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miércoles, 22 de abril de 2015

Hooray hooray, old chat

Uno de los primeros argumentos que se esgrimieron en contra de internet (entonces se escribía con mayúscula: Internet) era que afectaba la sociabilidad de los usuarios. Los detractores aseguraban que te alienaba, te volvía “autista” e, inclusive, algunos se atrevieron a señalar que pasar tantas horas frente a la pantalla de la computadora te provocaba cáncer.



Mi primer correo electrónico lo saqué durante la segunda mitad de los años noventas gracias a que mi madre trabajaba en una ramificación de Conacyt y fue una de las primeras personas del país en trabajar, entender y saber explicar el uso de internet. A ella le interesaba de sobremanera que yo supiera “navegar” la red antes que cualquiera dentro y fuera de nuestro círculo social. Cuando el resto de los mortales señalaba que la red mundial de computadoras interconectadas gracias a servidores en todo el orbe era una moda pasajera, mi madre ya advertía su potencial y la manera como se expandiría no sólo en el número de usuarios reales sino en su funcionalidad.


Gracias a mi primer correo (tizaminzoo@yahoo.com), que posteriormente fue hackeado (entonces Yahoo era una empresa pequeña), tuve la oportunidad de conocer a muchas personas en el mundo y tener mis primeras colaboraciones editoriales en una página electrónica cuyo nombre he olvidado. Entonces ya se sabía que ni internet ni los hornos de microondas provocaban cáncer tanto como que la tristeza tampoco te factura un nódulo devastador.

Cuando a finales de 1996 el portal de interacción virtual llamado ICQ se convertía en un sitio recurrente para quienes ya podían tener una PC con conexión en casa, aparecieron otras salas de chat, principalmente las de Yahoo, con la enorme diferencia que significaba poder bautizarte con un apodo, u ostentar tu nombre real, en lugar de ser simplemente un número como en ICQ. No obstante, dicho nickname, o avatar, encendió las luces amarillas del semáforo de la precaución. ¿Cómo sabes que esa persona con la que platicas es realmente quien dice ser? Aquella era una duda legítima, pero entonces, ¿en dónde quedaba lo interesante?

Durante aquel auge, mi editor me pidió un artículo de investigación sobre las salas de chat. Después de un atisbo veloz dedujimos que la más concurrida era la de Yahoo, así es que hacia allá orientamos las baterías. Los temas eran asombrosos. La mayoría eran sobre música, cine, amistad o sexo explícito, pero había otros francamente más retorcidos que los evidentes. Recuerdo uno que pretendía aglutinar bajo su título a los “Amantes de los muñecos de peluche”. Jamás entré. Posiblemente se trataba, en efecto, de una sala dedicada a eso mismo, fundada por alguna chiquilla demasiado cursi, pero nadie me aseguraba que el moderador de semejante logia no fuese un gordo camionero de Kansas adicto a los poppers pretendiendo ser aquella chiquilla de rulos dorados y pijama de Hello Kitty.

Aún no era El Bicho, así es que me di de alta como Sable y en vez de pretender ser alguien más, con la seguridad de que nadie me creería de todas formas, decidí ser yo mismo por una sencilla razón: no soy bueno con las mentiras, me pongo tan nervioso que siempre me atrapan o pierdo el hilo del argumento.

La cosa fue que durante la investigación, además de conocer a quien sería mi novia por tres años con promesa de matrimonio, descubrí que, a diferencia del presente, los usuarios de internet, lejos de alienarse, mostraban una enorme urgencia por socializar. La disminución de las distancias y los horarios imponía un interés real por conocer nuevos amigos, nuevas culturas y, por qué no, al amor de tu vida.

Entre los personajes que más recuerdo, y que atesoré durante un buen tiempo, destacaba Ana, una mujer de alrededor de 40 años, que vivía en Villahermosa y que de pronto halló en mí el vertedero ideal para sus problemas de matrimonio con un tipo que sencillamente no le hacía caso. Conforme transcurrió el tiempo ella tomó más confianza y comenzó a enviarme fotografías suyas, algunas algo aceleradas, que denotaban esa urgencia por sentirse interesante. Finalmente Ana (nombre real), convenció a su viajante marido de traerla al DF y la conocí en el bar de Sanborns del María Isabel. No mentía. Ella era la de las imágenes y sus necesidades eran legítimas también. Lejos de lo que pudiera suceder, aquella situación me hizo entender que, en el caso de Ana, internet y los salones de chat eran su único asidero con su propia realidad. Y si esto lo ubicamos en el presente de las redes sociales, tenemos un grave problema.

De acuerdo con la finalidad primigenia de las redes sociales, estos juguetes virtuales pretenden promover la socialización entre los usuarios, ya sea de forma fraterna o bien como un medio de difusión de marcas y proyectos que busca el alcance de la mayor cantidad de usuarios. ¿Entonces por qué Facebook tiene un número limitado de amigos?

El problema de las redes sociales es que dicha socialización se limita a tu círculo más cercano. Es como tener un público cautivo que, como todos los seres humanos, llegará a un estadio en el que tus publicaciones serán aburridas, comunes y vacías si acaso no tienes la virtud de reinventarte como cualquier persona que pretende evolucionar de forma honesta.

No obstante, aún en la quietud los átomos siguen moviéndose y esto puede percibirse en aquellos que stalkean amigos ajenos repartiendo comments y likes en temáticas que, posiblemente, no les conciernen. Una de sus armas es el cyberbullying orientado hacia quien tiene una mayor cantidad de seguidores o amigos, o bien temas más interesantes, para tratar de sobresalir.

Otro problema de las redes sociales es que comienzan a desgastar las amistades. En las épocas del fax módem era común decirle a tus amigos: “me conecto en la noche”, y si acaso alguno no se conectaba, bastaba con echarle un telefonazo al día siguiente, o bien los temas más importantes se trataban en persona.  Hoy en día una mesa de cantina, café o restaurante ha sido suplida por un teléfono móvil aun en un baño público.

Entonces los viejos detractores tienen un punto. Si bien la pantalla de una computadora o un dispositivo móvil no te causa cáncer, sí te convierte en una persona ermitaña cuyas necesidades de socialización son cubiertas por la cantidad de datos que te queden en el móvil o la conexión Wifi del sitio elegido.

No está de más respirar un poco de oxígeno. El reto es “olvidar” a propósito el teléfono móvil o cerrar la pestaña de Facebook o Twitter en el trabajo si éste no depende de su uso. ¿Qué sería de la humanidad si las redes sociales fuesen dedicas únicamente a cuestiones laborales? ¿Te atreverías?


(Btxo, Coyoacán 2015)

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