Uno de los mejores
libros que he leído se llama El Periodismo Canalla, de Tom Wolfe. Se trata de
una recopilación de textos, muy al estilo de Los Once de la Tribu, de Juan
Villoro, que demuestra que, para destacar en la profesión, es necesario gozar
de ciertas libertades.
Que
te llamen simplemente periodista, reportero o comunicador es igual a que te
llamen licenciado: una limitante. El verdadero reto no es contestar llanamente
el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde?, sino demostrar que eres escritor. El escritor lo engloba
todo. Y el escritor se forma en la “talacha”, como el buen futbolista
(Cuauhtémoc Blanco), el buen patinador (Tony Hawk), el músico (José Cruz), el
actor (Johnny Depp), el pintor (Vincent Van Gogh) y el experto en videojuegos (mi
hijo Leonardo), es decir que está más emparentado con el arte que con
formularios.
Para
escribir deben respetarse lineamientos ortográficos pero nada más, dándole
mayor importancia al fondo y las formas. Es decir que, respetando la
información, el estilo para redactar trabaja en relación directa con el
resultado. Siempre va a ser más atractivo el texto que comienza con una frase
fuerte, como las buenas novelas, que respondiendo las cinco preguntas del
Apocalipsis como si se tratase de un formulario burocrático. Esto, al menos, en
el periodismo moderno e inmediato, aquél que te lleva a hacer una bola de papel
con el boletín para practicar tus encestes a la Kareem Abdul-Jabar con el bote
de basura.
El
periodismo es un arte que viene en la sangre, que late al ritmo de las
pulsaciones y la presión arterial, y que funciona en base a cuestiones más bien
subjetivas, como el humor, el interés, la curiosidad, la cultura y la obsesión
del escritor. El escritor debe tener, para él y para su medio, la lealtad del mercenario.
En el momento que redactas una línea eres escritor, ya después se verá si eres
un buen o mal escritor (así sólo escribas una carta de amor, o una disculpa a
tu madre porque quebraste un jarrón de la dinastía Ming mientras emulabas a
Maradona en la sala de tu casa), pero no debes ser un mal conducto. La idea
está echada, lo interesante es saber cobijarla con datos, diseñarla y después,
como una obra de arte, exponerla, y eso no se logra con fórmulas
preestablecidas. Por otra parte, como en una obra de arte, la crítica contra el
periodismo sobra. Sólo los necios critican algo que brotó de la inspiración y
las ideas de un artista, porque, precisamente, vienen de la entraña. El
periodismo solamente se critica cuando viene prediseñado e impulsado por una
línea dictada por el medio o los patrocinadores, llámense privados o políticos,
que conlleva una intención y una finalidad. O bien, cuando, quien escribe, aún
comunicando la idea, brinda un formato cuadrado, que no impone y se estrecha en
el oficio: porque no es lo mismo fabricar en serie que ser un artesano o un
artista.
Por
ende, no es posible comparar a un Manuel Buendía (más mártir que excelente
periodista) con un Juan Villoro o un Herman Bellinghausen. Incluso en fuentes
más frías y numéricas como Economía y Finanzas, hay ejemplos de estilo, crudeza,
sencillez e impacto como los que logra un Enrique Galván Ochoa. Como tampoco es
posible equiparar a Mario de la Reguera con un viejo lobo como Víctor Roura. O
un Ciro Gómez Leyva con un tipo como Javier Solórzano.
El
escritor debe adecuarse a las épocas en las que travesea, porque la velocidad
de respuesta debe ser acorde con la manera como la información gotea, a ritmo
veloz. Si analizamos películas como Todos los Hombres del Presidente, y casos
como el de Watergate, podremos darnos cuenta de los tiempos, cuando la
investigación era más aletargada, y el impacto, y por ende las consecuencias,
tardaban más en llegar. Pero si nos tiramos de cabeza en el Iberogate, que dio
pie a la formación del devaluado movimiento #YoSoy132, confirmaremos que la respuesta
debe ser inmediata, porque, gracias a las nuevas herramientas, el lector se
adelanta y es el primero en liberar la nota. Un derrotero en el que, las
fórmulas, sobran.
Ahora,
el nuevo periodismo no está peleado con la ética, no obstante, dicha virtud (o
bien obligación), en un buen escritor, debe ser innata, parte de su ADN, se le
da por hecho, así que no se trata de hablar de ella como del elefante en la
habitación.
Quizás
algunos de los ejemplos que he vertido como periodistas modelo (que no indispensables
o determinantes para todos) no sean del agrado de la mayoría, sin embargo, es
evidente que existen diferencias entre ellos y sus comparaciones, porque
estamos hablando de estilo, precisión y trascendencia. Como en el gusto musical,
cada uno tendrá a sus preferidos. En mi caso, que estudié Sociología y no
periodismo, puedo citar a aquellos periodistas, escritores, amigos y colegas que
me enseñaron más leyéndolos, quizás conversando con algunos en los 19 años que
tengo publicando, y trabajando directamente con otros: Lester Bangs (Creem
Magazine), Ben Fong Torres (Rolling Stone), Juan Villoro, Jordi Soler, Tom
Wolfe, José Ramón Fernández (con quien compartí mesa de diálogo en la
Universidad Iberoamericana), Julio Hernández (que amablemente corregía mi
columna A Títere Personal… vía
e-mail), Víctor Roura, Vladimir Hernández, Rodolfo Rojas-Zea, Rose Mary
Espinosa (entrañable), Carlos Monsiváis, Paco Ignacio Taibo II, Raquel Peguero,
Roberto Marmolejo, Josu Landa, Eduardo Langagne, Mario González Suárez, Amílcar
Salazar, Carlos Perzábal, Daniela Tarazona, Víctor Cabrera, Karina Cabrera, Fernando
de León, Eddy Govea, José Israel Carranza, Gonzalo Soltero y, recientemente,
Alejandro Cárdenas, Felipe Morales, Marcela Vargas (Gatopardo) y, sobre todo, mis
mentoras Olimpia Velasco y Rosalinda Palomeque, diestras ellas dos desde la
primera coma hasta la manera de editar un texto sin quedarte ciego y, sobre
todo, que me enseñaron a trabajar con el tiempo encima para, en estas épocas de
velocidad y fascismo periodístico, ganar la nota y botarla, pasada por el
botellazo de champaña, como una barcaza recién inaugurada al oleaje de los
lectores, para surfear en la marea del hipertexto.
¿Por
qué el periodismo gandalla? Porque esa es nuestra función. Así que la
cuadratura de las fórmulas caducas del añejo y triste manual de periodismo de
Carlos Marín fallece en este milenio ante el impacto repentino y fugaz de la
nueva realidad.
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