Buscar este blog

jueves, 24 de septiembre de 2015

¿Esperaban promesas y compromisos ante Los 43 de Ayotzinapa?

“Un converso a la vez”, Julian Assange.

Son las 18:40 horas, voy llegando a casa en Coyoacán después de un día de  trabajo bastante movido e impetuoso que imponía decisiones rápidas y me encuentro con que en las redes sociales las emociones se han mezclado lo suficiente después de la conferencia de prensa de los padres de Los 43 de Ayotzinapa. Algo que ya se esperaba.

La mayoría de los comentarios versan sobre la impotencia que se experimenta, la injusticia social y política, gobierno asesino, cero promesas de parte de EPN, etc… Reacciones predecibles, eso ya se dijo, de las cuales no importan ni la forma ni el fondo sino lo que existe detrás de ellas y su origen.

Personalmente confío más en la reacción de una madre de familia y ama de casa que mienta un sincero “gobierno cabrón” mientras acaba de secar los trastes de la comida y se dispone a preparar la cena, que la reacción visceral y revanchista de un militante de la Revolución Starbucks que mienta madres desde el sofá y programa un setlist en Spotify. Quizás otra madre de familia oriente su preocupación o enfado hacia el comportamiento de los trágicamente 43 desaparecidos que se “metieron en esas cosas por andar en malos pasos”. O habrá a quien todo este tongo le parezca poco interesante y desee que ya comience su telenovela, su serie en Netflix o su partido de futbol. También se vale.

Es decir que siendo la sociedad un grupo compuesto de individuos con derechos y obligaciones, cada individuo tiene el derecho de interesarse o no y no por eso es un traidor a la patria. Pero también tiene la obligación de informarse y a partir de ahí tomar una decisión.

Esto podría explicarse por las diferencias generacionales, no obstante, no es así. Por el contrario, en este país las cosas suceden al revés.  

Al parecer los adultos que tienen cierta responsabilidad con un hogar o siendo cabezas de familia, desde sus trincheras, han entendido que una revolución comienza desde una persona que puede, o no, cooptar a otros para manifestar un cambio que puede ser multidimensional. Mientras tanto, la efervescencia “chaira” (término ya socialmente aceptado que define mas no denigra) orilla a sus militantes a buscar las “soluciones” de siempre y a DENIGRAR, ellos sí, a quienes tienen asuntos personales más importantes por los que deben pelear.

Esto nos conlleva a pensar en el bagaje cultural e ideológico que tiene cada persona además de su capacidad de sorpresa y su captación de la realidad.

¿En verdad creían que EPN prometería algo concreto y firmaría compromisos? ¿A estas alturas seguimos creyendo que las promesas gubernamentales no son parientes de los Reyes Magos o el renacimiento del Che Guevara?


Aquella madre de familia, quien quizás fue una jipi con su ideología bien cimentada más allá de utopías, hablará con sus hijos y les dirá: “peleen sus batallas nomás tengan cuidado”.

Quizás el padre de familia pensará en el tan manoseado Paro Nacional (una verdadera incongruencia) apretándose las manos porque quizás nadie compre en su tienda o se suba a su taxi. ¿Alguien ha tenido la decencia de contabilizar la cantidad de fuentes de empleo que se han perdido a causa de las marchas de la CNTE? ¿Alguien sabe cuántas personas han sido despedidas por llegar tarde tres veces en una semana a cusa de los bloqueos? ¡Claro que no! Porque la ceguera generalizada y proveniente de la Revolución Starbucks no permite que sus militantes aprecien el fondo de los acontecimientos, el resultado de una actitud beligerante en contra del gobierno que afecta a todos menos al gobierno. Y también porque para el chairo promedio eso es capitalismo y con ello demuestra un tremendo resentimiento social hacia sus semejantes.

Ahora, a un año de la desaparición de Los 43 de Ayotzinapa, el tema vuelve a tomar fuerza; y hace unos días los desplazados de Siria; y hace unas semanas era Angye, y semanas antes Rubén y meses antes la Guardería ABC. El tren del mame para quienes advierten la situación desde el taburete presenta muchos vagones para subirse sin salir de casa. Como analogía de un sistema de discriminación positiva cada quien se sube al vagón en el que se siente más cómodo.

La organización de una marcha de protesta se asemeja a la organización que hay en una boda para bailar Caballo Dorado.

Y no dudo que haya personas que acudan con un patriotismo real, verdaderamente preocupados por saber qué ocurre ahí, por empaparse de información que después verterá entre sus conocidos para tener una buena discusión y una lluvia de ideas y comiencen a actuar de forma personal. Pero los otros son más.

Hasta el momento las marchas han dejado un saldo rojo con golpeados, lastimados, arrestados justa e injustamente pero no han generado nada positivo más allá de copar un crisol con individuos de diversas ideologías y estratos sociales.

Porque lo importante no es llenar las calles de gente si esto no generará una respuesta positiva. Al contrario, lo importante es confeccionar mensajes, aprovechar la facilidad que brindan los medios de comunicación, escritos y electrónicos, más allá de memes y mentadas de madre repletas de hashtags sin ninguna clase de estrategia.

La ignorancia y la falta de visión son los agentes que han permitido que los canales de comunicación desarrollados por jóvenes críticos con gran influencia en un sector importante de la juventud desaparezcan, y me refiero a los programas de radio en Ibero 90.9, Reactor, y publicaciones culturales como La Ciudad de Frente, entre muchos otros. No, ya no es tiempo de mamar espejismos como los hoyos fonkis para verter el mensaje de las neuronas y las ansias.

¿Alguien recuerda la marcha que se organizó cuando murió Rock 101? ¡Claro que no! Porque a los jóvenes no les interesa la historia más allá del 2 de octubre, al mismo tiempo un buen pretexto para el espejismo del activismo social.

Las formas han cambiado y quienes se supone que tendrían que organizarse de acuerdo a los tiempos que corren siguen peleando con palos y piedras, unos, y otros tuiteando desde el sofá degustando su cocoa con bombones y esperando la venida del señor.  

No, señor, los milagros no existen porque los cambios se trabajan, se ungen de urgencia y organización con las herramientas que hay a la mano; se trata de saber trabajar las necesidades generales sin descuidar las personales. Nadie cuerdo en este país dejará su empleo y a su familia desprotegida para tomar un arma y salir a hacer la revolución.

Somos células descompuestas que comenzamos a crear un cáncer social más allá de las estupideces y la injusticia de los proyectos personales del gobierno. ¡Estamos fastidiando a los afines! Se trata de crear tumores positivos (si vale el término) que contagiemos a otras células y busquemos la mejor manera de sobrevivir y de infectar a la sociedad de trabajo e ideas propositivas. Lejos está de la cordura ser un iconoclasta si no se comienza por los vicios personales.

Quien no busque una solución personal para comenzar a actuar de forma proactiva es un chairo, sí, aquellos que ven complots en todo lo que se mueve, los que mientan madres con hashtags y después presionan ENTER.

No es chairo quien se monta en una cruzada que lo afecta directamente, como Los 43 de Ayotzinapa, sino aquél que se sube al tren del momento sin tener idea  de lo que pelea y piensa que va a tuitear mientras endulza su macchiato que pagará con la mesada que su padre funcionario de gobierno le deposita cada quincena. Para que vean que los chairos sí existen.

Tampoco son chairos aquellos que montan obras de teatro con ideología y mensaje, no son aquellos que producen podcasts para alcanzar audiencias inteligentes, no son quienes toman una pluma y gracias a su inteligencia comienzan a tejer redes por medio de un blog que tendrá cientos de seguidores si en su contenido hay coherencia; tampoco quienes aprovechan sus herramientas para enviar mensajes propositivos con cortometrajes o películas o guiones inteligentes.

México no va a cambiar a menos que los mexicanos cambien con inteligencia. Pero parece que todo se lo dejamos al gobierno. Eso sí es comodidad y conformismo. Queremos un gobierno de primer mundo pero el pensamiento y las acciones de la sociedad son de tercer mundo.

Y creer que el gobierno dará solución al caso de Los 43 Desaparecidos de Ayotzinapa es no sólo una cretinada sino una utopía de las más bajas.

¿Cuántos de los miembros de la Revolución Starbucks conocen el caso de Aguas Blancas o Las Abejas? Pocos, eh. Muy bien, ahí está su respuesta.

Sí, el desinterés, o bien el “interés” fingido del gobierno y EPN, es un cruzado directo a la mandíbula de la sociedad, una chingadera, pero qué se ha organizado para contrarrestarlo además de emprender marchitas o mentar madres cómodamente desde su sala recién adquirida en Dico.



¡Ya basta! 

martes, 22 de septiembre de 2015

Forget the Pro…

Mientras el éxito se mida en golpes de página el profesionalismo quedará varado en el olvido.

Aun cuando es inocente creer que el periodismo debe hacerse a la vieja usanza para darle credibilidad, lo cierto es que los cambios en fondos y formas no tienen que sucumbir ante la necesidad de generar audiencia.

Casi 100% de los medios electrónicos y cerca de 80% de los medios escritos basan sus esperanzas de hallar más ojos lectores en la utilización de redes sociales. No obstante, para explotar debidamente un canal de comunicación tan amplio y maleable como el fuelle de un acordeón es necesario conocerlo primero, entender sus funciones y saber aprovecharlas.

Lo que me gusta o le gusta al editor no siempre es lo que funciona. Al activar cualquier clase de estrategia es importante saber si va a funcionar o no.

Inclusive, es menester saber diferenciar el significado de sistema y estrategia en el campo de las redes sociales. Publicar un tuit cada cinco o 10 minutos durante el día es un sistema cuyo fin es mantener presencia en las redes ante el público cautivo, con el riesgo de ser considerado un spammer. Mientras tanto, una estrategia conlleva un fin, que es captar audiencia potenciando tu mensaje, ir más allá de la frontera de tu red de seguidores gracias a habilidades creativas y mucha astucia para conducir los mensajes de tu medio.

“Un converso a la vez”, rezaba hace algunos años Julian Assange.

Quienes creen que ser Community manager (CM) de un medio de comunicación, alguna ONG, una marca o dependencia de gobierno consiste en sentarse frente al ordenador a programar baterías de mensajes están en un error.

Un buen CM no sólo debe contar con ciertas habilidades sino conocer a fondo el producto o la información que va a manejar, y para ello es necesario que reciba una actualización y posteriormente una retroalimentación de parte de sus empleadores o editores.

De acuerdo con el portal Alto Nivel, el perfil del CM debe ser:
·         Carismático
·         Profesional
·         Capaz de informar
·         Sensible
·         Innovador
·         Propositivo
·         Proactivo
·         Revolucionario
·         Con buena ortografía
·         Informado

Lamentablemente, en la mayoría de los casos, no es así.

Las verdaderas herramientas de un buen CM se encuentran en su cerebro y sus capacidades y no en una aplicación como TweetDeck. Porque un buen CM debe saber cuáles son los momentos de mayor tráfico, a qué hora del día recibe mayor atención, cuáles son sus tiempos muertos para invadirlos y cuándo callar. Por ejemplo, después de las 10 de la noche, lanzar un tuit con información honda es como disparar al aire.

En el viejo oeste, lo hemos visto en las películas, el pistolero más respetado era aquél que disparaba más rápido y una mayor cantidad de veces antes que su enemigo. En redes sociales esto no es viable. Un verdadero tuitero es más un francotirador metódico que sabe cuándo y dónde encajar una bala y no quien dispara más veces a ver si así le pega a algo. Algunos no le atinan ni a una vaca dentro de un baño.

La diferencia la marca la estrategia.

Por otro lado, el CM depende del menú de información que su medio o su marca le proporcionan para alimentar las redes. Veamos al tuitero como un mesero y a sus editores como los chefs que preparan la información.

En muchos casos, a pesar de que el CM cuenta con las habilidades señaladas, el ego de los editores o jefes de redacción o jefes de marca los lleva a diseñar la redacción de los mensajes obstaculizando la dinámica para la que el CM ha sido contratado, convirtiéndolo en un tuitero a destajo.

Quizás en otros países sea distinto, pero al menos en México aún no se ha dimensionado la fuerza de convocatoria que puede tener una red social bien trabajada.

El éxito del trabajo en una red social no es la cantidad de seguidores que captas en un día o una semana sino la cantidad de usuarios que se mantienen porque en verdad les interesan los contenidos.

Hay editores o directores marca que no conocen términos como call to action, principio 80/20, galería de tuits o thunderclap sencillamente porque no tienen el interés por informarse para saber cómo deben actuar dentro de una red social para potenciar una campaña publicitaria o informativa.

Esto se traduce como falta de profesionalismo. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Recordando el terremoto de 1985

El primer problema fue soñar, una noche antes, imbuido por las noticias que llegaron desde Chile, que el 18 de septiembre de 2015 el Claustro de Sor Juana se venía abajo por un terremoto a la mitad de mi ponencia.

El otro problema fue sortear las ventajas que te da ser ponente y no prensa, cuando estás acostumbrado a estar del lado oscuro.

Finalmente, romper el nervio (siempre da nervios aunque acumules tablas) con las primeras palabras: “Yo voy a leer porque si no divago mucho y se me van las cabras” (risas).

El principal objetivo de mi ponencia #TenemosSismo #TenemosSelfie (de la Solidaridad a Chico Che) fue apuntalar la visión de quien vivió el terremoto dándose cuenta de todo lo que lo rodeaba.

Aquí la ponencia íntegra por si alguien quiere revivir lo que ocurrió esta mañana en el Claustro de Sor Juana. 

=======


Para que en México demos un repaso por la historia reciente es necesario que tiemble. El mejor momento para montarnos en el bello arte de la crónica es cuando acaba de temblar.

El temblor activa tu disco duro y le das clic al recuerdo de aquel colosal 19 de septiembre de 1985. ¿Y quién tiene la culpa? Ni más ni menos que el buen Chico Che, aquel músico regordete con pinta de mandarín de Tabasco ataviado con overol y camisa de marinero de agua dulce, quien compuso una oda a partir de la cachetona pregunta que reza: ¿dónde te agarró el temblor?

Porque no importa si es mediodía y tuviste que salirte de la oficina a las estepas de Paseo de la Reforma en paños Godínez mientras Protección Civil le echa un ojo a ese edificio de gobierno al que, con cada temblor, por lo sesgado que termina, el sol le pega desde otros ángulos; y tampoco importa si el meneo nos agarró a media noche y los vecinos en la calle aprovechan para fumarse un cigarrito (si no hay amago de fuga de gas) y de paso levantan un inventario de las coquetas pijamas de las vecinas; o si por desgracia estás en el baño escanciando tus micciones y no sabes si seguir en la faena o detenerte del toallero; no importa porque irremediablemente el siguiente comentario o pensamiento versará, si naciste en los setentas o antes, en la cantadita pregunta de dónde te agarró el temblor. Y pensarás también en Chico Che.

El terremoto de 1985 no pudo venirle mejor a mucha gente. Se sabe, por ejemplo, que muchos aprovecharon el desconcierto y en lugar de decir “ahorita vengo voy por cigarros”, antes de emprender la huida, se dieron por desaparecidos y recomenzaron su vida en otro tiempo y otro lugar. En aquellas épocas era más sencillo comprar identidades.

Encima, por esas cosas de las caídas del sistema, muchas deudas bancarias se diluyeron y quién sabe cuántos directivos de bancos amasaron los pasivos.

Otros más disidentes, quizás en silencio por lo dramático de la situación, celebraron el derrumbe físico de Televisa, eterna dominadora de los medios que, sin embargo, tuvo en Zabludovsky a su paladín informativo quien asestó un “Pa’ que vean que Televisa no está muerta” y se puso a hacer periodismo de verdad, algo casi involuntario porque era el único comunicador, digamos, en línea. Para nadie es un secreto que el terremoto le obsequió a Jacobo la oportunidad de hacer la crónica de su vida y así redimirse un poco del asco general que arrastraba junto con su rabo de soldado del gobierno. El terremoto le vino bien y hasta podemos asegurar que lo sosegó un poco.

Y qué decir de la “Princesa Polaca”, doña Elena Poniatowska, quien pagó los recibos de luz, agua y gas de su mansión en Chimalistac gracias a su crónica social llamada “Nada, nadie”. Nada mejor que bregar por los desposeídos y damnificados desde la comodidad del sofá. Así como Denisse de Kalaffe cobra sus regalías cada 10 de mayo, Elenita se forra cada 19 de septiembre como burócrata en quincena.

No obstante, a los diarios de nota roja el terremoto los atrapó con el pijama puesto porque, dejando de lado sus creativos cabezales de poesía sangrienta, se limitaron a colorear el asunto con la palabra ¡TERROR! en la de ocho columnas. Eso sí, sus fotógrafos se dieron un festín imprimiendo imágenes dignas de un bombardeo repentino o una película del maestro del terror brasileño Xe do Caixao.

¿Y el gobierno? El gobierno sobrepasado por la sociedad reaccionó con lentitud pero no por no tener la oportunidad o las ganas sino porque, seguramente, desde sus escondrijos, diseñaba estrategias y campañas para aprovechar el desconcierto y aupar sus programas sociales. Nada mejor para su imagen internacional que organizar un Mundial de futbol a partir de las cenizas el año siguiente. “¡México resurge!” habrá mentado en esa lluvia de ideas algún publicista ávido de ganarse EL contrato. Y el “negro” al servicio de Miguel de la Madrid habrá redactado discurso tras discurso que iban siendo aprobados a destajo para intentar, sólo intentar, una reconciliación entre la sociedad y el presidente quien después de aquella lluvia de ideas recibió una lluvia de chiflidos y mentadas de madre al inaugurar el Mundial de futbol mientras Televisa minimizaba el escarnio con un disco de aplausos.
Y en ese sentido, quizás el más aliviado fue López Portillo, a quien se le recuerda por las lágrimas con que defendería el peso, la jocosidad de sus amantes, lo dadivoso que era con su familia, y por ser el jamón en el sándwich de escándalos previos como el del 2 de octubre y El Halconazo, y posteriores como el terremoto del 19 de septiembre. El amo y señor de la Colina del Perro habrá apreciado aquello desde la comodidad de su mansión en Coyoacán. “La libramos, vieja…” le habrá dicho a su esposa Carmen o a Rosa Luz Alegría o a Sasha Montenegro, quién sabe quién dominaba entonces el terreno de su king size.

Y mientras tanto llegaba la ayuda del extranjero con medicinas, víveres, bolsas para dormir, mercancía que, extrañamente, meses después, apareció a la venta en los anaqueles de la Conasupo, aquel bastión priista de ayuda social, ajá, que pasó a la historia por vender leche contaminada con radiación a precios módicos.

Sólo faltó que Televisa, para paliar la reconstrucción de su Álamo, produjera una telenovela alusiva con Alma Delfina y Salvador Pineda en papeles estelares. “Este terremoto fue patrocinado por Coca Cola, dale chispa a tu vida”.

¿Y la sociedad? A ella la dejaremos para después.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 y su réplica hermana del 20 de septiembre significaron, manoseando palabrería estratégica hoy tan de moda, una ventana de oportunidad para muchas personas, organizaciones políticas y presuntos luchadores sociales.

Aquel evento repentino junto con el incendio en San Juanico casi un año antes, le metieron un cruzado a la mandíbula a las autoridades que se vieron en la necesidad de adiestrar a la sociedad para enfrentar situaciones extremas, como si aquélla no supiera hacerlo a su manera.

El mexicano, y sobre todo el capitalino, tienen sus propias estrategias de supervivencia y las reglas y el orden les vienen chicos.

A partir de entonces, cada 19 de septiembre se realiza un simulacro general en oficinas y escuelas, y algunos sorpresa en fechas aisladas, que solamente sirven para el chacoteo y la guasa y, hoy en día, para preparar la cámara del teléfono celular para tomar una selfie y postearla acompañada del hashtag #TenemosSimulacro.

Y peor aún, no falta el despistado nacido en los setentas que cree que el sismo es real y entra en pánico abultando las carcajadas de sus compañeros de oficina.

En la actualidad, lo peor que puede ocurrirle al Godínez promedio es que durante un sismo real se caiga la red porque no podrá sumarse a la comunidad del #TenemosSismo que Marcelo Ebrard, de forma muy chabacana durante su mandato, aprovechaba para mostrarse atento mientras realizaba un reconocimiento capitalino desde un helicóptero.

Sí, el sismo de 1985 fue el crisol en el que muchos mostraron el cobre pero también ayudó al nacimiento de la conciencia social después de que dicho ejercicio fuese aplacado a catorrazos y balazos en 1968 y 1971.

La lenta respuesta del gobierno, y específicamente del regente capitalino Ramón Aguirre, abrió la oportunidad para que la sociedad se organizara por ósmosis o telequinesis o vayan ustedes a saber si sencillamente por esa necesidad de sobrevivencia, y se articuló un ejército de espontáneos perfectamente bien determinado y con actividades de acuerdo a la capacidad de sus miembros. Hordas de motociclistas yuppies pusieron al servicio del caos sus máquinas rugientes para llevar y traer herramientas, palabras de aliento y los alimentos que las doñas y marías preparaban en sus cazos, sus ollas de peltre y sus anafres. 

Cubetas, picos, palas, barretas, etcétera, despuntaban de las motocicletas como en las hordas de aquella fábula postapocalíptica llamada Mad Max.

Y así, poco a poco, como un organismo independiente, la Ciudad de México se rescató a sí misma.

Entonces yo tenía 11 años de edad y, amén de lo que acabo de contarles 30 años después, mi visión natural fue distinta, porque entonces, tanto para mí como para los capitalinos, nació el miedo.

El monstruo se sacudió las pulgas. El 19 de septiembre de 1985 la Tierra en la Ciudad de México se hartó de la estática y quiso moverse un poco.

En aquellos años ochenteros, cuando la palabra crisis comenzaba a ser de uso común y en la música se gestaba el fenómeno del one hit wonder, nuestra generación daba por veraz todo lo que salía en televisión, como ahora hacemos con Facebook. Nosotros éramos niños que entendíamos de terremotos y desastres naturales lo mismo que de física cuántica, y se trataba de otro temblor. Otro y ya, como siempre.

No obstante, al volver a casa, la realidad te propinaba un cruzado de derecha directo a la mandíbula.

Mi madre me recogió de la escuela poco después del terremoto y fuimos directamente a casa de mi abuela en Coyoacán, punto de reunión para festejos, bodas, aniversarios, bautizos y, por lo visto, también desastres naturales.

La ausencia de luz en media Ciudad de México acompañaba los rostros de azoro y terror de mis tíos y primos. Los teléfonos estaban muertos. Los canales de comunicación colapsaron y solamente quedaba el rumor.

No obstante, demostrando ingenio y paciencia chilangos, mi abuelo, protocientífico autodidacta, y mi tío, ingeniero, con maestría de cirujanos, pelaron los cables de una enorme televisión de bulbos y los conectaron a la batería de un Mustang Shelby para poder devolver un poco de tecnología a ese departamento. 

Entonces fue cuando la realidad nos pegó un zarpazo. Con la voz en off de Jacobo Zabudovsky, a cuadro se abrían imágenes impresionantes que parecían relatar, puntualmente, el paso de un Godzilla demasiado entusiasmado en su paseo por el centro del Distrito Federal y colonias aledañas. Edificios que parecían haber sido masticados y escupidos, manos y rostros y demás miembros asomando bajo el cielorraso de los edificios de papel que no toleraron la descarga de adrenalina de una ciudad en llamas. Nota roja en entrega inmediata, pero, ¿qué más podían hacer los medios?

Los locutores de radio intentaban ponerse a nivel pero las palabras salían agolpadas; años de entrenamiento no bastaron para poder describir tanta crudeza. Escenario de guerra, algo inverosímil para el entendimiento del mexicano promedio.

Un lugar común para aquellos que cada 19 de septiembre relatan sus experiencias es hablar del nacimiento de la solidaridad mexicana ante la reacción timorata del gobierno que años después, dicho sea de paso, utilizó el término como propaganda electoral, pero lo cierto es que entre los chilangos nació un sentimiento para el que nunca nos preparamos: el miedo. El miedo real, el miedo tangible y posible y cercano. Cada vez las piedras –literalmente– caían más cerca. Días antes del terremoto de 1985 los únicos miedos del mexicano se orientaban hacia el papelón que podía hacer la selección de futbol en el Mundial, que Hugo Sánchez no fallara el penalti que falló, que Siempre en Domingo cerrara sus transmisiones o que se muriera Chespirito.

Aun sin quererlo, Televisa mostraba a cuadro las secuelas de un fenómeno inentendible. Lejos quedó la explotación del morbo porque, en este caso, a diferencia de lo que hacen con el Teletón, era necesario y obligatorio. El público debía saber en qué condiciones había quedado su ciudad y Zabludovsky, con las pocas herramientas que tenía a la mano, escupió la crónica de su vida. Porque como dijera Paco Ignacio Taibo II: “el periodismo es garra que no cesa”. Y quizás Zabludovsky deseaba buscar un rincón íntimo para devolver con sendas arcadas el desayuno, pero le ganó la necesidad de informar. Basta con escuchar la entrevista que le hace al dueño de la cafetería Super Leche, desayunador que quedó hecho emparedado sobre San Juan de Letrán, mientras aquél le comenta, con una sangre fría que raya en el desconcierto, que su madre y su hermana están bajo los escombros.

El miedo había sido inoculado y desde entonces corre en el torrente sanguíneo formando mutaciones en el ADN chilango. Por ello, durante la fastuosa réplica nocturna del 20 de septiembre de 1985, el mexicano activó la estrategia infantil de “puto el último” para salir de sus casas acompañados de los vecinos y los perros para cruzar la calle y esquivar coches y autobuses de Ruta 100 para treparse al camellón de la avenida como si éste fuese la trinchera adecuada debajo de los cables de alta tensión.

Nadie sabía qué hacer. Nadie sabía qué decir. El gobierno y los medios de comunicación, responsables de la actitud ciudadana, balbuceaban incoherencias ante una tragedia de talla monumental. Quizás por eso mi abuela hallaba consuelo hincada en el suelo y con las manos en ristre rezándole al único farol con luz.

Entonces no había Facebook ni Twitter ni Instagram ni mucho menos una alarma sísmica. Pero el desastre dio pie a la necesidad de activar esos simulacros que terminan siendo un desmadre chabacano que le viene bien a los estudiantes y los Godínez que se saltan clases y se lanzan por un café al Starbucks local, y una alarma sísmica en radio y televisión que en muchas ocasiones se activa minutos después, la muy impuntual, quizás porque está sincronizada con la burocracia nacional.

Esa misma alarma que hoy en día, de vez en cuando, quizás por aburrimiento, se dispara sin necesidad y pone a todos a correr olvidando los protocolos.

Pero claro, ahora tenemos aplicaciones y nuestros teléfonos inteligentes (hay quien de inteligencia tiene sólo el teléfono) intentan servir como halcones que previenen la desgracia para que el interfecto vaya pensando, mientras pone su vida a salvo, qué va a tuitear y cómo va a tomarse la selfie adecuada.

Hoy en día contamos con más herramientas de comunicación para prevenir y atender un siniestro de semejante talla, no obstante, quienes las controlan en su mayoría son personas que no estuvieron en territorio comanche cuando media ciudad se vino abajo. Cuando la comunicación en México era al estilo Picapiedra. La escasez de transmisión cultural evita que las nuevas generaciones tengan conciencia de los resultados que puede tener un sismo combinado con la ausencia de educación cívica y necesidad de supervivencia.

Encima, las nuevas dinámicas electrónicas del periodismo fabricado en la mesa de redacción y vía redes sociales no permiten que los reporteros tengan un amplio conocimiento del manejo de la información.

En ese sentido, ¿acaso México está preparado para enfrentar un terremoto de las mismas dimensiones que el de 1985? Lo más seguro es que no, por ello, es menester no sólo el adiestramiento de los cuerpos de emergencia y de quienes deben manejar la información. A veces la tecnología digital estorba y es mejor volver a los sistemas análogos que nos permitan controlar el miedo y, sobre todo, informar debidamente.

Sólo por eso, y a pesar de sus manchas, aquel viejo soldado de Televisa y el PRI se ha ganado un sitio entre los comunicadores que supieron aprovechar las pocas herramientas que tenían a la mano para hacer un trabajo real, crudo, pero puntual. Algo que, en la actualidad, no tiene el periodismo en México.

Muchas gracias.