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domingo, 15 de mayo de 2016

La transformación de los frascos

Atrás quedaron las mañanas postfiesta en las que la resaca no incomodaba más allá de un dolor de cabeza que se desvanecía con un par de pastillas efervescentes y un litro de agua. De igual manera, despertar mirando otro techo y con una acompañante incógnita ha dejado de ser menester. Yo, si algo extraño, es mi cama y la tranquilidad de mis cuatro paredes.


En las últimas semanas he ido acumulando enfermedades como un filatelista sellos raros. Infecciones en los riñones y los ojos, alergias de extraña procedencia, quizás inclusive alergia a mí mismo, y malestares estomacales a causa de la ingesta de comida saludable; nada más no puedo con las verduras. Mi estómago fue entrenado para comidas más invasivas.

Mi filiación alcohólica se restringe a la cerveza y el mezcal, acaso el vodka, porque lo demás, sólo de pensarlo, me provoca mareos y produce unas arcadas espectacularmente teatrales con las que amenazo con expulsar hasta los riñones. Junto al teléfono tengo un papelito con los números de emergencia en caso de desastre.  

Los temblores por arriba de cinco grados me producen un choque histérico y ya no tolero el ruido. Me comentaba un amigo, de edades circundantes, que cuando está con su chica (10 años menor que él) y ésta se entusiasma demasiado, le pide que le baje a los gritos porque lo desconcentra. “Ya sé lo que provoco y lo que tengo que hacer, no necesita recordármelo con sus alaridos”, me dijo y lo entendí.
 
"Y tú, ¿quién eres?"
Hace poco, no me acuerdo en dónde (principios de Alzheimer), leí que cuando… ¡Un momento! ¿Qué iba a decir?... ¬¬ Oh, ya… Leí que es menester preocuparse por la edad cuando las cosas nuevas dejen de importarte, ya no digamos que te asombren. Aunque lo contrario es un problema también porque puedes convertirte en un viejito gagá que ha perdido la noción de su edad y provoca más pena ajena que ternura: “Mira, el viejito sigue haciendo pogo con Led Zeppelin”.



Para darnos cuenta de que comenzamos a surfear esa parte de la existencia en que la vida deja de darte y comienza a quitarte hay varios síntomas:

  • Hablas con tus amigos sobre tus hijos, sus enfermedades y su boleta de calificaciones.
  • Tus amigos te hablan de lo mismo.
  • Entre todos pueden manufacturar un manual sobre la “Autoprotección contra tu divorcio reciente”.
  • Te quejas de que no puedes entenderte con ninguna de las generaciones previas o posteriores.
  • Juras que jamás volverás a casarte.
  • Consideras que los niños ajenos son el mejor pretexto para hacerte la vasectomía.
  • Te alegras cuando el urólogo te dice que aún tienes cinco años de venia para el examen de la próstata. 
  • Te sale lo paternalista y das consejos que en tu juventud jamás seguiste.
  • Te duermes a mitad de un partido de futbol o una película que en verdad querías ver.
  • Te inunda la nostalgia.
  • Lloras con las chick flicks.
  • En el supermercado miras de reojo los tintes masculinos para las canas.
  • Ya no llevas la backpack en un solo hombro sino en los dos, porque también te sirve para que el chiflón no te pegue en la espalda.
  • Cada día parece lunes después de un Vive Latino de tres días.
  • Pasar la aspiradora es una actividad tan demandante como correr una Spartan.
  • Tu estado de cuenta registra más visitas a farmacias que a cantinas o cervecerías artesanales.
  • Y, lo más importante, tu refrigerador cada vez tiene menos cervezas y la vitrina del baño acumula cada vez más pomos con gotas, pastillas, ungüentos, etcétera, a los que debes recurrir diario y con puntualidad. A esto es a lo que llamo la transformación de los frascos.
  • Finalmente, preocupado por tu salud, buscas un gimnasio en donde predominen las caminadoras y haya una buena clase de yoga o tai chi.

Podría parecer medio infierno pero hasta para esos calambres físicoemocionales hay un antídoto: la aceptación. La aceptación como parte de un duelo por haber comprometido tu salud miserablemente.

Hoy en día, por fortuna, la procuración de la salud está de moda, pero en mis tiempos y los tiempos de mis amigos y colegas que superan los 35 años, jamás alguien nos dijo que la mejor inversión que podíamos hacer era en la salud. Entonces, a mediados de los materialistas ochentas, todo mundo pensaba en la seguridad económica, más allá de los aeróbics de Jane Fonda, pero jamás en la salud.

No somos producto de la ignorancia sino de haber creído que teníamos mucho tiempo. Y aunque no soy fanático de las frases hechas, más aún, no las soporto, me parece que las nuevas generaciones, más allá de correr una Spartan, deben ir calentando el agua para sus barbas.

Btxo, Coyoacán, CDMX 2016.








viernes, 4 de marzo de 2016

Limpiando la casa

En los noventas en México se transmitía una serie de televisión de Estados Unidos llamada Mejorando la Casa (Home Improvement), protagonizada por Tim Allen, quien representaba a un personaje cuya afición por las herramientas y el mejoramiento de los aparatos y demás enseres de su hogar lo metía en problemas y acababa rompiéndolo todo. No obstante, el personaje se reinventaba cada vez y se tenía tanta confianza como para intentarlo de nuevo en el siguiente programa.

Cuando en el mundo se estrenó la primera parte de Rápido y Furioso (Fast and Furious) los niños bien y los no tan bien corrieron a modificar sus autos, algunos con buen gusto, otros con poca originalidad y otros con tan mal gusto que un taxi exótico del centro de Jamaica resultaba más sereno y generoso en sus ornamentos. La idea general era “mejorar” el auto aunque en muchos casos no lo lograran.


Un automóvil o una lavadora a los que se les quiere dar más potencia no son más que herramientas tecnológicas, como ahora los teléfonos inteligentes (ya no celulares), pero no son una extensión del cuerpo, aunque en ocasiones parezca que así es.

El mismo efecto de Mejorando la Casa y Rápido y Furioso se desata cuando vemos una de las tantas películas de Rocky y consideramos que tanto tiempo echados frente a Netflix está convirtiéndonos en una especie de tumor o furúnculo adherido al sofá o la cama. Algunos salen a correr, otros entran a un gimnasio, otros más nos convencemos de que el yoga puede ser el recurso de mantenimiento menos invasivo para un organismo que ha enmohecido por tanta inactividad.

Me parece que la frase “limpiar la casa” la he leído en otra parte haciendo referencia justo a la acción de reinventarnos como seres humanos en lo que respecta al físico. No obstante, olvidamos que al mismo tiempo es importante limpiar la cabeza y por ende las emociones, tirando todos los sentimientos negativos que vamos arrastrando. Hace poco una buena amiga me decía que estamos tan acostumbrados a los vicios emocionales que nos resulta muy difícil deshacernos de ellos y por ende es mejor tratar de controlarlos; sobre todo los impulsos. Se trata pues de un mantenimiento integral y multidisciplinario.

Ahora bien, siendo yo un avezado defensor de las comprobaciones científicas me resulta muy difícil creer que un chocho acaramelado va a curarme un mal, por muy reconocido y recurrido que sea el efecto placebo de acuerdo con la ciencia. Al mismo tiempo, reconozco y aplaudo mi desapego total hacia la superchería y los remedios “mágicos” e “infalibles”. No obstante, por esa misma búsqueda de verdades, sé diferenciar entre lo positivo y lo que no ayuda en nada o que se basa en tradiciones ancestrales para potenciar el engaño.


El riesgo de recurrir a la superchería, de acuerdo con la gran cantidad de profesionales de la salud y científicos que he entrevistado, es que el paciente deje de lado su tratamiento médico confiando totalmente en ese estudio de un doctor místico que “cura” la diabetes o el cáncer con células madre de tiburón, por exagerar un ejemplo. Sin embargo, apostando por la paciencia y esta nueva instrumentación emocional que he adoptado al recurrir a la otredad y el respeto a las ideas del otro (sobre todo las de fe), he concluido que es imposible cambiar la forma de pensar de los demás y que mientras no exista desapego por el tratamiento y sus soluciones “milagrosas” no aumenten el peligro, lo mejor es atender a la distancia.

En ese sentido, quienes trabajamos como periodistas de ciencia y salud tenemos la responsabilidad de aterrizar los avances científicos y la obligación de darlos a conocer después de una investigación exhaustiva y la comprobación de las fuentes. Recientemente, la ONG para la que trabajo como Coordinador Editorial, como apoyo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), ayudó a desmantelar una clínica dirigida por charlatanes que había “descubierto” la vacuna contra la diabetes, una mixtura de sangre del paciente con solución salina que se inoculaba tras pasar cierto tiempo en refrigeración y que podía poner en riesgo la salud de las personas que viven con esta condición. Un medio de comunicación (Notimex) cometió la irresponsabilidad de publicar esa noticia como algo veraz sin detenerse a consultar a verdaderos especialistas en el tema.

Después de divulgar la noticia del cierre de la clínica en mis redes sociales, para que quedara asentado su carácter peligroso, y celebrándola como una victoria dentro de la comunidad de diabetes en México, fui tachado de “irresponsable” por no “respetar el libre albedrío de las personas” que decidieron ir por su inyección de solución salina para “curarse” su diabetes (afortunadamente todo se detuvo antes de las primeras inyecciones). Inquisidor y Nuevo Torquemada, me dijeron. Dichos epítomes, vertidos por periodistas, no causaron mella en mi persona y mi labor como periodista ético y responsable, pero sí me preocuparon por la facilidad con que cualquiera hoy en día puede hacerse pasar por periodista especializado y verter información errónea y sobre todo peligrosa.

En ese tipo de casos mi ética me conduce a no tener paciencia y a no respetar ideologías e información que pongan en riesgo a las personas. Y más aún, porque me resulta placentero lanzarme en esa cacería de brujas. Es mi labor, mi obligación y mi responsabilidad. De otra forma, quien se encuentre en esta fuente y no lo considere así, bien, en TVNotas constantemente aparecen convocatorias para reporteros.

La diferencia radica en lo invasivo y lo emocional. Si una solución meramente emocional, como pueden ser rezar o meditar, no invade el curso de un tratamiento médico puede significar un aliciente porque la situación se enfrenta de otra forma, quizás con mayor tranquilidad y seguridad porque se trabajan cuerpo y mente. Las risas francas y las emociones positivas no curan una enfermedad pero sí te dotan de calma y seguridad para llevar un proceso. No obstante, la inoculación de una sustancia extraña o una intervención no comprobada científicamente es otra cosa y debe ser no sólo analizada sino atacada y extirpada de la cosmogonía del ser humano. Borrada hasta que no quede rastro.

Afortunadamente, durante los procesos de cambio que he ido advirtiendo en mí, gracias a la conducción de una persona especializada en cuestiones emocionales y sobre todo terrenales, he descubierto que aún sin padecer alguna enfermedad es necesario limpiar la casa, la mente, para abordar los días de diferente forma.

Si hacemos un repaso a conciencia sobre cómo abordamos los días, y al mismo tiempo realizamos un inventario de los pensamientos o acciones negativas que tenemos durante el día, nos daremos cuenta de la necesidad de activar un cambio sencillo que nos facilite la vida en esta vorágine de histeria que serpentea junto a nosotros en la sociedad que vivimos.

El éxito de los libros de superación personal, literatura de superchería, radica en aprovechar la ignorancia y la necesidad de las personas que buscan un cambio inmediato sin darse cuenta que las soluciones vertidas por autores despreciables (por abusivos) son elementales. Se trata de soluciones que están a la mano pero que nuestra ausencia emocional no advierte por los vicios de los que hablábamos líneas arriba y que son mejor apreciadas si vienen en un libro con cubierta colorida y promesas de éxito instantáneo en sus balazos.

Basta con hacer un ejercicio muy sencillo para darnos cuenta que nosotros mismos somos nuestros propios autores de nuestra propia superación personal. Salgan a la calle con una idea de no confrontarse con la histeria general y, al volver a casa por la noche, pregúntense no sólo si durante el día hicieron algo bueno por otra persona, sino, principalmente, si hicieron algo bueno por ustedes mismos más allá de tunear su coche o bajar una nueva aplicación en su teléfono inteligente.

Quizás sea más sencillo si arrancamos el día con una de nuestras canciones favoritas.

Btxo, 2016