En la preparatoria me dio por fumar cigarros
mentolados.
-¡Ah, qué puto saliste! –me dijo uno de esos
bestias que hoy en día a sus más de 40 años sigue haciendo los mismos chistes
que en la prepa y a quien su mujer, que al parecer los tiene mejor puestos, lo
manda por las tortillas y la leche para el desayuno de su camada.
Ante semejante oprobio solamente atiné a poner “ojos
de huevo”.
-¿Por qué? –le preguntó una de mis amigas de
grados superiores.
-Porque los hombres fumamos Delicados sin filtro –dijo
el idiota sacando el pecho.
-¿Ah, sí?
-Así es.
-Pues al menos él –mi amiga me señaló– tiene mejor
aliento que tú –acto seguido me plantó uno de esos besos que cuando no son para
ti te provocan envidia.
Justo a mediados de la primera década del siglo
XXI, con tantos adelantos tecnológicos que permiten que la información sea
inmediata, la mayoría de los usuarios de la palabra escrita aún no han
entendido que dichas facilidades podrían ayudarles a desarrollar un criterio acertado
que les evitara pasar por sus credenciales del ridículo.
En este medio hemos mentado más de una vez la
imposibilidad de que el mexicano promedio sepa darle un buen uso a las redes
sociales. Y no me refiero a los recientes actos de terrorismo del Estado
Islámico y la respuesta igualmente absurda del gobierno francés sino a hechos
tan estúpidos como la repentina cancelación del concierto de Luis Miguel en el
Auditorio Nacional porque al sujeto, literalmente, le dio frío. Aunque es
importante recalcar, de paso, la fragilidad emocional del usuario de redes
sociales en México que de expresar su pasión (en la mayoría de los casos
desbocada y sin sustento) tras los ataques en París salta al vagón del día siguiente
para convertir en tendencia la pifia de “El Sol”.
Inclusive, de la misma manera como se equiparó el
resultado del sentimiento personal al colocar en el mismo pedestal las masacres
en París y Ayotzinapa, los chairos musicales comenzaron a comprar los
escalofríos de Luis Miguel con la “valentía” de músicos de rock (que no rockeros) que tras un accidente o un
malestar físico regresaron a los escenarios. Eso de morir con las botas puestas
es tan anquilosado como morir en el nombre del Señor.
La falsamente eficaz autorrespuesta del pequeño horizonte
de cada persona, promovida por la calentura del momento, los lleva a desdeñar
todo lo que no quepa en su costal de milagros proveído por sus más hondos
complejos.
“Yo soy bien rocker y tú no, por ende tú eres puto”. ¿En realidad el escuchar o tocar
cierto tipo de música te vuelve más rudo? ¿Seguimos pensando que un músico de
rock salvará al mundo? ¿Morirían en el nombre del Señor? No hay diferencia. Ni
siquiera los gustos personales te hacen mejor persona, aunque sí te diferencian
en algunos aspectos: cultura y buen gusto.
El que Dave Grohl regresara al escenario después
de quebrarse el metatarso nos indica dos cosas: que respeta demasiado a sus seguidores
y que su vida en general se rige con los mismos tamaños. El tío es un tipazo. ¿Pero
qué habría sucedido si en lugar de romperse la pata se luxa un dedo?
Olvidémonos de la cantidad de veces que Morrissey ha
cancelado conciertos en México porque ya le dolió la panza o porque en el
festival se venden hamburguesas con carne real, y vayamos a aquel mítico
concierto en Manchester cuando su pareja lo mandó a volar horas antes de subir
al escenario y aquél solamente cantó míseros 60 minutos sin moverse un
centímetro, aclarando que estaba deprimido y que muchas gracias every day is like sunday y so long… Y se largó. Ah, pero claro que
es Mr. Mozzer y se le perdona todo por su calidad de diva.
Y con esto no defiendo ni justifico los achaques
de Luis Miguel sino expongo lo que a la postre se desata por tratarse de un cantante
pop mexicano tan odiado por los cronistas que, dicho sea de paso, cantan sus
canciones cuando andan en estado burro y, por lo visto, más consciente.
¿De dónde proviene pues la demostración de
superioridad con base en las actitudes (peor tantito) de quienes son nuestros
ídolos? Sencillamente de la imposibilidad de desligar las frustraciones que aquel
ídolo te ayuda a ocultar con una imagen diseñada en los grandes laboratorios de
las compañías de discos.
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