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sábado, 27 de febrero de 2016

Quiero ser un fantasma

Alguien me comentaba hace poco, aprovechando que mi pequeño umbral de tolerancia hacia la superchería andaba de buenas, que los fantasmas que se aparecen en las casas son energía que se queda, o bien que son entes (sic) que no concluyeron su misión en la Tierra. No sé. Sí he visto fantasmas y he sido testigo de fenómenos a los que no se les puede exprimir lógica alguna.



Soy toda una enciclopedia de contradicciones, pero es un rasgo que me gusta mucho de mi personalidad. No creo en los remedios mágicos (milagro) ni creo en los milagros (sino en las casualidades amables) pero sí creo en fantasmas. En ese caso, la explicación de la energía que se queda es la que me gusta más. Y más aún, porque pienso en la posibilidad de que los seres vivos también andemos regando energía por ahí. Energía que se queda en cada casa o lugar en el que estamos el tiempo suficiente, en una o más ocasiones.

En su novela Nueve Aquitania, el escritor jarocho-catalán Jordi Soler presenta un personaje de hechuras curiosas. Se trata de un hombre francés cuya labor es hacer de doble de Jean Paul Belmondo en algunas películas. Lo curioso es que en la vida real aquellas viejas películas francesas recibían un tratamiento de audio posterior a la filmación y en muchas ocasiones la voz del personaje que habla no está muy bien secuenciada con el movimiento de los labios por lo que a veces hay movimiento sin voz y voz sin movimiento. En muchos casos es la voz la que se retrasa. Cuando el narrador de Nueve Aquitania se encuentra con el curioso personaje en Lisboa, éste le cuenta que debido a un defecto provocado por su labor como doble de Belmondo su voz sale retrasada. Después de una sesión de quema de hachís en la terraza del narrador, éste refiere que a pesar de que el doble de Belmondo se ha ido a su casa todavía puede escuchar algunas frases inacabadas.


 
Jordi Soler
Recientemente mi padre y yo, sentados mirando el futbol en la sala de su casa, escuchamos que alguien tosía dos veces en el piso superior, algo completamente extraño porque estábamos solamente él y yo en la casa. Miré a mi padre –quien en ese momento presentaba una tos algo severa– con ojos de “qué carajos fue eso y dime que tú también lo escuchaste”, y él, impávido me dijo que había sido él, que había olvidado un par de toses cuando había subido al baño. Algo así. La ocurrencia me gustó pero sigo pensando que quizás la presencia de la casa tiene tos aunque la teoría de mi padre no fue desechada y me pareció sumamente literaria.

Repasando algunas publicaciones en redes sociales de amigos, observé la fotografía de un lugar al que me gustaba mucho ir los fines de semana. La imagen (en esta manía que tenemos por retratar la comida) solamente muestra una taza con café y un plato con un pan sobre un mantel de bordado fino. Al ver dicha fotografía y relacionar algunas sensaciones tuve la misma impresión de paz y remanso que me invadía de chico al observar por la noche una ventana iluminada. No obstante, no pensé en el efecto que esa imagen podía tener en mí sino lo que yo pude haber dejado ahí.



Es posible que no seamos conscientes de lo que vamos regando por ahí. Cuando me mudé al departamento de mi abuela, a pesar de que no me quedé con alguna de sus cosas a causa de un saqueo bárbaro de corte fraterno, a cada momento olía su perfume o escuchaba su carraspera característica como si no se hubiese ido.

Ahora bien, la pregunta es con qué frecuencia somos habitantes de la memoria persistente de un lugar y cómo afecta, o no, a quienes siguen viviendo ahí. Acaso se nos relacionará con algún mueble, con la taza que siempre utilizabas, con el cojín que te ponías en la nuca. Y, sobre todo, qué será mejor. ¿Ser parte de la memoria persistente de un sitio o no ser recordado? Lo más seguro es que por la frecuencia de las asistencias y el derrame de buena vibra sí quede nuestra huella en aquellos lugares en donde nos hemos sentido a gusto. El mayor problema, créanme, no es para nosotros sino para aquellos que quizás no quieren recordarnos y tienen que vivir con nuestra presencia día a día. Eso es lo más cercano a ser un fantasma.

Btxo, 2016.





miércoles, 3 de febrero de 2016

Sin peros: No. 1 Preocupación ejemplar

¿Alguna vez nos hemos preguntado qué bien hacemos por los demás o por el país o el mundo en el que vivimos? Aparentemente no muchos y los pocos en menor medida. Y acaso, además, ¿sabemos que es posible hacer el bien sin proponérnoslo siquiera?

Vamos por partes. El beneficio que podamos facturar hacia alguien más siempre va a dejarnos una sensación de regocijo y tranquilidad, más lo segundo que lo primero, por el simple hecho de haber realizado una buena obra sin ningún beneficio para nosotros más allá del ya mencionado. Es decir que el verdadero bien no es lucrativo. La acción por sí misma y sobre todo las intenciones. Cuando hacemos el bien esperando algo de los demás entonces ya estamos estableciendo un negocio. Y no va por ahí.


No obstante, estamos hablando de intenciones, aunque también podemos referirnos al bien que hacemos de manera indirecta, sin saberlo.

Va un ejemplo: pongamos, sólo pongamos, la hipótesis que señala que en este momento todos nosotros estamos estrenando una relación de pareja y los involucrados tenemos una vida pasada inmediata que es importante obviar mas no ignorar. Obviar es que algún pasaje reciente, o los motivos de la disolución, sean escuchados sin que mermen la relación actual porque la otredad es importante. No obstante, entre nosotros puede haber quienes sí se sientan amenazados y directa o indirectamente sienten desprecio por la anterior persona que compartió su vida con su pareja. Aquí hay un rasgo importante de ignorancia en cuanto a nosotros mismos porque dudamos de nuestra capacidad.

Lo contrario de hacer el bien no es hacer el mal sino ser egoísta. Si nos ponemos terrenales la solución está más a la mano: la ex pareja de tu pareja no sólo no tiene idea de quién eres sino le importa poco si la desprecias o no; ahora que si nos ponemos místicos las cosas son un poco más complicadas pero igual de satisfactorias porque despreciar u odiar no sólo gastan nuestras energías sino nos ponen de mal humor y eso afecta el desempeño de un día común, está comprobado que la concentración se fuga por muchos boquetes por muy budista y meditador que seas, vaya ¡ni levitando, carajo! Sí es posible que esa persona sea un pain in the ass para la estructura relajada o novicia y en construcción de tu relación, sin embargo, el que ésta se vea intervenida por la otra persona depende mucho de uno mismo. Esto en el caso de un trato inexistente o pasivo con la otra persona, porque si dicho trato es constante, bueno, se establecen barreras y punto, pero para ambos casos la solución es la misma: analizar qué papel representa cada uno. Quizás tu ex colega (o socio, como muchos le dicen) fue quien terminó aquella relación o la responsabilidad recayó en tu pareja. Sin importar quién haya tomado la decisión podemos asegurar que aquella persona hizo algo que directa o indirectamente provocó el rompimiento que ahora te tiene en el lugar que siempre quisiste estar. Eso quiere decir que indirectamente te hizo un bien y quizás, muy en el fondo, porque también está cabrón andar reconociendo esas cosas en público, debes sentirte agradecido.

Lo mismo puede ocurrir en el trabajo o la oficina o el equipo de estudio. Si existe una persona holgazana o que no permite el buen flujo de las cosas y eso te obliga a trabajar más, agradece e ignóralo porque batallando no llegarás a ninguna parte. Porque, además, al aumentar tu trabajo aumenta tu experiencia y estás ganando algo, además del obvio reconocimiento de tus otros compañeros así como los del jefe o el maestro.

Hace poco un viejo colega de andanzas, que sigue siendo un habitual en los bajos mundos, me comentaba que consiguió una buena mesa en un bar del Centro porque un individuo se la prometió si a cambio le daba una propina. Al obtener la mesa le dio 50 pesos y el chico, emocionado, le dijo que muchas gracias y que con eso iba a comprar piedra para ponerse hasta los aparejos. “Me sentí tan mal –me dijo mi viejo colega– que quise quitarle el billete, aunque lo pensé mejor y le dije que ya era su responsabilidad y que yo en su caso no haría eso. Me contestó ‘sí, pero tú no eres yo’”. Le comenté a mi amigo que había sido decisión del muchacho y que en eso no podemos tener injerencia. Si la decisión de otra persona nos afecta, más que ponernos a la defensiva hay que comenzar a pensar en una solución que satisfaga a todos. Eso también es hacer un bien.

Y todo esto viene a cuento después de haber leído la cantidad de comentarios en redes sociales respecto a la visita de Yoko Ono y el papa Francisco a nuestro país.

En ese sentido, tanto la religión como el arte conceptual son dogmas que si a nosotros no nos interesan basta con ignorarlos, aunque para muchas personas, por su educación y su entorno e idiosincrasia, sean temas importantes. Lo que en todo caso se ataca no es el concepto en sí sino la desinformación, la cual sí afecta a las personas, sobre todo a quienes no tienen el bagaje suficiente para desarrollar un criterio amplio. ¿No acaso los intelectuales presumimos de un criterio amplio? ¿Entonces por qué no lo aplicamos?

En mi caso puedo decir que soy una persona bastante crítica y acidita en muchos temas porque tengo el interés de informarme. Ricardo Arjona y Maná, por ejemplo, son elementos de la cultura popular, tanto como el papa Francisco o Yoko Ono, no obstante, mi crítica se orienta hacia los dos primeros porque su música me parece deplorable y a mí me gustaría… repito: A MÍ ME GUSTARIA que las personas, sobre todo los jóvenes, tengan el interés de conocer cosas más allá de lo evidente, como dice León’O. No conozco a Arjona personalmente pero sí conozco a Alex, tremendo baterista de Maná, al que alguna vez le comenté que veía su talento desperdiciado al estar en un grupo así. Es decir que se critica el concepto y no a la persona. Total, no tengo discos de Maná y si lo ponen en el micro le subo el volumen a mis audífonos. Al decir: no escuches a Maná, mejor chécate este disquito de Madredeus o de Deodato, intento hacer un bien, aunque se me brinde un avionazo tipo jumbo, ya por mí no quedó.

Por ello, antes de criticar a una persona o un concepto pensemos en si nosotros hacemos algo por el mundo o por nuestro entorno como puede lograrlo esa persona o ese concepto, nos guste o no. Finalmente es más la gente a la que le gustan Maná y Arjona y, lo que nos queda, es expresar la idea y volver a nuestros pensamientos, esos por los que sentimos tanto celo.

Btxo

(En esta entrada jamás se redactó la palabra “pero”)