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viernes, 30 de enero de 2015

El periodismo como trata de blancas



Estudios de dudosa procedencia, y algunos arrevesados y procedentes de fuentes cuasi fidedignas, revelan que el periodismo es una de las profesiones peor pagadas, no obstante, en apariencia, la matrícula de egresados no desciende ni aumenta de forma considerable. Digamos que la incidencia se mantiene. 

Ser periodista y músico de rock en ciernes se emparenta, en muchos aspectos, con la trata de blancas. Dueños de medios y promotores de conciertos obran como proxenetas en busca de un beneficio personal acorde a sus fines. 



A mediados de los noventas, cuando formé parte de algunas bandas de rock con vírgenes intenciones de sobresalir, me topé con hienas de la peor calaña que contrataban tus servicios para tocar en algún asqueroso bar de Villa Coapa, o la entonces no tan reputada Colonia Condesa, con la condición de vender boletos a tus amigos. Si cada integrante de la banda vendía cierta cantidad de entradas el escenario estaba garantizado, aunque se tratase de covers mal tocados para divertir a una concurrencia compuesta por ebrios de dudoso gusto musical cuyo umbral de la sorpresa no llegaba más lejos que Guns and Roses o Héroes del Silencio (la misma basura que sigue sonando en, al menos, los bares de Coapa). Y en ese momento el hambre musical impedía que los “músicos” advirtieran que salía lo mismo hacer una tocada en tu garaje y con tus amigos, a los que les venderías cubas, porque, finalmente, eran tus amigos los que componían la concurrencia. De cualquier manera, más de 90% de aquellos colegas no destacaron sobre el tablado y terminaron convertidos en sendos Godínez con dedos y neuronas oxidados. No obstante, algunos, y me incluyo, regresamos al escenario con cierta dignidad gracias a que los sueños de rockstars quedaron en el archivo muerto de nuestra empresa personal. 

Lo mismo ocurre con el periodismo. Gracias al advenimiento de la tecnología a favor de la información que se traduce en blogs, redes sociales y la facilidad con que puede montarse una página electrónica, los periodistas noveles han perdido el gusto por ver su nombre capitaneando una nota publicada por primera vez. Con 20 años de experiencia @ el periodismo @ internet he visto cómo algunos miembros de las nuevas generaciones van aumentando en exigencias y necesidades. En muchos casos, he sido testigo del crecimiento de portales de información establecidos a partir de una cuenta en Twitter cuya finalidad es la captación de audiencia y, posteriormente, de toques en un sitio web, lo que permite garantizar cierta entrada de dinero vía la publicidad. En muchos casos, el contenido se sacrifica. Lo que importa son la velocidad y la efectividad, lejos del ejercicio de investigación, que han convertido a los periodistas egresados, que ya no buscan su crédito sino un medio de subsistencia, en redactores turbo que me recuerdan a los esclavos que reman y reman hasta el desfallecimiento en la película épica Ben-Hur. Hoy en día, una nota caliente recién salida de la fuente se somete a un manoseo morboso y pornográfico cuyo fin radica en decir lo mismo pero con otras palabras. He ahí la ventaja del click derecho en Windows para cazar sinónimos y adjetivos. Una nota en diez minutos y la que sigue. A trabajar a destajo y sin comisión. 





Sin embargo, aquello tiene una ventaja, porque el redactor turbo va hallando la manera de ir calentando brazo y neuronas con base en el cachondeo de notas ajenas, experiencia que transmite en su blog, o en un medio independiente que le permite esbozar aquello que sí desea compartir aunque su audiencia sea menor. 


Tal y como sucedía en el punk primigenio, el do it  yourself permite que los esclavos de un editor chacal cierren filas y despunten con un proyecto que les permita volar solos dentro de un espectro independiente que cada vez toma más fuerza. Lo mismo sucedió con algunos músicos de rock que se desembarazaron de promotores y disqueras para confeccionar un escenario emancipado y congruente con los tiempos actuales. 


No obstante, ante la urgencia de algunos por comenzar a publicar, existen editores que ofrecen un espacio en internet a jóvenes egresados, o en vías de, no para verter sus inquietudes sino para formar parte de esa pléyade de necesitados que engrosan un ejército de redactores turbo silenciosos, desesperados por hallar una voz ante la promesa de publicaciones condicionadas a las letras chicas que rezan: “No hay pago”. 


Gracias a la velocidad de la información, en países tercermundistas como México, uno de los países en donde menos se respeta la integridad del periodista, el respeto por el oficio se denigra a niveles chapuceros. 


Hoy por la tarde, durante una sesión del Diplomado de Periodismo que curso en la Universidad Panamericana, un “compañero” (entrecomillo con justicia y dolor) me comentaba: “Tú tienes mucha experiencia para tratar diversos temas, pero se ve que cobras caro por las colaboraciones”. Asentí y él continuó con ejemplar inocencia (o chacalería): “Esdeque vamos a abrir un portal, pero no se paga”. Corté la conversación ante el miedo del contagio. Justo al llegar a casa leí en Facebook una convocatoria de un medio naciente: “Se requieren periodistas, ilustradores, fotógrafos, redactores y demás para colaborar en tal medio… No hay paga”. Es decir, no hay paga pero tampoco una promesa de remunerar el trabajo de alguien en el futuro.


Yo pregunto: ¿de dónde les brinca a los editores que alguien va a regalar su trabajo para el beneficio ajeno? Por fortuna, el espíritu del do it yourself permea cada vez más a los jóvenes recién egresados dispuestos a explotar su talento en escenarios propicios para el aplauso y el reconocimiento de sus habilidades. 


Lejos de negarse ante semejantes peticiones, aprovechando la misma velocidad e inmediatez de la información, es responsabilidad de los periodistas, noveles o con experiencia, denunciar a dichos medios para que dejen de considerar que el periodismo es un oficio que se trata con desprecio. (Btxo, Coyoacán, 2015)


Radiografía del intelectual cretino

El exceso en los aspavientos denota un fondo incompatible con el mensaje. Es decir: aquél que presume mayor experiencia sexual es quien en la realidad se asusta con el olor de la axila de una mujer. Va otro ejemplo: la cantidad de fotografías que te has tomado con famosos es inversamente proporcional a tu autoestima; lo mismo sucede con los autógrafos. A ver si se entiende: las fotografías con famosos no van a cambiar tu vida ni te hacen mejor persona, al contrario. Te cambio esa foto por una charla, por algo que hayas aprendido de ese personaje más allá de sus películas o canciones. No me das nada a cambio.

El homofóbico tiene un remedio: salir del clóset. El pretendido intelectual tiene el suyo: aceptar que es un cretino. Inclusive, entre aquellos que fueron carne de bullying en su infancia hay categorías. El sello en el rostro del inmolado no se quita con maquillaje, aguarrás o trabajo de gimnasio. Detrás de cada pretendido intelectual hay una historia de terror que lo orilla a portar una máscara de mentirosa suficiencia. Por otra parte está el famoso diseñador de videojuegos violentos que toleró la ignominia de ser el puerquito de la escuela y al final creó una obra maestra con base en la visualización de sus victimarios y el odio que guardó para ellos durante tantos años en forma de pixeles. Hoy aquéllos limpian sus escusados.  

Así como el dinero y la educación, la erudición no necesita efectos especiales. En su libro Generation X, Douglas Coupland hace referencia a los puntos de engorde como el microcosmos en el que dicha generación pretende cultivar el intelecto sin mover un músculo. En ese sentido, el sedentarismo traspasa la cuestión física y afecta directamente el cerebro. Cuando un paciente con asma experimenta un episodio, los terapeutas le indican que se concentre en el sitio que ocupa en ese momento y lo conciba como su lugar feliz para que se tranquilice y de esa manera la tráquea se abra y le permita respirar en lo que llega el remedio. La mente salva vidas. El punto de engorde, el lugar feliz del cretino, son las redes sociales. Ahí y ante personas que no lo conocen en realidad sino advierten sólo lo que el cretino pretende que adviertan es donde se yergue su tranquilidad. Un estudio señala que al menos 50% de tus amigos en redes sociales no te conoce en realidad, por ello, cuando el cretino se enfrenta a la vida real le es imposible colocarse la máscara. De ahí que aprenda a sortear el impulso del trol que busca desenmascararlo: “A mí qué me cuentas si solamente lees por inercia, moda o imagen.”

El lugar feliz del cretino se representa también en los ambientes que serpentea. Ante la imposibilidad de sortear otras fronteras, el cretino tira el ancla, y hasta dos, para mayor seguridad. Su atrevimiento por lugares sórdidos, física e intelectualmente, está dirigido por la salvedad de su empleo o los cálidos brazos de un RP. No obstante, eso no lo exime de tratar de demostrar que peina cualquier territorio comanche gracias a las ventajas de la ficción con que salpica sus crónicas verbales o escritas. Si cuando era un inepto sin la experiencia suficiente de defender su carne vía la desesperación, con tal de respirar tranquilo, mucho menos logrará dejar de lado su condición de niño panqué para echar un atisbo al lado oscuro. Ya no le pidamos que engendre en Eric Harris o Dylan Klebold (ahí le investigan porque no voy a hacerles su tarea) porque eso supone demasiado esfuerzo y consecuencias poco agradables. No obstante, Harris y Klebold obtuvieron dividendos, según su causa, aunque después “escaparan” por la puerta trasera. El problema es que en el lado oscuro no hay salidas de emergencia. Y los cretinos lo saben.

Finalmente, el cretino también advierte la dificultad de la originalidad. El sincretismo entre sus deseos y su realidad es inexistente, inoperable, por ello prefiere activar una especie de monstruo de Frankestein antes de saber que, inclusive en el intelecto, los organismos pueden rechazar órganos ajenos, tan incompatibles como la misma máscara. De ahí que sus teorías triunfalistas posteadas en Facebook suenen como si las mentara un paciente con derrame cerebral.

El pretendido intelectual es un pez cretino e idiota que no puede respirar fuera del agua. Es decir que no ha evolucionado, ni lo hará, precisamente porque el miedo ante la incuestionable presencia de su pasado le impide traicionar sus raíces pretenciosas y deliciosamente cobardes. (Btxo, Coyoacán, 2015)

martes, 20 de enero de 2015

Y el libro ya no da la cara

Seis años le bastaron a Facebook para convertirse en un lavadero, en toda la exquisitez de la palabra. Y más aún. Lejos de ser una ya una verdadera red social, aquel interesante patio de recreo que significó en 2008 se ha metamorfoseado en un escenario de acicate y vertedero de insulsas pasiones más allá del medio informativo que eslabonara aficiones, gustos y propósitos comunes.

La burla, el escarnio, la búsqueda del bullying cibernético, entre otros vicios, son la constante en un espacio en donde, escudados en una Fase 2 de la personalidad, los usuarios pretender ser aquellas personas que blanden eso de lo que, en realidad, adolecen. El peor escenario de Facebook es aquél en el que los usuarios, contraponiendo la esencia del nombre, no dan la cara.

Como se ha manifestado en otras entradas de este blog, es la aceptación en un mundo virtual lo que domina esta pretendida red social mientras que en la realidad los ostentosos son quienes mantienen una actitud outsider que no pueden sacudirse más allá de las ventajas de una ventana en blanco de la que pueden huir gracias al log off. ¿Por qué entonces el “no me gusta” se advierte como un comando aislado, lejos del dominio público?

Todavía recuerdo cómo, en 2008, la convivencia era de sombrero blanco, libre, abierta y consciente. El intercambio de inquietudes y el cruce de información enriquecían el bagaje de los usuarios. Inclusive, el jugueteo previo a la acuñación del trol era tan jocoso como inofensivo. Y conforme el escenario fue atiborrándose de usuarios, el espíritu dionisíaco que fomenta el acto en masa se desbocó en un uso irracional que permite lanzar la piedra y esconder la mano (ustedes perdonarán la frase hecha) ante cualquier publicación inofensiva. Más aún, el apogeo del troleo aupó la urgencia de ser admirados y aplaudidos, demostrando que, en la realidad, se troleaban ellos mismos.

Lo que los usuarios jamás tomaron en cuenta fue que, en la realidad, sus credenciales eran más que evidentes para sus “amigos” o “seguidores”. Es decir que, tanto en Facebook como en la vida real, su biografía era evidente, así que los disfraces carecían de propósito. Los efectos especiales se cebaban antes de accionar.

Algo que tampoco se tomó en cuenta fue que la realidad únicamente se aparecía en los Inbox. Ridículo resulta advertir que la urgencia y la necesidad por interactuar de forma seria brotan en la intimidad y no ante el ojo crítico de los demás. Ah, esa no se la esperaban.

Todavía recuerdo con gran gozo los domingos por la mañana cuando, muy temprano, revisaba el muro y encontraba a uno y otro contacto desmañanado compartiendo cualquier cosa, banal o interesante, sin afectar a terceros. Aquello era producto de la curiosidad y la tranquilidad proponía charlas impecables. Hoy en día, los domingos por la mañana se atiborran de imágenes que hacen una ostentación perenne y deleznable del alcoholismo de los usuarios. Y más todavía, porque aún quedaban rastros del llamado drunkenpost.

Hoy en día, las borracheras, el número de cubas, churros de mota, ácidos y kilómetros recorridos tienen el mismo significado. En la urgencia de la notoriedad no existen parangones. Qué pena. La abolición de las raíces, la pretensión, la mala ortografía, la negación de la idiosincrasia, el estallido de las carencias, el chiste malo, el chiste vulgar, la imagen machista son las publicaciones que más likes acumulan en un día.

Gracias a un experimento –poco necesario– advertí que los posts con dicha referencia aventajaban a aquellas publicaciones inteligentes que pretendían, sencillamente, informar.

Es por ello que, después de siete años, y tras obtener algunas satisfacciones (como conocer grandes amigos, reencontrar amistades, viejas relaciones, etcétera), mi muro dejará de publicar consecuencias personales y se convertirá en un segmento informativo para quien le interese.

Quienes promueven el conocimiento, la convivencia y el intercambio de ideas seguirán recibiendo likes y respuestas que promuevan el diálogo. Ustedes saben quiénes son y tienen todo mi respeto, no obstante, me retiro de una red social que no ha sabido ser utilizada para un bien común.

(B7XO, Coyoacán, 2015)