En los noventas en México se transmitía una serie de
televisión de Estados Unidos llamada Mejorando la Casa (Home Improvement), protagonizada por Tim Allen, quien representaba
a un personaje cuya afición por las herramientas y el mejoramiento de los aparatos
y demás enseres de su hogar lo metía en problemas y acababa rompiéndolo todo. No
obstante, el personaje se reinventaba cada vez y se tenía tanta confianza como
para intentarlo de nuevo en el siguiente programa.
Cuando en el mundo se estrenó la primera parte de Rápido y
Furioso (Fast and Furious) los niños
bien y los no tan bien corrieron a modificar sus autos, algunos con buen gusto,
otros con poca originalidad y otros con tan mal gusto que un taxi exótico del
centro de Jamaica resultaba más sereno y generoso en sus ornamentos. La idea
general era “mejorar” el auto aunque en muchos casos no lo lograran.
Un automóvil o una lavadora a los que se les quiere dar más
potencia no son más que herramientas tecnológicas, como ahora los teléfonos
inteligentes (ya no celulares), pero no son una extensión del cuerpo, aunque en
ocasiones parezca que así es.
El mismo efecto de Mejorando la Casa y Rápido y Furioso se desata
cuando vemos una de las tantas películas de Rocky y consideramos que tanto
tiempo echados frente a Netflix está convirtiéndonos en una especie de tumor o
furúnculo adherido al sofá o la cama. Algunos salen a correr, otros entran a un
gimnasio, otros más nos convencemos de que el yoga puede ser el recurso de
mantenimiento menos invasivo para un organismo que ha enmohecido por tanta
inactividad.
Me parece que la frase “limpiar la casa” la he leído en otra
parte haciendo referencia justo a la acción de reinventarnos como seres humanos
en lo que respecta al físico. No obstante, olvidamos que al mismo tiempo es
importante limpiar la cabeza y por ende las emociones, tirando todos los
sentimientos negativos que vamos arrastrando. Hace poco una buena amiga me
decía que estamos tan acostumbrados a los vicios emocionales que nos resulta
muy difícil deshacernos de ellos y por ende es mejor tratar de controlarlos;
sobre todo los impulsos. Se trata pues de un mantenimiento integral y
multidisciplinario.
Ahora bien, siendo yo un avezado defensor de las
comprobaciones científicas me resulta muy difícil creer que un chocho
acaramelado va a curarme un mal, por muy reconocido y recurrido que sea el
efecto placebo de acuerdo con la ciencia. Al mismo tiempo, reconozco y aplaudo mi
desapego total hacia la superchería y los remedios “mágicos” e “infalibles”. No
obstante, por esa misma búsqueda de verdades, sé diferenciar entre lo positivo
y lo que no ayuda en nada o que se basa en tradiciones ancestrales para
potenciar el engaño.
El riesgo de recurrir a la superchería, de acuerdo con la
gran cantidad de profesionales de la salud y científicos que he entrevistado,
es que el paciente deje de lado su tratamiento médico confiando totalmente en
ese estudio de un doctor místico que “cura” la diabetes o el cáncer con células
madre de tiburón, por exagerar un ejemplo. Sin embargo, apostando por la
paciencia y esta nueva instrumentación emocional que he adoptado al recurrir a
la otredad y el respeto a las ideas del otro (sobre todo las de fe), he concluido
que es imposible cambiar la forma de pensar de los demás y que mientras no
exista desapego por el tratamiento y sus soluciones “milagrosas” no aumenten el
peligro, lo mejor es atender a la distancia.
En ese sentido, quienes trabajamos como periodistas de
ciencia y salud tenemos la responsabilidad de aterrizar los avances científicos
y la obligación de darlos a conocer después de una investigación exhaustiva y
la comprobación de las fuentes. Recientemente, la ONG para la que trabajo como Coordinador
Editorial, como apoyo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos
Sanitarios (COFEPRIS), ayudó a desmantelar una clínica dirigida por charlatanes
que había “descubierto” la vacuna contra la diabetes, una mixtura de sangre del
paciente con solución salina que se inoculaba tras pasar cierto tiempo en
refrigeración y que podía poner en riesgo la salud de las personas que viven
con esta condición. Un medio de comunicación (Notimex) cometió la
irresponsabilidad de publicar esa noticia como algo veraz sin detenerse a
consultar a verdaderos especialistas en el tema.
Después de divulgar la noticia del cierre de la clínica en
mis redes sociales, para que quedara asentado su carácter peligroso, y
celebrándola como una victoria dentro de la comunidad de diabetes en México,
fui tachado de “irresponsable” por no “respetar el libre albedrío de las
personas” que decidieron ir por su inyección de solución salina para “curarse”
su diabetes (afortunadamente todo se detuvo antes de las primeras inyecciones).
Inquisidor y Nuevo Torquemada, me dijeron. Dichos epítomes, vertidos por
periodistas, no causaron mella en mi persona y mi labor como periodista ético y
responsable, pero sí me preocuparon por la facilidad con que cualquiera hoy en
día puede hacerse pasar por periodista especializado y verter información
errónea y sobre todo peligrosa.
En ese tipo de casos mi ética me conduce a no tener paciencia
y a no respetar ideologías e información que pongan en riesgo a las personas. Y
más aún, porque me resulta placentero lanzarme en esa cacería de brujas. Es mi
labor, mi obligación y mi responsabilidad. De otra forma, quien se encuentre en
esta fuente y no lo considere así, bien, en TVNotas constantemente aparecen
convocatorias para reporteros.
La diferencia radica en lo invasivo y lo emocional. Si una
solución meramente emocional, como pueden ser rezar o meditar, no invade el
curso de un tratamiento médico puede significar un aliciente porque la
situación se enfrenta de otra forma, quizás con mayor tranquilidad y seguridad
porque se trabajan cuerpo y mente. Las risas francas y las emociones positivas no
curan una enfermedad pero sí te dotan de calma y seguridad para llevar un
proceso. No obstante, la inoculación de una sustancia extraña o una intervención
no comprobada científicamente es otra cosa y debe ser no sólo analizada sino
atacada y extirpada de la cosmogonía del ser humano. Borrada hasta que no quede
rastro.
Afortunadamente, durante los procesos de cambio que he ido
advirtiendo en mí, gracias a la conducción de una persona especializada en
cuestiones emocionales y sobre todo terrenales, he descubierto que aún sin
padecer alguna enfermedad es necesario limpiar la casa, la mente, para abordar
los días de diferente forma.
Si hacemos un repaso a conciencia sobre cómo abordamos los
días, y al mismo tiempo realizamos un inventario de los pensamientos o acciones
negativas que tenemos durante el día, nos daremos cuenta de la necesidad de
activar un cambio sencillo que nos facilite la vida en esta vorágine de
histeria que serpentea junto a nosotros en la sociedad que vivimos.
El éxito de los libros de superación personal, literatura de
superchería, radica en aprovechar la ignorancia y la necesidad de las personas
que buscan un cambio inmediato sin darse cuenta que las soluciones vertidas por
autores despreciables (por abusivos) son elementales. Se trata de soluciones
que están a la mano pero que nuestra ausencia emocional no advierte por los vicios
de los que hablábamos líneas arriba y que son mejor apreciadas si vienen en un
libro con cubierta colorida y promesas de éxito instantáneo en sus balazos.
Basta con hacer un ejercicio muy sencillo para darnos cuenta
que nosotros mismos somos nuestros propios autores de nuestra propia superación
personal. Salgan a la calle con una idea de no confrontarse con la histeria
general y, al volver a casa por la noche, pregúntense no sólo si durante el día
hicieron algo bueno por otra persona, sino, principalmente, si hicieron algo
bueno por ustedes mismos más allá de tunear su coche o bajar una nueva
aplicación en su teléfono inteligente.
Quizás sea más sencillo si arrancamos el día con una de
nuestras canciones favoritas.
Btxo, 2016
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