Mi hijo me pidió que lo fotografiara usando su antifaz de
tortuga ninja para poder enviarle la imagen a su mamá vía Whatsapp. Tomé la
imagen y al revisarla descubrí que a la derecha de mi hijo aparece una mujer de
aspecto desagradable que parecía mirar hacia él con un gesto grotesco. En
realidad se trata de un efecto provocado por el movimiento de la mujer al momento
de fotografiar a mi objetivo que estaba quieto. Enviar la fotografía a la madre
de mi hijo requirió de la aplicación de un filtro y un recorte para evitar que
la mujer desagradable se fuera con la imagen.
Hasta ahí podría tratarse de un evento aislado y sin importancia
como los miles que tenemos cada mes. No obstante, después me pregunté sobre la
posibilidad de ir capturando las imágenes de personas desconocidas en las
galerías de nuestros teléfonos celulares. Imágenes que no sólo tenemos en casa
tras descargarlas en el ordenador sino las llevamos con nosotros todo el tiempo
cuando no tenemos la paciencia suficiente para depurar del móvil aquellas
fotografías que ya hemos descargado.
Si después de leer esta entrada tienen la curiosidad de
revisar sus galerías de imágenes seguramente encontrarán a muchos desconocidos,
grotescos o no, retratados de forma fortuita detrás o al lado de nuestro
objetivo, o de nosotros mismos si se trata de una selfie, y en algunos casos inclusive mirando directamente a nuestra
cámara… accidentalmente o no.
Para quienes tenemos un poco de respeto hacia las
vibraciones de las personas, y nuestras propias emociones, esto podría ser delicado.
En términos simples es como dejar entrar en nuestra vida, o en una porción de ella,
a alguien desconocido. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cuál es su función en este
planeta? ¿De qué manera vibran? Al revisar la imagen del antifaz y descubrir a
la mujer de aspecto desagradable sentí un escalofrío similar al que sentía
cuando comenzaba a andar solo por la calle, digamos a los 12 años, y algún
desconocido se acercaba a preguntarme la hora, o la ubicación de una calle.
Puede sonar exagerado pero el impacto de dichas intromisiones
incidentales es parte de la paranoia que se ha sembrado gracias a la vulnerabilidad
de las redes digitales que vamos tejiendo con el paso del tiempo y a la relación
cada vez más estrecha que tenemos con los dispositivos móviles.
No sé si el tema se ha manejado en el cine o la literatura,
pero una buena línea dramática al respecto podría manejarse para prevenir un hipotético
caso de secuestro cuando una mujer descubra que en cada selfie que se toma durante unas vacaciones o una salida a un centro
comercial aparece la misma persona mirando o no a la cámara.
Y todo esto viene a cuento gracias a la relación que armé
entre el documental Terms and Conditions
May Apply, que habla sobre la privacidad en internet, al menos en países de
primer mundo como Estados Unidos o Inglaterra, y la visita que mi hijo y yo
hicimos hoy a la ExpoDrone México 2015.
Repito, puede sonar exagerado, pero en las tres horas que
deambulamos por ahí con la idea de adquirir un dron para comenzar a levantar una
sociedad padre-hijo en lo que respecta a imagen aérea, mi hijo, yo y cerca de
300 personas estuvimos expuestos a decenas de cámaras flotantes que se
activaban durante las demostraciones de los equipos. ¿A dónde van esas grabaciones?
Durante el registro que realizamos en el área de prensa para
adquirir nuestras pulseras que garantizarían nuestra entrada los dos días de
exposición, mi hijo y yo comentábamos sobre la posibilidad de comprar un par de
drones de bajo costo para enfatizar los conocimientos sobre su pilotaje y
posteriormente hacer una inversión más fuerte.
De nuevo la paranoia. Mientras observábamos la flotación de
un hermoso dron de casi 200 mil pesos que era grabado para televisión en el lobby, un hombre identificado con un
chaleco del GDF que se encontraba a la entrada de una expo sobre discapacidad que
se celebraba en el mismo recinto se nos acercó para preguntar, directamente,
cuál era el costo de los drones que habíamos visto y cuánto pensábamos invertir
en ese momento. Capotee la pregunta y con mucha decencia le dije que eso le
valía madres a él y que estábamos ahí a causa de un trabajo escolar de mi hijo.
Es posible que exagere, no obstante, me parece adecuado, más
allá de la privacidad en redes sociales, establecer un cerco personal para
proteger nuestra identidad digital.
Por otro lado, ¿han pensado en cuántas fotografías ajenas aparecen
por descuido? Y sobre todo, ¿quién lleva su imagen accidental en sus teléfonos
celulares? ¿Existe el vudú en línea? Abusados.
(B7XO, Coyoacán, 2015)
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