vecino, y para decirme también que al parecer todo se había olvidado.

Yo le dije que estaba bien, que lo mejor era archivar el caso y dedicarnos a lo nuestro; que los chismes de condominio son los menos agradables porque el chismeando (así como el educando) siempre queda mal, como le pasó a la vecina solterona.


No obstante, el buen vecino me dijo que no todo acababa ahí, porque él ya había visto al generador de la gritería, al menos de reojo, y quería confirmar sus sospechas porque, en sus palabras, “francamente el hombrecillo me parece poca cosa. Se parece a Carlitos Espejel, el Chiquidrácula”. ¿Cómo está eso?, pregunté asombrado y, por una de esas extrañas concatenaciones astrales, escuchamos la inconfundible (de veras inconfundible) voz de la vecina que venía subiendo las escaleras acompañada de alguien.

Discretamente (¡ajá!) nos asomamos por el barandal, con el riesgo de precipitarnos escaleras abajo (yo ya me caí una vez en esas escaleras y de espuma no son, a pesar de la anestesia proveída por medio frasco de whisky), y vimos al Chiquidrácula (pobre, estrenó apodo) esperando a que Robert Plant abriera la puerta de su casa mientras aquél pasaba su brazo entero, como una especie de anaconda autónoma, por el talle del cantante de Led Zeppelin.

Un segundo después, mientras Robert Plant entraba al departamento, el Chiquidrácula, quizás sintiéndose observado, echó la vista arriba y vio un par de ojos suricatos mirándolo atentamente; sonrió como una comadreja. Luego entró.

Míralo nada más al cabroncito –le dije a Juan–, sin tacones ella le saca una cabeza– luego moví la mía de lado a lado con el gesto universal de la negación.

“Estúpido escuincle suertudo”, dijo Juan pero lo atajé.

¡Un momento! –espeté–. Aquí no hay espacio para la envidia, querido Juan, más aún, por el contrario, me parece que, con toda justicia, ese hombrecillo como lo llamas merece un monumento. Aunque sea uno chiquitito.

“Tienes razón”, dijo echándome una mano en el hombro. “Eres un hombre justo”.

No aplaudimos para no hacer más alharaca cuando comenzó la gritería. Luego Juan cambió el tema: “¿Cómo ves a los Pumas? De mal en peor, ¿eh?” Asentí y, como en el final de una película, la cámara se alejaba lentamente dejando a dos hombres comunes platicando de lo que el mundo mortal les había arrancado.

Coyoacán, 29 de septiembre de 2016


El día que Robert Plant me invitó una copa de vino (3 de 3)

Las escaleras de un edificio a media noche pueden contener un gran abanico de sorpresas y también te permiten saborear el riesgo que supondría abrir la caja de Pandora en la intimidad de tu habitación o escudriñar los cajones de una fanática del sadomasoquismo que te espera en la cama.

Hace un par de días, de regreso de un evento francamente doloroso, ataqué las escaleras de mi edificio sin pensar en nada más que echarme en la cama con la sutileza con la que se nos resbala la tapa del retrete.  

No obstante, mis pasos nocturnos y mi mirada pegada al piso eran perseguidos por el taconeo incesante de quien me acechaba por detrás, a distancia prudente, pero que me alcanzó gracias a la inutilidad de mis piernas licuadas que con trabajos intentaban franquear cada uno de los escalones.    

Al llegar al cuarto piso escuché un “buenas noches” bastante amable, con la voz como un trino, y me detuve. Giré lentamente, seguro de lo que iba a encontrarme y pude confirmar que, en efecto, quien me saludaba era la vecina cuyos gemidos de placer se asemejan a las variantes vocales de Robert Plant en Immigrant Song, y que lideran el Top 10 en la popularidad masculina del condominio.   


Tragué saliva amplificando la onomatopeya del gulp! y devolví el “buenas noches” con la poca cordura que me quedaba. Frente a mí veía de pie a un monumento orgánico de cabellera lacia y negra que habría hecho rabiar de envidia a cualquier escultura de Auguste Rodin.   





-Tú eres El Bicho, ¿no? –preguntó la escultura moviendo los hombros y a mí se me aflojaban los esfínteres–. Sí, me han hablado de ti y regularmente escucho buena música que sale de tu departamento. 
-Eeeeeh… =S
-Sí, me han dicho que eres de los pocos residentes casi originales del condominio.
-Eeeeeh… Ajám.
-Oye, mucho gusto, yo soy (…) Me dicen que eres periodista, ¿no? –me tendió su mano suave y blanca como un ave recién nacida.
-Aaaahm… Ajám.
-¿Qué haces llegando a casa tan tarde?
-[Onomatopeya de uñas rasgando un pizarrón] Eeeeeh…
-Oye, me he enterado, pasa si quieres platicar al respecto, yo no tengo sueño y regularmente me duermo tarde.
-Aaaahm…
-Conozco tu gusto musical porque estos departamentos dejan pasar toda clase de ruidos –dice negando con la cabeza y agitando esos rulos que deberían ser protegidos por la UNESCO.
-[Onomatopeya del gulp!] Eeeeeh, así es. 
-¡Dios míos! (sic) Ojalá que no todos… –dijo ruborizándose un poco y frunciendo la narizzzzzz...
(Oh, por Dios)
[Laguna mental con sonido de fondo de unas llaves abriendo una cerradura]
-Pasa, acompáñame para platicar. ¿Quieres una copa de vino? –dijo y, detrás de mí, escuché el sonido de puerta que se cierra con la violencia y el hermetismo de la compuerta de un submarino o el portón del calabozo.
-Aaaahm…
-Tienes un gato, ¿no?
-¿Cómo sabes?
-Lo escucho maullar cuando sales de tu casa. Sirve el vino, está ahí en la cantina, detrás de ti –dijo sentándose en el sofá, cruzando las piernas y arrellanándose en el sillón con una orquesta de huesos y vértebras acomodándose.   

Después de una charla en la que abundaron las onomatopeyas, la vecina de abajo, o Robert Plant, me dice:  

-Siempre es grato platicar con alguien y esperar el amanecer con compañía, regresa cuando gustes.
-Aaaahm…
-Total, al parecer en este condominio nada es secreto y esa es una ventaja para los dos, ¿no crees? –sonrisa.    

Volví a casa con la tenacidad del soldado que no ha sido herido en la refriega. Sólo pensaba en Juan, el vecino de los cigarros, quien con seguridad moriría de envidia al saber que la cuarta dimensión había sido violada. Imaginaba, mientras me desplomaba en la cama, su gesto de angustia y regocijo, y esa palmada en el hombro que se le da al compañero kamikaze antes de subir a su avión…  

Coyoacán, 30 de octubre de 2016        






sábado, 10 de septiembre de 2016

Las razones hacia el odio hipster

Antes de irme a trabajar a la colonia Roma no toleraba más de cinco minutos de conversación con un hipster porque me parecían de corte presuntuoso y arribista, no obstante, a fuerza de convivir con ellos me di cuenta de varios detalles a su favor: por lo general tienen buen gusto; la mayoría son millennials que tienen al mundo en sus manos; su música es determinante y, en todo caso, no sólo son inofensivos sino buena influencia. Encima, mi otrora odio hacia ellos me generó la ruptura con una chica angelical que vaya que me costó trabajo, básicamente porque ella es una de las hipsters más finas que conozco.
 
The pain of being pure at heart
¿Qué es ser hipster en todo caso? El verdadero hipster no se asume como tal y más bien navega con la naturalidad que le brinda su estatus aparentemente desencajado del resto del mundo; algo no muy lejano respecto a las actitudes de los anacoretas como yo. Por otro lado, el término hipster, hoy tan manoseado de forma peyorativa, se ubica del lado de quienes le otorgan ese cariz. Aparentemente ser hipster es ser un cretino.

Alguna vez, hace no mucho tiempo, mientras mi novia de entonces y yo recorríamos la colonia Roma buscando un buen lugar donde comer, le ofrecí algunas opciones y ella me señaló, sin ninguna clase de anestesia, que estaba convirtiéndome en un hipster. Como por qué… “Oh, bien, trabajas en la colonia Roma, conoces todos estos sitios hipsters, andas en bicicleta, no tienes coche, te gustan el mezcal y la cerveza artesanal, quieres poner un huerto en tu balcón, te cuidas la barba más que una embarazada el vientre, usas lentes de pasta, eres DJ, escuchas a El Cuarteto de Nos, The Guillemots, The pain of being pure at heart, La habitación roja, Columpio Asesino y Los románticos de Zacatecas, pides que en Starbucks escriban Bicho en tu vaso y tienes un gato adoptado. ¿Algo más?”, dijo. Shait!, dije yo (shit en realidad, pero quise darle una entonación scouse).

En realidad no me importó pero no por eso dejó de sorprenderme. Supongo que el medio ambiente de todos los días va moldeándote a su antojo. El problema real radica en si te sientes cómodo o no con ello. No soy hipster, como bien decimos mi querido hermano menor Sebastián Ortiz Casasola y yo por una simple razón: estamos gordos. “Muy bien –me dijo alguien hace poco cuando le conté el dilema–, pero tomemos en cuenta que tu gimnasio está en la colonia Roma y tienes una nutrióloga de Guadalajara que te cuida la alimentación”. Creo que agaché la cabeza. La realidad es que no me considero hipster, pero lo peor de todo es que ellos tampoco se consideran así, por eso que tiemblo cada vez que lo pienso. No soy hipster, chingado, suscribo.

Una de las desventajas de las redes sociales, cuando no tienes temor de Dios ni el menor pudor, es que todo lo que evidencias es tergiversado. Y también en vivo. Dejarme y cuidarme la barba, y comprar productos para su mantenimiento en una barbería de la colonia Roma es tomado por la insurgencia como un detalle hipster; usar tenis en vez de zapatos también; tener un canal de Soundcloud también. No hay por dónde escapar.

Si de algo me enorgullezco es de saber leer a las personas y de tener las herramientas suficientes para escudriñar perfiles en Facebook sin ser visto, aun cuando no me tengan agregado (gracias a las artes de mi hijo que no es amarrete para compartir su software), así que puedo descubrir comentarios insidiosos al respecto.  
 
Marc Crosas (futbolista)
He descubierto que quienes critican el estilo de vida hipster demuestran un tremendo resentimiento social por no poder acceder a él por muchas razones, comenzando por la económica, la geográfica (la mayoría no vive en CDMX) y, sobre todo, por un umbral de autoestima muy bajo y su incapacidad por romper con sus prejuicios machines e ignorantes. Pero sobre todo por envidia.

Barba: porque no les brota a los muy lampiños; porque no tienen la capacidad económica para tratársela como debe ser; porque su imagen no es acorde a los parámetros visuales. (Los enemigos de los hipsters tienden a copiar los estilos, ojo)

Mezcal y cerveza artesanal: porque no les alcanza.

Corredor Centro-Juárez-Roma-Condesa: porque viven en otro estado, les da miedo innovar sus patéticas vidas, o no les alcanza la quincena para mantener ese estilo de vida.

Música: ya no digamos ser DJ o músicos porque carecen de talento, o porque sus gustos los enclaustran aun cuando The Smiths y New Order sean del gusto hipster por excelencia y tradición.

Cromática textil: por miedo y causas económicas, y sobre todo porque tienen que usar corbata a huevo.

Culinaria: no se atreven a probar nuevos sabores y, encima, no les alcanza.

Café: les da miedo que los vean en un Starbucks.

General: por envidia, resentimiento social y carencia de cultura.

No soy hipster pero tampoco niego que sus manifestaciones son más cercanas a mi cultura y mi educación, y sobre todo a mis capacidades interpretativas y de convivencia. Mi familia es hipster sin saberlo, ¡por Dios!

Por eso suscribo que quienes critican a los hipsters lo hacen desde su odio y sus carencias por haber sido educados en un ambiente oprobioso, letal y sumamente penoso, cargado de resentimiento por su pobre realidad. Lo más ridículo de todo es que quienes más los critican y los alienan son aquéllos que se presumen como tolerantes e incluyentes hacia las minorías. Ojalá nunca se adhieran, porque esos arribistas serán expulsados sin misericordia, basta con verlos, así que sigan con sus críticas porque son ustedes los más infelices. No vengan a la Roma, porque no les alcanza.

¡Y no soy hipster, con tres chingaditas! ;)

B7XO, Coyoacán, 2016.




sábado, 27 de agosto de 2016

Guía de escritura para modismos en línea

Con motivo del vigesimoquinto aniversario de la primera página web, el sitio Periodistas en Busca compartió algunos extranjerismos muy utilizados en internet que tienen alternativas en español, así como algunos términos que plantean dudas en cuanto a su escritura:



1. El/la Internet/internet
Puede escribirse internet con inicial minúscula si se considera un nombre común referido al servicio y con mayúscula si se percibe como nombre propio de la red. Además, puede emplearse tanto en masculino como en femenino.

2. Clicar y cliquear, mejor que clickear
Hacer clic, clicar y cliquear son tres formas adecuadas para indicar la presión o golpe que se hace con el ratón del computador, en lugar de la voz inglesa click.

3. Medios sociales, alternativa a social media
Medios sociales es el equivalente recomendado de la expresión inglesa social media.

4. Anonimizar, verbo bien formado
Anonimizar es un verbo correctamente formado para referirse a la acción de ocultar una identidad.

5. Ciberataque, junto y sin guion
El prefijo ciber- se escribe unido a la palabra a la que acompaña: ciberataque, cibercomercio, etc.

6. SOPA, con mayúsculas y sin puntos
SOPA, sigla de Stop Online Piracy Act, se escribe con mayúsculas y sin puntos.

7. Bloguear, término adecuado
Blog, bloguero y bloguear son términos adecuados en español.

8. Postear, verbo innecesario
Se recomienda usar artículo o entrada en lugar del anglicismo post. En cuanto al verbo (a veces visto como postear), se prefieren las expresiones publicar una entrada o un artículo.

9. Link es enlace o vínculo
Link tiene traducción: enlace o vínculo.

10. Sitios webs o sitios web
El plural de web es webs, pero el de sitio web, en aposición, puede ser sitios webs o sitios web.

11. Inicio de sesión, equivalente a login, logon y sign in
Inicio de sesión es la alternativa recomendada en español a los términos ingleses login, logon y sign in.

12. Usabilidad, vocablo válido
Usabilidad, que en diseño y programación es un atributo de calidad que evalúa la facilidad de uso de las webs, es un término adecuado y bien formado en español.


13. Bloquear, mejor que banear
Banear, como la acción de restringir o bloquear el acceso de un usuario, puede sustituirse por verbos como bloquear, suspender, prohibir o restringir.

14. Espiar o acosar, opciones preferibles a stalkear
Acechar, espiar, husmear o acosar son alternativas preferibles a stalkear.

15. Contraseña, mejor que password
La palabra inglesa password se traduce en español por contraseña.

16. Bot, acortamiento apropiado
Bot es un acortamiento válido para referirse al ‘programa que recorre la red llevando a cabo tareas concretas, sobre todo creando índices de los contenidos de los sitios’.

17. El wifi o la wifi
El término wifi es válido y puede ser masculino o femenino: el wifi o la wifi.

18. Online, alternativas
Online puede traducirse por conectado, digital, electrónico, en internet o en línea.

19. Las puntocoms, en redonda
Las puntocoms, en redonda, en una sola palabra y con plural terminado en s, es la forma adecuada de referirse a las empresas que desarrollan su actividad principal en internet.

20. Seminario web es lo mismo que webinar
Seminario web es una alternativa apropiada para el anglicismo webinar.

21. Streaming es emisión en directo
Emisión en directo o en continuo, según los casos, son alternativas válidas a streaming.

22. Cloud computing, en español, computación en la nube
Cloud computing, en español, se denomina computación en la nube.

23. El internet de las cosas y el internet de los datos
Las expresiones internet de las cosas, que se emplea para referirse a la conexión digital de objetos cotidianos con internet, e internet de los datos son denominaciones comunes que no necesitan comillas ni letra cursiva y que se escriben con minúscula inicial en cosas y datos. La sigla IdC puede funcionar como alternativa en español a IoT, sigla con la que frecuentemente se abrevia la denominación internet de las cosas.

24. Internet profunda, mejor que Deep Web
La expresión inglesa Deep Web puede traducirse como internet profunda, en esta internet se escribe con inicial minúscula o mayúscula y el adjetivo profunda siempre en minúscula y concordando en masculino o femenino.

Fuente: Fundéu (Español Urgente).