La mayoría de las personas que me conocen bien, colegas y
no, familia y no, recuerdan que uno de los motivos por los que dejé la fuente
de música y cultura en dos importantes medios escritos, Rock Stage y el diario El Universal, fue la pérdida de la emoción.
Extravié las ganas en un press
junket con Moderatto. Me dijeron que era necesario entrevistarlos porque,
en ese momento, se trataba de la banda de rock más importante de México; todo
esto 10 años atrás. La alternativa era Zoé y tampoco me provocaba mucho aliento
a pesar de que últimamente los he ido perdonando poco a poco (a Zoé, no a los
travestis). En fin que ya todos conocen la historia.
Aproveché la coyuntura de semejante huida para dedicar mi
atención y mis letras a la beca Jóvenes Creadores que me otorgó el Fonca y a
hacer ensayo, literatura y reseñas de libros en revistas como Rompan Filas,
Magis y Luvina al lado de escritores como Josu Landa, Israel Carranza, Rogelio
Villarreal, Andrés de Luna, Enrique Serna, José Luis Rivas, Fernando de León y
Daniela Tarazona, entre otros. Ocasionalmente, aunque cada vez menos, echaba
una ojeada a lo que había ido dejando atrás y no lamentaba mi decisión.
El estancamiento de la música popular mexicana y el
sonsonete repetitivo de lo que sonaba en el resto del mundo no eran alicientes.
Prefería el ritmo de la prosa que, en todo caso, es más aleatorio, enriquecedor
y sorprendente. En un par de ocasiones viejos compañeros me invitaron a
ejercitar el músculo pero para mí era más como salir a cascarear un rato con
mis amigos y después volver a casa a la hora de cenar. De igual manera estaba
recién casado y debutaba como padre, así que mi vida necesitaba un estilo de
vida menos invasivo.
En realidad era feliz. No obstante, tal y como me sucedió en
la fuente de rock, no pude mantener un bajo perfil y comenzaron las presiones
por editar un libro, una acción engorrosa que requería mucho entusiasmo y
confrontar decisiones ajenas y, sobre todo, bregar al parejo de los “padrinos”
si se trataba de abultar el índice de editoriales respetables. Por ello me mudé
a la fuente de ciencia y salud y más aún, porque ayudar a las personas
significó más que ver mi nombre en la tapa de un libro.
Hace tiempo, en un festival de rock, me encontré con un ex
colega (hoy colega de nuevo), quien me instó a volver después de leer en mi
blog una pequeña y escueta reseña al disco más reciente de New Order. Le dije
que lo pensaría. Días después tres grandes amigos, viejos lectores de Rock Stage, necearon con lo mismo: “Hace
falta que lo hagas más seguido”, dijeron como si se hubiesen puesto de acuerdo.
Como si el mundo fuese un cubo Rubik, al que una mano anónima le acomoda los
colores, recibí un par de invitaciones para escribir en medios especializados.
Lo intenté pero la emoción no cooperaba. Me sentía mecánico aunque no había
perdido el toque y eso se vislumbraba cuando me tomaba en serio la producción y
conducción de mi programa de radio Miscelánea Buñuel.
Y pensaba que, en realidad, la actualidad de la fuente, a
pesar de sentirme atraído por el nuevo (ya ni tanto) sonido de la música avanzada
nacional, no empataba con mi estilo ni mis intenciones. Más aún, había quienes
me criticaban por preferir el sonido de, digamos, Disco Ruido o Camilo Séptimo,
olvidando a vacas “sagradas” como cualquier banda de rock para adulto
contemporáneo. ¿Qué le hacemos si es lo que escucho?, pensé.
Hace unos días recibí la invitación de Karina Cabrera, una gran amiga quien,
sin rodeos, me dijo: “Realmente me vendría bien que te sumes a las filas de
Rock 101”. Afortunadamente no tengo deudas con nadie, así que mi retorno, en
caso de consumarse, sería honesto, más aun tomando en cuenta algunas decisiones
personales que he ido anexando a mi presente inmediato (no, no es pleonasmo).
La ventaja de las colaboraciones es que no te anclas con
nada ni con nadie más allá de tus propias pulsiones y esa vecindad mental
habitada por tus demonios y tus amigos imaginarios. Total, nada cambia y
seguiré siendo el mismo.
Pero no se asusten, porque el ego y la frialdad y la
imparcialidad y la guillotina afilada, así como lo cáustico de mi análisis,
siguen intactos.
Todos tenemos un gurú secreto y, el mío hoy, después de
firmar el traspaso, me dijo: “Vas, enséñales”. Es menester señalar que tal gurú
fue uno de mis penúltimos músicos entrevistados.
Así que nos leemos pronto.
Btxo, Coyoacán 2016
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