Capítulo 2: Buenas noticias
Durante un tiempo quise ser un hombre de
conocimiento, pero hice todo lo contrario y me volví periodista. Los
periodistas somos esa raza de humanoides que creemos conocer la verdad de todo
y por eso nos atrevemos a contarla, aunque no se nos pida nuestra opinión.
Una
vez creí que para contrarrestar mi trabajo sucio como analista político en una
revista de corte chayotero lo mejor sería fundar un periódico que solamente
publicara buenas noticias. Nada de descabezados ni bombas que estallan dentro
del subterráneo, o guerras en países que viven de la guerra. Para algunas
cultura le beligerancia es cosa de todos los días, pero nosotros qué culpa
tenemos. Por supuesto que no lo hice, y tome esa decisión después de realizar
una encuesta, un análisis de campo que me entreveró un sinfín de
inconvenientes, capitaneado por una triste verdad: a nadie le gustan las buenas
noticias, a menos que tengan que ver con ellos mismos. Y francamente no iba a
publicar que doña Naborita va a ser bisabuela, o que a don Celestino le
subieron el sueldo. Bah. Qué chasco. Ahí van mis buenas intenciones.
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