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miércoles, 4 de septiembre de 2013

De los kilitos de más a las marchas de la CNTE*

Por Btxo

Hace unas semanas, a un amigo y a mí nos acusaron de ser hipsters (quizás por la actitud, las camisas a cuadros, los tenis flats, la música que escuchamos y los antros a los que vamos), y aun cuando a estas alturas no me parece que semejante epíteto engendre un espíritu denigrante, lo cierto es que nos tomó por sorpresa, y mi amigo Sebastián (el otro aludido), intentó defendernos con poca fortuna porque el tiro más bien le salió por detroit: “¡No! ¡No te preocupes! Tú y yo no podemos ser hipsters por una razón muy simple: Los dos estamos gordos”. Okeeeeeei, pensé, es un argumento válido, aunque el muy bestia pudo haber esgrimido otro, cualquiera, incluso la negación firme y perpetua como rosa de pétalos perennes.

Para los poco enterados (casi todos), la obesidad y el sobrepeso son bastante ambiguos, más aún si consideramos que la obesidad cuenta con otro escalafón, de corte morboso, que la define, precisamente, como “mórbida”. Después de semejante ardid para salir avantes a medias, consideré que el bueno de Sebasttardo (su nombre de batalla punk) y yo (su Bicho servidor) no tenemos ni obesidad ni sobrepeso, sino guardamos unos kilitos de más, muy aprovechables en épocas de frío. O sea: ‘tamos gordis.

Definir si alguien tiene sobrepeso o está gordo es tarea de médicos y especialistas como los endocrinólogos y las nutriólogas, sólo ellos, porque ni siquiera calculando el índice de masa corporal (IMC) en la comodidad de tu sala es posible llegar a una conclusión veraz. Inclusive, estudios científicos han desbaratado la utilidad, en estos casos, del cálculo del IMC por medio de una sencilla operación aritmética para determinar si alguien se pasó de levadura.

Ocurre lo mismo, que quede claro de una vez por todas, con la apreciación de las marchas y bloqueos con que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha irrumpido en nuestras vidas. Finalmente, la resolución es personal e intransferible, además de ambigua, porque ni siquiera los enterados han podido estipular, desde un punto de vista neutral, qué carajo es lo que está sucediendo.

No obstante, es evidente el caos que ha sentado sus reales en esta ciudad de por sí histérica que reacciona aún más, como cualquier organismo, cuando un ejército de parásitos alcanza sus entrañas. No miento, y no lo reclamo desde un punto de vista parcial sino con la evidencia generada por lo empírico, que genera un enunciado hermenéutico: “La ciudad se ha vuelto peor desmadre desde que los maestros la invadieron”. Por otro lado, ya desde una motivación parcial, sólo espero que estos individuos, que tienen la libertad de pasearse pacíficamente por la ciudad, no intenten amotinarse porque el sistema de defensa de este organismo de concreto y hierro les va a meter un cruzado a la mandíbula, muy bien ganado.

Sin embargo, así como se han expuesto las razones por las que la mayoría de los capitalinos sentimos repulsión por esta especie de falso movimiento plagado de hipocondría subversiva que afecta el dinamismo de los habitantes legítimos del Distrito Federal, es necesario que, sin ambigüedades, sus integrantes y voceros y dirigentes expliquen sus motivaciones, mismas que se han escondido tras un grito de batalla al lanzarse contra la aprobación de reformas que ni ellos mismos comprenden. Y como evidencia se esgrime la ausencia de un plan de trabajo, así como su discurso unilateral y constreñido a sus negativas, y un plan de acción nómada que comprende movilizaciones sin ton ni son (hasta las plagas tienen una orquestación coherente) y un estancamiento en esa base de operaciones que es el Zócalo Capitalino que los hace ver más como piratas borrachos con el horizonte perdido, y no como aquellos filibusteros que, con ahínco y orden, pretenden tomar la Isla Tortuga.

Quizás sería bueno que en estos tan llevados y traídos libros de texto gratuitos con sendas faltas de ortografía que ya son tomadas como un reto por los estudiantes, se incluyera un listado de la cantidad de negocios que quebraron durante la toma de Paseo de la Reforma por las huestes de Andrés Manuel López Obrador tras su berrinche electoral. Para que quede constancia de una memoria real y objetiva, y no sólo la que le conviene a los inconformes, cuyo problema es reconocer que han cometido un error.

Por otra parte, la guerra de sentencias y enunciados a favor y en contra de la CNTE y su hipocondría ha derivado la voz del pueblo en las redes sociales, un terreno simple y banal, más como un vertedero de emociones, que obra como extensión de la zona de confort de quienes en verdad no entendemos qué es lo que sucede pero nos sentimos con el derecho de opinar, derecho bien derecho, pero que debería pasar por el filtro de la honestidad y no por el de las vísceras a punto de cocción, o sea: por calientes. Hay que ganarse el derecho de opinar. Y hablo un, dos, tres por mí y por todos mis compañeros que están a favor y en contra de semejante tongo.

Me gustaría que uno de esos profes, juro que no puedo llamarlos maestros, me explicara qué siente al saber que mientras él pelea su aguinaldo o su necedad de no ser evaluado (vaya idiotez expuesta por quien tiene que evaluar a los estudiantes) han sido descontados miles de salarios diarios de trabajadores que no pudieron llegar a sus empleos. ¡Vaya manera de bregar por el pueblo!

Y me pregunto también si alguien con los seis sentidos bien puestos (si añadimos el sentido común) quisiera que uno de esos sujetos esté en un aula “enseñando y educando” a sus hijos.

Me decía alguien hace poco: “Ellos te enseñaron y ahora estás en su contra”. No, señor, porque yo estudié en una escuela privada, gracias al trabajo de mis padres, y esa es la misma razón por la que mi hijo estudia en una escuela privada. Sí, ya sé que no todos tienen esa posibilidad, y por eso mismo es necesario que se mire con lupa no al movimiento y ni siquiera a los daños morales, sí morales, y económicos que han provocado en quienes sí podemos hacerlo pero necesitamos trabajar para ello, sino al tipo de personajes que se ostentan como trabajadores de la educación cuando lo que menos demuestran es eso. ¿O es acaso su actitud producto del resentimiento social? Y de no ser así, ¿acaso no es mejor demostrar que hay capacidad real sometiéndose a una evaluación? ¿No sería un buen principio para callarle la boca a quien asegura que el modelo educativo del país es un asco? Porque para ser modelo de enseñanza hay que poner el ejemplo.

El verdadero problema aquí es el contagio de la desinformación y el caos agregado que esto genera, porque ni unos ni otros son capaces de explicar qué es lo que está sucediendo. Quizás sólo los entendidos, los expertos, dejando de lado a aquellos que maman línea de unos y otros, como algunos medios y la izquierda más radical que ha dejado de funcionar con coherencia. Los de siempre, pues. Y también cabe la irresponsabilidad de quienes fomentan la barbarie desde un punto de vista sumamente cómodo (es decir: quienes ven la revolución con una marca serigrafiada en una camiseta), tras la mesa de un Starbucks, y no importa que usen tenis Converse, cuando lo que se necesita es fomentar el diálogo. Otro problema muy importante es la manera como se han abaratado y banalizado las marchas.

Yo he mamado de la izquierda desde la cuna, gracias a la influencia paterna y literaria, como tantos otros que estamos en contra de este caos, pero no puedo consentir que se entorpezca mi trabajo por el deseo de unos cuantos. Y este descontento no se resume sólo a quienes hemos leído, sino también hacia quienes solamente tienen la necesidad de trabajar, a su nivel, para su propia manutención y la de sus familias. Y algunos de ellos para pagar, vía sus impuestos, los sueldos y los bonos y los aguinaldos de estos sujetos.

Y no, no se dejen llevar por los últimos estertores de una izquierda desesperada y necesitada de credibilidad que equipara las marchas de la CNTE con el movimiento zapatista, porque ni en fondo ni en forma ni en trascendencia nacional e internacional puede considerarse dicho empate, ni siquiera tras su debacle natural. Porque semejante argumento ya rozó las fronteras de la mala leche. Más bien por el contrario, porque la conciencia social que generó dicho movimiento indígena –manipulado o no, eso tampoco lo sabe nadie con certeza, porque lo que importó fue el efecto social– puede servir para abrir el espectro de la población y hacerla admitir que este tipo de situaciones no pueden tolerarse en este siglo y en una ciudad cuyos avances en muchos aspectos socioculturales han sido evidentes.

Si somos optimistas creeremos que el cambio puede llegar, paulatino, aunque quizás ya no nos toque ser testigos, y todo comienza con la educación, pero los educandos, con semejantes modelos, no podrán llegar muy lejos, porque su criterio está siendo envenenado.

(Coyoacán, 2013)

*Esta entrada también iba a llamarse: How can we wear a pair of Converse in the middle of the revolution, while we drink coffee at Starbucks.

¿Usted dejaría a sus hijos en un salón con estos tipejos?