¿Se vería mal que un tipo de casi 38 años
se dedique a andar sobre una patineta los fines de semana? No lo creo. Y no lo
creo porque he sido testigo de la manera como un hombre de más de 60 años es un
afanoso de los paseos en bicicleta, y porque he visto cómo el buen Zeta Darek, uno
de mis mejores amigos, quizás uno de los mejores skaters que llegué a ver en mi
juventud y con quien tuve el privilegio de thrashear un par de veces, ha vuelto
a las andadas.
¿Cuál es la diferencia entre andar en
patineta y andar en bicicleta?
Quizás los tobillos. Y también quizás que en el
skateboarding sea más difícil hallar un beneficio a la salud cardiovascular,
por ejemplo, como lo hallamos en la bicicleta. Pero, en este caso y a esta
edad, posiblemente andar en patineta sea saludable para olvidarnos un poco del
estrés diario. Según estudios, hacer una caminata puede ayudar a contrarrestar
enfermedades como la depresión. ¿Acaso alguien de treinta y pico de años que
puede estar estresado por el trajín diario no se relajaría montando de nuevo su
vieja tabla Powell Peralta bajando una banqueta de ollie? O quizás no está
estresado pero necesita meterle a su vida un poco de adrenalina, porque su
trabajo es pesado y aburrido, intentando una especie de ollie-flip-360-variant.
Lo más falso que puede haber es que se
tache de ridículo o nostálgico a alguien que sobrepasa los 35 años y desea
reintegrarse a esa función que lo llenó de alegría y emoción en su juventud.
¿Hay fecha de caducidad para el gozo?
De ser así, monstruos de la talla de Tony
Hawk, Natas Kaupas, Mark González, Rob Roskopp, Dany Way, Lance Mountain o
Christian Hosoi estarían en casa sorbiendo pan con nata. De ser así entonces estaría
prohibido hacer el amor, escuchar música punk o electronic body music, o
simplemente rock después de los 35 años. Porque, señores, después de los 30,
con la experiencia ganada, se comienza a vivir.
¿Viejitos? No, sabios.
Que no les cuenten que el mundo es de los
jóvenes, no señor, el mundo es de los treintañeros (más ñeros que treinta) que
no le tienen miedo al ridículo y saben sorprenderse hasta de las cosas más
sencillas. Así es que ¡a quitarse trajes y corbatas, que las calles, en bici o
en tabla, nos esperan!
Repito: ¿La alegría tiene fecha de
caducidad?