Desde que fue posible bajar las canciones a la computadora y
después integrarlas en un dispositivo para reproducir archivos MP3, la
industria de las compañías discográficas se fue al carajo. Wow, cuánta verdad
la de este tío, dirán con sorna…, pero lo cierto es que la mayoría no advierte
lo que sucedió detrás de sus costumbres. Siempre es bonito e interesante repasar
los momentos del pasado próximo y advertir nuestros niveles de responsabilidad.
Cuando era analista musical 100 por ciento me preguntaba por
qué existían cronistas tan malos, y revistas peores, realizando críticas
positivas de grupos francamente deleznables como Aterciopelados o Jarabe de
Palo, y deduje que la culpa no la tenían los escritores sino quienes los leían
y les otorgaban cierta credibilidad sin detenerse a pensar en los favores
secretos que aquéllos recibían de las disqueras.
A mí nadie me regaló nada. Alguna vez, durante una cena en
mi casa en compañía de otros periodistas, alguno me preguntó por qué sólo tenía
en un mueble apenas 150 o 200 discos. “Porque yo los compro, no me los regalan”,
dije y era verdad. Lo que no dije era que el disco duro de mi computadora
albergaba cerca de tres mil 500 canciones elegidas por mí mismo. Esto equivalía
a cerca de 350 discos más con puras canciones que me gustaban, es decir que yo
opté por dejar de lado la paja. Esto a su vez equivalía a casi 53 mil minutos
de tiempo invertido para su descarga si tomamos en cuenta que Napster se
tardaba casi 15 minutos para una canción a la velocidad que entonces permitía
Prodigy. Hoy me tardo menos de un minuto en descargar tres canciones al mismo
tiempo y ya he perdido la cuenta de la cantidad de archivos MP3 que componen mi
bagaje musical. Todo puede resumirse en una frase: “Yo no pido, yo arrebato”.
Hace unos minutos, mientras dilapidaba tiempo vital en ese
ejercicio terapéutico llamado zapping me
detuve en MTV y me di cuenta de que hacía años que no le ponía atención a ese
otrora santuario para los amantes de la música. En la escena a cuadro un chico
y una chica brasileños recostados en una cama susurran un complot contra otra
chica, se trataba de un reality show.
Avancé la programación y advertí que no había un solo espacio dedicado a la
proyección de videos y me entró un poco de nostalgia; sólo un poco. Me pregunté
qué había sido de aquellos programas de música alternativa (¡válgame Dios con
el término!) que en viejas épocas me mostraba videos de The Lightning Seeds,
The Sundays, Belly o The Charlatans UK. Lo extraño fue mi reacción inmediata,
plagada de frialdad. Vine a la computadora, abrí Youtube y vi un video de
Belly, así de sencillo.
Cuando la gente de mi generación se queja del cambio tan
radical que experimentó MTV al dejar de programar videos pienso que los más
jóvenes no tienen ni idea de lo que alguna vez fue Music Television. Ahí está
VH1, convertido en una especie de “620, la música que llegó para quedarse”,
pero le falta esa sensación de conquista que brotaba cuando, armados con lápiz
y papel, copiábamos el nombre de la canción, la banda y el disco que aparecían en
el súper que acompañaba al video al principio y al final.
Así es que hoy me pregunto, en descargo de las críticas que
los millennials nos recetan a los más
viejos aparentemente menos tecnológicos: ¿es necesario que MTV retome su
concepto original? Posiblemente no. ¿Para qué? Para qué si tenemos la
información a la mano.
No obstante, los viejos tenemos una ventaja, y es que
vivimos la historia.
Apenas hice una pregunta en mi muro de Facebook sobre la
primera canción que bajamos en Napster y mi muy querido amigo Eduar Dola salió
con un chiste muy negro: “Una de Metallica”. ¿Por qué es curioso para otros y
no para nosotros? Porque nosotros conocemos la historia. Es decir que mi
generación no pide ni espera, arrebata.
B7XO
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