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martes, 15 de marzo de 2016

El día que la enfermedad me impidió hablar de Lovecraft

Conozco a H. P. Lovecraft desde que tenía ocho años (yo, no Howard) y llegué a él vía Poe. ¿De qué otra forma se llega a HPL? Y quien diga que realizó el camino en reversa, miente.


El primer libro de HPL que tuve en mis manos me lo regaló mi madre: El Horror Sobrenatural en la Literatura, una edición bastante sencilla de una editorial que tuvo a mal ilustrar la portada con una imagen referente a la Divina Comedia. De todos los títulos relacionados con HPL que mi madre oteó en la librería éste tenía el título más sugerente y ella creyó que yo moriría de miedo, que sería prácticamente imposible dejar la cama para ir al baño por la noche o si acaso era necesario ir a la cocina a fulminar la sed desértica que invadía mi boca. Lo que mi madre jamás advirtió fue que El Horror Sobrenatural en la Literatura era un libro de texto, un ensayo durante el cual HPL se dedicaba a analizar los distintos tipos de horror de la literatura y, de paso, abigarrar al lector que, ciertamente, espera algo de prosa y ficción.

El siguiente libro que secuestró mis neuronas se llama En la cripta, una recopilación de cuentos de terror tradicional mezclados con el característico horror cósmico en donde la presencia invisible y quizás mutable de los Primordiales siempre protagonizaba. No obstante, fue Las ratas detrás de las paredes el primer cuento en mi vida que, ciertamente, evitó que recorriera los 100 metros que me separaban del baño. Ahora sí que, literalmente, me cag… de terror. Sin embargo, me llenaba de placer el saber que mientras los ñoños leían Platero y yo, yo saboreaba, digamos, El que acecha en el umbral. Mi Platero, en todo caso, se llamaba Yog-Sothoth.


Lo que me enamoró de HPL, después de leer su manoseada biografía, fue la identificación de soledad en la que estaba insertado casi por la fuerza ya que mis padres trabajaban y me quedaba al amparo efímero de la abuela quien prefería ir a jugar canasta con sus amigas, o a cenar a Tortas Jorge, que echarle ojo al niño. Así que con la lamparita que me regaló el abuelo –cácaro del cine Pedro Armendáriz– me encerraba en un armario a leer a HPL y Poe, y uno que otro libro prohibido con temáticas, digamos, más lúbricas, hasta que mi madre llegaba por mí e íbamos a casa. Desde entonces tengo fijación por la oscuridad y es imprescindible que a mi casa no entre nada de luz para poder tener un ambiente relajado. Detesto la luz.

Algunos años después, ya con el epítome de loco endilgado por esa gente ignorante que teme lo que no conoce, utilizaba a HPL para sondear a las personas y, sobre todo, para buscarme chicas. Jamás he confiado en alguien que se niegue a leer a HPL o que muestre cierto interés.

-No, mi alma, no se trata de cuentos de fantasmas ¡no seas ordinariaaaa! Se trata de cuentos de terror tradicional y horror cósmico proveído por seres antiguos que poblaban la tierra y fueron encerrados en agujeros cósmicos.

-…

Para 1994, ya con 20 precoces años, descubrí internet y me hice de mi primer correo electrónico, a saber: tizaminzoo@yahoo.com. No obstante, antes de sacar mi primera cuenta de e-mail mi madre me enseñó a navegar en Netscape (uh, qué viejo me siento) y recuerdo muy bien que hace 21 años lo primero que tecleé en la ventana de navegación fue: H.P. Lovecraft. Así descubrí una página interesantísima llamada Propping Up the Mythos, en la que te mostraban tutoriales para fabricar cualquier clase de monstruo o elemento perteneciente a la cosmogonía lovecraftiana.

Curiosamente, hace más de una década un viejo amigo me invitó a una estación de radio para hablar sobre Lovecraft. Aquella invitación coincidía con la reciente mudanza a mi departamento de soltero durante la que pillé un virus que me tuvo al borde de la tumba con poderosos dolores en los huesos, fiebres alucinantes y una invasión de pústulas en lengua, paladar, garganta y esófago. No pude ir al programa.

Hoy 15 de marzo de 2016, cuando se cumplen 79 años de la muerte del maestro, quise aprovechar la coyuntura para grabar el tercer programa de Miscelánea Buñuel y hablar de HPL. No obstante, de nuevo, un virus malévolo tiene secuestrada mi garganta y me resultó imposible hacer un programa decente. Por algo será. Al parecer hay algo que el maestro no quiere que revele.


Con el paso de los años, Howard Phillips Lovecraft se ha convertido en un referente que ha ido pasando a través de generaciones como un autor de culto, como un escritor distinto y, por ende, superior a Poe (no veo a HPL en los programas de lectura en las escuelas) en cuanto a la construcción de paisajes, atmósferas y nuevos núcleos de terror. Puntos de fuga que podríamos considerar como adelantados a su tiempo ya que cada uno de sus Primordiales tiene relación con algún elemento natural, una deliciosa analogía respecto a la manera como, en la actualidad, nuestro planeta trata de sacudirse las pulgas.

Cierto es, también, que en la actualidad no existen autores de terror de la envergadura y el poderío de Poe, HPL y los esbirros de éste como August Derleth, Robert W. Chambers y Algernon Blackwood, entre otros. Stephen King, digamos, en comparación con aquéllos “primordiales”, es más del orden de los fruti lupis.

Btxo 2016.



viernes, 4 de marzo de 2016

Limpiando la casa

En los noventas en México se transmitía una serie de televisión de Estados Unidos llamada Mejorando la Casa (Home Improvement), protagonizada por Tim Allen, quien representaba a un personaje cuya afición por las herramientas y el mejoramiento de los aparatos y demás enseres de su hogar lo metía en problemas y acababa rompiéndolo todo. No obstante, el personaje se reinventaba cada vez y se tenía tanta confianza como para intentarlo de nuevo en el siguiente programa.

Cuando en el mundo se estrenó la primera parte de Rápido y Furioso (Fast and Furious) los niños bien y los no tan bien corrieron a modificar sus autos, algunos con buen gusto, otros con poca originalidad y otros con tan mal gusto que un taxi exótico del centro de Jamaica resultaba más sereno y generoso en sus ornamentos. La idea general era “mejorar” el auto aunque en muchos casos no lo lograran.


Un automóvil o una lavadora a los que se les quiere dar más potencia no son más que herramientas tecnológicas, como ahora los teléfonos inteligentes (ya no celulares), pero no son una extensión del cuerpo, aunque en ocasiones parezca que así es.

El mismo efecto de Mejorando la Casa y Rápido y Furioso se desata cuando vemos una de las tantas películas de Rocky y consideramos que tanto tiempo echados frente a Netflix está convirtiéndonos en una especie de tumor o furúnculo adherido al sofá o la cama. Algunos salen a correr, otros entran a un gimnasio, otros más nos convencemos de que el yoga puede ser el recurso de mantenimiento menos invasivo para un organismo que ha enmohecido por tanta inactividad.

Me parece que la frase “limpiar la casa” la he leído en otra parte haciendo referencia justo a la acción de reinventarnos como seres humanos en lo que respecta al físico. No obstante, olvidamos que al mismo tiempo es importante limpiar la cabeza y por ende las emociones, tirando todos los sentimientos negativos que vamos arrastrando. Hace poco una buena amiga me decía que estamos tan acostumbrados a los vicios emocionales que nos resulta muy difícil deshacernos de ellos y por ende es mejor tratar de controlarlos; sobre todo los impulsos. Se trata pues de un mantenimiento integral y multidisciplinario.

Ahora bien, siendo yo un avezado defensor de las comprobaciones científicas me resulta muy difícil creer que un chocho acaramelado va a curarme un mal, por muy reconocido y recurrido que sea el efecto placebo de acuerdo con la ciencia. Al mismo tiempo, reconozco y aplaudo mi desapego total hacia la superchería y los remedios “mágicos” e “infalibles”. No obstante, por esa misma búsqueda de verdades, sé diferenciar entre lo positivo y lo que no ayuda en nada o que se basa en tradiciones ancestrales para potenciar el engaño.


El riesgo de recurrir a la superchería, de acuerdo con la gran cantidad de profesionales de la salud y científicos que he entrevistado, es que el paciente deje de lado su tratamiento médico confiando totalmente en ese estudio de un doctor místico que “cura” la diabetes o el cáncer con células madre de tiburón, por exagerar un ejemplo. Sin embargo, apostando por la paciencia y esta nueva instrumentación emocional que he adoptado al recurrir a la otredad y el respeto a las ideas del otro (sobre todo las de fe), he concluido que es imposible cambiar la forma de pensar de los demás y que mientras no exista desapego por el tratamiento y sus soluciones “milagrosas” no aumenten el peligro, lo mejor es atender a la distancia.

En ese sentido, quienes trabajamos como periodistas de ciencia y salud tenemos la responsabilidad de aterrizar los avances científicos y la obligación de darlos a conocer después de una investigación exhaustiva y la comprobación de las fuentes. Recientemente, la ONG para la que trabajo como Coordinador Editorial, como apoyo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), ayudó a desmantelar una clínica dirigida por charlatanes que había “descubierto” la vacuna contra la diabetes, una mixtura de sangre del paciente con solución salina que se inoculaba tras pasar cierto tiempo en refrigeración y que podía poner en riesgo la salud de las personas que viven con esta condición. Un medio de comunicación (Notimex) cometió la irresponsabilidad de publicar esa noticia como algo veraz sin detenerse a consultar a verdaderos especialistas en el tema.

Después de divulgar la noticia del cierre de la clínica en mis redes sociales, para que quedara asentado su carácter peligroso, y celebrándola como una victoria dentro de la comunidad de diabetes en México, fui tachado de “irresponsable” por no “respetar el libre albedrío de las personas” que decidieron ir por su inyección de solución salina para “curarse” su diabetes (afortunadamente todo se detuvo antes de las primeras inyecciones). Inquisidor y Nuevo Torquemada, me dijeron. Dichos epítomes, vertidos por periodistas, no causaron mella en mi persona y mi labor como periodista ético y responsable, pero sí me preocuparon por la facilidad con que cualquiera hoy en día puede hacerse pasar por periodista especializado y verter información errónea y sobre todo peligrosa.

En ese tipo de casos mi ética me conduce a no tener paciencia y a no respetar ideologías e información que pongan en riesgo a las personas. Y más aún, porque me resulta placentero lanzarme en esa cacería de brujas. Es mi labor, mi obligación y mi responsabilidad. De otra forma, quien se encuentre en esta fuente y no lo considere así, bien, en TVNotas constantemente aparecen convocatorias para reporteros.

La diferencia radica en lo invasivo y lo emocional. Si una solución meramente emocional, como pueden ser rezar o meditar, no invade el curso de un tratamiento médico puede significar un aliciente porque la situación se enfrenta de otra forma, quizás con mayor tranquilidad y seguridad porque se trabajan cuerpo y mente. Las risas francas y las emociones positivas no curan una enfermedad pero sí te dotan de calma y seguridad para llevar un proceso. No obstante, la inoculación de una sustancia extraña o una intervención no comprobada científicamente es otra cosa y debe ser no sólo analizada sino atacada y extirpada de la cosmogonía del ser humano. Borrada hasta que no quede rastro.

Afortunadamente, durante los procesos de cambio que he ido advirtiendo en mí, gracias a la conducción de una persona especializada en cuestiones emocionales y sobre todo terrenales, he descubierto que aún sin padecer alguna enfermedad es necesario limpiar la casa, la mente, para abordar los días de diferente forma.

Si hacemos un repaso a conciencia sobre cómo abordamos los días, y al mismo tiempo realizamos un inventario de los pensamientos o acciones negativas que tenemos durante el día, nos daremos cuenta de la necesidad de activar un cambio sencillo que nos facilite la vida en esta vorágine de histeria que serpentea junto a nosotros en la sociedad que vivimos.

El éxito de los libros de superación personal, literatura de superchería, radica en aprovechar la ignorancia y la necesidad de las personas que buscan un cambio inmediato sin darse cuenta que las soluciones vertidas por autores despreciables (por abusivos) son elementales. Se trata de soluciones que están a la mano pero que nuestra ausencia emocional no advierte por los vicios de los que hablábamos líneas arriba y que son mejor apreciadas si vienen en un libro con cubierta colorida y promesas de éxito instantáneo en sus balazos.

Basta con hacer un ejercicio muy sencillo para darnos cuenta que nosotros mismos somos nuestros propios autores de nuestra propia superación personal. Salgan a la calle con una idea de no confrontarse con la histeria general y, al volver a casa por la noche, pregúntense no sólo si durante el día hicieron algo bueno por otra persona, sino, principalmente, si hicieron algo bueno por ustedes mismos más allá de tunear su coche o bajar una nueva aplicación en su teléfono inteligente.

Quizás sea más sencillo si arrancamos el día con una de nuestras canciones favoritas.

Btxo, 2016