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lunes, 28 de marzo de 2011

La chispa en la mecha: 1.- Vuelta de tuerca ®


En las primeras horas de aquel día su vida había dado el giro que todos esperan pero que a nadie le ocurre.
Lo que vio al salir del departamento por la mañana había sido uno de esos detalles que no se ven todos los días, al menos no desde que él llegó a vivir al condominio, llamando la atención con sus maneras extrañas. Entonces descubrió que había gente que le faltaba conocer, lazos que establecer antes de sentirse vecino. No era que le interesaran mucho las relaciones sociales, los enlaces vecinales que derivan en una invitación a cenar, a tomar café, a cubrir cualquiera de las cuotas necesarias para permitirse un buenos días por la mañana y un buenas noches por la… En fin.
Braulio tenía los amigos suficientes, los necesarios. Porque para él la amistad, desde su trinchera oficiosa, es un intercambio que pretende, sólo pretende, llenar algunos huecos con el disfraz de la camaradería, nada más. Tenía cubiertas todas las buchacas del fieltro sentimental: hallaba la compañía en los libros y la música; tenía un padre anciano con el que platicaba todas las tardes vía internet, una relación a distancia que cruzaba todo el país gracias a la magia del módem, tal vez la mejor y única relación de su vida, su verdadero amigo era su padre porque le daba los peores consejos; la necesidad del romance y la lujuria estaba saldada con la vasta cantidad de amigas cariñosas y prostitutas con las que departía un día sí y otro no, ángeles guardianes que, como la mejor caja de Pandora, guardaban sus peores secretos. ¿Para qué ir más allá si todo estaba a la mano? Su oficio de unabomber al servicio de la patria le daba suficiente para vivir y de paso le ayudaba a saldar otra cuenta, la de la convicción política. Los 10 últimos estallidos que habían sacudido las entrañas más estrechas el país habían estado relacionados con su habilidad para los químicos. ¿Quién iba a seguirlo si trabajaba bien, si sus empleadores estaban en el mismo bando que veía saltar sus propiedades hechas añicos bajo una nube de humo negro? Eso alimentaba los diarios, le daba a la ultraderecha un espacio de opinión y le otorgaba a esos saqueadores del erario y las conciencias un pretexto para enaltecerse como mártires. Todo estaba conectado, los engranes giraban con suficiente asepsia, enganchando sus dientes unos contra otros como apología de la realidad que los movía. “Todos tenemos necesidades”, decía Braulio, mejor conocido como El Vaquero o El Vasco, luego alzaba los hombros y al ritmo de Las Estrellas de Fania colocaba el último sensor infrarrojo que recibiría la señal de un teléfono celular modificado. Esa era otra de sus virtudes. Él disponía los juguetes y alguien más, con la suficiente sangre fría, digitaba el número o enviaba un mensaje de texto desde un Robotphone Nokia 1300 o nada más colocaba un post en un muro de Facebook que activaba la mixtura química tal vez desde el otro lado del mundo. Un banco en la colonia Portales estallaba porque un sujeto echado en una terraza mirando el Chiado en Lisboa “presionaba” con el puntero del mouse un “me gusta” en el muro de Facebook indicado. Terminada la artesanía, los resultados ya eran cuento de otro. Braulio se consideraba un artesano al que no le interesa si el rico de Las Lomas usaba la cajita de Olinalá como receptáculo para los gramos de cocaína que dictarían el cenit de una fiesta privada.
Pero lo que Braulio vio aquella mañana al salir de su departamento lo dejó pasmado. Y no sólo eso, porque también esos ojos color aceituna y esas caderas sinuosas y esa sonrisa de infarto y esos pechos cónicos que amenazaban con desbordar el escote del vestido y esa porción de piel salpicada de pecas y ese cabello negro ala-de-cuervo y ese andar escandaloso como orquesta de pueblo se convirtieron en el mejor pretexto para pensar en tirar la toalla, dejar de lado su oficio de unabomber intelectual y asentarse como hombre de bien, a sus 35 años, en compañía de Salma, la vecina.
Quizás de su edad, aunque con un deje de madurez y sabiduría, ese que cargan las intelectuales atractivas, y que embonaba perfectamente con el resto del cuadro, Salma pasó de aparición sorpresiva a obsesión en una fracción de segundo. Lo mejor: Salma respondió al coqueteo con cierto candor, como la princesa solitaria (y en celo) que se ve acosada por el vecino mirón que no podía liberar sus ojos del imán del escote. Esas pecas lo atraían como la gravedad al objeto. Salma fue, entonces, el obstáculo que cortaba el camino de la chispa en la mecha.
Fue en ese instante cuando la vida de Braulio dio un giro, el giro esperado por todos pero que nunca sucede.
Braulio entró a casa de nuevo. Olvidó a qué había salido. Su mente estaba ocupada por la imagen de Salma. Por hacer algo encendió la computadora y revisó su correo electrónico para constatar que no hubiera órdenes del jefe. Un sistema satelital proveído por un “amigo” suyo que trabajaba en el despacho de inteligencia del gobierno triangulaba la señal para que, en caso de filtrarse algún correo electrónico, el usuario fuera ubicado en un chalet vacío de Barcelona. El inbox estaba vacío. Después, en esa cadena de acciones inesperadas, que brotan por instinto o casualidad o vayan a saber por qué carajos, decidió revisar su e-mail oficial, en donde su padre enviaba postales del mar con alguna línea de Pessoa, o alguna de sus conquistas agradecía la noche de placer obsequiada (vía un intercambio monetario) y pactaba la siguiente, y halló un mensaje en negritas que resaltaba por encima de los otros: TE INVITO A MI FIESTA, decía el asunto y al desplegarlo se encontró con la invitación de Jerónimo España, un viejo amigo del colegio, y al que tenía más de 20 años sin ver, que festejaba su trigésimo sexto cumpleaños en su casa de Polanco dentro de tres días. ¿Ir? ¿Por qué no? Esa fue la segunda vuelta de tuerca que acorralaría a Braulio, que lo llevaría contra las cuerdas de su realidad, con varios cadáveres bajo su autoría intelectual, mas nunca por mano propia, y que lo orillaría, él sin saberlo entonces, a necesitar recurrir al asesinato para encontrar aquello que andaba buscando…

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