¿No radica la evolución en el cambio?
Hoy entendí la importancia de estar cambiando siempre. De
darle una remozada a ese “tú” con el que convives día a día y al que saludas
todas las mañanas en el espejo del baño. Justo ese “yo” al que a veces no
soportas.
“Los viejos no cambian” dicen los más jóvenes que algún día
llegarán a esa edad en la que, según ellos, no se cambia. Sabia razón.
Con los años se van coleccionando costumbres que se
convierten en caprichos y cuya presencia nos evita convivir con los demás.
Veo a mi padre, por ejemplo, que en su vida ha sido futbolista,
músico, escritor y director de teatro, cuentista, prosista, ferretero,
pescadero, cafetero, asesor parlamentario y lo que falta. Según veo, no sólo ha
aprendido tanta cosa sino se ha divertido mucho.
¿Alfombrarse la cara es una decisión o un capricho? Dejarse
el cabello largo de forma perenne aunque sepas que te ves terrible y tus gestos
de siempre denotan que esa greña ya te estorba.
¿Por qué no levantarte más tarde los domingos si siempre lo haces
de madrugada? ¿Por qué no disfrutar un amanecer en lunes? ¿Por qué no aprender
a escuchar otro tipo de música? ¿Por qué no enamorarte, para variar? Si los
focos de neón de aquel anuncio que te remueve la entraña no flotan por qué
empeñarse en hacerlos volar.
Sólo aceptando que esas costumbres arraigadas se vuelven
caprichos volveremos a ser felices.
Lo siento mucho, en todo caso, y gracias por la enseñanza.
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