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domingo, 31 de julio de 2016

Juego de hombres ® | Un cuento de fútbol

El entrenador se paró en el centro del vestidor, furioso. Todo estaba en silencio. Sus jugadores lo miraban con miedo.

El míster se limpió el bozo de sudor de la frente, observó su tablita de estrategias y formó una mueca de fastidio al ver el marcador en contra: 3-0. Tomó aire, dio dos pasos al frente y su voz retumbó estrellándose contra los muros del vestidor formando un eco tenebroso.
 

-Éste, señores, es un juego de hombres. No podemos permitirnos una mala actuación como ésta. ¿Acaso no somos hombres? ¿Acaso no somos jugadores de futbol? ¡Pablo! ¿Qué buscas en la tribuna durante los tiros de esquina? Eh. ¡Molina! ¡Deja de platicar con Rodrigo en el centro del campo cuando hay un contragolpe en contra! ¡¿Qué no entienden lo que les he explicado en las charlas técnicas?! ¡¿Qué no saben que la gente que está allá afuera finca sus esperanzas en nosotros?! Porque, señores, éste es un juego para los ganadores. De nosotros depende la felicidad de los seguidores. ¡Vargas! Deja de pelearte a golpes con el contención del otro equipo, ¿quieres que te expulsen?
-No, profe.
-¡No me contestes! ¡Chaires!, no te quejes cuando te derriben, levántate y anda, como Lázaro en la Biblia.

El entrenador escupía al hablar... al gritar. Su espeso bigote se estremecía, su cara parecía un jitomate y el hombre manoteaba, incrédulo ante tan mala actuación.

-Nos quedan treinta minutos de juego, señores, suficientes para revertir el marcador, para besar la gloria. Así que quiero fuerza, entrega, ¡pasión! ¡Con un demonio! ¡Vargas! O me haces caso o te saco del juego.
-Sí, profe.
-¡Que no me contestes! ¡Esto es mística, magia! ¡Entiéndanlo de una vez! Formación cerrada en la defensa, abierta en contragolpe, suben carrileros, se estrecha la delantera y anotan. ¡Es muy sencillo! Se trata de meter la bolita en la otra portería. ¡¿Entienden?!
-¡Sí, profe!
-¡A huevo, profe!
-¡Vargas, no sea soez! ¡Vamos, pues, muchachos!

Los jugadores salieron del vestidor rumbo al campo corriendo y gritando como una horda de piratas al abordaje, tirándose los cabellos, golpeándose el pecho.

El entrenador se quedó unos segundos en el vestidor observando la imagen del santo patrono decorada con flores. Recordó sus años de gloria en ese mismo lugar, luego la lesión y su primera oportunidad como entrenador. A pesar de todo estaba contento. Hubiera deseado otro futuro, pero entrenar a la pequeña liga de niños menores de ocho años, formar hombres, era mejor que nada.

(Anaconda y otros cuentos de fútbol®, Andrés Vargas Reynoso, 2007-2009)



Crónica de un puma en el Estadio Azteca

Para no perdernos algunos buenos juegos de la Liga MX en su torneo de Apertura 2016, mi estimado Juan Pablo Molina y yo acordamos asistir a dos partidos del América en el Estadio Azteca y a dos partidos de Pumas en el Olímpico 68 para equilibrar la hermandad.


Cuando Su Santidad (por aquello de Juan Pablo) me comentó que la idea era acudir al América-Tigres en la fecha tres yo sólo pensé: “quiero ver a André-Pierre Gignac desde la tribuna”. Es tal la presencia del tocayo francés que olvidé que en Tigres también juegan Quiñones y Sosa, y los dirige el gran Tuca Ferreti, quienes convierten a la escuadra de San Nicolás de los Garza en algo así como Pumas II, algo común si tomamos en cuenta que en Tigres han jugado Santillana, Campos, Oteo, Olalde y Claudio Suárez, todos de extracción puma y casi todos al mismo tiempo. Es decir que son muchas las cosas que me unen a Tigres porque, encima, en 1992, viajé desde el entonces Distrito Federal hasta el estadio de San Nicolás de los Garza para ver a The Cure en concierto.

Total que ante la amenaza de una tormenta, dos horas y media antes del inicio del cotejo, y sin boletos, abordamos el Tren Ligero, esa suerte de monorriel de Disney que amenaza con descarrilarse cada vez que uno exhala.

Hacía años que no acudía al Azteca para ver perder al América por lo que la presencia de tanta franela amarilla sí me ponía inquieto. La explanada del estadio parecía una convención de enemigos naturales así que, con esas tácticas de supervivencia aprendidas en Animal Planet, procuré mantener la ecuanimidad porque, estoy seguro, estos weyes huelen el miedo.

El primer detalle agradable durante el tránsito de conseguir los boletos fue descubrir a un par de granaderas bastante guapas que resguardaban la taquilla. No obstante, también descubrimos que en ese afán de parecer estadio de primer mundo, las autoridades del Azteca han numerado los asientos inclusive en el área general, lo cual me parece una idiotez. Así que, confiados en que nuestras entradas nos permitían sentarnos donde nos viniera en gana, acabamos casi pegados al techo del coso con, eso sí, una muy linda vista nocturna de la ciudad llovida, después de darle su propina al acomodador. Sí, en el Azteca ya hay acomodadores.

La pantalla norte nos quedaba tan lejos que ni los lentes nos ayudaban a leer las alineaciones de ambas escuadras y, encima, como vecinos teníamos a los integrantes del Ritual del Kaos quienes no nos dejaron escuchar una sola palabra del buen Melquiades Sánchez Orozco, la voz del Azteca. ¿Quién anotó? ¿Está Sosa? ¿Alineó Gignac? Lo único audible, además de los cantos sudacas del Ritual era el ya reglamentario “¡Puuuuto!” cada vez que despejaba el arquero visitante.


El Azteca, no está de más recordarlo, es una chulada y las remodelaciones que le aplican lo dejarán con un excelente aspecto. Un escenario digno de buenos encuentros de fútbol.

El desarrollo del encuentro fue típico de un América-Tigres con aquéllos tratando de facturar algo y los visitantes cerrándose al mejor estilo Ferreti y respondiendo, al inicio, con contragolpes poco efectivos y sendas pifias que no respetaban el esfuerzo de jugadas bien elaboradas. Gignac errático, Sosa demasiado revolucionado y un Aquino insistente hasta que se mandó un gol de antología en el primer tiempo. A partir de ahí, el tigre comió gallina y yo, envalentonado, grité cada uno de los goles de Tigres como si fueran de Pumas ganando de calle al Barcelona el Mundial de Clubes.

Con el 2-0 en contra, la avanzada crema comenzó a salirse del estadio cuando aún faltaban 25 minutos por jugarse. América muriendo de nada y Tigres dándose un lujo con el gol de Gignac a tres dedos y un cierre efectivo del gran Sosa en tiempo añadido para apretar la trenza.

Una ventaja que tiene el Azteca es que las porras están separadas y aún es posible acudir en familia. Un abuelo tigre con su nieto; una familia americanista de cuatro con excelente actitud y muchas chicas guapas que lanzaban besos a la cámara cada vez que salían en la pantalla jumbo. Cervezas en $80 y nieves de limón en $25. Ya no alcancé los cueritos, pero es que casi ninguno de los vendedores se atreve hasta esas alturas: “Les da hueva”, me confesó el nevero.

“No hay señal de internet”, neceaba Su Santidad pero es que esa mole de concreto no deja pasar ni el frío. “Aprovecha –le dije al llegar a las alturas–, seguro hasta acá sí llega internet porque estamos tan arriba que nos queda más cerca el satélite”. Un helicóptero que sobrevolaba parecía querer hacernos un corte de cabello.

Al minuto noventaitantos el nazareno dijo aquí se rompió una jerga y todos váyanse… con tres goles en contra.

Ir al baño es un espectáculo más. En un cuarto de dos por seis metros me encuentro con cerca de 40 franelas amarillas enfadadas por el papelón que ha facturado su equipo y, en uno de esos pensamientos irresponsables, me imagino qué pasaría si, mientras orino, levanto el puño en alto y canto un Goya a todo pulmón. No debe haber técnica más efectiva de suicidio.

Así la noche de un puma que degusta la derrota del equipo más odiado.

Al tomar la rampa rumbo a la salida con Su Santidad, le comento: “Mira nada más qué mujer más guapa de la mano de ese barrabrava americanista que ni camisa trae”. Es entonces cuando entiendo aquello de “OThiaMe MaZZZ!!!”.

Btxo, Coyoacán, 2016



sábado, 16 de julio de 2016

No es lo mismo ser crack de barrio que jugar en un estadio: Roberto Ruiz Esparza



Aprovechando el inicio del torneo Apertura 2016 de la Liga MX, mi amigo Juan Pablo y yo platicamos con Roberto Ruiz Esparza, referente del Puebla FC, distinguido y duro defensa, impasable, con quien tuvimos una interesante charla sobre futbol mexicano, la Selección Nacional y su apreciación por este deporte.



Bicho (BTXO): De lo primero que queremos hablar contigo es sobre el 7-0 de Chile a México en la Copa América. ¿Qué pasó por tu mente y cuál fue tu reacción?


Roberto (RRE): No se veía bien la Selección Nacional, cuando pasa eso alguien en el campo tiene que poner orden (capitán, líder). Hablar fuerte, parar bien al equipo y no regalar más. Y pasó lo contrario, querían atacar cuando había que cuidar que ya no les hicieran más goles.

BTXO: Esto nos lleva a preguntarte otra cosa: Se ha sobredimensionado al jugador de futbol en todo el mundo, esto cómo afecta o beneficia no al negocio sino a los chicos que están en fuerzas básicas en estos momentos, soñando con debutar en Primera División.

RRE: Lo importante es la autocrítica de cada jugador y conocer sus deficiencias y fortalezas, hacer un análisis de las características propias de la organización para que no te vueles y tengas los pies en la tierra. 

BTXO: ¿Cómo ha cambiado la vida del jugador promedio en México? Ya sabemos que hay un beneficio económico y en fama e imagen, pero ¿cuáles son los riesgos que se corren ahora y que no se corrían antes?

RRE: (El futbol) ha cambiado para bien, yo veo a los chicos de hoy que buscan prepararse, estudiar, y antes a muchos no les interesaba, pensaban que iban a jugar futbol toda la vida y no es así. Puedes jugar muchos años o pocos, hay muchos imponderables dentro del futbol: lesiones, técnicos, promotores.


BTXO: Desde tu experiencia, por cada jugador que debuta en Primera División, ¿cuántos se quedan atrás?; y de esos que debutan, ¿cuántos tienen una carrera menos que efímera?

RRE: La mayoría no llega a debutar por diversas circunstancias, uno porque no los dejan y otros porque no es igual ser crack en el barrio, que en un estadio. Unos más porque no les gusta entrenar, sacrificar fiestas o salidas. El futbol es algo muy serio y hay que ser futbolista 24 horas. Muchos debutan, y se pierden.

Juan Pablo Molina (JP): Esto nos lleva a hablar de extranjeros en México. ¿Qué opinas de la regla nueva de los extranjeros llamada 10+8?

RRE: No es nada buena para el futbolista mexicano, ni para la Selección. Cada vez les cierran puertas a los mexicanos y en unos años lo resentiremos.

JP: ¿De qué manera impactaría tanto en la Liga MX como en la selección y, sobre todo, en fuerzas básicas?

RRE: En Sub20 seguro bajarán algunos para tomar ritmo y desde ya bloquean a los mexicanos.

BTXO: Debido a lo parejo que es el futbol mexicano, en donde cualquiera puede ser campeón, inclusive no teniendo un cuadro millonario, lo consideras ¿mediocre o competitivo?

RRE: Competitivo, cualquiera tiene posibilidades de ganar. Lo esencial es arrancar bien y entrar a la Liguilla, y ahí todo puede pasar.





BTXO: Tú fuiste diputado, ¿en dónde es más dura la batalla: en la cancha o en las curules?

RRE: Obvio en las curules (risas).





Palabras de rebote. Te decimos una palabra y contestas con otra:

Puebla FC: Éxito
Política y gobierno: Servicio
Arbitraje: Difícil
La pelota: Amor
Manuel Lapuente: Maestro
Cruz Azul: Máquina
América: Historia
Chivas: Tradición
Pumas: Valores
Futbol: Pasión
Búfalo Poblete: Brother

JP: Finalmente, ¿cuál fue tu mayor satisfacción en tu carrera de futbolista?, y siendo un jugador muy duro (que no malintencionado), por el impulso o la adrenalina, ¿cuál fue la entrada o el hachazo que más vergüenza te causó?

RRE: Fueron dos: Campeonísimo con Puebla y Ganar dos Citlallis al mejor defensa consecutivos. Y, ¿vergüenza?, ninguno, lo que me dolía era cuando me expulsaban y dejaba a mi equipo desprotegido.


Gracias, Roberto. 


Coyoacán, 2016






miércoles, 13 de julio de 2016

La insoportable levedad del… offside


“Hay quienes no heredan otra cosa que el adorado nombre de un equipo.”
― Juan Villoro, Balón dividido

Sé qué es un fuera de lugar pero juro por los dioses del estadio que no hallo las palabras correctas, sin recurrir a Wikipedia, para describir la regla. Solamente sé que el jugador está en fuera de lugar cuando en el momento que un compañero lanza el pase no hay otro hombre entre aquél y el portero.


El futbol es mejor que la vida misma porque allá sí se marca el fuera de lugar. Si contáramos las veces que en la vida hemos estado fuera de lugar… La desventaja es la ausencia del árbitro en la vida. Nadie tiene un Pepe Grillo solvente, digamos como un Pierre Luigi Colina, para advertirnos que estamos en mala posición y que lo mejor es recular.


Hace poco hablaba de los apasionamientos ajenos, aquéllos que no forman parte de nuestra idiosincrasia pero que de cualquier manera intervienen en el ánimo.

El futbol es mejor que la vida misma porque allá no es mal visto burlarse del desamparado o el imbécil. En la reciente y más jocosa eliminación de México en la Copa América se sufrieron los primeros tres goles y los cuatro restantes ayudaron a incrementar el goce vía la cara de consternación de Memo Ochoa; a cada nuevo gol una carcajada cada vez más estruendosa y ese rictus de resignación ante el ridículo desplome de los muchachos. De los once de la tribu, como diría el buen Juanito Villoro. Es decir que el futbol nos enseña a reírnos de nosotros mismos. Es un vodevil. Una puesta en escena. Una opereta con tragedia y villanos y víctimas que se revivirá, con jocosidad, en la sobremesa. Para los amantes de las estadísticas, está claro que el líder en asistencias para Chile en toda la copa fue Memo Ochoa.

En mi vida con hincha del futbol y de los Pumas de la UNAM (imposible evitar la referencia) he sido testigo de goleadas históricas a favor, en contra y ajenas, pero siempre disfrutando el juego y la cantidad de veces que se agita la red.


A mis ocho años disfruté como nunca el 10-1 de Hungría a ElSalvador; glorioso ver cómo los húngaros despedazaban al equipo que nos había dejado fuera de España 82 (ya se me daba el odio, pero pues los centroamericanos jugaban con cocos, creo). En México 86 vitoreé con ganas el Dinamarca 6 – 1 Uruguay, a pesar de que con éstos jugaba Enzo Francescoli pero con aquéllos lucían Soren Lerby, Preben Elkjaer, Morten Olsen y Michael Laudrup, aunque éstos después sufrirían contra España arrancándome lágrimas infantiles.

Vi a Pumas meterle cuatro a Cruz Azul en la final 80-81; siete a Chivas y ocho a Veracruz en la época moderna y, sobre todo, uno de los partidos que más he disfrutado: Pumas 4 – 3 Celaya, con Hugo Sánchez, Michel, Burtagueño y Schuster en la cancha del estadio México 68. Recientemente vi a Alemania ensartar siete en la cabaña de Julio César (Brasil) en Brasil 2014.

La belleza del futbol radica en la manera como agobia a próceres y detractores: todos odian al futbol o todos somos directores técnicos. La diferencia está en que los detractores están pendientes y los próceres lo hacemos con gusto. La diferencia entre ambos bandos se orienta también por esa máxima que reza: “no puedes criticar al futbol si en tu vida has pateado un balón de forma organizada”.

Después de 13 años de jugar al futbol de manera organizada me convertí en DT improvisado, junto con mi padre, del equipo de niñas de la escuela de mi hermanita, y después, en solitario, llevando las riendas de los Coyotes de Coyoacán. También escribí un volumen de cuentos de futbol y en general siempre he sido gran entusiasta y no le temo a ninguna clase de encuentro, sea llanero o de Champions. Ya ni hablar de las broncas dentro y fuera del campo para defender tus colores.

Y lo mismo ocurre en cada deporte, sólo que otros deportes en México, salvo el béisbol, no cuentan con el arraigo suficiente para que la sangre mestiza te hierva porque defender la franela de tu equipo se equipara con tomar las armas por tu patria o tu familia.

Hay dos organizaciones que me sacan ronchas por ser erigidas, más por la fuerza de la tradición y los medios, como referentes: el Club América y los Beatles. No obstante, no tengo en mente discutir con mis amigos beatlemaniácos o americanistas (vaya que tengo muchos) nada más porque aquéllos están sobrevaluados y los otros compran campeonatos.

El futbol es un espectáculo cuya adrenalina dura 90 minutos, o más si hay tiempos extras o penaltis, pero después de eso la vida sigue.


Alguna vez, recién casado, dispuesto a ver en familia con mi entonces esposa y mi hijo recién nacido un Pumas-América, salté a la calle enfundado en mi remera auriazul rumbo al supermercado para armarme de un six y botanas, y fui interceptado, debajo del puente de División del Norte y Río Churubusco, por un camión de la Monumental que entre cantos fachos frenó su carrera y yo, de plano, vi pasar mi vida en 10 segundos. Por fortuna, de la playa de la Alberca Olímpica aparecieron, enviados por alguna divinidad, me cae, a un grupo de… No quiero exagerar pero decenas de pumas que me arroparon y repelieron la agresión a palazos y pedradas. Llegué a casa riendo, quizás por puro nervio, pero emocionado por semejante acción de territorialidad. Sin quererlo estaba en fuera de lugar.

En dos días comienza el torneo de Apertura 2016 de la Liga MX y veo cómo los equipos, en la medida de sus posibilidades, van armándose. La pretemporada los tiene duros de músculo, han presentado las armaduras y la expectativa crece.

Chivas innova con su servicio de streaming, algo legal dentro de los negocios pero que al parecer no conduce a nada bueno con su afición; Puebla modificó su estadio y presentó un nuevo concepto de escudo, muy bonito; Pumas se arma con tijeritas y Pritt pero tiene como referente al Gatillero “Kiss” Palencia; América siempre genera animadversión y Cruz Azul, bueno, esperemos que remonte su leyenda.

Por ello invito a disfrutar. No, el futbol, por más que los chairos clamen que es pan y circo, es referencia en la idiosincrasia del país y significa un momento de relajación porque, con futbol o sin él, la política seguirá siendo un asco. Para la mayoría su equipo es identidad y exacerba el sentimiento de pertenencia. ¿Por qué no? ¿Por qué en las preferencias culturales y musicales y literarias no se percibe ese rechazo al gusto de cada persona? ¿Porque son tradiciones oficiales en donde el gusto personal impone?

No se alejen, detractores, porque como dice Juan Villoro: “todo comienza con el taco de ojo”. Si no, estarán en fuera de lugar.

¡Pumas gol! Por cierto.


Mi Dream Team:
Portero:
Santiago “Dragón” Cañizares
Defensas:
Guadalupe Castañeda
Paolo Maldini
Rafael Márquez
Roberto Ruiz Esparza
Medios:
Lionel Messi
David Beckham
Ronaldinho Gaucho
Delanteros:
Preben Elkjaer
Diego Armando Maradona
Éric Cantona


B7XO, Coyoacán, 2016





lunes, 11 de julio de 2016

¿Por qué soy DJ?

Después de un año la terapia se fue al carajo. Nadie estaba logrando algo y yo sentía, desde el fondo de mi tarjeta madre, que mi terapeuta perdía su tiempo y yo perdía mi dinero. Le di las gracias y le dije que trataría de lograr la estabilidad por las mías. Prometí llamarla si acaso pifiaba en mi propia encomienda. Dijo que sí, que de cualquier manera esa escapada formaba parte de la terapia, la tenía prevista.


Convencido de mi ocurrencia me hice de las armas suficientes. Semanas antes de esa vuelta de tuerca había comenzado a mezclar en casa, aunque no de una forma muy saludable. Los viernes pringados de soledad volvía de la terapia en mi bicicleta a las 9 pm, conectaba e inicializaba mis dispositivos (un teclado, el iPad y la PC con el software específico), desenroscaba una botella de mezcal, me encasquetaba los audífonos como el kamikaze que emprenderá el vuelo contra las bases enemigas, encendía el primer cigarro de la noche, o del fin de semana para ser más precisos, y me dejaba llevar por los beats de Armin van Buuren que reptaban las caracolas de mis oídos.

Track a seguir durante la lectura: B7XO MZCLMX

Tenía semanas hackeando canciones gracias a un programa que había rescatado de la web, siempre fascinado por la música electrónica que escuchaba desde niño en las manos y el ingenio de Giovanni “Giorgio” Moroder.

Cambié la terapia por la actividad de pinchar música en mi cocina. Un programa para mí desconocido (VirtualDJ) significó el reto de dominarlo y lo conseguí más con base en la necesidad que en los huevos y de pronto me vi y me escuché mezclando de manera decente. Colocaba frente a mí un espejo de cuerpo completo que no había sido hurtado por el huracán de mi divorcio, y me observaba en él. Lo que más me maravillaba era pensar en el silencio que había alrededor mientras yo me destetaba los oídos en la placentera actividad de empatar ritmos a volumen bestial.

Dos meses después de dejar la terapia, emperrado en mi encomienda, me propuse para mezclar en una fiesta. Todo fue relativamente bien, tomando en cuenta que nadie en esa fiesta era fanático del EDM (Electronic Dance Music), no obstante, improvisé lo suficiente para mantener el ritmo arriba. Antes, en las reuniones, indiscriminadamente, el anfitrión me colocaba un cartón de cerveza junto a la PC y me pedía que pusiera música. Pero aquello era poner música de fondo y en mi pérdida de virginidad necesitaba poner a bailar a la gente. Temblaba, sudaba, el dedo se resbalaba sobre el mouse pad y tenía que corregir en chinga, improvisar y dar mi mejor cara. Sólo era el DJ, y después de esa fiesta, con los halagos ganados, me firmé como DJBtxo, perfecta contracción al estilo vasco de “DJ Bicho”.


Después volví a la cocina (mi estudio llamado La Ruina, en donde también produzco y conduzco el programa de radio Miscelánea Buñuel), como una Cenicienta de bits y beats, y esperé sin dejar de seguir fortaleciendo el músculo. Cuando eres DJ debes ejercitar el oído, las manos, el sentido; o bailas o mezclas, y yo quería hacer ambas cosas. El primer éxito me hizo creer que podía conseguirlo.

Así, una noche de caminata solitaria en la recién remodelada Alameda Central, observando los colores brillantes y rítmicos de las fuentes, me interné por calles aledañas al Barrio Chino y escuché que en un antro sonaba un track de Daft Punk: Within. Era un bar nudista. Entré y lo primero que vi, después del gorila que comprobó que no llevaba armas, fue a una mujer que se desnudaba al ritmo de Daft Punk. Pedí una cerveza y me quedé en la barra ¡escuchando! No me interesaban las evoluciones de la mujer más allá de lo que las provocaba: la música. Cuando la mujer dejó de bailar se acercó a mí y comenzó a tratar de enganchar unos tragos. Le pregunté por qué había escogido esa canción de Daft Punk y me dijo que el DJ del antro colocaba la música que él creía adecuada. Era un reto entre él, las bailarinas y el gerente. Me desentendí de ella, que quedaba con cara de “por qué no me invitas un trago” y fui a la cabina a platicar con el DJ. Amable, más joven que yo, se mostró interesado en mi interés y me dejó pasar. Era una cabina moderna, con dos PC’s y una Mac, además de un catálogo con fotografías de las chicas que bailarían esa noche. Me explicó su sistema y me dejó experimentar. Las canciones brotaban de acuerdo a los gustos de la bailarina y su concepto. No erré en las tres oportunidades y las chicas fueron a felicitar al DJ y se toparon conmigo. Curiosamente el DJ había renunciado para irse a estudiar música a Berklee y necesitaba un reemplazo. Ese reemplazo fui yo durante tres meses hasta que el antro fue clausurado por trata de blancas. Yo no estaba en el momento del operativo. Perdí una USB con todas mis canciones pero no la libertad, y más aún, había ganado experiencia. El problema fueron las formas. Por mi experiencia el gerente pidió que mezclara media hora mientras las chicas convivían con los clientes. Aquello se convertía en discoteca y yo mezclaba mejor cuando tenía unas cervezas o unos whiskys encima. A veces soltaba un mix y salía a fumarme un cigarro para disfrutar de la vida nocturna del centro que siempre me atrajo. Nadie en mi entorno supo jamás nada.

Una noche unos chicos PR que llevaban un evento de una bebida energética, y que pastoreaban a unos clientes chinos, se acercaron a mí para preguntarme si quería mezclar en una fiesta en la Condesa. Estaba borracho y emocionado, dije que sí. “¿Cómo te llamas?” DJBtxo, les dije.

Llamaron una semana después de la clausura del antro y pidieron mi dirección. Me enviaron a casa una camioneta Hummer con logos de la empresa y me llevaron a la fiesta. El cartel de DJs lo abría yo, después un DJ de drum and bass y finalmente una chica que tenía más experiencia. Mi nerviosismo era el de una quinceañera con retraso. Antes había tocado una banda indie de cuyo nombre no quiero acordarme y la gente los bajó. El personal quería bailar. Armé un set con música de deadmau5, Armin van Buuren, Inna y Steve Angello y me di cuenta de que necesitaba alcohol. Hice la petición y me entregaron, como antaño, una caja de cerveza Indio. Media cajetilla de cigarros después, me di cuenta que no vi bailar a la gente porque estaba en trance. Cuando terminé de tocar bajé a la pista y un chico me llevó al camerino con los demás DJs y músicos. Platicando supieron que era El Bicho de RockStage. Volví a casa el sábado al amanecer, después de ir a festejar a casa de un ejecutivo de la agencia en Santa Fe. Fue una convivencia un poco extraña, me sentía, hasta cierto punto, secuestrado. Me llevaron a casa en la Hummer y, muy respetuosos, al bajarme del vehículo, me entregaron mi mochila con mi pequeña laptop (mi hermosa Negra que ya ha muerto). Creí que la había perdido.

Siguieron tocadas en La Roma, La Condesa, La Juárez, el Centro Histórico, Coyoacán: fiestas, roofs, roof gardens, cuartos, salas, etcétera.

Entonces dejé de mezclar solamente música de otros, comencé a producir mis propios tracks y vino una invitación a tocar en una fiesta en una casa en Cuernavaca. Top total, VIP, farándula, alberca. Antes de mí tocó el mismo DJ de drum and bass y lo bajaron. Después toqué yo y la gente se encendió. Tras de mí iba un gordito que se vomitó antes de tocar así que subí a la music station a echarle una mano. Mezclamos a dos manos y de pronto una mesera nos lleva dos martinis: “De parte de aquellas chicas”, señaló a unos metros del set a dos chicas obsequiosas que parecían extraídas de la revista Nylon. Brindamos y sonreímos y el DJ gordito, que también era bajista de un grupo punk, y me conocía por RockStage, me dijo algo como: “ya ligamos”. Le dije que no, que en cuanto termináramos de tocar iban a olvidarse de nosotros. Y así fue.

El DJ es sólo un espejismo, es el centro neurálgico de la fiesta pero al que menos atención le pone la gente. La música rebasa al DJ y eso debes saberlo si eres profesional.

Años antes me sucedió algo similar cuando en un Vive Latino que fui a cubrir, el grupo Magisterio Nacional me invitó a tocar las percusiones. Todo es un espejismo.

Llevaba más de un año como DJ cuando me invitaron a tocar en un evento en la terraza del Hotel W y vi, entre la gente que bailaba, a mi terapeuta.

“Te vi en la invitación y no pude resistirme”, me dijo. Esa era la señal que necesitaba para saberme curado.

El problema eran el alcohol, la ligereza, la moral ligera. Y un día dije ¡basta! Me retiré a hacer mi música con la idea de hacerme productor. Así nació B7XO y posteriormente Speakerguy Project.

Hoy mezclo por gusto, sin cobrar, como parte de mi terapia eterna.

Y me gusta.

Aunque sé muy bien que todo es un espejismo.

No obstante, recordando aquello, no dejo de sentir emoción cuando coloco un track en el espectro del software y siento las pulsaciones en mis oídos. Entonces me siento libre y capaz de dominar a quienes están debajo de la music station y esperan que los haga bailar. Ver un cuerpo moverse es el mejor aplauso.

Por eso soy DJ.

B7XO, Coyoacán, 2016




sábado, 2 de julio de 2016

La última frontera de la preocupación

Crecí con la cantaleta de que preocuparte por los demás no debe ser una acción que busque recompensa. Esto puede ser cierto, no obstante, y hablando en primera persona, lo que deseo ver son resultados derivados de esa especie de consejos que vierto cuando me los piden.


Para entrometerse en la vida de los demás es necesario contar con más permisos, visas y pasaportes que cuando tratas de entrar a Estados Unidos con un turbante en la cabezota. Sin embargo, una vez librados estos requerimientos, el anfitrión debe tener en cuenta que cuando pide una opinión ésta viene acompañada de juicios, de otra forma los consejos no sirven para nada. Pensar lo contrario es pecar de inocente.

Por otro lado, la preocupación, en algunos casos, viene acompañada del cariño que se siente por esa persona que te ha dejado entrar en su vida y, por eso mismo, das seguimiento a esos resultados que pueden complacerte o no. Es aritmética simple.

Pero todo tiene un límite, porque por más sinceridad y cariño que exista, convertirse en el vertedero de los errores de los demás a causa de la estática emocional, de la que ya hemos hablado en este blog, se vuelve no sólo cansado sino engorroso.

No hay nada peor que ser testigo de esa seguidilla de errores mellizos que comete una y otra vez quien te pide consejos y, al mismo tiempo, no tolera los juicios. Es por eso que yo no ando vomitando a mansalva mis pulsiones emocionales.

Ante esto no queda más que bajar la cortina del changarro y huir, no vaya a ser contagioso.

En muchos casos la ausencia de oídos puede ayudar al ofendido a remontar las crestas de su realidad, hacer un paro en sus evoluciones diarias y determinar un examen personal acompañado de una cura de humildad. No obstante, en otros casos, que son mayoría, el indiciado buscará a alguien más para mantener en activo ese juego de mentiras en el que no se busca una solución sino solamente tener un confesionario personal.

Pero quienes somos sujetos de recurrencia para los demás tenemos la responsabilidad de decir ¡basta! cuando se presenta un evento de tal naturaleza, porque, definitivamente, no estamos para resolver la vida de los demás.

Brindar ayuda, consuelo o compañía es un acto que debe venir de adentro pero con la promesa de que nuestro “súper poder” no va a ser desperdiciado. De otra forma, sólo se trata de una falta de respeto.

BTXO, Coyoacán, 2016




viernes, 1 de julio de 2016

Billy, Botellita de Jerez, la hinchada del Blackpool y eso de hacerse pend...

Billy, un chico inglés que pasa por México de visita en casa de nuestro amigo en común, un francés llamado Francoise quien vive en la calle París –curiosa es la vida–, me hace preguntas sobre futbol y me pide que lo lleve a un partido en algún estadio del todavía entonces Distrito Federal. Para su desgracia, en ese momento del año la liga mexicana de primera división no está en activo. Es verano y los equipos comienzan la pretemporada después del intercambio de jugadores.

Estamos en una fiesta en casa de mi amigo El Irlandés en Coyoacán y de fondo, para los invitados especiales, suenan Mano Negra y Sex Pistols. Corren botellines de cerveza en una noche fresca al lado de un enorme eucalipto en cuyo tronco se ha formado el rostro de un gorila.

Billy alcanza el 1.90 de estatura, es tan rubio y rojizo como Wayne Rooney pero tiene la corpulencia de un jugador de rugby. Viste tenis, bermudas cargo y una camiseta deportiva sin logos ni marcas. Se le ve lo hincha del futbol que es. Con el paso del tiempo, y la seguidilla de cervezas, me imagino que estoy charlando con un enorme y amable grizzli.

Es el año 2005 y aún se sienten las emociones de la reciente final de la Champions en la que el Liverpool volvió de un 3-0 en contra en la segunda mitad para vencer al Milan italiano en serie de penaltis el 25 de mayo del mismo año.

Mi todavía esposa iba de un lado a otro de la casa y veía el partido de reojo pero se sentó a mi lado después de que Vladimír Šmicer encajó el segundo gol del cuadro del puerto tras una serie de rebotes. ¿Qué cantan?, me preguntó verdaderamente interesada. Los locutores tuvieron un gesto que siempre se agradece: se callaron la boca y dejaron el sonido ambiente, en el que más de 10 mil ingleses ataviados de rojo y con las bufandas en ristre cantaban You never walk alone, canción sesentera del grupo Gerry & The Pacemakers que es considerada el himno popular del Liverpool.

En unos minutos la puse en contexto. El tres a cero del primer tiempo, la manera como los dirigidos por el español Rafa Benítez se recuperaron escalando peldaños más a fuerza de empujar al rival que de mostrar un buen toque de balón. Entonces Xabi Alonso asestó el empate anotando un penalti y casi me caigo de la silla. ¡Increíble! ¡Asombroso! ¡Ésa es la belleza del futbol carajamadre!, grité.

-Pues a quién le vas –preguntó ella.
-A ninguno en realidad, pero a estas alturas quiero que gane el Liverpool.
-Si no le vas a nadie por qué lo ves.
-Porque me gusta el futbol –le dije.

El resultado lo conocemos todos los que sabemos de futbol. Liverpool ganó en penales y cuando Steven Gerard alzó la orejona y volaron los papelitos rojos y blancos a mí se me salieron las lágrimas.

Semanas después, comentando aquello con Billy, me dijo que el partido lo había emocionado tanto como a los millones de espectadores de todo el mundo pero que él hinchaba por el Blackpool y que los aficionados de los demás equipos se dejaran de joder. Ese año el Blackpool quedó en lugar 19 de la League One, que es la segunda fuerza divisional en Inglaterra. Descendió.

Blackpool es una ciudad porteña con poco menos de 150 mil habitantes ubicada al noroeste de Manchester y ha sido cuna de famosos como Robert Smith (The Cure), Dave Ball (Soft Cell), Chris Lowe (Pet Shop Boys), Cynthia Lennon y el gran Billy Lewis, con quien compartía unas coronas.

Por la cercanía del puerto de Blackpool con Manchester le pregunté a Billy si hinchaba por el City o el U.

“No, en Inglaterra el futbol es local. Hinchas por el equipo de tu ciudad o de tu pueblo; no importa si el estadio es de madera, todo se llena de amigos, vecinos, familiares de los jugadores. Te vas caminando desde tu casa o desde algún pub local. Es poca la gente en las provincias de Inglaterra que hincha por algún equipo de la Premier. Sigues al equipo de tu localidad y, bueno, si naciste en Manchester o en Liverpool tuviste suerte, pero en realidad lo que nos gusta es alentar a nuestro equipo”, me comentó con la jocosidad de una esfinge.

Acostumbrado a otra manera de percibir el futbol, le confesé que no entendía. ¿Cómo es posible que siendo inglés no tengas un equipo favorito en la liga Premier?

“Porque no es necesario. Pueden gustarme Liverpool, Arsenal o Bolton, y hasta clubes menores que han estado en la Premier como el Middlesbrough, pero no hincho por ellos, sería hipócrita. Disfrutas un partido de la Premier por el nivel pero hasta ahí, la pasión tiene raíces, es herencia y no sólo por gusto”, enfatizó, ahora, con el humor de la puerta de una bóveda.

Le comenté que aun sin haber estudiado en la UNAM (aunque lo hice recientemente) siempre he sido hincha de los Pumas, desde los seis años de edad, después de que mi padre me llevara al Estadio Olímpico a ver un Pumas-Cruz Azul (mi padre es fiel seguidor cementero).

-Pero desde entonces los has seguido, ¿no?
-Así es.
-Es un equipo de tu ciudad, de tu raíz, reconoces a los rivales directos, los clásicos, sufres y festejas, pagas un boleto para verlos o abres una cerveza en tu casa con la familia. Es algo que se trae desde la infancia. Lo llevas dentro. Me gusta el futbol pero no me veo hinchando por Real Madrid o Barcelona, por ejemplo. Ni siquiera por el U o el City. Passion knows no boundaries.

La hinchada y el gusto son cosas diferentes. La primera tiene, como bien dijo Billy: raíz. La segunda es por simpatía por algún jugador, del deporte que sea, o por los colores, pero sólo en aquélla caben la pasión, las lágrimas, las risas o el medio vaso de cerveza que vuela tras un yerro de los muchachos; las manos cubriendo el rostro, las rodillas quebradas porque te hincas pidiendo un gol, una jugada que rescate el encuentro. El abrazo con el vecino de tribuna al que no conoces pero con el que te unen los colores y la historia.

Como acentuando la lírica de Billy, Medios Lentos señala: “Hinchas hay muchos, los hay de clubes grandes, lo cual es indiscutiblemente más fácil, pero también los hay de los denominados ‘chicos’, de uno de esos que se hace por herencia, de esos clubes de barrio, de los que te llevaba tu abuelo a verlo los sábados… de esos de ascenso”.

-Yo estuve en el 4-1 a Cruz Azul en 1981 –me dijo un viejo alguna vez en la tribuna del Olímpico 68.
-Yo vi jugar a Schuster con Pumas y a Hugo Sánchez, Michel y Butragueño con el Celaya. Pumas ganó 4-3 –le comenté.

En alguna ocasión, durante la conferencia de prensa de Botellita de Jerez tras su participación en un Vive Latino, una reportera les preguntó si eran precursores de los kitsch, a lo que el gran Sergio Arau respondió: “Nosotros somos nacos, lo kitsch es sólo hacerse pendejo”.

No encuentro mejor analogía, sobre todo por eso de sentirse merengue, catalán o xeneize…

BTXO, Coyoacán, 2016