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domingo, 19 de junio de 2016

Silverio 7 – 0 San Ángel

Yo me fijo en los colores. Y hoy el chile rojo mató al pimiento verde. Por lo que los asistentes a La Bipo San Ángel vemos en la pantalla gigante, durante el 7-0 propinado por los andinos, el chile mexicano ya no pica.


Ulises, cómplice de aventuras cuando se trata de lo más intenso del electro nacional, se congratula con cada gol y chiquilla-cabello-corto y yo rogamos por el cinco a cero cuando acaba de caer apenas el cuarto gol, mismo que todavía arrancó un “aaaah” desesperado de la mayoría de los 200 reunidos en el antro. A partir del quinto todos coreamos los goles chilenos, y no por arribistas sino porque ya estuvo bueno de andar vitoreando equipos inflados.



“Qué papelón”, “Ni te extrañes, son unos pendejos”, “Qué mal me cae el Chicharito” son los principales comentarios a los que se suma uno general: “A ver a qué horas sale a tocar el huevón de Silverio”. Sí, Silverio, hijo pródigo de Chimpancingo, Guerrero, que viene a demostrar que, al menos en otras vertientes, el chile mexicano no ha perdido contundencia. Y cuando el alter ego de Julián Lede toma la tarima con su traje negro con pendejuela el respetable se transforma en un ejército de Gremlins recién bañados.

Pero el show no está en la tarima ubicada en las alturas (vaya ocurrencia, tortícolis garantizada) sino en el slam que se arma con tal velocidad y violencia que ya quisieran alquilarlo los organizadores del Hell & Heaven para sazonar su festivalito de cartuchos quemados. Los Gremlins mojados se transmutan en canicas en comal con tal intensidad que el equipo de seguridad de La Bipo tiene que esmerarse para calmar las ansias provocadas por ese dinamo que azota sus puños sobre los pads de su controlador de ruidos.

Silverio es un arquitecto en reversa, deconstructor de sus obras las rompe, las pausa, las repite, las encima, las desarma; es el peor DJ del mundo pero se las arregla para que ese desorden tenga la coherencia suficiente para armar una fiesta que se extiende por casi 90 minutos y para hacernos olvidar las pifias del segundo peor DJ del mundo que, antes de Silverio, de caballazo en caballazo pasa de Daft Punk a Magneto y Gloria Trevi sin ninguna clase de pudor. Al DJ le vale tanta madre ser tan malo que después del set se pavonea por ahí cerveza en mano.

Gracias a esas bellas amistades repentinas que se forman en el nido del personal respetable que ha pagado 100 pesos por boleto y cervezas a 50, no nos aburrimos durante el set del segundo peor DJ del mundo. Aparece una cámara de prensa por ahí y todos pintamos dedo al aire, recordando el sello triniano; gritamos los goles en contra; pendejeamos al Chicharito y a Ochoa que, en un partido, recibe todos los goles en contra que no ha recibido en toda su carrera en España (básicamente porque jamás juega); y yo me fijo en los colores de cabello, los vestidos, los ojos, los labiales y los aromas (los olores también tienen color) de las chicas que andan por ahí ansiosas por ponerse a bailar.

Chaparrita-faldacorta y Chulada-blusita-a-rayas son las más entusiastas y ésta última necia con que me meta al slam. El escándalo de Silverio es tal que no puedo explicarle que no bailo por varias razones: soy analista musical y DJ y vengo a apreciar las evoluciones musicales de Silverio (¡ay, ajá!); traigo lentes; tengo 41 años; la rodilla jodida y no tengo ni edad ni ganas para meterme al slam, así que solamente le sonrío y muevo mi cabecita con estilo, como en fiesta lounge con un martini en la mano.

Frente a nosotros vemos un cruce cultural típico de estas fiestas. Primero una escena que dibuja a la perfección el día de quincena/después de la quincena: a la izquierda tres mirreyes del Ipade con camisa de seda color rosa y corte de pelo de 500 pesos y a la derecha tres godínez en huida con falsos chalecos Ferrari que llegaron en Metrobús. Y después, los mirreyes buscan contacto visual con Chaparrita-faldacorta y sus amigas de corte más autóctono que les dan batalla y se los chamaquean escamoteándoles una ronda de cervezas para medio bailar con ellos discretamente. Luego, por su entusiasmo, uno de los mirreyes, seguro delfín de una familia de apellido rimbombante, es echado a la calle por no entender que el slam es un baile tribal y no una madriza generalizada.

¿Y Silverio? Silverio es un showman que entiende perfectamente las necesidades nazarenas del mexicano promedio. Insulta y se deja insultar, provoca y todos caen en ese juego aparentemente incorrecto que es su trademark, su ventana de oportunidad en cada presentación. Ya mienta madres, ya se burla del reciente 7-0; de cada vaso de cerveza que le sirven toma la mitad y la otra la escupe al respetable después de hacer buches, es la misma analogía de los Gremlins, los moja para que no decaiga el entusiasmo.




Luego empieza a encuerarse, primero el saco, luego el blusón con holanes, luego el pantalón hasta quedar en ese atuendo de relajación zen que todos adoptamos al llegar a casa después de una dura jornada de trabajo: ¡en calzones! ¡Ámonos! Y así cada tarde el estatus de Facebook: “Descansando en modo Silverio”. Y así en trusa roja se enfrenta, sigue insultando y escupiendo, enseña la mitad de sus partes nobles (ni tan nobles, eso es seguro) y provoca que una señorita-virginal-pero-soy-mesera-del-Angus se tape los ojos haciendo algunas muequitas de asco que le permite su media embriaguez.



Los más fans de Silverio son los que más lo insultan. Vaya diálogo más efectivo. Silverio es, como Sopa de Caracol o Caballo Dorado, el mejor pretexto para sacar el cobre. Mexicano para los mexicanos. Actitud más punk que la de los payasos-crestasverdes-tengoiPhoneybotasDr.Martens-pero-doy-portazo que van al Chopo cada sábado a tomarse fotos con los turistas. Si los maestros de la CNTE o AMLO se organizaran como se organiza el slam con Silverio, México sería otro país (¡ay, ajá!).

Chaparrita-faldacorta y Chulada-blusita-a-rayas-me-caso le ponen un estate quieto al patriarcado (no al patriotismo, ojo) y son de las muy pocas que no le huyen a la granizada de madrazos dentro del pit que gira y da vueltas y rueda girando como en concierto de death metal y no como la víbora de la mar que se arma con Babasónicos.

Es imposible llevar un orden de tracks pero suenan Perro, Yepa Yepa Yepa, El Baile del Diablo y Salón de Belleza que transforman el local de Avenida de la Paz, San Ángel, en cualquier tugurio de la Calle Revolución de Tijuana.

Y de pronto dice Silverio sanseacabó y se larga entre insultos, no sin antes derramar la chela desde las alturas sobre el rostro de una fan de corte sintético quien, gozosa, recibe el elixir de su majestad y que a estas alturas debe estar dormida abrazando su Hello Kitty de felpa.

La adrenalina es tal que tomar un taxi no es opción así que Ulises (DJ Uli) y yo (B7XO) caminamos hasta nuestras respectivas casas con nuestros acufenos auditivos sobre Miguel Ángel de Quevedo, pensando que el verdadero marcador de hoy fue Silverio 7, nosotros 0.

B7XO, Coyoacán, 2016



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