Recién llegado, el policía de mi condominio, un muchacho de
unos 28 o 29 años, comenzó hablándome de usted: “Pase usted, Andrés”; “Buenas
noches, Andrés, ¿cómo LE fue hoy?” y, para todos los de mi generación, que
comiencen a hablarnos de usted es como ver una de esas señales de carretera que
dicen ¡Precaución! O lo que es lo mismo: “Ya valió madres, ya te ves señor”.
Toleré su buena educación un par de semanas y un día lo frené:
“Poli, mi estimado poli, no te preocupes, háblame de tú, o sea, no de ti sino
de tú porque (risita) me haces sentir viejo”. “Como USTED diga”. ¬¬ Finalmente,
a fuerza de miradas censoras hacia su buena educación comenzó a hablarme de tú y,
poco a poco, fue tomando más confianza porque al saludarme en las mañanas de
los sábados pasó de “¿Desveladito?” a “¿Qué tal la cruda?” ¬¬
Y eso fue peor porque mientras caminaba iba pensando: ¡En la
madre! Pero si anoche ni tomé. ¿A poco ya de plano me veo tan jodido?
Una ex novia reciente, de mi edad, que estudió la secundaria
conmigo, me comentaba que en una ocasión quedó a cenar con otras compañeras en
común de la secu y que en el elevador
del restaurante un chavillo que iba a bajar en cierto piso y ellas no lo
dejaban pasar, les dijo: “Compermisito, señoras, gracias, que descansen”, y que
todas respingaron: “¡cómo que señoras!” ¡Pues si lo son!, le dije. “Si, güey,
pero no es educado que te recuerden a cada rato que estás envejeciendo”, reviró
con razón. Hoy ha admitido su edad y se considera una señora interesante. ¡Aiñ!
;)
Yo ya de plano dejé de decirles a taxistas y tamaleros: “Buen
día, joven”, porque se pone uno de pechito. Y todo porque un día el tamalero me
dijo: “Aquí con frío, DON”. ¬¬ Y yo pensaba: ¡mis canas son prematuras, baboso!
Es más, no son canas, es el miedo que aflora en cada cierre editorial (sólo
periodistas y editores entenderán este gracejo), luego el pelo se me pone negro
otra vez. u.u
Lo que de plano ya no tuvo madre fue en un concierto de punk
al que fui a escondidas porque, para empezar chaparro, tengo que estar hasta
adelante para ver y no sólo escuchar. Porque parece que los chaparros pagamos
un boleto para ver el Vive Latino en las pantallas gigantes y pues siendo así
mejor me quedo en mi casa tomándome una cerveza mientras acaricio al gato.
Retomando, aun cuando el slam de
ahora no es como el de mis tiempos (eso de “mis tiempos” o “mi época” también
es de rucos), y ya más bien parece la víbora de la mar, me fui hasta el frente,
procurando no meterme a esa madriza aquiescente, así en la orillita, como
cuando voy al mar, y un morro muy educado de mohicanera verde les dijo a sus
amigos punks: “nomás aguas, no vayan a pegarle al DON” ¬¬ Y remata el cabrón: “no
se preocupe, DON, yo lo cuido de estos cábulas”. Al final les invité unas
cervezas y empecé con: en mis tiempos las cervezas eran en bolsa con popote y
así… Me acompañaron caminando a casa; no fuera a pasarme algo. ¬¬
Resulta también que dos de mis grandes amigos, Sebastián Ortiz
Casasola (cineasta) y Edgar López (productor y locutor radiofónico), en momentos
distintos pero con una honestidad así de pinches desbordada, me dijeron: “tienes
la edad de mi papá, yo creo que se llevarían bien”. ¬¬ Lo mismo pasó con un
proyecto de novia quien, por Whatsapp, me dice: “que dice mi papá que si te
gustan Yes, Alan Parsons y Emerson, Lake and Palmer”. ¬¬ x 10 mil.
Para quienes nos gusta el futbol, la mejor métrica de
nuestra vejez la advertimos cuando atestiguamos el retiro de un jugador que también
vimos debutar: ¡Ah, chingá! ¿Por qué se retiró Braulio Luna si tiene mi edad? Y
mi papá me contestaba, con algo de saña, la neta: “Pues porque ya está viejo”.
Y sólo le faltó decir: “¡Y tú aquí echadote en el sillón!” O sea que, además de
viejo, ¡huevón!
Hace unas horas –situación que motivó este texto– venía
caminando rumbo a casa con playera, sudadera, chaleco de salvavidas, guantes de
vagabundo, rictus de hipotermia y un terrible fallo en la vejiga que me
obligaba a caminar aprisa como japonesa, cuando me topé con cuatro chicos de
unos 18 o 19 años con playerita y sudadera atada en la cintura, quienes venían
a las carcajadas y se advertía esa jovialidad que en mi caso cada vez cotiza
menos en las mañanas. Recordé, al verlos a la distancia, esas épocas en las que
el estado del tiempo me valía miembro viril y al ver a un adulto con mis trazas
de ahora pensaba: seguro ya se va a su casa a ver la tele (Netflix) envuelto en
una cobija (cabe señalar que de Navidad mi hermana me regaló una deliciosa
cobija ¡para no pasar frío cuando veo la tele!). Y justo cuando me crucé con
ellos, vi en sus jetas pubertas un gesto que campeaba entre la risa y la
compasión.
Al llegar a mi edificio me topé con el poli, a quien de plano
llamé por su nombre: buenas noches, Arturo, cómo te va; y él, que quizás
también sintió un poco de compasión, contestó: “Bien, DON Andrés, ¿no tiene
frío?” No dije nada, sólo sonreí y alcé la mano enguantada para decirle que más
o menos. Finalmente, pensé, no está de más que, a nosotros los viejos, nos
traten con un poco de respeto.
Coyoacán, 2017.