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miércoles, 27 de febrero de 2013

El violín y la Picalica Moulinex


La llamada de mi amiga llegó en el mejor momento. Justo me encontraba en la vena crítica. Ella confía en mí, porque no me conoce. Entiende que soy un cabrón ocioso, multitask en temáticas poco comunes, y bastante atrevido como para brindar mi opinión sin ningún sesgo. Soy cabrón, y lo sabe. Pero no conoce mi lado oscuro; no sabe, por ejemplo, que por mucho que esté al tanto de muchas cosas, lo que no me gusta me resulta no sólo poco agradable sino detestable, y cuando pasa por el tamiz de mi juicio, queda como el cadáver de un mandril después de ser tratado con una Picalica Moulinex.
    -Te necesito –dijo–, la idea es que me acompañes a dos sitios y me des tu opinión sobre dos niños que me pretenden.
    Vaya. Continuó:
    -Son completamente distintos y cada uno me invitó, el mismo día, pero a diferente hora, a verlos tocar.
    -¿Son músicos?
    -Uno de ellos sí, el otro hace música electrónica.
    -Entonces los dos son músicos.
    -No, pero…
    -Pero nada. Aquél que crea música electrónica es tan músico, y quizás más, que el que toma una guitarra y compone unos acordes.
    -Violín.
    Madre mía.
    -Vamos pues.
    En el trayecto me confesó que en realidad salía con Mr. Violín, nada formal, y que Mr. Electro andaba apuntado, y ella consideraba la posibilidad de descansar al autóctono.
    -Ambos piensan muy diferente. Uno es más bien relajado, vive para su música, y el otro es como tú, hace muchas cosas, es más progresista, clavado en la tecnología pero sin obsesionarse, ¿sabes?, tiene un halo interesante, más violento, más inmediato y nada elemental. Me atrae, pero no sé.
    Evidentemente.

Mr. Violín

Teatro al aire libre. El público más bien orientado hacia las posibilidades de un reencuentro con lo prehispánico, huestes que se visten de blanco el 1 de mayo para ir a recibir la energía del sol (y un cáncer de piel bonito) en cualquier zona prehispánica que se les ocurra. Justo el tipo de gente detestable que, con gusto, coloco en la Picalica. Esa masa que, sedentaria, espera que el tiempo vuelva y los coloque en el centro de Teotihuacán en plena vendimia. Comencé a sentir cierto escozor.
    Un tipo, cuyo estatus indígena es tan similar al de un austriaco, toma el escenario y lee un poema en náhuatl que la gente recibe como si el mismo John Lennon acabase de resucitar en pleno proscenio. Después sube un grupo de danzantes concheros que ataca con una danza bien coreografiada, encienden incienso y copal, y la gente estática, redescubriendo eso que ni por asomo entienden. El asiento de roca me muerde el culo. Estoy incómodo, me muevo, busco una posición cómoda, pero no estoy en trance. Pienso: “Estos cabrones están tan hipnotizados que podrían estar desnudos y sentados en un cactus sin sentir los pinchazos”. El maestro de ceremonias es un lavacerebros de prosapia, de la talla de un pastor en un templo de Texas. Qué barato es todo esto. El tipo sabe lo que hace. Para cuando entra la marimba jarocha me animo un poco, pero les dan poco tiempo. Entonces anuncian a Mr. Violín que aparece con el cabello engominado, ropa de manta y huaraches, cara de imbécil, enarbolando un violín, en efecto, y lo anuncian como el mago del instrumento, “un músico que ha tocado con gente de la talla de… bla, bla, bla”. Nada relevante. Oh, por dio5. Ataca el violín con enjundia, se lanza con la prestancia de Benito Bodoque cuando hace playback con el disco de Lazlo Lozla con el que el oficial Matute está impactado. Detrás de él se arranca un grupo de zombies similares, aturdiendo. La actuación es de pena ajena. Lacrimosa pero en reversa. Mis oídos lloran, pero la masa está impactada. “Lo único rescatable es que el ‘concierto’ ha sido gratis”, pienso. Atestiguo la decadencia del pueblo, atascados en una escala del tiempo que se mantiene flotando, indiferente al progreso, en todo sentido. “Entonces estos cabrones son el lastre de la nación”, asevero en mi cabeza. Quiero largarme, abortar el proyecto. Nada, debo tolerar hasta que el tipo termina de torturar mis oídos como si su violín fuese un arma de castigo medieval. Al mismo tiempo pienso en la manera como podría "trabajar" los dedos del violinista insufrible, con un soplete.
    Nos vamos. A pesar de estar al aire libre necesito oxígeno. Algo más electrónico. Soy enemigo del unplugged, clamo, pero nadie me escucha.

Mr. Electro
Devoramos Paseo de la Reforma, mientras la noche tiende su reino. Las luces, el tránsito, los claxonazos me calman. Estacionamos y caminamos hacia La Estela de Luz. Me impresiona su figura, un monolito seductor, sus luces suben y bajan en secuencia, como si se tratase del pulso de la ciudad. Es un monolito dormido. Debajo, en el pozo, se yergue un escenario colmado de luces, y sitio para uno. Los cables brotan por todas partes. La gente comenta, se comunica vía la inmediatez de las redes sociales, respiran con pausa, pero por dentro los bits y los microchips los mantienen vivos. Encuentro caras conocidas y mi amiga se sorprende.
    -No sabía que te movieras en estos ambientes –dice.
    Pongo los ojos en blanco.
    Esperamos en un acceso y un sujeto se acerca, me saluda con ese invento de manos que tenemos. Me entrega dos gafetes para estar cerca del escenario. Mi amiga dice que desde ahí se ve bien.
    -Oh, el DJ ya los ha visto y me ha enviado con los gafetes –dice el sujeto.
    El sitio revienta de gente. Avanzamos y el DJ, viejo conocido, baja y, caballeroso, saluda primero a mi amiga, después a mí.
    -Tanto tiempo, loco.
    -Ya ves.
    -¿Se conocen?
    -Efectivamente.
    Diez minutos después las luces se apagan, la Estela de Luz es tragada por la oscuridad. Al ritmo de los beats, luces y Estela comienzan a pulsar siguiendo la música que DJ Selektor programa en vivo. La encadena. La gente salta, se mueve en su propio sitio. Se siente el golpe del bajo en la piel, la tela de nuestras ropas vibra. Nadie más que él en el escenario. Conmueve. Salta, baila al ritmo de la música, anima a la gente con las manos en alto, forma un corazón con sus dedos y nos lo ofrece.
    -Observa –le digo y la obligo a mirar a la gente.
    Es una sola persona repetida por miles de espejos. La conexión es inmediata. Las luces nos cobijan.
    Ella está sorprendida, pero no da crédito.
    -¿Has leído a William Gibson? –le pregunto.
    -No.
    -Esto es el futuro –le digo y guardo silencio, quiero disfrutar de la música, las luces, el ambiente de comunidad, tangible, real, tocable. 
    Ella no dice nada, está confundida. Sabe cuál será mi decisión.
    Me despido. Es mejor dejarla sola para que considere su propio juicio. Antes de irme garrapateo algo en un papel y se lo entrego, luego desaparezco entre la gente y me interno en el subterráneo, es tiempo de ir a casa, esto lo he visto muchas veces.
    Creo que avanzo unos pasos cuando ella lee el mensaje:
    “Tu rutina será muy cómoda, pero te resta como ser humano… Por eso es mejor matarla”. Al pie dibujo un revólver.
    No obstante, ya sé cuál será su decisión. Y ese es su problema. 

(Coyoacán, 2013)



sábado, 23 de febrero de 2013

Intersecciones: Conversaciones de Ella con Cupido



Twitter

@Ella
A veces no te entiendo @Cupido

@Cupido
Ya me entenderás @Ella #Confía

@Ella
Sale @Cupido #ChidoDía



FIN

Intersecciones: Cartas de Ella



Cartas

Y es que no sé bien qué decirte. Digo, me pongo nerviosa. Es demasiado, da demasiado. Aunque a veces creo que quiere que le diga que lo quiero, pero aún no es tiempo, ¿sabes? Pero no puedo decirte que no estoy cerca de quererlo. Me gusta que me regañe cuando digo groserías. Eso es tierno, él procura no decirlas, al menos no frente a mí. Me gusta, sí. Es listo, inteligente, culto, sabe tratarme, pero se desboca, ¿sabes? O no sé, quizás no lo entiendo lo suficiente. Quizás no me fijo que las atenciones son parte de su personalidad. ¿Será así con todas? Naaaaa, no creo. A veces nos hablamos en plural, y es cuando no sé bien si la que se desboca soy yo. A veces no sé si sea merecedora de su cariño y sus atenciones. Es un tierno cabroncito. =P

Ella.

Intersecciones: Conversación en Twitter con Cupido



Conversación encontrada por accidente en la red social Twitter

@Btxo
Qué chistoso cabrón eres @Cupido te tomas demasiadas atribuciones #14DeFebreroApesta

@Cupido
Como dice @lalupitarock @Btxo jajaja qué risa me da :P

@Btxo
Más a mí @Cupido porque yo no uso pañales #CupidoLaCaga

[Y después de Puebla:]

@Btxo
Mil disculpas @Cupido te la bañaste, gracias bro #CuándoUnasChelas XD

@Cupido
#Quiobo

[Y después del último viernes:]

@Cupido
@Btxo eres un pendejo #NadieMásIdiota #LaCagas ¬¬

@Btxo
@Cupido ¡vete al diablo! ¬¬

Intersecciones: Carta al destino



Cartas

México D.F. cualquier día, 2013, año de nuestro patriarca Masiosare

Apreciable señor Destino…

Le escribo con gusto pero también un poco enfadado, ya que su proceder me parece de lo más inapropiado. De más está advertirle que pondré mi queja directamente en el cepo del Departamento de Asuntos Mágicos, dirigida al señor Secretario Fabricio Marmaduke, ya que su ocurrencia no me ha traído más que sinsabores, sobre todo tomando en cuenta que mi pedido especial llegó, en forma de una mujer, ciertamente apreciable y atractiva visual y mentalmente, casi 40 años tarde. ¡No me joda! ¿Acaso cree usted que tenemos 40 años para experimentaciones? ¿Luego qué? Digo, si Oscar Pistorius salió bajo fianza después de balacear a su novia, me parece indecente que yo deba sufrir de más a causa de los malos manejos dentro de su departamento. Porque, claro, seguramente quienes gozan de influencias recibieron su pedido a tiempo. De nada sirvieron las monjas, ni los caprichos ni lisonjas que tuvo a granel, junto con docenas de veladoras encendidas como lucecitas de esperanza, dilapidando tiempo, dinero y esfuerzo, amén de exorbitantes cuentas por la terapia psicológica. ¿No se da cuenta que si en su departamento se hicieran las cosas como se debe, para variar, la tasa de divorcios y separaciones sería más baja? No la chingues, compadre. De veras, qué mala leche. Lo peor es que uno ya está cansado, ya tiene uno achaques, y no estamos ya como para preguntarle a la susodicha si va a la iglesia o viene de buena familia. Es como si me hicieran debutar en Primera División a los 38 años, ¡qué papelón! Caramba, hay que entrarle en el acto y así, sin calentar, pues uno sale lesionado, más respeto por mis canas, ¡no mame!, ya está uno a media estocada como para entrarle a los maratones. No hay que ser. Lo único que puedo reconocerle es que el pedido viene completo, tal y como se anotó en la factura FC-DESTINO-01-09-1977. Sin más por el momento, patento mi queja pidiéndole que vaya a XXXXXX a su santa progenitora. Hasta luego.

Yo

PD – Cancele mi cuenta con ustedes.

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Capítulo 4: ¡Pero qué demon… (camino a Puebla)

“La miré de reojo, como quien mira sus culpas…”, escribió mi amigo Rafael Toriz en uno de sus magníficos relatos de su libro Metaficciones: Invitación a la estética. Y cuando la vi llegar, la miré de reojo… y comprendí el significado del cuento. Vaya. La literatura sí sirve para algo, me dije. Luego mesé mi barba rala, esa que me da cierto estilo pero que, en realidad, define mi desaprecio por la navaja y la espuma: “si crece, es por algo”. A veces me rasuro, cuando tengo una cita importante, o cuando, de plano, parezco estibador.

La cosa era que ella, con desdén y sin permiso, se sentó junto a mí. Eso llamó mi atención, la gente suele rehuirme, pero ella parecía cómoda. “Debe estar chiflada”, pensé. Luego me di cuenta que, en efecto, no las tiene todas consigo, pero también es una buena persona… y guapa… ejem…

Devorando kilómetros de carretera, entre montañas verdosas y un ambiente fresco, la charla fluyó sin problemas… Y aquí me perdonará el amable lector, pero por respeto no reproduciré la charla de forma íntegra (ni que estuviera loco), así que solamente intentaré esbozar las reacciones en forma de pensamientos:

Ella: Y éste, ¿de dónde habrá salido?
Yo: Tiene ojos bonitos.
Ella: Parece educado, seguramente tendrá el paladar negro, como un perro de raza.
Yo: Tengo hambre.
Ella: Tengo hambre.
Yo: Si esta mujer es divorciada me tiro por la ventana.
Ella: Esto está muy raro.
Yo: ¿Qué les dije? :)
Ella: Tiene facha de que tiene un hijo y está separado.
Yo: ¡Diablos! No llamé a Leonardo por teléfono antes de partir.
Ella: ¡Quiobo! :)
Y así.

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Capítulo 3: Golos, clavas, pelotas, Los Panchos, Los Tres Ases y la trova

Nadie me obligó, lo juro. Ni fue un sueño de opio. Una mañana simplemente me desperté con la idea de ser malabarista. Un buen malabarista.

-Si puedo hacer maravillas con mis sueldos de colaborador freelance, por supuesto que puedo hacer malabares con cosas.

Mi madre y yo pasábamos juntos mucho tiempo. Ambos trabajando en casa. Yo escribo de noche, así es que el día era tiempo y patio de recreo.

Pasé un buen tiempo buscando las pelotas del perro en el jardín, y para que mi madre no se preocupara ante mi conducta errática, le dije que estaba buscando huevos de Pascua.

-¿En agosto?

No le respondí. Luego, aprovechando que ella había ido al mercado, ensayé con las tres pelotas de esponja con que el bullterrier mataba el tiempo por las tardes. Pelotas con baba acumulada por años que terminó por suavizar la piel de mis manos. Al final de mi entrenamiento olía yo a gallina.

Cuando mi madre volvió la senté en una silla a mitad del patio, sin dejarla siquiera entrar con la bolsa del mandado.

Malabareé las pelotas frente a ella, un truco para mí harto difícil, pero que, con franqueza, le salía mejor al niño que se infla las nalgas con globos y lo hace arriba de un adulto disfrazado de oso panda, en lo que dura la luz roja del semáforo. Luego le hice el truco final, el de mayor arriesgue, el que en los circos cierra la jornada después de los perritos bailarines. Mi madre casi se cae de la silla cuando me vio salir de la casa con tres de sus tazas de té, de una colección traída desde Francia y que había pertenecido a su bisabuela de apellido Delmotte. Al terminar, su regocijo no fue en sí por el acto sino porque sus tazas salieron ilesas de manos tan torpes. (Años después su nieto, jugando a la fuente de sodas con su prima, quebró dos de esas tazas sin que su abuela lo mandara a la guillotina)

Internet proveyó las armas con que encararía mi nueva vida: Un juego sencillo de golos, y otro con antorcha; pelotas específicamente diseñadas para los payasos; un juego de clavas muy bonitas; y un traje de lycra-spandex en colores chillones que, hoy en día, no puedo colocarme sin parecer zanahoria.

Ah, el ensayo general, con mi padre, mi hermana, mi madre y el perro como invitados, amén de un grupo de acarreados (una docena de monos de peluche) que mi hermana llevó y colocó detrás, en gayola, con énfasis priísta. El espectáculo debía ser de noche para que los golos con fuego en las puntas lucieran como es debido. Comencé con un par de trucos de magia y contando algunos chistes, un par francamente groseros que hicieron que mi padre articulara una mueca de disgusto, mi madre se llevara las manos al rostro y mi hermana se carcajeara. Para resarcirme, conté un chiste más, que involucraba a los grupos Los Tres Ases y Los Panchos, un gracejo muy malo que alguien me contó sin advertirme que se trataba de una anécdota familiar, en fin. El show fue un exitazo y mi padre, ya con la visión del empresario, me dijo que por qué no invitábamos a la familia y cobrábamos unos pesos, etcétera. El siguiente paso fue buscar audiciones en un circo, y después de mucho insistir, y enviar un currículum tan mentiroso como el de un secretario de Estado, me dieron cita. Luego no fui a la cita. Para qué si ya hay muchos malabaristas en este mundo, “uno más no hará la diferencia”. Además, esa tarde, mi novia me invitó a ver un concierto de trova en el kiosco. Era, sin lugar a dudas, una mejor opción.

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Capítulo 2: Buenas noticias

Durante un tiempo quise ser un hombre de conocimiento, pero hice todo lo contrario y me volví periodista. Los periodistas somos esa raza de humanoides que creemos conocer la verdad de todo y por eso nos atrevemos a contarla, aunque no se nos pida nuestra opinión.

Una vez creí que para contrarrestar mi trabajo sucio como analista político en una revista de corte chayotero lo mejor sería fundar un periódico que solamente publicara buenas noticias. Nada de descabezados ni bombas que estallan dentro del subterráneo, o guerras en países que viven de la guerra. Para algunas cultura le beligerancia es cosa de todos los días, pero nosotros qué culpa tenemos. Por supuesto que no lo hice, y tome esa decisión después de realizar una encuesta, un análisis de campo que me entreveró un sinfín de inconvenientes, capitaneado por una triste verdad: a nadie le gustan las buenas noticias, a menos que tengan que ver con ellos mismos. Y francamente no iba a publicar que doña Naborita va a ser bisabuela, o que a don Celestino le subieron el sueldo. Bah. Qué chasco. Ahí van mis buenas intenciones. 

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Capítulo 1: Mero trámite


“Oh, sí, lo había olvidado”, le dije a la señorita antes de regresarme para firmar mi salida. Yo esperaba que me entregara un sobre con los viáticos, pero a cambio me obsequió, sin sobre, una sonrisa de trámite, de esas que se despachan junto con las monedas que sobraron tras la aniquilación de un billete.

Anduve sobre la banqueta, procurando que una mitad de mi cuerpo fuera bañada por el sol y la otra refrescada por la sombra. Últimamente hacía más cosas raras que de costumbre. El día anterior, por ejemplo, fingí ser un nervioso turista argentino –se me da el tono y lo antipático–, y anduve por ahí, cerca de Reforma y Chapultepec, con un mapa falso en las manos, preguntando a los transeúntes en dónde se encontraba la estatua de conocido héroe nacional mexicano. Ellos preguntaban a cuál me refería, y yo contestaba, fingiendo compromiso con mi empresa y erudición en el tema: “Masiosare”. Nadie se molestó, pero algunos sí me dieron indicaciones falsas, y otros aceptaron con franqueza desconocer el sitio exacto. En otra ocasión me detuve en un camellón, a la altura de una intersección, crucé mis brazos y me dediqué a ver el cielo durante unos minutos, contando el número exacto de personas que, al pasar junto a mí, alzaban la cabeza en la misma dirección o bien sólo alzaban la vista.

Pero esta vez iba de prisa, así que solamente me partí en dos mientras caminaba, para atestiguar la manera como conviven diferentes climas en la ciudad. Iba de paso, ese día era de trámite porque debía parar en un punto específico para ser conducido, junto con otros periodistas, a una conferencia en otro estado. El resto fue ver pasar el tiempo. Eso es lo que hacemos los que no tenemos prisa por vivir, mas no por existir, entonces sí tengo prisa. Existir es más inmediato y placentero, vivir toma demasiado tiempo, pero es un tiempo que se agota muy rápido. Alguien me dijo hace poco: “La vida dura dos días”. Y puede que menos, añadí.