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martes, 9 de julio de 2013

Como dice el… Bicho: “La cortedad intelectual en redes sociales”.

Btxo*

Uno de los beneficios a corto plazo que aparentemente concebirían las redes sociales, sobre todo Twitter, era obligar a la gente no sólo a expresarse mejor, sino a aprender expresarse. Y eso era, precisamente, lo que diferenciaba a los usuarios de Twitter y Facebook: la frontera de los 140 caracteres, la inmediatez de la idea bien pensada y mejor formulada.

No obstante, en la mayoría de los casos, incluidos algunos periodistas, comunicólogos y políticos, lejos de aprender a plasmar una idea con pocas palabras (don Fernando Marcos era especialista en ello, pero él era un lector voraz de lo que fuera), los usuarios comenzaron a abusar de las contracciones y nuevos formulismos que, si bien puede creerse que conforman un neo lenguaje, también limitan la creatividad, porque es más sencillo recortar palabras, comerse vocales o enfatizar consonantes que echar a andar la maquinaria para expresarnos correctamente.

Ahora bien, el problema con Facebook radica en la amplitud de su espectro ilimitado, porque fomenta la verborrea sin sentido, ese oprobio pariente de la demagogia. No por decir más se explica mejor la idea. Precisamente, uno de los protocolos de la publicación en internet, ya sea en páginas electrónicas, blogs o redes sociales, por amateurs o periodistas especializados, es concretar para que el enunciado pueda montarse en el tren de la velocidad digital y sea digno del ritmo en dieciseisavos. La ciencia ha comprobado que la lectura en pantalla, aun cuando vaya filtrada con protectores visuales, provoca daños en la salud ocular, pero eso la gente no lo sabe, aunque debería intuirlo desde el momento en que el ojo comienza a resecarse.

Lo que resulta infamante es que los usuarios no sepan aprovechar las oportunidades. Ahora todo el mundo puede ser escritor al crear un blog, o bitácora, o engancharse a una red social para decir lo que sea, y está bien, sin embargo, esto no habla bien de aquellos que utilizan la caja en blanco para copiar y pegar frases de otros, aun dando el crédito, desde Shakespeare hasta Chespirito, o bien, tomando frases ya no digamos de películas, lo que demostraría cierto nivel cultural, sino de programas de televisión abierta, caricaturas cuyo objetivo es deformar el lenguaje y hasta citas de patéticos locutores deportivos o de espectáculos acuñándolas no como propias pero sí como parte de su personalidad socavada por su propia ignorancia.

El uso continuo de refranes, frases hechas y líneas de otros solamente demuestra la cortedad de lenguaje de quien las aborda con la vehemencia de un pirata alcohólico. Es lo mismo que ocurre con quienes buscan una “luminaria” para tomarse una foto con ella, porque, después del clic, su vida vuelve a ser la de siempre.


*Btxo: Apócope de Bicho, más por razones estéticas, ponderando la fonética y como firma indeleble.
(Coyoacán, DF: Distrito Independiente, 2013)

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