Antes de irme a trabajar a la colonia Roma no toleraba más
de cinco minutos de conversación con un hipster porque me parecían de corte
presuntuoso y arribista, no obstante, a fuerza de convivir con ellos me di
cuenta de varios detalles a su favor: por lo general tienen buen gusto; la
mayoría son millennials que tienen al
mundo en sus manos; su música es determinante y, en todo caso, no sólo son
inofensivos sino buena influencia. Encima, mi otrora odio hacia ellos me generó
la ruptura con una chica angelical que vaya que me costó trabajo, básicamente
porque ella es una de las hipsters más finas que conozco.
¿Qué es ser hipster en todo caso? El verdadero hipster no se
asume como tal y más bien navega con la naturalidad que le brinda su estatus
aparentemente desencajado del resto del mundo; algo no muy lejano respecto a
las actitudes de los anacoretas como yo. Por otro lado, el término hipster, hoy
tan manoseado de forma peyorativa, se ubica del lado de quienes le otorgan ese
cariz. Aparentemente ser hipster es ser un cretino.
Alguna vez, hace no mucho tiempo, mientras mi novia de
entonces y yo recorríamos la colonia Roma buscando un buen lugar donde comer,
le ofrecí algunas opciones y ella me señaló, sin ninguna clase de anestesia,
que estaba convirtiéndome en un hipster. Como por qué… “Oh, bien, trabajas en
la colonia Roma, conoces todos estos sitios hipsters, andas en bicicleta, no
tienes coche, te gustan el mezcal y la cerveza artesanal, quieres poner un
huerto en tu balcón, te cuidas la barba más que una embarazada el vientre, usas
lentes de pasta, eres DJ, escuchas a El
Cuarteto de Nos, The Guillemots, The
pain of being pure at heart, La
habitación roja, Columpio Asesino y Los
románticos de Zacatecas, pides que
en Starbucks escriban Bicho en tu
vaso y tienes un gato adoptado. ¿Algo más?”, dijo. Shait!, dije yo (shit en
realidad, pero quise darle una entonación scouse).
En realidad no me importó pero no por eso dejó de
sorprenderme. Supongo que el medio ambiente de todos los días va moldeándote a
su antojo. El problema real radica en si te sientes cómodo o no con ello. No
soy hipster, como bien decimos mi querido hermano menor Sebastián Ortiz Casasola
y yo por una simple razón: estamos gordos. “Muy bien –me dijo alguien hace poco
cuando le conté el dilema–, pero tomemos en cuenta que tu gimnasio está en la
colonia Roma y tienes una nutrióloga de Guadalajara que te cuida la
alimentación”. Creo que agaché la cabeza. La realidad es que no me considero hipster,
pero lo peor de todo es que ellos
tampoco se consideran así, por eso que tiemblo cada vez que lo pienso. No soy
hipster, chingado, suscribo.
Una de las desventajas de las redes sociales, cuando no
tienes temor de Dios ni el menor pudor, es que todo lo que evidencias es
tergiversado. Y también en vivo. Dejarme y cuidarme la barba, y comprar
productos para su mantenimiento en una barbería de la colonia Roma es tomado
por la insurgencia como un detalle hipster; usar tenis en vez de zapatos
también; tener un canal de Soundcloud
también. No hay por dónde escapar.
Si de algo me enorgullezco es de saber leer a las personas y
de tener las herramientas suficientes para escudriñar perfiles en Facebook sin
ser visto, aun cuando no me tengan agregado (gracias a las artes de mi hijo que
no es amarrete para compartir su software),
así que puedo descubrir comentarios insidiosos al respecto.
He descubierto que quienes critican el estilo de vida
hipster demuestran un tremendo resentimiento social por no poder acceder a él
por muchas razones, comenzando por la económica, la geográfica (la mayoría no
vive en CDMX) y, sobre todo, por un umbral de autoestima muy bajo y su
incapacidad por romper con sus prejuicios machines e ignorantes. Pero sobre
todo por envidia.
Barba: porque no les brota a los muy lampiños; porque no
tienen la capacidad económica para tratársela como debe ser; porque su imagen
no es acorde a los parámetros visuales. (Los enemigos de los hipsters tienden a
copiar los estilos, ojo)
Mezcal y cerveza artesanal: porque no les alcanza.
Corredor Centro-Juárez-Roma-Condesa: porque viven en otro
estado, les da miedo innovar sus patéticas vidas, o no les alcanza la quincena
para mantener ese estilo de vida.
Música: ya no digamos ser DJ o músicos porque carecen de
talento, o porque sus gustos los enclaustran aun cuando The Smiths y New Order
sean del gusto hipster por excelencia y tradición.
Cromática textil: por miedo y causas económicas, y sobre
todo porque tienen que usar corbata a huevo.
Culinaria: no se atreven a probar nuevos sabores y, encima,
no les alcanza.
Café: les da miedo que los vean en un Starbucks.
General: por envidia, resentimiento social y carencia de
cultura.
No soy hipster pero tampoco niego que sus manifestaciones son
más cercanas a mi cultura y mi educación, y sobre todo a mis capacidades
interpretativas y de convivencia. Mi familia es hipster sin saberlo, ¡por Dios!
Por eso suscribo que quienes critican a los hipsters lo
hacen desde su odio y sus carencias por haber sido educados en un ambiente
oprobioso, letal y sumamente penoso, cargado de resentimiento por su pobre
realidad. Lo más ridículo de todo es que quienes más los critican y los alienan
son aquéllos que se presumen como tolerantes e incluyentes hacia las minorías.
Ojalá nunca se adhieran, porque esos arribistas serán expulsados sin
misericordia, basta con verlos, así que sigan con sus críticas porque son
ustedes los más infelices. No vengan a la Roma, porque no les alcanza.
¡Y no soy hipster, con tres chingaditas! ;)
B7XO, Coyoacán, 2016.
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