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sábado, 5 de diciembre de 2015

Vudú en línea, paranoia y seguridad digital

Mi hijo me pidió que lo fotografiara usando su antifaz de tortuga ninja para poder enviarle la imagen a su mamá vía Whatsapp. Tomé la imagen y al revisarla descubrí que a la derecha de mi hijo aparece una mujer de aspecto desagradable que parecía mirar hacia él con un gesto grotesco. En realidad se trata de un efecto provocado por el movimiento de la mujer al momento de fotografiar a mi objetivo que estaba quieto. Enviar la fotografía a la madre de mi hijo requirió de la aplicación de un filtro y un recorte para evitar que la mujer desagradable se fuera con la imagen.




Hasta ahí podría tratarse de un evento aislado y sin importancia como los miles que tenemos cada mes. No obstante, después me pregunté sobre la posibilidad de ir capturando las imágenes de personas desconocidas en las galerías de nuestros teléfonos celulares. Imágenes que no sólo tenemos en casa tras descargarlas en el ordenador sino las llevamos con nosotros todo el tiempo cuando no tenemos la paciencia suficiente para depurar del móvil aquellas fotografías que ya hemos descargado.

Si después de leer esta entrada tienen la curiosidad de revisar sus galerías de imágenes seguramente encontrarán a muchos desconocidos, grotescos o no, retratados de forma fortuita detrás o al lado de nuestro objetivo, o de nosotros mismos si se trata de una selfie, y en algunos casos inclusive mirando directamente a nuestra cámara… accidentalmente o no.

Para quienes tenemos un poco de respeto hacia las vibraciones de las personas, y nuestras propias emociones, esto podría ser delicado. En términos simples es como dejar entrar en nuestra vida, o en una porción de ella, a alguien desconocido. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cuál es su función en este planeta? ¿De qué manera vibran? Al revisar la imagen del antifaz y descubrir a la mujer de aspecto desagradable sentí un escalofrío similar al que sentía cuando comenzaba a andar solo por la calle, digamos a los 12 años, y algún desconocido se acercaba a preguntarme la hora, o la ubicación de una calle.

Puede sonar exagerado pero el impacto de dichas intromisiones incidentales es parte de la paranoia que se ha sembrado gracias a la vulnerabilidad de las redes digitales que vamos tejiendo con el paso del tiempo y a la relación cada vez más estrecha que tenemos con los dispositivos móviles.

No sé si el tema se ha manejado en el cine o la literatura, pero una buena línea dramática al respecto podría manejarse para prevenir un hipotético caso de secuestro cuando una mujer descubra que en cada selfie que se toma durante unas vacaciones o una salida a un centro comercial aparece la misma persona mirando o no a la cámara.

Y todo esto viene a cuento gracias a la relación que armé entre el documental Terms and Conditions May Apply, que habla sobre la privacidad en internet, al menos en países de primer mundo como Estados Unidos o Inglaterra, y la visita que mi hijo y yo hicimos hoy a la ExpoDrone México 2015.



Repito, puede sonar exagerado, pero en las tres horas que deambulamos por ahí con la idea de adquirir un dron para comenzar a levantar una sociedad padre-hijo en lo que respecta a imagen aérea, mi hijo, yo y cerca de 300 personas estuvimos expuestos a decenas de cámaras flotantes que se activaban durante las demostraciones de los equipos. ¿A dónde van esas grabaciones?

Durante el registro que realizamos en el área de prensa para adquirir nuestras pulseras que garantizarían nuestra entrada los dos días de exposición, mi hijo y yo comentábamos sobre la posibilidad de comprar un par de drones de bajo costo para enfatizar los conocimientos sobre su pilotaje y posteriormente hacer una inversión más fuerte.

De nuevo la paranoia. Mientras observábamos la flotación de un hermoso dron de casi 200 mil pesos que era grabado para televisión en el lobby, un hombre identificado con un chaleco del GDF que se encontraba a la entrada de una expo sobre discapacidad que se celebraba en el mismo recinto se nos acercó para preguntar, directamente, cuál era el costo de los drones que habíamos visto y cuánto pensábamos invertir en ese momento. Capotee la pregunta y con mucha decencia le dije que eso le valía madres a él y que estábamos ahí a causa de un trabajo escolar de mi hijo.

Es posible que exagere, no obstante, me parece adecuado, más allá de la privacidad en redes sociales, establecer un cerco personal para proteger nuestra identidad digital.

Por otro lado, ¿han pensado en cuántas fotografías ajenas aparecen por descuido? Y sobre todo, ¿quién lleva su imagen accidental en sus teléfonos celulares? ¿Existe el vudú en línea? Abusados.


(B7XO, Coyoacán, 2015)

jueves, 19 de noviembre de 2015

El vagón del día siguiente

En la preparatoria me dio por fumar cigarros mentolados.
-¡Ah, qué puto saliste! –me dijo uno de esos bestias que hoy en día a sus más de 40 años sigue haciendo los mismos chistes que en la prepa y a quien su mujer, que al parecer los tiene mejor puestos, lo manda por las tortillas y la leche para el desayuno de su camada.
Ante semejante oprobio solamente atiné a poner “ojos de huevo”.
-¿Por qué? –le preguntó una de mis amigas de grados superiores.
-Porque los hombres fumamos Delicados sin filtro –dijo el idiota sacando el pecho.
-¿Ah, sí?
-Así es.
-Pues al menos él –mi amiga me señaló– tiene mejor aliento que tú –acto seguido me plantó uno de esos besos que cuando no son para ti te provocan envidia.

Justo a mediados de la primera década del siglo XXI, con tantos adelantos tecnológicos que permiten que la información sea inmediata, la mayoría de los usuarios de la palabra escrita aún no han entendido que dichas facilidades podrían ayudarles a desarrollar un criterio acertado que les evitara pasar por sus credenciales del ridículo.


En este medio hemos mentado más de una vez la imposibilidad de que el mexicano promedio sepa darle un buen uso a las redes sociales. Y no me refiero a los recientes actos de terrorismo del Estado Islámico y la respuesta igualmente absurda del gobierno francés sino a hechos tan estúpidos como la repentina cancelación del concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional porque al sujeto, literalmente, le dio frío. Aunque es importante recalcar, de paso, la fragilidad emocional del usuario de redes sociales en México que de expresar su pasión (en la mayoría de los casos desbocada y sin sustento) tras los ataques en París salta al vagón del día siguiente para convertir en tendencia la pifia de “El Sol”.

Inclusive, de la misma manera como se equiparó el resultado del sentimiento personal al colocar en el mismo pedestal las masacres en París y Ayotzinapa, los chairos musicales comenzaron a comprar los escalofríos de Luis Miguel con la “valentía” de músicos de rock (que no rockeros) que tras un accidente o un malestar físico regresaron a los escenarios. Eso de morir con las botas puestas es tan anquilosado como morir en el nombre del Señor.

La falsamente eficaz autorrespuesta del pequeño horizonte de cada persona, promovida por la calentura del momento, los lleva a desdeñar todo lo que no quepa en su costal de milagros proveído por sus más hondos complejos.

“Yo soy bien rocker y tú no, por ende tú eres puto”. ¿En realidad el escuchar o tocar cierto tipo de música te vuelve más rudo? ¿Seguimos pensando que un músico de rock salvará al mundo? ¿Morirían en el nombre del Señor? No hay diferencia. Ni siquiera los gustos personales te hacen mejor persona, aunque sí te diferencian en algunos aspectos: cultura y buen gusto.  

El que Dave Grohl regresara al escenario después de quebrarse el metatarso nos indica dos cosas: que respeta demasiado a sus seguidores y que su vida en general se rige con los mismos tamaños. El tío es un tipazo. ¿Pero qué habría sucedido si en lugar de romperse la pata se luxa un dedo?

Olvidémonos de la cantidad de veces que Morrissey ha cancelado conciertos en México porque ya le dolió la panza o porque en el festival se venden hamburguesas con carne real, y vayamos a aquel mítico concierto en Manchester cuando su pareja lo mandó a volar horas antes de subir al escenario y aquél solamente cantó míseros 60 minutos sin moverse un centímetro, aclarando que estaba deprimido y que muchas gracias every day is like sunday so long… Y se largó. Ah, pero claro que es Mr. Mozzer y se le perdona todo por su calidad de diva.

Y con esto no defiendo ni justifico los achaques de Luis Miguel sino expongo lo que a la postre se desata por tratarse de un cantante pop mexicano tan odiado por los cronistas que, dicho sea de paso, cantan sus canciones cuando andan en estado burro y, por lo visto, más consciente.

¿De dónde proviene pues la demostración de superioridad con base en las actitudes (peor tantito) de quienes son nuestros ídolos? Sencillamente de la imposibilidad de desligar las frustraciones que aquel ídolo te ayuda a ocultar con una imagen diseñada en los grandes laboratorios de las compañías de discos.

Ahora bien, recordemos, como ejemplo de valentía sobre el escenario, y para silenciar esas plumas vehementes, que hace unos meses el español Enrique Iglesias por poco cercena sus dedos por estar cazando un dron esquivo, provocándole un buen susto a Anna Kournikova. 

lunes, 9 de noviembre de 2015

Encima de los cerros. El drama de Santa Fe

La desgracia que viven decenas de familias en Santa Fe –hoy conocida ya como “Santa Fue”– debido a los deslaves ha permitido que afloren los sinsentidos más característicos de la ciudadanía orientada hacia el desprecio.

Tal y como los hipsters sobrellevan –mas no padecen– términos ofensivos y una actitud beligerante, los habitantes de Santa Fe son hoy protagonistas de lo que se conoce como resentimiento social.

Andanadas de tuitazos y memes cargados de desprecio han salpicado las redes sociales bajo el lema de: “se lo merecen por ricos”.

Lo más curioso es que dichas expresiones de desprecio provienen de aquéllos que profesan una presunta preocupación social, como si la justicia y el derecho fuesen privativos de quienes menos tienen. Los ricos también lloran y sufren más allá de la devaluación. A los ricos también los engañan y no por ello son menos susceptibles a la atención de la lucha social.  

Cosa curiosa. Cuando un fenómeno natural o las consecuencias de un engaño afectan el patrimonio de los pobres de inmediato se organizan las brigadas para exigirle al gobierno que restituya los bienes aunque la correlación sea indirecta. ¿Por qué en este caso debería ser diferente?

Esto sólo demuestra, más allá del resentimiento social, que la sociedad mexicana, en general, es ignorante y displicente y reacciona por instinto, como los animales salvajes. ¿En qué texto se describe que el que más tiene no es pueblo?

Si los chairos estudiaran un poco de historia sabrían que dos importantes movimientos sociales como el del 68 y el Yo Soy 132 se gestaron en las aulas de la Universidad Iberoamericana, hoy vecina de la “zona cero” de los deslaves. Y más aún, porque si hubiese memoria, se recordaría que tras los sismos de 1985 la Universidad Iberoamericana, ubicada entonces en el sur de la ciudad, sufrió tales daños que motivaron su mudanza a Santa Fe.

¿Por qué entonces desdeñar a quienes más tienen?

Los vecinos de Vista del Campo, en Santa Fe, son víctimas de la corrupción tanto como los habitantes de la delegación Álvaro Obregón, por el rumbo de Mixcoac, cuyas casas fueron edificadas sobre minas que hace unos años comenzaron a colapsar.

Claro, a quién se le ocurre comprar un departamento de millones de pesos sobre un cerro sin base sólida, tanto como a aquéllos que edificaron sobre un cerro plagado de minas agotadas. Todos somos culpables pero, al mismo tiempo, se trata de hacer bloque, ¿no es cierto?

(B7XO, Coyoacán, 2015)

domingo, 8 de noviembre de 2015

El capricho de la cara alfombrada y las motas flotantes de neón

¿No radica la evolución en el cambio?

Hoy entendí la importancia de estar cambiando siempre. De darle una remozada a ese “tú” con el que convives día a día y al que saludas todas las mañanas en el espejo del baño. Justo ese “yo” al que a veces no soportas.

“Los viejos no cambian” dicen los más jóvenes que algún día llegarán a esa edad en la que, según ellos, no se cambia. Sabia razón.

Con los años se van coleccionando costumbres que se convierten en caprichos y cuya presencia nos evita convivir con los demás.

Veo a mi padre, por ejemplo, que en su vida ha sido futbolista, músico, escritor y director de teatro, cuentista, prosista, ferretero, pescadero, cafetero, asesor parlamentario y lo que falta. Según veo, no sólo ha aprendido tanta cosa sino se ha divertido mucho.

¿Alfombrarse la cara es una decisión o un capricho? Dejarse el cabello largo de forma perenne aunque sepas que te ves terrible y tus gestos de siempre denotan que esa greña ya te estorba.
¿Por qué no levantarte más tarde los domingos si siempre lo haces de madrugada? ¿Por qué no disfrutar un amanecer en lunes? ¿Por qué no aprender a escuchar otro tipo de música? ¿Por qué no enamorarte, para variar? Si los focos de neón de aquel anuncio que te remueve la entraña no flotan por qué empeñarse en hacerlos volar.

Sólo aceptando que esas costumbres arraigadas se vuelven caprichos volveremos a ser felices.

Lo siento mucho, en todo caso, y gracias por la enseñanza.

BTXO, 2015

martes, 20 de octubre de 2015

Locura y libertad

Alguien me dijo hace muchos años que la locura y la libertad tenían más responsabilidades que la sanidad mental y el encierro. Es por ello que me parece irresponsable hablar de ellas de manera sesgada o al azar.

En términos prácticos, degustar la libertad antes de la edad de las “decisiones importantes” depende mucho de la educación que te dieron tus padres. Y ellos mismos, al saber que cuentas con las bases primigenias de la responsabilidad, no se verán disminuidos por la preocupación. Más aún, ese conocimiento de la crudeza callejera te otorga el estatus de esbirro, más allá de un ser que “debe” responder a ciertos lineamientos.

No obstante, el miedo incubado desde la raíz te orilla a fantasear con la libertad como si dilapidaras tus tardes en un tebeo de la peor calaña.

Pero también es necesario acceder a la libertad a base de madrazos y de pequeñas decisiones que, sin duda, te facturarán pequeñas enseñanzas que, también sin duda, te harán mejor persona.

Lo esencial de la libertad y la locura es ejercerlas sin lastimar a los demás, no importa si estás o no en lo correcto porque el instinto te dirá si el camino es el idóneo, o no, de acuerdo con tus deseos y tus pulsiones.

La libertad no viene en una caja de cereal, como la música de Kenny G, ni en una suscripción por correo ni en una malteada o un afiche de tu banda favorita.

La libertad y la locura se maman, se disfrutan, pero son estados que se ganan, que no se compran.


Sin embargo, todo indica que, hoy en día, la locura y la libertad son parte de una hipocondría facturada por la inestabilidad emocional que te impide despertar y saber que afuera hay un mundo que, te acepte o no, es necesario surfear, dominarlo, hacerlo tuyo más allá de tebeos. Y, en muchas ocasiones, es el miedo el que te lleva a gestionar universos personales que sirven de bálsamo. Aunque todo sea una mentira. 

domingo, 11 de octubre de 2015

¡Voten por mí!

Por B7XO


Hace poco un amigo fotógrafo me envió un mensaje por inbox solicitándome que entrara a la página de un concurso de fotografía para votar por su imagen y me pidió que corriera la voz entre mis contactos para que hicieran lo mismo.

Lo más curioso del caso es que el individuo es fanático de la publicación de memes y videos en contra de la corrupción que late con singular alegría y desparpajo en este país. ¿Hay coherencia en sus actos? No.

La entrega de tarjetas de Soriana del PRI a los votantes para garantizar un voto a favor se diferencia de este hecho únicamente por la dimensión de los resultados.

El caso de la solicitud de votos vía la amistad revela la poca confianza que aquel fotógrafo tiene hacia sus capacidades creativas y es una falta de respeto hacia esa supuesta amistad y el intelecto de aquellos que considera sus amigos.

Como señalé líneas arriba, esta actitud no sólo es curiosa e incoherente sino francamente despreciable y nos demuestra que para la sociedad mexicana un acto corrupto merece ser denunciado sólo cuando no signifique un beneficio personal.

De ninguna manera tenemos la obligación de votar por el trabajo de un amigo o conocido si la pieza no cuenta con la calidad necesaria para recibir un voto a favor, cuando no es digna de reconocimiento. No obstante, sí tenemos el derecho de aprobar la obra si ésta lo merece y también es nuestra obligación hacer notar no sólo su pobreza artística sino también lo deplorable que resulta prostituir la amistad por un proyecto personal.  

Quizás de esta manera los necios que ingenuamente añoran la revolución puedan entender que el cambio comienza en cada persona.

Y quizás, también, la mayoría crea que esto puede ser exagerado o un gracejo de mal gusto, pero lo cierto es que, en muchos casos, esta sociedad tan ávida del uso de las redes sociales aún no entiende no sólo su manejo y su aprovechamiento sino que su comportamiento en ellas habla mucho de su personalidad débil, corrupta y carente de autoestima. ¿Es eso lo que le enseñarán a sus hijos? Entonces sí, gente pequeña, estamos podridos. 

viernes, 9 de octubre de 2015

Inviernos calientes

Por B7XO

El de esta entrada puede ser un título adecuado para una de esas películas juveniles que miran con gozo los militantes de la Revolución Starbucks en esos domingos de asueto insurrecto.

Pero no, se trata de apenas un pálido acercamiento al título del sorprendente documental Winter onFire que retrata los pormenores de la revolución ucraniana que comenzó en 2013 como una marcha estudiantil y culminó en 2014 con la renuncia del presidente Viktor Yanukovich.


Más allá de lo que puede consultarse en internet y dentro del mismo filme, lo interesante se encuentra en la manera como, paulatinamente, la disidencia fue encontrando un objetivo al cual se accedió, después de más de 60 días de enfrentamientos directos contra las fuerzas policiales ucranianas compuestas por grupos de choque, policía federal y, literalmente, mercenarios a sueldo, gracias a la manera como los Maidan se organizaron tras la primera toma de la Plaza Independencia.

Poco a poco a los grupos estudiantiles y de jóvenes trabajadores se sumaron sus padres, organizaciones religiosas, médicos, enfermeras, voluntarios, niños, personas de la tercera edad y ex militares que brindaron todo tipo de apoyo.


Resulta conmovedor y doloroso apreciar el incremento y la mutación de los enfrentamientos que comenzaron con empujones y golpes de tolete y finalizaron en una verdadera guerra civil con piedras como proyectiles, barricadas y escudos improvisados, bombas molotov y neumáticos ardiendo como primer obstáculo en contra de la represión que cerraba la pinza con disparos a quemarropa y francotiradores.

Aun cuando no deja de ser un buen documento fílmico, lo cierto es que puede ser sacado de contexto.

Alguien me comentaba hoy por la mañana, cuando se anunció el estreno del documental en una aplicación de series y películas de pago, si es posible que en México ocurra algo similar y, sin pensarlo, le dije que no. ¿Por qué? Por diversas razones.

  • Por mucho que nuestro himno nacional dicte lo contrario, la sociedad mexicana no está preparada para una acción civil armada que dure más de 60 días. Si utilizamos las publicaciones en redes sociales como un termómetro del hartazgo y las capacidades sociales, nos encontramos con que el activista de sofá salta de un tema a otro cada dos semanas sin establecer un objetivo primario.
  • Otra razón es la falta de identidad nacional cuando se trata de diseñar un movimiento basado en la propia historia y no adoptando héroes ajenos como Karl Marx o Ernesto Che Guevara. La ausencia de idiosincrasia antepone el fracaso desde la raíz.
  • No existe ninguna clase de estrategia más allá de dirigirse todos al mismo punto. Porque si bien es cierto que cada vez es mayor la masa en las protestas que toman la ruta de Paseo de la Reforma, la acción de los infiltrados, siempre en menor número, supera la capacidad de blindaje y organización. El “¡Ya basta!” tan bastardeado por las generaciones revolucionarias posteriores a 1994 y el “No caigan en provocaciones” son parte de un discurso anquilosado que no permite la evolución de las maneras y, por ende, trastoca alguna posible victoria por pírrica que ésta pueda ser.
  • El sectarismo dentro de una misma marcha, o movimiento, es factor para que la desunión evite conjurar un mismo objetivo. Regresemos a las redes sociales. El rebelde de calle o el que degusta su Macchiato mientras diseña memes (el chairo) censura y trolea las creencias políticas y religiosas de otros que ven en ese tipo de fe alguna solución o la calma para su persona y su familia. Es decir que no existe otredad, algo que debe distinguir a una sociedad que acepta y garantiza la diversidad.
  • Encima, toda esta clase de fallas no permite el reconocimiento, y sí la negación, de otros sectores sociales que ven con desconfianza esos movimientos que, gracias a su incapacidad de blindaje, garantizan un final nada agradable. No existe una conciencia política real que sobrepase los ríos de tinta.
  • Finalmente, esta clase de yerros significa una victoria para la represión que, lejos de manifestarse por medio de hordas de granaderos violentos, ganan la partida en la mesa.


Alguien comentó hace poco que las grandes revoluciones comienzan primero como ideas que conducen a un fin. No es del todo descabellado pensar que la revolución comienza en una persona que sabe añadir adeptos con base en la buena interpretación de esas mismas ideas emparentadas con las necesidades del pueblo. Es por ello que en México la solución está lejos de perpetrarse. Pero, finalmente, ¿acaso todos están de acuerdo con esa solución?

La sociedad mexicana es una sociedad individualista, contradictoria y de conveniencias personales, así como cada político tiene un objetivo personal. Y en el caso de aquélla, todo depende de su entorno, de su capacidad adquisitiva, de su necesidad por proveer a una familia minimizando el daño para los suyos porque, ¿acaso existe algún tomador de decisiones confiable? ¿Es verdad que el pueblo mexicano tiene el gobierno que merece? ¿Alguien ha medido el nivel de confianza del pueblo hacia sus políticos?


Hasta que la sociedad no resuelva sus avatares primarios no existirá ventana alguna para el cambio y, en todo caso, una vez que dicho cambio se conjure, ¿qué sigue? Eso es algo en lo que nadie se ha detenido a pensar. 

jueves, 24 de septiembre de 2015

¿Esperaban promesas y compromisos ante Los 43 de Ayotzinapa?

“Un converso a la vez”, Julian Assange.

Son las 18:40 horas, voy llegando a casa en Coyoacán después de un día de  trabajo bastante movido e impetuoso que imponía decisiones rápidas y me encuentro con que en las redes sociales las emociones se han mezclado lo suficiente después de la conferencia de prensa de los padres de Los 43 de Ayotzinapa. Algo que ya se esperaba.

La mayoría de los comentarios versan sobre la impotencia que se experimenta, la injusticia social y política, gobierno asesino, cero promesas de parte de EPN, etc… Reacciones predecibles, eso ya se dijo, de las cuales no importan ni la forma ni el fondo sino lo que existe detrás de ellas y su origen.

Personalmente confío más en la reacción de una madre de familia y ama de casa que mienta un sincero “gobierno cabrón” mientras acaba de secar los trastes de la comida y se dispone a preparar la cena, que la reacción visceral y revanchista de un militante de la Revolución Starbucks que mienta madres desde el sofá y programa un setlist en Spotify. Quizás otra madre de familia oriente su preocupación o enfado hacia el comportamiento de los trágicamente 43 desaparecidos que se “metieron en esas cosas por andar en malos pasos”. O habrá a quien todo este tongo le parezca poco interesante y desee que ya comience su telenovela, su serie en Netflix o su partido de futbol. También se vale.

Es decir que siendo la sociedad un grupo compuesto de individuos con derechos y obligaciones, cada individuo tiene el derecho de interesarse o no y no por eso es un traidor a la patria. Pero también tiene la obligación de informarse y a partir de ahí tomar una decisión.

Esto podría explicarse por las diferencias generacionales, no obstante, no es así. Por el contrario, en este país las cosas suceden al revés.  

Al parecer los adultos que tienen cierta responsabilidad con un hogar o siendo cabezas de familia, desde sus trincheras, han entendido que una revolución comienza desde una persona que puede, o no, cooptar a otros para manifestar un cambio que puede ser multidimensional. Mientras tanto, la efervescencia “chaira” (término ya socialmente aceptado que define mas no denigra) orilla a sus militantes a buscar las “soluciones” de siempre y a DENIGRAR, ellos sí, a quienes tienen asuntos personales más importantes por los que deben pelear.

Esto nos conlleva a pensar en el bagaje cultural e ideológico que tiene cada persona además de su capacidad de sorpresa y su captación de la realidad.

¿En verdad creían que EPN prometería algo concreto y firmaría compromisos? ¿A estas alturas seguimos creyendo que las promesas gubernamentales no son parientes de los Reyes Magos o el renacimiento del Che Guevara?


Aquella madre de familia, quien quizás fue una jipi con su ideología bien cimentada más allá de utopías, hablará con sus hijos y les dirá: “peleen sus batallas nomás tengan cuidado”.

Quizás el padre de familia pensará en el tan manoseado Paro Nacional (una verdadera incongruencia) apretándose las manos porque quizás nadie compre en su tienda o se suba a su taxi. ¿Alguien ha tenido la decencia de contabilizar la cantidad de fuentes de empleo que se han perdido a causa de las marchas de la CNTE? ¿Alguien sabe cuántas personas han sido despedidas por llegar tarde tres veces en una semana a cusa de los bloqueos? ¡Claro que no! Porque la ceguera generalizada y proveniente de la Revolución Starbucks no permite que sus militantes aprecien el fondo de los acontecimientos, el resultado de una actitud beligerante en contra del gobierno que afecta a todos menos al gobierno. Y también porque para el chairo promedio eso es capitalismo y con ello demuestra un tremendo resentimiento social hacia sus semejantes.

Ahora, a un año de la desaparición de Los 43 de Ayotzinapa, el tema vuelve a tomar fuerza; y hace unos días los desplazados de Siria; y hace unas semanas era Angye, y semanas antes Rubén y meses antes la Guardería ABC. El tren del mame para quienes advierten la situación desde el taburete presenta muchos vagones para subirse sin salir de casa. Como analogía de un sistema de discriminación positiva cada quien se sube al vagón en el que se siente más cómodo.

La organización de una marcha de protesta se asemeja a la organización que hay en una boda para bailar Caballo Dorado.

Y no dudo que haya personas que acudan con un patriotismo real, verdaderamente preocupados por saber qué ocurre ahí, por empaparse de información que después verterá entre sus conocidos para tener una buena discusión y una lluvia de ideas y comiencen a actuar de forma personal. Pero los otros son más.

Hasta el momento las marchas han dejado un saldo rojo con golpeados, lastimados, arrestados justa e injustamente pero no han generado nada positivo más allá de copar un crisol con individuos de diversas ideologías y estratos sociales.

Porque lo importante no es llenar las calles de gente si esto no generará una respuesta positiva. Al contrario, lo importante es confeccionar mensajes, aprovechar la facilidad que brindan los medios de comunicación, escritos y electrónicos, más allá de memes y mentadas de madre repletas de hashtags sin ninguna clase de estrategia.

La ignorancia y la falta de visión son los agentes que han permitido que los canales de comunicación desarrollados por jóvenes críticos con gran influencia en un sector importante de la juventud desaparezcan, y me refiero a los programas de radio en Ibero 90.9, Reactor, y publicaciones culturales como La Ciudad de Frente, entre muchos otros. No, ya no es tiempo de mamar espejismos como los hoyos fonkis para verter el mensaje de las neuronas y las ansias.

¿Alguien recuerda la marcha que se organizó cuando murió Rock 101? ¡Claro que no! Porque a los jóvenes no les interesa la historia más allá del 2 de octubre, al mismo tiempo un buen pretexto para el espejismo del activismo social.

Las formas han cambiado y quienes se supone que tendrían que organizarse de acuerdo a los tiempos que corren siguen peleando con palos y piedras, unos, y otros tuiteando desde el sofá degustando su cocoa con bombones y esperando la venida del señor.  

No, señor, los milagros no existen porque los cambios se trabajan, se ungen de urgencia y organización con las herramientas que hay a la mano; se trata de saber trabajar las necesidades generales sin descuidar las personales. Nadie cuerdo en este país dejará su empleo y a su familia desprotegida para tomar un arma y salir a hacer la revolución.

Somos células descompuestas que comenzamos a crear un cáncer social más allá de las estupideces y la injusticia de los proyectos personales del gobierno. ¡Estamos fastidiando a los afines! Se trata de crear tumores positivos (si vale el término) que contagiemos a otras células y busquemos la mejor manera de sobrevivir y de infectar a la sociedad de trabajo e ideas propositivas. Lejos está de la cordura ser un iconoclasta si no se comienza por los vicios personales.

Quien no busque una solución personal para comenzar a actuar de forma proactiva es un chairo, sí, aquellos que ven complots en todo lo que se mueve, los que mientan madres con hashtags y después presionan ENTER.

No es chairo quien se monta en una cruzada que lo afecta directamente, como Los 43 de Ayotzinapa, sino aquél que se sube al tren del momento sin tener idea  de lo que pelea y piensa que va a tuitear mientras endulza su macchiato que pagará con la mesada que su padre funcionario de gobierno le deposita cada quincena. Para que vean que los chairos sí existen.

Tampoco son chairos aquellos que montan obras de teatro con ideología y mensaje, no son aquellos que producen podcasts para alcanzar audiencias inteligentes, no son quienes toman una pluma y gracias a su inteligencia comienzan a tejer redes por medio de un blog que tendrá cientos de seguidores si en su contenido hay coherencia; tampoco quienes aprovechan sus herramientas para enviar mensajes propositivos con cortometrajes o películas o guiones inteligentes.

México no va a cambiar a menos que los mexicanos cambien con inteligencia. Pero parece que todo se lo dejamos al gobierno. Eso sí es comodidad y conformismo. Queremos un gobierno de primer mundo pero el pensamiento y las acciones de la sociedad son de tercer mundo.

Y creer que el gobierno dará solución al caso de Los 43 Desaparecidos de Ayotzinapa es no sólo una cretinada sino una utopía de las más bajas.

¿Cuántos de los miembros de la Revolución Starbucks conocen el caso de Aguas Blancas o Las Abejas? Pocos, eh. Muy bien, ahí está su respuesta.

Sí, el desinterés, o bien el “interés” fingido del gobierno y EPN, es un cruzado directo a la mandíbula de la sociedad, una chingadera, pero qué se ha organizado para contrarrestarlo además de emprender marchitas o mentar madres cómodamente desde su sala recién adquirida en Dico.



¡Ya basta! 

martes, 22 de septiembre de 2015

Forget the Pro…

Mientras el éxito se mida en golpes de página el profesionalismo quedará varado en el olvido.

Aun cuando es inocente creer que el periodismo debe hacerse a la vieja usanza para darle credibilidad, lo cierto es que los cambios en fondos y formas no tienen que sucumbir ante la necesidad de generar audiencia.

Casi 100% de los medios electrónicos y cerca de 80% de los medios escritos basan sus esperanzas de hallar más ojos lectores en la utilización de redes sociales. No obstante, para explotar debidamente un canal de comunicación tan amplio y maleable como el fuelle de un acordeón es necesario conocerlo primero, entender sus funciones y saber aprovecharlas.

Lo que me gusta o le gusta al editor no siempre es lo que funciona. Al activar cualquier clase de estrategia es importante saber si va a funcionar o no.

Inclusive, es menester saber diferenciar el significado de sistema y estrategia en el campo de las redes sociales. Publicar un tuit cada cinco o 10 minutos durante el día es un sistema cuyo fin es mantener presencia en las redes ante el público cautivo, con el riesgo de ser considerado un spammer. Mientras tanto, una estrategia conlleva un fin, que es captar audiencia potenciando tu mensaje, ir más allá de la frontera de tu red de seguidores gracias a habilidades creativas y mucha astucia para conducir los mensajes de tu medio.

“Un converso a la vez”, rezaba hace algunos años Julian Assange.

Quienes creen que ser Community manager (CM) de un medio de comunicación, alguna ONG, una marca o dependencia de gobierno consiste en sentarse frente al ordenador a programar baterías de mensajes están en un error.

Un buen CM no sólo debe contar con ciertas habilidades sino conocer a fondo el producto o la información que va a manejar, y para ello es necesario que reciba una actualización y posteriormente una retroalimentación de parte de sus empleadores o editores.

De acuerdo con el portal Alto Nivel, el perfil del CM debe ser:
·         Carismático
·         Profesional
·         Capaz de informar
·         Sensible
·         Innovador
·         Propositivo
·         Proactivo
·         Revolucionario
·         Con buena ortografía
·         Informado

Lamentablemente, en la mayoría de los casos, no es así.

Las verdaderas herramientas de un buen CM se encuentran en su cerebro y sus capacidades y no en una aplicación como TweetDeck. Porque un buen CM debe saber cuáles son los momentos de mayor tráfico, a qué hora del día recibe mayor atención, cuáles son sus tiempos muertos para invadirlos y cuándo callar. Por ejemplo, después de las 10 de la noche, lanzar un tuit con información honda es como disparar al aire.

En el viejo oeste, lo hemos visto en las películas, el pistolero más respetado era aquél que disparaba más rápido y una mayor cantidad de veces antes que su enemigo. En redes sociales esto no es viable. Un verdadero tuitero es más un francotirador metódico que sabe cuándo y dónde encajar una bala y no quien dispara más veces a ver si así le pega a algo. Algunos no le atinan ni a una vaca dentro de un baño.

La diferencia la marca la estrategia.

Por otro lado, el CM depende del menú de información que su medio o su marca le proporcionan para alimentar las redes. Veamos al tuitero como un mesero y a sus editores como los chefs que preparan la información.

En muchos casos, a pesar de que el CM cuenta con las habilidades señaladas, el ego de los editores o jefes de redacción o jefes de marca los lleva a diseñar la redacción de los mensajes obstaculizando la dinámica para la que el CM ha sido contratado, convirtiéndolo en un tuitero a destajo.

Quizás en otros países sea distinto, pero al menos en México aún no se ha dimensionado la fuerza de convocatoria que puede tener una red social bien trabajada.

El éxito del trabajo en una red social no es la cantidad de seguidores que captas en un día o una semana sino la cantidad de usuarios que se mantienen porque en verdad les interesan los contenidos.

Hay editores o directores marca que no conocen términos como call to action, principio 80/20, galería de tuits o thunderclap sencillamente porque no tienen el interés por informarse para saber cómo deben actuar dentro de una red social para potenciar una campaña publicitaria o informativa.

Esto se traduce como falta de profesionalismo. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Recordando el terremoto de 1985

El primer problema fue soñar, una noche antes, imbuido por las noticias que llegaron desde Chile, que el 18 de septiembre de 2015 el Claustro de Sor Juana se venía abajo por un terremoto a la mitad de mi ponencia.

El otro problema fue sortear las ventajas que te da ser ponente y no prensa, cuando estás acostumbrado a estar del lado oscuro.

Finalmente, romper el nervio (siempre da nervios aunque acumules tablas) con las primeras palabras: “Yo voy a leer porque si no divago mucho y se me van las cabras” (risas).

El principal objetivo de mi ponencia #TenemosSismo #TenemosSelfie (de la Solidaridad a Chico Che) fue apuntalar la visión de quien vivió el terremoto dándose cuenta de todo lo que lo rodeaba.

Aquí la ponencia íntegra por si alguien quiere revivir lo que ocurrió esta mañana en el Claustro de Sor Juana. 

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Para que en México demos un repaso por la historia reciente es necesario que tiemble. El mejor momento para montarnos en el bello arte de la crónica es cuando acaba de temblar.

El temblor activa tu disco duro y le das clic al recuerdo de aquel colosal 19 de septiembre de 1985. ¿Y quién tiene la culpa? Ni más ni menos que el buen Chico Che, aquel músico regordete con pinta de mandarín de Tabasco ataviado con overol y camisa de marinero de agua dulce, quien compuso una oda a partir de la cachetona pregunta que reza: ¿dónde te agarró el temblor?

Porque no importa si es mediodía y tuviste que salirte de la oficina a las estepas de Paseo de la Reforma en paños Godínez mientras Protección Civil le echa un ojo a ese edificio de gobierno al que, con cada temblor, por lo sesgado que termina, el sol le pega desde otros ángulos; y tampoco importa si el meneo nos agarró a media noche y los vecinos en la calle aprovechan para fumarse un cigarrito (si no hay amago de fuga de gas) y de paso levantan un inventario de las coquetas pijamas de las vecinas; o si por desgracia estás en el baño escanciando tus micciones y no sabes si seguir en la faena o detenerte del toallero; no importa porque irremediablemente el siguiente comentario o pensamiento versará, si naciste en los setentas o antes, en la cantadita pregunta de dónde te agarró el temblor. Y pensarás también en Chico Che.

El terremoto de 1985 no pudo venirle mejor a mucha gente. Se sabe, por ejemplo, que muchos aprovecharon el desconcierto y en lugar de decir “ahorita vengo voy por cigarros”, antes de emprender la huida, se dieron por desaparecidos y recomenzaron su vida en otro tiempo y otro lugar. En aquellas épocas era más sencillo comprar identidades.

Encima, por esas cosas de las caídas del sistema, muchas deudas bancarias se diluyeron y quién sabe cuántos directivos de bancos amasaron los pasivos.

Otros más disidentes, quizás en silencio por lo dramático de la situación, celebraron el derrumbe físico de Televisa, eterna dominadora de los medios que, sin embargo, tuvo en Zabludovsky a su paladín informativo quien asestó un “Pa’ que vean que Televisa no está muerta” y se puso a hacer periodismo de verdad, algo casi involuntario porque era el único comunicador, digamos, en línea. Para nadie es un secreto que el terremoto le obsequió a Jacobo la oportunidad de hacer la crónica de su vida y así redimirse un poco del asco general que arrastraba junto con su rabo de soldado del gobierno. El terremoto le vino bien y hasta podemos asegurar que lo sosegó un poco.

Y qué decir de la “Princesa Polaca”, doña Elena Poniatowska, quien pagó los recibos de luz, agua y gas de su mansión en Chimalistac gracias a su crónica social llamada “Nada, nadie”. Nada mejor que bregar por los desposeídos y damnificados desde la comodidad del sofá. Así como Denisse de Kalaffe cobra sus regalías cada 10 de mayo, Elenita se forra cada 19 de septiembre como burócrata en quincena.

No obstante, a los diarios de nota roja el terremoto los atrapó con el pijama puesto porque, dejando de lado sus creativos cabezales de poesía sangrienta, se limitaron a colorear el asunto con la palabra ¡TERROR! en la de ocho columnas. Eso sí, sus fotógrafos se dieron un festín imprimiendo imágenes dignas de un bombardeo repentino o una película del maestro del terror brasileño Xe do Caixao.

¿Y el gobierno? El gobierno sobrepasado por la sociedad reaccionó con lentitud pero no por no tener la oportunidad o las ganas sino porque, seguramente, desde sus escondrijos, diseñaba estrategias y campañas para aprovechar el desconcierto y aupar sus programas sociales. Nada mejor para su imagen internacional que organizar un Mundial de futbol a partir de las cenizas el año siguiente. “¡México resurge!” habrá mentado en esa lluvia de ideas algún publicista ávido de ganarse EL contrato. Y el “negro” al servicio de Miguel de la Madrid habrá redactado discurso tras discurso que iban siendo aprobados a destajo para intentar, sólo intentar, una reconciliación entre la sociedad y el presidente quien después de aquella lluvia de ideas recibió una lluvia de chiflidos y mentadas de madre al inaugurar el Mundial de futbol mientras Televisa minimizaba el escarnio con un disco de aplausos.
Y en ese sentido, quizás el más aliviado fue López Portillo, a quien se le recuerda por las lágrimas con que defendería el peso, la jocosidad de sus amantes, lo dadivoso que era con su familia, y por ser el jamón en el sándwich de escándalos previos como el del 2 de octubre y El Halconazo, y posteriores como el terremoto del 19 de septiembre. El amo y señor de la Colina del Perro habrá apreciado aquello desde la comodidad de su mansión en Coyoacán. “La libramos, vieja…” le habrá dicho a su esposa Carmen o a Rosa Luz Alegría o a Sasha Montenegro, quién sabe quién dominaba entonces el terreno de su king size.

Y mientras tanto llegaba la ayuda del extranjero con medicinas, víveres, bolsas para dormir, mercancía que, extrañamente, meses después, apareció a la venta en los anaqueles de la Conasupo, aquel bastión priista de ayuda social, ajá, que pasó a la historia por vender leche contaminada con radiación a precios módicos.

Sólo faltó que Televisa, para paliar la reconstrucción de su Álamo, produjera una telenovela alusiva con Alma Delfina y Salvador Pineda en papeles estelares. “Este terremoto fue patrocinado por Coca Cola, dale chispa a tu vida”.

¿Y la sociedad? A ella la dejaremos para después.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 y su réplica hermana del 20 de septiembre significaron, manoseando palabrería estratégica hoy tan de moda, una ventana de oportunidad para muchas personas, organizaciones políticas y presuntos luchadores sociales.

Aquel evento repentino junto con el incendio en San Juanico casi un año antes, le metieron un cruzado a la mandíbula a las autoridades que se vieron en la necesidad de adiestrar a la sociedad para enfrentar situaciones extremas, como si aquélla no supiera hacerlo a su manera.

El mexicano, y sobre todo el capitalino, tienen sus propias estrategias de supervivencia y las reglas y el orden les vienen chicos.

A partir de entonces, cada 19 de septiembre se realiza un simulacro general en oficinas y escuelas, y algunos sorpresa en fechas aisladas, que solamente sirven para el chacoteo y la guasa y, hoy en día, para preparar la cámara del teléfono celular para tomar una selfie y postearla acompañada del hashtag #TenemosSimulacro.

Y peor aún, no falta el despistado nacido en los setentas que cree que el sismo es real y entra en pánico abultando las carcajadas de sus compañeros de oficina.

En la actualidad, lo peor que puede ocurrirle al Godínez promedio es que durante un sismo real se caiga la red porque no podrá sumarse a la comunidad del #TenemosSismo que Marcelo Ebrard, de forma muy chabacana durante su mandato, aprovechaba para mostrarse atento mientras realizaba un reconocimiento capitalino desde un helicóptero.

Sí, el sismo de 1985 fue el crisol en el que muchos mostraron el cobre pero también ayudó al nacimiento de la conciencia social después de que dicho ejercicio fuese aplacado a catorrazos y balazos en 1968 y 1971.

La lenta respuesta del gobierno, y específicamente del regente capitalino Ramón Aguirre, abrió la oportunidad para que la sociedad se organizara por ósmosis o telequinesis o vayan ustedes a saber si sencillamente por esa necesidad de sobrevivencia, y se articuló un ejército de espontáneos perfectamente bien determinado y con actividades de acuerdo a la capacidad de sus miembros. Hordas de motociclistas yuppies pusieron al servicio del caos sus máquinas rugientes para llevar y traer herramientas, palabras de aliento y los alimentos que las doñas y marías preparaban en sus cazos, sus ollas de peltre y sus anafres. 

Cubetas, picos, palas, barretas, etcétera, despuntaban de las motocicletas como en las hordas de aquella fábula postapocalíptica llamada Mad Max.

Y así, poco a poco, como un organismo independiente, la Ciudad de México se rescató a sí misma.

Entonces yo tenía 11 años de edad y, amén de lo que acabo de contarles 30 años después, mi visión natural fue distinta, porque entonces, tanto para mí como para los capitalinos, nació el miedo.

El monstruo se sacudió las pulgas. El 19 de septiembre de 1985 la Tierra en la Ciudad de México se hartó de la estática y quiso moverse un poco.

En aquellos años ochenteros, cuando la palabra crisis comenzaba a ser de uso común y en la música se gestaba el fenómeno del one hit wonder, nuestra generación daba por veraz todo lo que salía en televisión, como ahora hacemos con Facebook. Nosotros éramos niños que entendíamos de terremotos y desastres naturales lo mismo que de física cuántica, y se trataba de otro temblor. Otro y ya, como siempre.

No obstante, al volver a casa, la realidad te propinaba un cruzado de derecha directo a la mandíbula.

Mi madre me recogió de la escuela poco después del terremoto y fuimos directamente a casa de mi abuela en Coyoacán, punto de reunión para festejos, bodas, aniversarios, bautizos y, por lo visto, también desastres naturales.

La ausencia de luz en media Ciudad de México acompañaba los rostros de azoro y terror de mis tíos y primos. Los teléfonos estaban muertos. Los canales de comunicación colapsaron y solamente quedaba el rumor.

No obstante, demostrando ingenio y paciencia chilangos, mi abuelo, protocientífico autodidacta, y mi tío, ingeniero, con maestría de cirujanos, pelaron los cables de una enorme televisión de bulbos y los conectaron a la batería de un Mustang Shelby para poder devolver un poco de tecnología a ese departamento. 

Entonces fue cuando la realidad nos pegó un zarpazo. Con la voz en off de Jacobo Zabudovsky, a cuadro se abrían imágenes impresionantes que parecían relatar, puntualmente, el paso de un Godzilla demasiado entusiasmado en su paseo por el centro del Distrito Federal y colonias aledañas. Edificios que parecían haber sido masticados y escupidos, manos y rostros y demás miembros asomando bajo el cielorraso de los edificios de papel que no toleraron la descarga de adrenalina de una ciudad en llamas. Nota roja en entrega inmediata, pero, ¿qué más podían hacer los medios?

Los locutores de radio intentaban ponerse a nivel pero las palabras salían agolpadas; años de entrenamiento no bastaron para poder describir tanta crudeza. Escenario de guerra, algo inverosímil para el entendimiento del mexicano promedio.

Un lugar común para aquellos que cada 19 de septiembre relatan sus experiencias es hablar del nacimiento de la solidaridad mexicana ante la reacción timorata del gobierno que años después, dicho sea de paso, utilizó el término como propaganda electoral, pero lo cierto es que entre los chilangos nació un sentimiento para el que nunca nos preparamos: el miedo. El miedo real, el miedo tangible y posible y cercano. Cada vez las piedras –literalmente– caían más cerca. Días antes del terremoto de 1985 los únicos miedos del mexicano se orientaban hacia el papelón que podía hacer la selección de futbol en el Mundial, que Hugo Sánchez no fallara el penalti que falló, que Siempre en Domingo cerrara sus transmisiones o que se muriera Chespirito.

Aun sin quererlo, Televisa mostraba a cuadro las secuelas de un fenómeno inentendible. Lejos quedó la explotación del morbo porque, en este caso, a diferencia de lo que hacen con el Teletón, era necesario y obligatorio. El público debía saber en qué condiciones había quedado su ciudad y Zabludovsky, con las pocas herramientas que tenía a la mano, escupió la crónica de su vida. Porque como dijera Paco Ignacio Taibo II: “el periodismo es garra que no cesa”. Y quizás Zabludovsky deseaba buscar un rincón íntimo para devolver con sendas arcadas el desayuno, pero le ganó la necesidad de informar. Basta con escuchar la entrevista que le hace al dueño de la cafetería Super Leche, desayunador que quedó hecho emparedado sobre San Juan de Letrán, mientras aquél le comenta, con una sangre fría que raya en el desconcierto, que su madre y su hermana están bajo los escombros.

El miedo había sido inoculado y desde entonces corre en el torrente sanguíneo formando mutaciones en el ADN chilango. Por ello, durante la fastuosa réplica nocturna del 20 de septiembre de 1985, el mexicano activó la estrategia infantil de “puto el último” para salir de sus casas acompañados de los vecinos y los perros para cruzar la calle y esquivar coches y autobuses de Ruta 100 para treparse al camellón de la avenida como si éste fuese la trinchera adecuada debajo de los cables de alta tensión.

Nadie sabía qué hacer. Nadie sabía qué decir. El gobierno y los medios de comunicación, responsables de la actitud ciudadana, balbuceaban incoherencias ante una tragedia de talla monumental. Quizás por eso mi abuela hallaba consuelo hincada en el suelo y con las manos en ristre rezándole al único farol con luz.

Entonces no había Facebook ni Twitter ni Instagram ni mucho menos una alarma sísmica. Pero el desastre dio pie a la necesidad de activar esos simulacros que terminan siendo un desmadre chabacano que le viene bien a los estudiantes y los Godínez que se saltan clases y se lanzan por un café al Starbucks local, y una alarma sísmica en radio y televisión que en muchas ocasiones se activa minutos después, la muy impuntual, quizás porque está sincronizada con la burocracia nacional.

Esa misma alarma que hoy en día, de vez en cuando, quizás por aburrimiento, se dispara sin necesidad y pone a todos a correr olvidando los protocolos.

Pero claro, ahora tenemos aplicaciones y nuestros teléfonos inteligentes (hay quien de inteligencia tiene sólo el teléfono) intentan servir como halcones que previenen la desgracia para que el interfecto vaya pensando, mientras pone su vida a salvo, qué va a tuitear y cómo va a tomarse la selfie adecuada.

Hoy en día contamos con más herramientas de comunicación para prevenir y atender un siniestro de semejante talla, no obstante, quienes las controlan en su mayoría son personas que no estuvieron en territorio comanche cuando media ciudad se vino abajo. Cuando la comunicación en México era al estilo Picapiedra. La escasez de transmisión cultural evita que las nuevas generaciones tengan conciencia de los resultados que puede tener un sismo combinado con la ausencia de educación cívica y necesidad de supervivencia.

Encima, las nuevas dinámicas electrónicas del periodismo fabricado en la mesa de redacción y vía redes sociales no permiten que los reporteros tengan un amplio conocimiento del manejo de la información.

En ese sentido, ¿acaso México está preparado para enfrentar un terremoto de las mismas dimensiones que el de 1985? Lo más seguro es que no, por ello, es menester no sólo el adiestramiento de los cuerpos de emergencia y de quienes deben manejar la información. A veces la tecnología digital estorba y es mejor volver a los sistemas análogos que nos permitan controlar el miedo y, sobre todo, informar debidamente.

Sólo por eso, y a pesar de sus manchas, aquel viejo soldado de Televisa y el PRI se ha ganado un sitio entre los comunicadores que supieron aprovechar las pocas herramientas que tenían a la mano para hacer un trabajo real, crudo, pero puntual. Algo que, en la actualidad, no tiene el periodismo en México.

Muchas gracias.


sábado, 8 de agosto de 2015

Se coleccionan momentos

Un viejo amigo del que no sabía nada desde hace más de diez años murió ayer. No diré quién porque durante ese tiempo no hablé de él más que con una sola persona que también lo conoció por aquellas épocas. Y fue quizás un comentario al aire. Si me lees sabrás que me refiero a ti.

En medio de esa vorágine de sentimientos que te llega de golpe cuando recibes una noticia así siempre buscas alguien con quien hablar. Y ese alguien me dijo que me escuchaba afectado, “quizás demasiado por una persona de la que no sabías hace casi dos décadas; quizás él no se acordaba de ti”. Puede ser. Puede ser que sí se acordara.

Entonces me puse a pensar en la cantidad de amigos que han fallecido de diciembre de 2014 para acá y la cifra es severa.

El primer amigo que “perdimos”, de alguna manera, se casó en la preparatoria. Años después murió uno de mis mejores amigos. Fue el primer velorio de alguien de mi edad al que acudí. Un tipo con el que había estado escuchando música y bebiendo cerveza tres días antes afuera de mi casa. En fin, alguien a quien veía seguido.

En este instante pienso en aquello de “crear momentos”. Las personas son importantes en tu vida por la cantidad de momentos que guardas de ellas en la memoria. Situaciones divertidas, peligrosas, malas, sensacionales, casuales o inclusive sin importancia que, encima, eslabonan a más y más personas con las que convivimos entonces.

Sí, hace años que no sabía del Brujo pero en cuanto me enteré de su muerte vinieron a mis sentidos recuerdos acompañados de canciones, de sonidos, de risas y borracheras y ensayos y tocadas, y ese momento especial que reúne a todos los grupos en el escenario y siempre llamamos pomposamente sound check.

Quizás no éramos amigos sino cuates, pero las definiciones van sobrando. Finalmente, uno no quiere que se muera alguien que ha pasado por tu vida y la de tus otros amigos.

Es extraño, es verdaderamente muy extraño.

Por eso detesto a la gente pretenciosa y material, porque siempre deja de lado lo esencial.


Justo hoy en la mañana mi hijo me decía: “Tengo miedo de que algún día te mueras”. Los escalofríos vinieron hasta después.