Billy, un chico inglés que pasa por México de visita en casa
de nuestro amigo en común, un francés llamado Francoise quien vive en la calle París
–curiosa es la vida–, me hace preguntas sobre futbol y me pide que lo lleve a
un partido en algún estadio del todavía entonces Distrito Federal. Para su
desgracia, en ese momento del año la liga mexicana de primera división no está
en activo. Es verano y los equipos comienzan la pretemporada después del
intercambio de jugadores.
Estamos en una fiesta en casa de mi amigo El Irlandés en
Coyoacán y de fondo, para los invitados especiales, suenan Mano Negra y Sex
Pistols. Corren botellines de cerveza en una noche fresca al lado de un enorme eucalipto
en cuyo tronco se ha formado el rostro de un gorila.
Billy alcanza el 1.90 de estatura, es tan rubio y rojizo
como Wayne Rooney pero tiene la corpulencia de un jugador de rugby. Viste
tenis, bermudas cargo y una camiseta deportiva sin logos ni marcas. Se le ve lo
hincha del futbol que es. Con el paso del tiempo, y la seguidilla de cervezas,
me imagino que estoy charlando con un enorme y amable grizzli.
Es el año 2005 y aún se sienten las emociones de la reciente
final de la Champions en la que el Liverpool volvió de un 3-0 en contra en la
segunda mitad para vencer al Milan italiano en serie de penaltis el 25 de mayo
del mismo año.
Mi todavía esposa iba de un lado a otro de la casa y veía el
partido de reojo pero se sentó a mi lado después de que Vladimír Šmicer encajó
el segundo gol del cuadro del puerto tras una serie de rebotes. ¿Qué cantan?,
me preguntó verdaderamente interesada. Los locutores tuvieron un gesto que
siempre se agradece: se callaron la boca y dejaron el sonido ambiente, en el
que más de 10 mil ingleses ataviados de rojo y con las bufandas en ristre cantaban
You never walk alone, canción
sesentera del grupo Gerry & The Pacemakers que es considerada el himno
popular del Liverpool.
En unos minutos la puse en contexto. El tres a cero del
primer tiempo, la manera como los dirigidos por el español Rafa Benítez se
recuperaron escalando peldaños más a fuerza de empujar al rival que de mostrar
un buen toque de balón. Entonces Xabi Alonso asestó el empate anotando un penalti
y casi me caigo de la silla. ¡Increíble! ¡Asombroso! ¡Ésa es la belleza del
futbol carajamadre!, grité.
-Pues a quién le vas –preguntó ella.
-A ninguno en realidad, pero a estas alturas quiero que gane
el Liverpool.
-Si no le vas a nadie por qué lo ves.
-Porque me gusta el futbol –le dije.
El resultado lo conocemos todos los que sabemos de futbol. Liverpool
ganó en penales y cuando Steven Gerard alzó la orejona y volaron los papelitos
rojos y blancos a mí se me salieron las lágrimas.
Semanas después, comentando aquello con Billy, me dijo que
el partido lo había emocionado tanto como a los millones de espectadores de
todo el mundo pero que él hinchaba por el Blackpool y que los aficionados de
los demás equipos se dejaran de joder. Ese año el Blackpool quedó en lugar 19
de la League One, que es la segunda fuerza divisional en Inglaterra. Descendió.
Blackpool es una ciudad porteña con poco menos de 150 mil
habitantes ubicada al noroeste de Manchester y ha sido cuna de famosos como
Robert Smith (The Cure), Dave Ball (Soft Cell), Chris Lowe (Pet Shop Boys), Cynthia
Lennon y el gran Billy Lewis, con quien compartía unas coronas.
Por la cercanía del puerto de Blackpool con Manchester le
pregunté a Billy si hinchaba por el City o el U.
“No, en Inglaterra el futbol es local. Hinchas por el equipo
de tu ciudad o de tu pueblo; no importa si el estadio es de madera, todo se llena
de amigos, vecinos, familiares de los jugadores. Te vas caminando desde tu casa
o desde algún pub local. Es poca la gente en las provincias de Inglaterra que
hincha por algún equipo de la Premier. Sigues al equipo de tu localidad y,
bueno, si naciste en Manchester o en Liverpool tuviste suerte, pero en realidad
lo que nos gusta es alentar a nuestro equipo”, me comentó con la jocosidad de
una esfinge.
Acostumbrado a otra manera de percibir el futbol, le confesé
que no entendía. ¿Cómo es posible que siendo inglés no tengas un equipo
favorito en la liga Premier?
“Porque no es necesario. Pueden gustarme Liverpool, Arsenal
o Bolton, y hasta clubes menores que han estado en la Premier como el Middlesbrough,
pero no hincho por ellos, sería hipócrita. Disfrutas un partido de la Premier por
el nivel pero hasta ahí, la pasión tiene raíces, es herencia y no sólo por
gusto”, enfatizó, ahora, con el humor de la puerta de una bóveda.
Le comenté que aun sin haber estudiado en la UNAM (aunque lo
hice recientemente) siempre he sido hincha de los Pumas, desde los seis años de
edad, después de que mi padre me llevara al Estadio Olímpico a ver un Pumas-Cruz
Azul (mi padre es fiel seguidor cementero).
-Pero desde entonces los has seguido, ¿no?
-Así es.
-Es un equipo de tu ciudad, de tu raíz, reconoces a los
rivales directos, los clásicos, sufres y festejas, pagas un boleto para verlos o
abres una cerveza en tu casa con la familia. Es algo que se trae desde la
infancia. Lo llevas dentro. Me gusta el futbol pero no me veo hinchando por
Real Madrid o Barcelona, por ejemplo. Ni siquiera por el U o el City. Passion knows no boundaries.
La hinchada y el gusto son cosas diferentes. La primera
tiene, como bien dijo Billy: raíz. La segunda es por simpatía por algún
jugador, del deporte que sea, o por los colores, pero sólo en aquélla caben la
pasión, las lágrimas, las risas o el medio vaso de cerveza que vuela tras un
yerro de los muchachos; las manos cubriendo el rostro, las rodillas quebradas
porque te hincas pidiendo un gol, una jugada que rescate el encuentro. El
abrazo con el vecino de tribuna al que no conoces pero con el que te unen los
colores y la historia.
Como acentuando la lírica de Billy, Medios Lentos señala: “Hinchas
hay muchos, los hay de clubes grandes, lo cual es indiscutiblemente más fácil,
pero también los hay de los denominados ‘chicos’, de uno de esos que se hace
por herencia, de esos clubes de barrio, de los que te llevaba tu abuelo a verlo
los sábados… de esos de ascenso”.
-Yo estuve en el 4-1 a Cruz Azul en 1981 –me dijo un viejo
alguna vez en la tribuna del Olímpico 68.
-Yo vi jugar a Schuster con Pumas y a Hugo Sánchez, Michel y
Butragueño con el Celaya. Pumas ganó 4-3 –le comenté.
En alguna ocasión, durante la conferencia de prensa de
Botellita de Jerez tras su participación en un Vive Latino, una reportera les
preguntó si eran precursores de los kitsch,
a lo que el gran Sergio Arau respondió: “Nosotros somos nacos, lo kitsch es sólo hacerse pendejo”.
No encuentro mejor analogía, sobre todo por eso de sentirse
merengue, catalán o xeneize…
BTXO, Coyoacán, 2016