La desgracia que viven decenas de familias en Santa Fe –hoy conocida
ya como “Santa Fue”– debido a los deslaves ha permitido que afloren los
sinsentidos más característicos de la ciudadanía orientada hacia el desprecio.
Tal y como los hipsters
sobrellevan –mas no padecen– términos ofensivos y una actitud beligerante, los
habitantes de Santa Fe son hoy protagonistas de lo que se conoce como
resentimiento social.
Andanadas de tuitazos y memes cargados de desprecio han
salpicado las redes sociales bajo el lema de: “se lo merecen por ricos”.
Lo más curioso es que dichas expresiones de desprecio
provienen de aquéllos que profesan una presunta preocupación social, como si la
justicia y el derecho fuesen privativos de quienes menos tienen. Los ricos
también lloran y sufren más allá de la devaluación. A los ricos también los
engañan y no por ello son menos susceptibles a la atención de la lucha social.
Cosa curiosa. Cuando un fenómeno natural o las consecuencias
de un engaño afectan el patrimonio de los pobres de inmediato se organizan las
brigadas para exigirle al gobierno que restituya los bienes aunque la
correlación sea indirecta. ¿Por qué en este caso debería ser diferente?
Esto sólo demuestra, más allá del resentimiento social, que
la sociedad mexicana, en general, es ignorante y displicente y reacciona por
instinto, como los animales salvajes. ¿En qué texto se describe que el que más
tiene no es pueblo?
Si los chairos estudiaran un poco de historia sabrían que
dos importantes movimientos sociales como el del 68 y el Yo Soy 132 se gestaron
en las aulas de la Universidad Iberoamericana, hoy vecina de la “zona cero” de
los deslaves. Y más aún, porque si hubiese memoria, se recordaría que tras los
sismos de 1985 la Universidad Iberoamericana, ubicada entonces en el sur de la
ciudad, sufrió tales daños que motivaron su mudanza a Santa Fe.
¿Por qué entonces desdeñar a quienes más tienen?
Los vecinos de Vista del Campo, en Santa Fe, son víctimas de
la corrupción tanto como los habitantes de la delegación Álvaro Obregón, por el
rumbo de Mixcoac, cuyas casas fueron edificadas sobre minas que hace unos años
comenzaron a colapsar.
Claro, a quién se le ocurre comprar un departamento de
millones de pesos sobre un cerro sin base sólida, tanto como a aquéllos que
edificaron sobre un cerro plagado de minas agotadas. Todos somos culpables
pero, al mismo tiempo, se trata de hacer bloque, ¿no es cierto?
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