El de esta entrada puede ser un título adecuado para una de
esas películas juveniles que miran con gozo los militantes de la Revolución
Starbucks en esos domingos de asueto insurrecto.
Pero no, se trata de apenas un pálido acercamiento al título
del sorprendente documental Winter onFire que retrata los pormenores de la revolución ucraniana que comenzó en
2013 como una marcha estudiantil y culminó en 2014 con la renuncia del
presidente Viktor Yanukovich.
Más allá de lo que puede consultarse en internet y dentro
del mismo filme, lo interesante se encuentra en la manera como, paulatinamente,
la disidencia fue encontrando un objetivo al cual se accedió, después de más de
60 días de enfrentamientos directos contra las fuerzas policiales ucranianas
compuestas por grupos de choque, policía federal y, literalmente, mercenarios a
sueldo, gracias a la manera como los Maidan
se organizaron tras la primera toma de la Plaza Independencia.
Poco a poco a los grupos estudiantiles y de jóvenes trabajadores
se sumaron sus padres, organizaciones religiosas, médicos, enfermeras,
voluntarios, niños, personas de la tercera edad y ex militares que brindaron
todo tipo de apoyo.
Resulta conmovedor y doloroso apreciar el incremento y la
mutación de los enfrentamientos que comenzaron con empujones y golpes de tolete
y finalizaron en una verdadera guerra civil con piedras como proyectiles, barricadas
y escudos improvisados, bombas molotov y neumáticos ardiendo como primer
obstáculo en contra de la represión que cerraba la pinza con disparos a
quemarropa y francotiradores.
Aun cuando no deja de ser un buen documento fílmico, lo
cierto es que puede ser sacado de contexto.
Alguien me comentaba hoy por la mañana, cuando se anunció el
estreno del documental en una aplicación de series y películas de pago, si es
posible que en México ocurra algo similar y, sin pensarlo, le dije que no. ¿Por
qué? Por diversas razones.
- Por mucho que nuestro himno nacional dicte lo contrario, la
sociedad mexicana no está preparada para una acción civil armada que dure más
de 60 días. Si utilizamos las publicaciones en redes sociales como un
termómetro del hartazgo y las capacidades sociales, nos encontramos con que el activista
de sofá salta de un tema a otro cada dos semanas sin establecer un objetivo
primario.
- Otra razón es la falta de identidad nacional cuando se trata
de diseñar un movimiento basado en la propia historia y no adoptando héroes ajenos
como Karl Marx o Ernesto Che Guevara. La ausencia de idiosincrasia antepone el
fracaso desde la raíz.
- No existe ninguna clase de estrategia más allá de dirigirse
todos al mismo punto. Porque si bien es cierto que cada vez es mayor la masa en
las protestas que toman la ruta de Paseo de la Reforma, la acción de los
infiltrados, siempre en menor número, supera la capacidad de blindaje y
organización. El “¡Ya basta!” tan bastardeado por las generaciones
revolucionarias posteriores a 1994 y el “No caigan en provocaciones” son parte
de un discurso anquilosado que no permite la evolución de las maneras y, por
ende, trastoca alguna posible victoria por pírrica que ésta pueda ser.
- El sectarismo dentro de una misma marcha, o movimiento, es
factor para que la desunión evite conjurar un mismo objetivo. Regresemos a las
redes sociales. El rebelde de calle o el que degusta su Macchiato mientras
diseña memes (el chairo) censura y trolea
las creencias políticas y religiosas de otros que ven en ese tipo de fe alguna
solución o la calma para su persona y su familia. Es decir que no existe otredad,
algo que debe distinguir a una sociedad que acepta y garantiza la diversidad.
- Encima, toda esta clase de fallas no permite el
reconocimiento, y sí la negación, de otros sectores sociales que ven con
desconfianza esos movimientos que, gracias a su incapacidad de blindaje, garantizan
un final nada agradable. No existe una conciencia política real que sobrepase
los ríos de tinta.
- Finalmente, esta clase de yerros significa una victoria para
la represión que, lejos de manifestarse por medio de hordas de granaderos
violentos, ganan la partida en la mesa.
Alguien comentó hace poco que las grandes revoluciones
comienzan primero como ideas que conducen a un fin. No es del todo descabellado
pensar que la revolución comienza en una persona que sabe añadir adeptos con
base en la buena interpretación de esas mismas ideas emparentadas con las
necesidades del pueblo. Es por ello que en México la solución está lejos de
perpetrarse. Pero, finalmente, ¿acaso todos están de acuerdo con esa solución?
La sociedad mexicana es una sociedad individualista,
contradictoria y de conveniencias personales, así como cada político tiene un
objetivo personal. Y en el caso de aquélla, todo depende de su entorno, de su
capacidad adquisitiva, de su necesidad por proveer a una familia minimizando el
daño para los suyos porque, ¿acaso existe algún tomador de decisiones
confiable? ¿Es verdad que el pueblo mexicano tiene el gobierno que merece?
¿Alguien ha medido el nivel de confianza del pueblo hacia sus políticos?
Hasta que la sociedad no resuelva sus avatares primarios no
existirá ventana alguna para el cambio y, en todo caso, una vez que dicho
cambio se conjure, ¿qué sigue? Eso es algo en lo que nadie se ha detenido a
pensar.