Btxo
Especialistas en el comportamiento humano no se ponen de
acuerdo con un debate respecto al impacto que las redes sociales tienen en la “autoestima
exacerbada” de los usuarios. La literatura científica asegura que dichos espacios,
bien fomentan el narcisismo, o acaso lo aceleran. En lo que sí han empatado las
opiniones es en la manera como la notoriedad en su escenario define el
resultado de aquel impacto referido líneas arriba. Ansiedad, depresión, ira,
alegría son sentimientos percutidos a partir de esa ruleta rusa que es revisar
el timeline (o línea de tiempo, para los puristas del lenguaje) y advertir, con
gozo o cólera, de qué va la vida de los demás. El siguiente canal que se abre
es la respuesta, que puede dividirse en dos vertientes definidas por conceptos
que actualmente se comprenden y manejan con frecuencia: “like” o “troll”. Un
muro, o un timeline, pueden definirse como una fiesta a la que todos están
invitados.
Para los que nacimos a mediados de los setentas, cuando
todavía teníamos la oportunidad de pensar por nosotros mismos, las reglas tácitas
que acompañaban la invitación a una fiesta eran sencillas: no rompas algo ni te
robes nada. Es decir: no transgredas la confianza que en ti ha depositado el
anfitrión. Claro que nunca falta el colado. Hace poco alguien me preguntaba si
la gente que tira basura en la calle se comporta de la misma manera en sus
casas. Es difícil saberlo. No obstante, sí podemos tener un ligero acercamiento
si conocemos el tipo de educación y el nivel de autoestima de dicha persona. Otro
individuo me preguntaba, haciendo referencia al comportamiento de la gente en
redes sociales, por qué algunos de sus “añadidos” se empeñaban en envilecer una
publicación inteligente o interesante, o bien cualquier manifestación de
alegría, con un comentario insidioso, fuera de lugar y, hasta cierto punto, que
evidencia una rabia consumada.
Uno de los principales miedos que observábamos quienes participábamos
por primera vez en un taller de literatura, durante la beca Jóvenes Creadores
del FONCA, iba dirigido a las críticas que los demás harían sobre nuestros
avances. Afortunadamente coincidimos novelistas, ensayistas, poetas y otros
artistas dentro de un ambiente de responsabilidad. A pesar de uno que otro
incidente aislado, generado principalmente por la poca o nula autoestima del
criticado, ya predispuesto al drama, se trató de casos menores. Hoy en día,
tengo la fortuna de guardar un par de aquellas amistades, a las que puedo
enviarles un texto con la confianza de recibir una crítica honesta y profunda,
sin violar los límites del respeto. Porque se trata de gente educada, ¡ajá! Y
esa es la misma apreciación que he atestiguado de otras personas que han
participado en talleres literarios.
En la cinta “Y tu mamá también”, de Alfonso Cuarón, hay una
línea que define a la perfección esa crítica exacerbada por la impotencia, o el
despecho, o el desgano: “Los críticos son unos pendejos”. Y lo somos, eso hay
que reconocerlo, porque la editorialización de los comentarios viene enajenada
por el gusto personal. Y en mi opinión personal, al referirme a Arjona, por
ejemplo, antepongo el gusto: “Es un asco de pretensión”, “Poeta hipocondríaco”;
entonces, ¿por qué el tío sigue llenando el Auditorio Nacional cada vez que
viene? Quizás treinta mil sujetos están en lo cierto y yo no, sin embargo, no
por eso voy a recular y afirmar lo contrario. De ahí que se nos considere unos
pendejos. Por eso mismo dejé de escribir de rock, quemar las naves, rasgar las
cuerdas del arpa con un cuchillo filetero, y echar por la borda esos quince
años en los que me forjé como una voz autorizada para decir: “deben escuchar esto,
pero esto no”.
Hoy en día conozco y respeto a toda esa fauna afanosamente
analítica de la que, a mis casi 40 años, puedo seguir aprendiendo. Analistas,
no críticos, literarios, musicales, cinéfilos, periodísticos, etcétera. La
mayoría son amigos míos y eslabonamos un pimponeo lúdico sumamente integrador
y, en ocasiones, enternecedor. Gente como Gonzalo Soltero, Víctor Cabrera, Karina
Cabrera, Roberto Marmolejo, Naief Yeyha y un muy reducido etcétera.
En el entendimiento del control ante la libertad otorgada
por las redes sociales, resulta incomprensible que dentro de esa red que se
teje de un punto a otro, inclusive con vertientes insospechadas, aún existan
invitados incómodos que se tomen demasiado en serio el dogma del iconoclasta.
Una de las finalidades de dichos escenarios es precisamente,
y debido a la unión que se forja de muro a muro, la integración y no el
desplome de los valores personales de la
construcción del otro. Justamente, cuando no se conoce a alguien en la red, sobre
todo en Facebook, junto a la imagen del interfecto reza la leyenda: “+1 Agregar
a mis amigos”. ¿De qué clase de amistad estamos hablando?
El problema del “trolleo” es la ambigüedad del término. “Trollear”
puede significar arrancar una sonrisa, un debate integral, pero no buscar el
escarnio para generar esa notoriedad que, por fuerzas naturales, tiene un
impedimento.
(Coyoacán, 2013)
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