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jueves, 19 de febrero de 2015

Campeones de lo ordinario

Hace un par de años, en el salón de un hotel en Cancún durante un congreso científico, me encontraba platicando con un grupo de reporteros sobre la serie de entrevistas en video que le hice al Dr. Gary Small, experto en investigación cerebral y Alzheimer de la Universidad de California, y se me ocurrió mencionar que me gustaría charlar con un erudito de la Universidad de Northeastern en Boston, investigador de la Difusión Elástica: el científico italiano Nicola Perra. Dos reporteros de la calaña que acude a los eventos en espera de un regalo y no de información interesante, y que no conocen la diferencia entre sida y VIH, tuvieron la reacción que yo, maquiavélicamente, esperaba. Su risa ante el apellido del maestro italiano Nicola fue pretexto suficiente para pedirles que abandonaran la sala porque yo no iba a desperdiciar mi interés y mis palabras en dos tipos tan ordinarios que no estaban al nivel de la charla. No tuvieron más remedio que largarse.

Sociólogos, psicólogos, politólogos y demás científicos han coincidido en la necesidad de crear un cambio en la sociedad  partiendo desde la educación y la cultura para poder contrarrestar lo que el gobierno impone como idiosincrasia por medio de canales de comunicación que fomentan y aprovechan la ignorancia y la incultura desde la que parten los mexicanos promedio. Es una utopía, en efecto, porque el mexicano promedio es más bien holgazán en todo sentido, desde el físico hasta el cerebral.

Hace aproximadamente 30 años me sorprendía la capacidad de análisis y el vasto conocimiento científico de mi abuelo quien, a pesar de no haber terminado la secundaria, te hablaba igual de la historia de las motocicletas que te explicaba con diagramas a mano alzada el mecanismo de funcionamiento del Hindenburg o la manera de ensamblar una máquina de tren, o te señalaba, a dedo limpio, las constelaciones para, al día siguiente, desarmar y armar el motor de un Ford Mustang solamente para ver cómo era por dentro. Entonces yo imaginaba que la sabiduría llegaba con la edad, pero lo cierto es que el viejo era un curioso científico autodidacta e inventor que contaba con una biblioteca envidiable y que lejos de solamente sostener ejemplares encuadernados en piel se atrevía a recoger un pedazo de papel del suelo para leerlo y aprender algo nuevo. Luego descubrí que la edad no tiene nada que ver.

Recientemente, charlando con un grupo de niños de entre nueve y 11 años de edad, adictos a los videojuegos y los ebooks, descubrí que no sólo llevan ventaja en sus conocimientos sino tienen un lenguaje mucho más completo, elegante y elevado que la mayoría de los adultos, inclusive que sus padres. No se trata de geeks sino de nativos de las nuevas tecnologías a los que las redes sociales les sirven únicamente para ampliar dichos conocimientos y no para socializar de forma mentirosa como la mayoría de sus padres y tíos, y primos y hermanos mayores. Uno de ellos, inclusive, me explicó una manera muy segura para ingresar a hondos territorios de la deep web sin necesidad de rutear la TCP/IP para evitar el acoso de hackers de sombrero negro, o rastreadores del gobierno. “Aléjate del porno”, le advertí con tremenda inocencia. “El porno no me interesa, quiero aprender a crackear un juego en el que estoy atorado”, me dijo mientras yo me ruborizaba.  Finalmente, este chico y mi hijo (de nueve años) me comentaron que desean abrir un canal en Youtube para desarrollar tutoriales sobre videojuegos y aplicaciones.



El asombro que me produjeron estos chicos no obraba directamente en sugerir que son jóvenes diferentes sino que se trata de seres ordinarios de acuerdo al espectro en el que se desarrollan. No obstante, terminé reconociendo que algunos de sus mayores directos, que se supone deben ser role models, responden a cierta “ordinariedad” (sic personal) y se vuelven locos con la simplicidad de una red social y vierten en ella su ignorancia y, peor, sus traumas y esa cortedad intelectual proveída por su poca curiosidad para ir más allá de lo que está a la mano. Volvemos, pues, a la holgazanería cerebral del mexicano promedio.

El año pasado, el diario español 20 Minutos reveló un estudio realizado por la Sociedad Española de Neurología (SEN) que echa por tierra el mito de que los humanos usamos únicamente 10% de nuestro cerebro, al referir que gracias a estudios de imagen funcional se ha comprobado que hasta para un simple movimiento del brazo se utiliza todo el cerebro. Jesús Porta, director del área de Cultura de la SEN, se atrevió a asegurar que semejante muletilla de los tontos fue difundida por el mismo Albert Einsten en el siglo XIX “facilitando la incultura popular”.





Otro ejemplo de incultura popular es el de la apreciación de la belleza elemental definida, y constreñida, por la voluptuosidad de senos y caderas femeninas, desnudando no sólo la poca sensibilidad masculina sino el resultado de un efecto provisto por un mecanismo cerebral relacionado con una apreciación malsana entre hijo y madre, de acuerdo con el neurocientífico Larry Young. La tesis de Young, certera y contundente, señala que el reconocimiento de las mujeres voluptuosas como estándar de belleza responde a una debilidad cerebral.

Tras leer un artículo en Vogue España, firmado por Ana Morales, sentí la necesidad de redimir la tesis de que la belleza no responde a la perfección sino es una elección personal determinada por la cultura y la educación. Es decir que dicha debilidad cerebral no permite a la mayoría de los hombres advertir la belleza inclusive en donde no es evidente, físicamente hablando, y deja de lado otros atributos como la personalidad y la inteligencia. La misma Marilyn Monroe, considerada una de las mujeres más bellas de la historia, señalaba que “la imperfección es belleza, la locura es genialidad, y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido”. Lo dijo la Monroe, que tenía un dedo de más en un pie. En otra máxima, la actriz italiana Monica Bellucci asegura estar harta de enfrentar a aquellos que piensan que su belleza es sinónimo de estupidez.

En un experimento que realicé en redes sociales para comprobar la teoría de Young, coloqué una foto de una artista que me resulta atractiva de forma integral: Yoko Ono, mujer que volvió loco a John Lennon por una sencilla razón: era diferente. Esta mujer tanto como Frida Kahlo no poseían una belleza evidente pero su personalidad, su importancia en la historia y su elemento artístico (nos gusten o no sus obras) las hacían tremendamente atractivas. El experimento me obsequió la respuesta que maquiavélicamente estaba esperando: censura dictada por el estándar de la belleza elemental dejando de lado la premisa de la Monroe. Pensemos también en la guapa modelo de tallas grandes Tess Munster.

El principal problema de la trascendencia social está dictado precisamente por la banalidad con que la gente hace juicios sin haber sobrepasado los límites establecidos por esa misma sociedad en la que desea encajar.

Lo mismo sucede con la música. Hay quien prefiere anteponer los ruidos de una guitarra pulsada por un músico de cabello largo y ropa spandex frente al eclecticismo de una guaracha cubana, cuyos elementos son poco convencionales, extremadamente exóticos y sensuales pero que no responden a lo que la sociedad dicta.

¿La razón? El miedo. ¿El miedo a qué? A ser diferentes y no ordinarios. Esto es: confrontar a la sociedad promedio.  

(Btxo, Coyoacán, 2015)



lunes, 9 de febrero de 2015

Backstreet Boys en México: razones para aplaudir

Oh, sí, los Backstreet Boys (BSB) vienen a México y con seguridad eso alterará las (dos) neuronas represivas (una es motriz), intolerantes y que adolecen de criterio de 99.9% de los hijitos de papá rock y papá guitarrazo (no tienen madre, por eso lo circunscribo). Afortunadamente, después de años de escribir sobre música como pluma y voz autorizada en distintos medios importantes, tengo la virtud de desconfiar de los rockers (patético adjetivo que, extrañamente, pero no contraviniendo su esencia, los hace sentir orgullosos) y sus gustos. Como ejemplo disecciono a los fanáticos ortodoxos de los bitles y el metal. A estas hordas las distingue no sólo la intolerancia sino una cerrazón de pena ajena y un dogmatismo producto y presa de sus propios miedos. No por nada se asegura tras el caso Napster que si los miembros de Metallica son cretinos imaginen a sus fans.

 Yo pregunto: ¿Qué tanto miedo le tienen al pop? Si nos ponemos doctos, el término pop desciende de “popular”, es decir, música y arte para el pueblo que en ocasiones no proviene precisamente del mismo pueblo (Andy Warhol y Billy Burroughs son el mejor ejemplo). Por ende, el rock es un departamento del pop y no se trata de géneros confrontados (a ver si de una vez les queda claro). Por ello certifico de nuevo que los bitles y Metallica son tan pop como OV7 (prescindibles pero buen ejemplo) y los BSB, aunque, claro, existen diferencias creativas, interpretativas y de alcance mundial en ventas y audiencia.

De acuerdo con una entrada de Wikipedia en 2012, entre los 100 discos más vendidos de la historia pop se encuentra Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band en el escalafón 14, por debajo de productos pop como Bee Gees, Whitney Houston, Shania Twain, Alanis Morrisette y Michael Jackson, mientras que BSB se coloca en el escalón 21 con Milennium. Siete lugares de diferencia. Oh, sí, claro, los bitles eran músicos y los BSB no, pero, ¿no acaso esto es un NEGOCIO que se mide en cuanto al éxito palpable de cada agrupación? (y quien diga que la música NO es un NEGOCIO tiene un lugar en la redacción de TVNotas). Si bien es cierto que los bitles son igualmente conocidos en Nueva York que en un pueblo de la sierra de Oaxaca, eso, en realidad, demerita el logro ya que en ese pueblo de Oaxaca, o de Kazajistán, no se conoce a los BSB. Ergo: en el mundo moderno el éxito de aquella boy band demuestra mayor prevalencia. Y todo esto sin dejar de señalar que gracias a Brian Epstein los bitles fueron una de las primeras boy bands de la historia. Es decir que entre las duplas Lou Pearlman-Max Martin y Brian Epstein-George Martin no existen diferencias porque ambas tenían en mente un NEGOCIO y adecuaron el repertorio y la imagen de ambas bandas, además de resguardar secretos como la prematura paternidad de Lennon y las adicciones de AJ (BSB) para no enturbiar dicho NEGOCIO.

Lovecraft señalaba que se teme lo que no se conoce, por ende, es asombroso que se le tema al pop como a la influenza sin saber ciertamente de qué se trata. En todo caso, musicalmente hablando, los bitles son un producto milagro.  

Hace unos años el líder de la desaparecida banda Dynamo, de México, me comentaba entre tarros de cerveza que le parecía curioso que El Bicho (yo), un analista de música que gozaba de reputación y vanagloriaba bandas imposibles como Minimal Compact, KMFDM y Escape with Romeo defendiera expresiones pop como BSB, Brandy, Monica, Justin Timberlake y Britney Spears dentro de las páginas de la revista Rock Stage, pero también aseguraba estar de acuerdo conmigo y mi teoría de la música como espectáculo de calidad. Calidad, abundó de acuerdo conmigo otra vez, de la que adolecen bandas cobijadas por un simple 4x4 de catadura vulgar como Creedence, AC/DC y The Eagles, entre muchos otros.

El problema, como señalábamos en entradas previas, es el cretinismo de quienes se consideran voces autorizadas cuando su umbral de sorpresa musical es menos amplio que el agujero de una ratonera (utilicen la analogía como más les plazca) y terminan vencidos por ese fanatismo que, como ya dije, es producto de sus miedos. Y esa cerrazón les impide advertir y reconocer que, guardando sus tiempos, tanto los bitles como BSB marcaron a una porción generacional. No obstante, la herencia bitle se gesta más por obligación o costumbre, mientras que quienes acudan al Auditorio Nacional a ver a BSB lo harán por simple gusto. Otra cosa peor es que los bitles, que se gestaron como un arquetipo de la contracultura, hoy son parte de la cultura tradicional, contraviniendo su esencia, mientras que los BSB, asépticos y culturalmente aceptados, mantienen dicho rango.

Ahora bien, jamás he criticado a los Beatles (ahora sí) como una de las bandas más arquetípicas de la historia, dueños de algunas canciones determinantes y plenos modelos a seguir en cuanto a creatividad e innovación, pero jamás voy a señalar que son lo máximo en la historia pop, porque han sido superados infinidad de veces inclusive por artistas previos como Elvis Presley y el mismo Ricky Nelson. E insisto, su pretexto para dejar de tocar en vivo respondía a no poder mostrar sus alcances en el escenario mientras que años después Dead Can Dance, en vivo, superó los niveles de interpretación de cualquier banda.

Y para colmo de sus adeptos, el mejor ejemplo de reconocimiento pop lo ha mostrado recientemente el mismo Paul McCartney al colaborar con artistas como Rihanna y Kanye West. No es raro en él, pero parece que sus fans, ofendidos, desean cortarse las venas mientras escuchan Yesterday y se preparan sus Froots Loops con leche.


En todo caso, BSB es un combo que, a pesar de que sus miembros rozan los 40 años de edad, tienen las amígdalas para retomar el mundo musical que alguna vez les perteneció con un producto (pro-duc-to, porque la música es un PRO-DUC-TO) que aún suena fresco y es especial, fino, de la mejor estirpe del R&B que pone a latir los corazones de aquell@s que también crecimos escuchando a los Beatles, pero que nos orientamos hacia el gusto por lo sencillo, franco, honesto y ordinario, algo que, al parecer, a los rockers les hace mucho ruido. No, señores, esto no es Metallica, pero como se ha dicho hasta el cansancio: en ocasiones, el silencio es más encomiable.

(Btxo, Coyoacán, 2015)