Crecí con la cantaleta de que preocuparte por los demás no
debe ser una acción que busque recompensa. Esto puede ser cierto, no obstante,
y hablando en primera persona, lo que deseo ver son resultados derivados de esa
especie de consejos que vierto cuando me los piden.
Para entrometerse en la vida de los demás es necesario
contar con más permisos, visas y pasaportes que cuando tratas de entrar a
Estados Unidos con un turbante en la cabezota. Sin embargo, una vez librados
estos requerimientos, el anfitrión debe tener en cuenta que cuando pide una
opinión ésta viene acompañada de juicios, de otra forma los consejos no sirven
para nada. Pensar lo contrario es pecar de inocente.
Por otro lado, la preocupación, en algunos casos, viene acompañada
del cariño que se siente por esa persona que te ha dejado entrar en su vida y,
por eso mismo, das seguimiento a esos resultados que pueden complacerte o no.
Es aritmética simple.
Pero todo tiene un límite, porque por más sinceridad y
cariño que exista, convertirse en el vertedero de los errores de los demás a
causa de la estática emocional, de la que ya hemos hablado en este blog, se
vuelve no sólo cansado sino engorroso.
No hay nada peor que ser testigo de esa seguidilla de
errores mellizos que comete una y otra vez quien te pide consejos y, al mismo
tiempo, no tolera los juicios. Es por eso que yo no ando vomitando a mansalva
mis pulsiones emocionales.
Ante esto no queda más que bajar la cortina del changarro y
huir, no vaya a ser contagioso.
En muchos casos la ausencia de oídos puede ayudar al
ofendido a remontar las crestas de su realidad, hacer un paro en sus
evoluciones diarias y determinar un examen personal acompañado de una cura de
humildad. No obstante, en otros casos, que son mayoría, el indiciado buscará a
alguien más para mantener en activo ese juego de mentiras en el que no se busca
una solución sino solamente tener un confesionario personal.
Pero quienes somos sujetos de recurrencia para los demás
tenemos la responsabilidad de decir ¡basta! cuando se presenta un evento de tal
naturaleza, porque, definitivamente, no estamos para resolver la vida de los
demás.
Brindar ayuda, consuelo o compañía es un acto que debe venir
de adentro pero con la promesa de que nuestro “súper poder” no va a ser
desperdiciado. De otra forma, sólo se trata de una falta de respeto.
BTXO, Coyoacán, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario