Alguien me comentaba hace poco, aprovechando que mi pequeño
umbral de tolerancia hacia la superchería andaba de buenas, que los fantasmas
que se aparecen en las casas son energía que se queda, o bien que son entes
(sic) que no concluyeron su misión en la Tierra. No sé. Sí he visto fantasmas y
he sido testigo de fenómenos a los que no se les puede exprimir lógica alguna.
Soy toda una enciclopedia de contradicciones, pero es un
rasgo que me gusta mucho de mi personalidad. No creo en los remedios mágicos
(milagro) ni creo en los milagros (sino en las casualidades amables) pero sí
creo en fantasmas. En ese caso, la explicación de la energía que se queda es la
que me gusta más. Y más aún, porque pienso en la posibilidad de que los seres
vivos también andemos regando energía por ahí. Energía que se queda en cada
casa o lugar en el que estamos el tiempo suficiente, en una o más ocasiones.
En su novela Nueve Aquitania, el escritor jarocho-catalán
Jordi Soler presenta un personaje de hechuras curiosas. Se trata de un hombre
francés cuya labor es hacer de doble de Jean Paul Belmondo en algunas
películas. Lo curioso es que en la vida real aquellas viejas películas francesas
recibían un tratamiento de audio posterior a la filmación y en muchas ocasiones
la voz del personaje que habla no está muy bien secuenciada con el movimiento
de los labios por lo que a veces hay movimiento sin voz y voz sin movimiento. En
muchos casos es la voz la que se retrasa. Cuando el narrador de Nueve Aquitania
se encuentra con el curioso personaje en Lisboa, éste le cuenta que debido a un
defecto provocado por su labor como doble de Belmondo su voz sale retrasada. Después
de una sesión de quema de hachís en la terraza del narrador, éste refiere que a
pesar de que el doble de Belmondo se ha ido a su casa todavía puede escuchar
algunas frases inacabadas.
Recientemente mi padre y yo, sentados mirando el futbol en
la sala de su casa, escuchamos que alguien tosía dos veces en el piso superior,
algo completamente extraño porque estábamos solamente él y yo en la casa. Miré
a mi padre –quien en ese momento presentaba una tos algo severa– con ojos de “qué
carajos fue eso y dime que tú también lo escuchaste”, y él, impávido me dijo
que había sido él, que había olvidado un par de toses cuando había subido al
baño. Algo así. La ocurrencia me gustó pero sigo pensando que quizás la presencia
de la casa tiene tos aunque la teoría de mi padre no fue desechada y me pareció
sumamente literaria.
Repasando algunas publicaciones en redes sociales de amigos,
observé la fotografía de un lugar al que me gustaba mucho ir los fines de
semana. La imagen (en esta manía que tenemos por retratar la comida) solamente muestra
una taza con café y un plato con un pan sobre un mantel de bordado fino. Al ver
dicha fotografía y relacionar algunas sensaciones tuve la misma impresión de
paz y remanso que me invadía de chico al observar por la noche una ventana
iluminada. No obstante, no pensé en el efecto que esa imagen podía tener en mí
sino lo que yo pude haber dejado ahí.
Es posible que no seamos conscientes de lo que vamos regando
por ahí. Cuando me mudé al departamento de mi abuela, a pesar de que no me
quedé con alguna de sus cosas a causa de un saqueo bárbaro de corte fraterno, a
cada momento olía su perfume o escuchaba su carraspera característica como si
no se hubiese ido.
Ahora bien, la pregunta es con qué frecuencia somos
habitantes de la memoria persistente de un lugar y cómo afecta, o no, a quienes
siguen viviendo ahí. Acaso se nos relacionará con algún mueble, con la taza que
siempre utilizabas, con el cojín que te ponías en la nuca. Y, sobre todo, qué
será mejor. ¿Ser parte de la memoria persistente de un sitio o no ser recordado?
Lo más seguro es que por la frecuencia de las asistencias y el derrame de buena
vibra sí quede nuestra huella en aquellos lugares en donde nos hemos sentido a
gusto. El mayor problema, créanme, no es para nosotros sino para aquellos que
quizás no quieren recordarnos y tienen que vivir con nuestra presencia día a
día. Eso es lo más cercano a ser un fantasma.
Btxo, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario