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jueves, 19 de noviembre de 2015

El vagón del día siguiente

En la preparatoria me dio por fumar cigarros mentolados.
-¡Ah, qué puto saliste! –me dijo uno de esos bestias que hoy en día a sus más de 40 años sigue haciendo los mismos chistes que en la prepa y a quien su mujer, que al parecer los tiene mejor puestos, lo manda por las tortillas y la leche para el desayuno de su camada.
Ante semejante oprobio solamente atiné a poner “ojos de huevo”.
-¿Por qué? –le preguntó una de mis amigas de grados superiores.
-Porque los hombres fumamos Delicados sin filtro –dijo el idiota sacando el pecho.
-¿Ah, sí?
-Así es.
-Pues al menos él –mi amiga me señaló– tiene mejor aliento que tú –acto seguido me plantó uno de esos besos que cuando no son para ti te provocan envidia.

Justo a mediados de la primera década del siglo XXI, con tantos adelantos tecnológicos que permiten que la información sea inmediata, la mayoría de los usuarios de la palabra escrita aún no han entendido que dichas facilidades podrían ayudarles a desarrollar un criterio acertado que les evitara pasar por sus credenciales del ridículo.


En este medio hemos mentado más de una vez la imposibilidad de que el mexicano promedio sepa darle un buen uso a las redes sociales. Y no me refiero a los recientes actos de terrorismo del Estado Islámico y la respuesta igualmente absurda del gobierno francés sino a hechos tan estúpidos como la repentina cancelación del concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional porque al sujeto, literalmente, le dio frío. Aunque es importante recalcar, de paso, la fragilidad emocional del usuario de redes sociales en México que de expresar su pasión (en la mayoría de los casos desbocada y sin sustento) tras los ataques en París salta al vagón del día siguiente para convertir en tendencia la pifia de “El Sol”.

Inclusive, de la misma manera como se equiparó el resultado del sentimiento personal al colocar en el mismo pedestal las masacres en París y Ayotzinapa, los chairos musicales comenzaron a comprar los escalofríos de Luis Miguel con la “valentía” de músicos de rock (que no rockeros) que tras un accidente o un malestar físico regresaron a los escenarios. Eso de morir con las botas puestas es tan anquilosado como morir en el nombre del Señor.

La falsamente eficaz autorrespuesta del pequeño horizonte de cada persona, promovida por la calentura del momento, los lleva a desdeñar todo lo que no quepa en su costal de milagros proveído por sus más hondos complejos.

“Yo soy bien rocker y tú no, por ende tú eres puto”. ¿En realidad el escuchar o tocar cierto tipo de música te vuelve más rudo? ¿Seguimos pensando que un músico de rock salvará al mundo? ¿Morirían en el nombre del Señor? No hay diferencia. Ni siquiera los gustos personales te hacen mejor persona, aunque sí te diferencian en algunos aspectos: cultura y buen gusto.  

El que Dave Grohl regresara al escenario después de quebrarse el metatarso nos indica dos cosas: que respeta demasiado a sus seguidores y que su vida en general se rige con los mismos tamaños. El tío es un tipazo. ¿Pero qué habría sucedido si en lugar de romperse la pata se luxa un dedo?

Olvidémonos de la cantidad de veces que Morrissey ha cancelado conciertos en México porque ya le dolió la panza o porque en el festival se venden hamburguesas con carne real, y vayamos a aquel mítico concierto en Manchester cuando su pareja lo mandó a volar horas antes de subir al escenario y aquél solamente cantó míseros 60 minutos sin moverse un centímetro, aclarando que estaba deprimido y que muchas gracias every day is like sunday so long… Y se largó. Ah, pero claro que es Mr. Mozzer y se le perdona todo por su calidad de diva.

Y con esto no defiendo ni justifico los achaques de Luis Miguel sino expongo lo que a la postre se desata por tratarse de un cantante pop mexicano tan odiado por los cronistas que, dicho sea de paso, cantan sus canciones cuando andan en estado burro y, por lo visto, más consciente.

¿De dónde proviene pues la demostración de superioridad con base en las actitudes (peor tantito) de quienes son nuestros ídolos? Sencillamente de la imposibilidad de desligar las frustraciones que aquel ídolo te ayuda a ocultar con una imagen diseñada en los grandes laboratorios de las compañías de discos.

Ahora bien, recordemos, como ejemplo de valentía sobre el escenario, y para silenciar esas plumas vehementes, que hace unos meses el español Enrique Iglesias por poco cercena sus dedos por estar cazando un dron esquivo, provocándole un buen susto a Anna Kournikova. 

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