Buscar este blog

martes, 31 de mayo de 2016

Brechas generacionales

De acuerdo con ExpansiónMx, Sylvain Namy, Director Ejecutivo de Page Personnel, agencia dedicada al reclutamiento especializado, los millennials poseen características específicas que el reclutador debe tomar en cuenta para poder tener una buena relación laboral a largo plazo y, sobre todo, para recibir un buen ejercicio del empleo de parte del contratado.


Gracias a esto Page Personnel desarrolló un decálogo millennial que pretende delimitar sus necesidades y la forma de acercarse a ellos, no obstante, si aquél se aplica en México encontraríamos algunas pifias en las explicaciones.

Los millennials…

1. Poseen las últimas innovaciones tecnológicas y tienen una necesidad de estar conectados constantemente a Internet.
¡Error! En muchos casos la capacidad adquisitiva rompe con esta premisa.

2. Son egocentristas y tienen relaciones estrechas con sus marcas favoritas. ¡Cierto!

3. Priorizan el cuidado de su entorno y el medio ambiente.
En algunos casos la postura echo-friendly y el activismo social son más rasgo de un personaje que deriva de su presencia en redes sociales.

4. En el ámbito laboral les gusta ser incluidos en la toma de decisiones importantes, así como saber que están aportando un valor agregado a la empresa.
Cierto, aunque su goce suele ser más bien personal.

5. Buscan que los líderes de las organizaciones los formen como personas y sean sus guías a lo largo de su carrera profesional.
Falso. Los líderes del ramo al que pertenecen, así como los referentes de generaciones previas, no merecen ninguna clase de admiración.

6. Cambiar de un trabajo a otro es usual en la búsqueda de un crecimiento profesional acelerado y un balance total entre el trabajo y la vida personal.
Por el contrario, ya que, si bien buscan alternativas, éstas son paralelas a su zona de confort.

7. Buscan flexibilidad de horarios, trabajo en equipo y dinamismo constante.
No trabajan en equipo y no son dinámicos, de ahí que, en efecto, busquen horarios más flexibles.

8. Buscan la oportunidad de negociar, ya que no les gusta sentirse subestimados por su edad.
Cierto.

9. Su adaptación a la cultura corporativa es rápida.
Falso. En la mayoría de los casos, dentro de su postura virtual que los domina, pretenden ser anti-sistema.  

10. Tienen hambre de aprender y combinan el desarrollo de procesos antiguos con innovaciones que generan oportunidades de crecimiento para las empresas.
Cierto.

Afortunadamente no es así en todos los casos.

Gracias a que mi nombre apareció firmando artículos en la prensa escrita y en páginas de internet desde hace 20 años, desde entonces recibo correos y comentarios de chicos y chicas que nacieron a principios de los ochentas y que muestran no sólo respeto sino una amplia necesidad de retroalimentación, es decir que conocen y respetan sus propios argumentos y su capacidad de discrepar sin ser soberbios y, sobre todo, cuentan con una investigación propia, desarrollando su criterio y no solamente rumiando lo que leen en otros medios.

Recientemente charlaba con una gran amiga –cuyo nombre evitaré–, quien escribe en una revista de vanguardia musical y desarrollo de manifestaciones culturales innovadoras, y que me preguntaba si era posible que le diera algunos consejos para mejorar esa prosa que, a mi parecer, no necesita ninguna clase de intervención. No obstante, no por eso es innecesario que encuentre la madurez con base en adormecer sus dedos y desvelarse, aunque ya cuente con una voz propia que, pronto, será autorizada.

Hace unos meses, tras tatuarme en el brazo izquierdo ese híbrido entre Cthulhu y deadmau5, recibí un comentario que, gracias a mi egolatría y a que quizás me hallaba en un momento mamón, no pude tomar como una broma: “Te rayaste a Minnie Mouse”. Esa misma semana, sin embargo, recibí de un niño y una niña de 10 años de edad el comentario preciso: “Wow! Te tatuaste a deadmau5”. Un detalle como ése define que entre la llamada Generación X (mi generación) y algunos millennials hay un abismo de distancia similar al que hay entre éstos y los bebés digitales quienes, al parecer, tienen una mayor apreciación de la cultura de vanguardia sin ostentar posturas cretinas.

A pesar de todo, dentro de mi generación existe un apartado que desdibuja aquella promesa de dejar a un lado la corbata y apañártelas por ti mismo con base en rascar en lo más profundo de un tema, ya que en muchos casos no existe ninguna clase de análisis y sus acciones son más bien superficiales porque, como lo he dicho antes, una cosa es ego y otra vanidad.

En el caso del periodismo y los medios digitales es importante que, antes de tirar la primera línea, nos preguntemos si realmente tenemos algo que decir y qué somos capaces de hacer para conseguirlo o si solamente se trata de refritear lo que ya se auscultó en otros medios, o bien que no muestra ninguna diferencia.

De igual manera, es necesario advertir que existen figuras determinantes que abrieron la brecha en la que hoy algunos siembran y otros cosechamos.

B7XO


jueves, 26 de mayo de 2016

Crónica de dos llamadas telefónicas

Ring!

Llamo a casa de mis papás y es mi padre quien levanta la bocina y me saluda con ese tratamiento que ya es un clásico: ¿Quiobo, camarada? Después siguen 15 minutos de charla en donde me entero, a base de encabezados o tuitazos personales, cuáles son las altas y bajas del Cruz Azul, por qué Tomás Boy no alineaba a Matías Vuoso y cuál fue la mejor y más recurrente jugada que practicó el América y ningún equipo descifró durante el torneo. En una especie de editorial me señala que aunque Darío Benedetto es un delantero letal no tiene cabida en El Maquinón y que teme que la escuadra azul contrate a DL9 (Dante López) para el Apertura 2016. Finalmente, me explica lo benéfico que puede ser para el futbol mexicano el regreso del Necaxa a Primera División.


Después se despide y le pasa la bocina a mi madre quien me actualiza los horarios de la final de futbol y analiza las posibles causas de mi sonambulismo de anoche (desperté sentado en el sillón del gato a las 3:00 am). Me solicita una frugal reseña de mi semana entre juntas, seminarios y conferencias de prensa para compararla con lo que ha visto en Facebook. Imagino que para ella es una actividad similar a la de coleccionar cromos en un álbum.

(Clic)

Colgamos y tengo la honda satisfacción de sembrar una semillita de alegría y reconocimiento; ya los veré el fin de semana.

Ring!

Leonardo responde con el clásico “¡Hola, papá!” a volumen revientatímpanos y apenas me da tiempo de decir Jelou cuando se suelta contándome que hoy aprendió qué es un nodo y me explica, a detalle, las incidencias de un nuevo juego basado en Five Nights at Freddy’s llamado FNAF Sister Location y cómo es posible evadir a Chica TJOC durante una persecución. Me avisa que tiene fiesta el fin de semana y no podrá verme pero “no te preocupes papá, porque te extraño mucho y ya nos veremos dentro de ocho días”. Luego me narra, algo exaltado, que tuvo un altercado con un youtuber español que insultó a los mexicanos pero que “todo está bajo control”. Pregunta por el gato y si ya le rasuré las rastas. Luego se despide porque está “descargando una actualización de The Joy of Creation Reborn para el nuevo nivel de Foxy”. Da las buenas noches y me pide que no cene mucho. “Bye, pá”.


(Clic)

Ésta, señor@s, es la mejor parte de mi día y pienso que ya no es necesario mirar el noticiario, ya se han encargado de ponerme al corriente.

Btxo.


Música escuchada durante el trayecto: Depeche Mode | Music for the masses




martes, 17 de mayo de 2016

The boy is back in town… (o cómo volví a escribir de rock)

La mayoría de las personas que me conocen bien, colegas y no, familia y no, recuerdan que uno de los motivos por los que dejé la fuente de música y cultura en dos importantes medios escritos, Rock Stage y el diario El Universal, fue la pérdida de la emoción.

Extravié las ganas en un press junket con Moderatto. Me dijeron que era necesario entrevistarlos porque, en ese momento, se trataba de la banda de rock más importante de México; todo esto 10 años atrás. La alternativa era Zoé y tampoco me provocaba mucho aliento a pesar de que últimamente los he ido perdonando poco a poco (a Zoé, no a los travestis). En fin que ya todos conocen la historia.


Aproveché la coyuntura de semejante huida para dedicar mi atención y mis letras a la beca Jóvenes Creadores que me otorgó el Fonca y a hacer ensayo, literatura y reseñas de libros en revistas como Rompan Filas, Magis y Luvina al lado de escritores como Josu Landa, Israel Carranza, Rogelio Villarreal, Andrés de Luna, Enrique Serna, José Luis Rivas, Fernando de León y Daniela Tarazona, entre otros. Ocasionalmente, aunque cada vez menos, echaba una ojeada a lo que había ido dejando atrás y no lamentaba mi decisión.

El estancamiento de la música popular mexicana y el sonsonete repetitivo de lo que sonaba en el resto del mundo no eran alicientes. Prefería el ritmo de la prosa que, en todo caso, es más aleatorio, enriquecedor y sorprendente. En un par de ocasiones viejos compañeros me invitaron a ejercitar el músculo pero para mí era más como salir a cascarear un rato con mis amigos y después volver a casa a la hora de cenar. De igual manera estaba recién casado y debutaba como padre, así que mi vida necesitaba un estilo de vida menos invasivo.

En realidad era feliz. No obstante, tal y como me sucedió en la fuente de rock, no pude mantener un bajo perfil y comenzaron las presiones por editar un libro, una acción engorrosa que requería mucho entusiasmo y confrontar decisiones ajenas y, sobre todo, bregar al parejo de los “padrinos” si se trataba de abultar el índice de editoriales respetables. Por ello me mudé a la fuente de ciencia y salud y más aún, porque ayudar a las personas significó más que ver mi nombre en la tapa de un libro.

Hace tiempo, en un festival de rock, me encontré con un ex colega (hoy colega de nuevo), quien me instó a volver después de leer en mi blog una pequeña y escueta reseña al disco más reciente de New Order. Le dije que lo pensaría. Días después tres grandes amigos, viejos lectores de Rock Stage, necearon con lo mismo: “Hace falta que lo hagas más seguido”, dijeron como si se hubiesen puesto de acuerdo. Como si el mundo fuese un cubo Rubik, al que una mano anónima le acomoda los colores, recibí un par de invitaciones para escribir en medios especializados. Lo intenté pero la emoción no cooperaba. Me sentía mecánico aunque no había perdido el toque y eso se vislumbraba cuando me tomaba en serio la producción y conducción de mi programa de radio Miscelánea Buñuel.

Y pensaba que, en realidad, la actualidad de la fuente, a pesar de sentirme atraído por el nuevo (ya ni tanto) sonido de la música avanzada nacional, no empataba con mi estilo ni mis intenciones. Más aún, había quienes me criticaban por preferir el sonido de, digamos, Disco Ruido o Camilo Séptimo, olvidando a vacas “sagradas” como cualquier banda de rock para adulto contemporáneo. ¿Qué le hacemos si es lo que escucho?, pensé.

Hace unos días recibí la invitación de Karina Cabrera, una gran amiga quien, sin rodeos, me dijo: “Realmente me vendría bien que te sumes a las filas de Rock 101”. Afortunadamente no tengo deudas con nadie, así que mi retorno, en caso de consumarse, sería honesto, más aun tomando en cuenta algunas decisiones personales que he ido anexando a mi presente inmediato (no, no es pleonasmo).

La ventaja de las colaboraciones es que no te anclas con nada ni con nadie más allá de tus propias pulsiones y esa vecindad mental habitada por tus demonios y tus amigos imaginarios. Total, nada cambia y seguiré siendo el mismo.

Pero no se asusten, porque el ego y la frialdad y la imparcialidad y la guillotina afilada, así como lo cáustico de mi análisis, siguen intactos.

Todos tenemos un gurú secreto y, el mío hoy, después de firmar el traspaso, me dijo: “Vas, enséñales”. Es menester señalar que tal gurú fue uno de mis penúltimos músicos entrevistados.

Así que nos leemos pronto.

Btxo, Coyoacán 2016



domingo, 15 de mayo de 2016

La transformación de los frascos

Atrás quedaron las mañanas postfiesta en las que la resaca no incomodaba más allá de un dolor de cabeza que se desvanecía con un par de pastillas efervescentes y un litro de agua. De igual manera, despertar mirando otro techo y con una acompañante incógnita ha dejado de ser menester. Yo, si algo extraño, es mi cama y la tranquilidad de mis cuatro paredes.


En las últimas semanas he ido acumulando enfermedades como un filatelista sellos raros. Infecciones en los riñones y los ojos, alergias de extraña procedencia, quizás inclusive alergia a mí mismo, y malestares estomacales a causa de la ingesta de comida saludable; nada más no puedo con las verduras. Mi estómago fue entrenado para comidas más invasivas.

Mi filiación alcohólica se restringe a la cerveza y el mezcal, acaso el vodka, porque lo demás, sólo de pensarlo, me provoca mareos y produce unas arcadas espectacularmente teatrales con las que amenazo con expulsar hasta los riñones. Junto al teléfono tengo un papelito con los números de emergencia en caso de desastre.  

Los temblores por arriba de cinco grados me producen un choque histérico y ya no tolero el ruido. Me comentaba un amigo, de edades circundantes, que cuando está con su chica (10 años menor que él) y ésta se entusiasma demasiado, le pide que le baje a los gritos porque lo desconcentra. “Ya sé lo que provoco y lo que tengo que hacer, no necesita recordármelo con sus alaridos”, me dijo y lo entendí.
 
"Y tú, ¿quién eres?"
Hace poco, no me acuerdo en dónde (principios de Alzheimer), leí que cuando… ¡Un momento! ¿Qué iba a decir?... ¬¬ Oh, ya… Leí que es menester preocuparse por la edad cuando las cosas nuevas dejen de importarte, ya no digamos que te asombren. Aunque lo contrario es un problema también porque puedes convertirte en un viejito gagá que ha perdido la noción de su edad y provoca más pena ajena que ternura: “Mira, el viejito sigue haciendo pogo con Led Zeppelin”.



Para darnos cuenta de que comenzamos a surfear esa parte de la existencia en que la vida deja de darte y comienza a quitarte hay varios síntomas:

  • Hablas con tus amigos sobre tus hijos, sus enfermedades y su boleta de calificaciones.
  • Tus amigos te hablan de lo mismo.
  • Entre todos pueden manufacturar un manual sobre la “Autoprotección contra tu divorcio reciente”.
  • Te quejas de que no puedes entenderte con ninguna de las generaciones previas o posteriores.
  • Juras que jamás volverás a casarte.
  • Consideras que los niños ajenos son el mejor pretexto para hacerte la vasectomía.
  • Te alegras cuando el urólogo te dice que aún tienes cinco años de venia para el examen de la próstata. 
  • Te sale lo paternalista y das consejos que en tu juventud jamás seguiste.
  • Te duermes a mitad de un partido de futbol o una película que en verdad querías ver.
  • Te inunda la nostalgia.
  • Lloras con las chick flicks.
  • En el supermercado miras de reojo los tintes masculinos para las canas.
  • Ya no llevas la backpack en un solo hombro sino en los dos, porque también te sirve para que el chiflón no te pegue en la espalda.
  • Cada día parece lunes después de un Vive Latino de tres días.
  • Pasar la aspiradora es una actividad tan demandante como correr una Spartan.
  • Tu estado de cuenta registra más visitas a farmacias que a cantinas o cervecerías artesanales.
  • Y, lo más importante, tu refrigerador cada vez tiene menos cervezas y la vitrina del baño acumula cada vez más pomos con gotas, pastillas, ungüentos, etcétera, a los que debes recurrir diario y con puntualidad. A esto es a lo que llamo la transformación de los frascos.
  • Finalmente, preocupado por tu salud, buscas un gimnasio en donde predominen las caminadoras y haya una buena clase de yoga o tai chi.

Podría parecer medio infierno pero hasta para esos calambres físicoemocionales hay un antídoto: la aceptación. La aceptación como parte de un duelo por haber comprometido tu salud miserablemente.

Hoy en día, por fortuna, la procuración de la salud está de moda, pero en mis tiempos y los tiempos de mis amigos y colegas que superan los 35 años, jamás alguien nos dijo que la mejor inversión que podíamos hacer era en la salud. Entonces, a mediados de los materialistas ochentas, todo mundo pensaba en la seguridad económica, más allá de los aeróbics de Jane Fonda, pero jamás en la salud.

No somos producto de la ignorancia sino de haber creído que teníamos mucho tiempo. Y aunque no soy fanático de las frases hechas, más aún, no las soporto, me parece que las nuevas generaciones, más allá de correr una Spartan, deben ir calentando el agua para sus barbas.

Btxo, Coyoacán, CDMX 2016.








sábado, 30 de abril de 2016

El Día del Niño: El Día de los Valientes

Mi hijo y yo teníamos planeado asistir a un concierto acústico el 30 de abril de 2016, para festejar el Día del Niño. Era una buena oportunidad para hacer algo diferente que nos divirtiera y, de paso, enriqueciera nuestro bagaje cultural. Nos citamos a las 10 am en el lugar de siempre. No obstante, ayer por la noche me envió un mensaje de Whatsapp a través del móvil de su madre: “Debo acudir a un importante compromiso temprano, nos vemos más tarde”. Lejos de molestarme, llamó mi atención que a sus 10 años tenga que cumplir con un compromiso “importante” y que, encima, me lo comunicara con tanta seriedad. Le di crédito y lo dejé ir por la vida.

En ese momento recordé que hace siete años, cuando lo llevamos a su primer día en el kínder, sentí cierto deje de tristeza porque a sus tres años de edad comenzaba a tener responsabilidades. Para un niño tan pequeño tres años de vacaciones no me parecían justos. Yo sentí tristeza y orgullo y su madre no paró de llorar cuando el pequeñajo se soltó de nuestras manos y corrió al jardín del kínder, atraído por los colores y los juegos y los demás niños de su edad. Al volver al coche su madre y yo escuchábamos, del otro lado del muro decorado con motivos de Bob Esponja, esa risa característica que denota que a nuestro hijo el mundo le viene guango. Siempre ha sido así.

El plan del concierto fue archivado en el gabinete de las buenas intenciones y en lugar de orquestar un plan B decidí que lo mejor sería improvisar. Dicen que los planes más descabellados son los mejores así que opté por el misticismo.

Llegando al lugar de la cita me di cuenta que el buen Leo creció unos centímetros y comienza a dejar atrás a su padre (cosa no muy complicada) en esa carrera (ya perdida) de alcanzar el sol.

El objetivo del plan seguía intacto: festejar el Día del Niño y, con el concierto ya empezado, Leo sugirió ir a ver Civil War por la promesa de que aparecen Ant-man y Spiderman, sus superhéroes favoritos (como que le da por las minorías al chicuelo), aunque siente cierta simpatía por Deadpool porque “es más como tú, papá”… ¬¬ No quise saber a qué se refería.


Y aquí viene el momento en el que un hijo ve a su padre como a un superhéroe, porque la amena charla que traíamos en el trayecto, respecto a las ventajas de los Mig rusos sobre los cazas norteamericanos, se suspendió al ver que la fila para comprar boletos estaba tan nutrida como cuando regalaban leche contaminada en la Conasupo a las cinco de la mañana (ustedes perdonarán el comentario de chavorruco tan desfasado). Y, amén del personal, sorprendía el murmullo que brota de esa masa humana y no sólo se esparce sino va aumentando de volumen. El pánico repentino no es exagerado.

Pero ¡claro! A quién se le ocurre ir a ver Civil War el Día del Niño, en fin de semana de estreno ¡y en quincena! Huir no habría sido descabellado. Huir rumbo a las escaleras eléctricas, salvando tu vida y gritando algo así como “mejor regresamos cuando haya pasado de moda”.

¡Pero no! ¿Cómo este par huyendo? ¡No, señor! ¡No en esta vida!, como clamaba Junior Soprano. Si ya sobrevivimos a un Pumas-Chivas en CU comprando los boletos ese mismo día, una película de superhéroes el Día del Niño, en fin de semana de estreno y en quincena en Plaza Universidad debe ser como jugar matatena, coser o preparar panqueques. ¡Arre! ¡A por ellos! ¡Por Frodo! ¡Y nos formamos!

Y aquí arranca el poder de visión de rayos equis extragamamilultrasúperchingona de los dos lanzando ojeadas a las salas y funciones que iban llenándose y Leo me gritaba desde afuera de la fila: “¡La sala 1 ya se llenó! ¡La sala 8 está en español! ¡Qué tal en 3D!” Una sincronización perfecta, el engranaje brutal, trabajo en equipo y el pulgar al aire cuando tuve los boletos en la mano: 3D y en español para no perder detalles. Encima: 2x1 para cuentahabientes de cierto banco si pagas con plástico.

¡Ámonos, recabrón, lo logramos! ¡Poder Vargas! ¡ArreMachínMatehuala! ¡Vamos por unas hamburguesas para hacer tiempo! Pero, suspendiendo el mordisco a la BigMac, descubro que la taquillera, quizás presa de los nervios por tener encima las prisas y los cientos de pares de ojos de semejante hidra observándola, nos dio mal la función. Y todo fue comer aprisa y salir corriendo a las taquillas a armar un sainete olímpico, un tongo imperial, un berrinche de las dimensiones de Kylo Ren en sus momentos más emo. Porque se te sale lo Hulk, la neta. Tanto bregar para que a ésta se le salte la función. Y todo fue correr entre la gente, adultos estorbosos, niños en esteroides gritando y corriendo por todas partes, embarrándose contra ti y de repente alguno en la confusión te toma de la mano y te dice “papá” y tú lo sueltas y te alejas; minions por todos lados, pequeños trols acechándote con sus manitas venenosas y grasosas y pegajosas por la cantidad de caramelo que consumen. Y los padres llamando a sus hijos y Leonardo, a media carrera, gritándome: “¿Por qué tanto escuincle se llama Leonardo?” Afortunadamente nos cambiaron los boletos y conseguimos buenos asientos.  

Luego, la fila para comprar gusguerías. Ya llevábamos las hamburguesas digiriéndose pero un chesco, o un ICEE, o unos Nerds nunca están de más, en ninguna situación, pero la banda del resto del mundo decidió formarse al mismo tiempo para comprar dulces y hotdogs y palomitas de sabores radioactivos bañadas en mantequilla de procedencia dudosa. Al ver el panorama, nuestra cara fue la del centro delantero que acaba de fallar el penal decisivo en una final de la Copa del Mundo. O como la de Luke Skywalker, que debió ser la misma que la de la Virgen María, cuando les dieron semejantes noticias.


-Esto sí va a estar más cabrón –dijo Leo ya de plano con la decencia extraviada y ubicándose en nuestra realidad de mendigos de la paz.

Pero para eso está papá, ¡cómo no! Si papá aprendió a robarse botellas cerradas en las fiestas de XV años de sus compañeritas… “Vamos al baño”, le dije al cancerbero que custodia la frontera que divide a los mortales que compramos boletos regulares y aquellos que gozan de su estatus VIP. Y sí fuimos a escanciar nuestras micciones, aprovechando el viaje, pero comenzamos a husmear, con la vista fija en los carteles de los próximos estrenos, y nos metimos a esa zona tan brillante y aséptica como el pasillo de detergentes en Target, y nos formamos para comprar cochinadas. “Papá, ¿no crees que ya estamos exagerando? Esta gente es muy especialita”, decía Leo con cierta precaución, pero el ánimo ya no estaba para menudencias.

-Dos ICEE azules y un Snickers, parfavaaaar… – dije con la naturalidad de quien trae un billete de 500 en la cartera para cualquier eventualidad y pagué con tarjeta… de nómina. xD

Ya en nuestros asientos todo parecía instalarse en la calma, pero, sentados de la mitad de la sala hacia arriba, vimos subir a un hombre con muletas, acompañado de su familia: mujer, bebé de brazos y chiquillo de siete años disfrazado de Capitán América. El hombre se apoyaba en sus piernas maltrechas y lanzaba las muletas al frente para alcanzar el siguiente escalón. Parecía demasiado audaz, muy familiarizado con el proceso pero, de pronto, por esas cosas que uno no se explica, le falló el equilibrio. Lo vi arquear su espalda hacia atrás, a unos metros de mí, en cámara lenta. Mi primer impulso fue saltar hacia él, pero no llegaba. Ya lo veía rodando escaleras abajo y pegándose un porrazo contra el barandal de fierro. Afortunadamente se apañó de la alfombra de la pared con la mano derecha, sin perder la muleta de ese costado, pero la otra muleta salió volando, peinando a un espectador, y rebotando en los escalones con un sonido de rebotes metálicos que llamó la atención de la sala repleta, todo musicalizado por los gritos de su esposa. Su brazo y pierna izquierdos quedaron en el aire, descompuestos, sin control, como dos tentáculos con voluntad propia, ante su mirada estrábica y de pánico. Sin saber cómo, con un mismo movimiento salté del asiento y le di un empellón en la espalda al hombre, para equilibrarlo, recogí la muleta y se la entregué a esa mano que trataba de asirse del aire. Juro que creí que el nazareno se despatarraba, se medio mataba, acababa el trabajo contra sus huesos que la naturaleza había comenzado con cierta saña. Agradeció y siguió subiendo y yo sólo recordaba esa famosa línea de Travolta en Pulp Fiction: “¿Ya puedo irme a mi casa a que me dé un infarto?” Cuando volví a mi asiento mi hijo empuñó su pulgar en el aire y me dijo: “Vientos, papá” y la sala me aplaudió. Encima exhibido. u.u

El resto de las dos horas y garra que dura la película fue gritar y reírme más bien para sacar el estrés. Aplaudí al final y me llené de vergüenza cuando Leonardo, al terminar la escena cumbre, gritó: “Ese piiiinche Capitán América debió entregar al Soldado del Invierno”. En fin.

¡Feliz Día del Niño!...

Y de la Niña, pues… hay que ser políticamente correctos ;)

B7XO, 2016



martes, 15 de marzo de 2016

El día que la enfermedad me impidió hablar de Lovecraft

Conozco a H. P. Lovecraft desde que tenía ocho años (yo, no Howard) y llegué a él vía Poe. ¿De qué otra forma se llega a HPL? Y quien diga que realizó el camino en reversa, miente.


El primer libro de HPL que tuve en mis manos me lo regaló mi madre: El Horror Sobrenatural en la Literatura, una edición bastante sencilla de una editorial que tuvo a mal ilustrar la portada con una imagen referente a la Divina Comedia. De todos los títulos relacionados con HPL que mi madre oteó en la librería éste tenía el título más sugerente y ella creyó que yo moriría de miedo, que sería prácticamente imposible dejar la cama para ir al baño por la noche o si acaso era necesario ir a la cocina a fulminar la sed desértica que invadía mi boca. Lo que mi madre jamás advirtió fue que El Horror Sobrenatural en la Literatura era un libro de texto, un ensayo durante el cual HPL se dedicaba a analizar los distintos tipos de horror de la literatura y, de paso, abigarrar al lector que, ciertamente, espera algo de prosa y ficción.

El siguiente libro que secuestró mis neuronas se llama En la cripta, una recopilación de cuentos de terror tradicional mezclados con el característico horror cósmico en donde la presencia invisible y quizás mutable de los Primordiales siempre protagonizaba. No obstante, fue Las ratas detrás de las paredes el primer cuento en mi vida que, ciertamente, evitó que recorriera los 100 metros que me separaban del baño. Ahora sí que, literalmente, me cag… de terror. Sin embargo, me llenaba de placer el saber que mientras los ñoños leían Platero y yo, yo saboreaba, digamos, El que acecha en el umbral. Mi Platero, en todo caso, se llamaba Yog-Sothoth.


Lo que me enamoró de HPL, después de leer su manoseada biografía, fue la identificación de soledad en la que estaba insertado casi por la fuerza ya que mis padres trabajaban y me quedaba al amparo efímero de la abuela quien prefería ir a jugar canasta con sus amigas, o a cenar a Tortas Jorge, que echarle ojo al niño. Así que con la lamparita que me regaló el abuelo –cácaro del cine Pedro Armendáriz– me encerraba en un armario a leer a HPL y Poe, y uno que otro libro prohibido con temáticas, digamos, más lúbricas, hasta que mi madre llegaba por mí e íbamos a casa. Desde entonces tengo fijación por la oscuridad y es imprescindible que a mi casa no entre nada de luz para poder tener un ambiente relajado. Detesto la luz.

Algunos años después, ya con el epítome de loco endilgado por esa gente ignorante que teme lo que no conoce, utilizaba a HPL para sondear a las personas y, sobre todo, para buscarme chicas. Jamás he confiado en alguien que se niegue a leer a HPL o que muestre cierto interés.

-No, mi alma, no se trata de cuentos de fantasmas ¡no seas ordinariaaaa! Se trata de cuentos de terror tradicional y horror cósmico proveído por seres antiguos que poblaban la tierra y fueron encerrados en agujeros cósmicos.

-…

Para 1994, ya con 20 precoces años, descubrí internet y me hice de mi primer correo electrónico, a saber: tizaminzoo@yahoo.com. No obstante, antes de sacar mi primera cuenta de e-mail mi madre me enseñó a navegar en Netscape (uh, qué viejo me siento) y recuerdo muy bien que hace 21 años lo primero que tecleé en la ventana de navegación fue: H.P. Lovecraft. Así descubrí una página interesantísima llamada Propping Up the Mythos, en la que te mostraban tutoriales para fabricar cualquier clase de monstruo o elemento perteneciente a la cosmogonía lovecraftiana.

Curiosamente, hace más de una década un viejo amigo me invitó a una estación de radio para hablar sobre Lovecraft. Aquella invitación coincidía con la reciente mudanza a mi departamento de soltero durante la que pillé un virus que me tuvo al borde de la tumba con poderosos dolores en los huesos, fiebres alucinantes y una invasión de pústulas en lengua, paladar, garganta y esófago. No pude ir al programa.

Hoy 15 de marzo de 2016, cuando se cumplen 79 años de la muerte del maestro, quise aprovechar la coyuntura para grabar el tercer programa de Miscelánea Buñuel y hablar de HPL. No obstante, de nuevo, un virus malévolo tiene secuestrada mi garganta y me resultó imposible hacer un programa decente. Por algo será. Al parecer hay algo que el maestro no quiere que revele.


Con el paso de los años, Howard Phillips Lovecraft se ha convertido en un referente que ha ido pasando a través de generaciones como un autor de culto, como un escritor distinto y, por ende, superior a Poe (no veo a HPL en los programas de lectura en las escuelas) en cuanto a la construcción de paisajes, atmósferas y nuevos núcleos de terror. Puntos de fuga que podríamos considerar como adelantados a su tiempo ya que cada uno de sus Primordiales tiene relación con algún elemento natural, una deliciosa analogía respecto a la manera como, en la actualidad, nuestro planeta trata de sacudirse las pulgas.

Cierto es, también, que en la actualidad no existen autores de terror de la envergadura y el poderío de Poe, HPL y los esbirros de éste como August Derleth, Robert W. Chambers y Algernon Blackwood, entre otros. Stephen King, digamos, en comparación con aquéllos “primordiales”, es más del orden de los fruti lupis.

Btxo 2016.



viernes, 4 de marzo de 2016

Limpiando la casa

En los noventas en México se transmitía una serie de televisión de Estados Unidos llamada Mejorando la Casa (Home Improvement), protagonizada por Tim Allen, quien representaba a un personaje cuya afición por las herramientas y el mejoramiento de los aparatos y demás enseres de su hogar lo metía en problemas y acababa rompiéndolo todo. No obstante, el personaje se reinventaba cada vez y se tenía tanta confianza como para intentarlo de nuevo en el siguiente programa.

Cuando en el mundo se estrenó la primera parte de Rápido y Furioso (Fast and Furious) los niños bien y los no tan bien corrieron a modificar sus autos, algunos con buen gusto, otros con poca originalidad y otros con tan mal gusto que un taxi exótico del centro de Jamaica resultaba más sereno y generoso en sus ornamentos. La idea general era “mejorar” el auto aunque en muchos casos no lo lograran.


Un automóvil o una lavadora a los que se les quiere dar más potencia no son más que herramientas tecnológicas, como ahora los teléfonos inteligentes (ya no celulares), pero no son una extensión del cuerpo, aunque en ocasiones parezca que así es.

El mismo efecto de Mejorando la Casa y Rápido y Furioso se desata cuando vemos una de las tantas películas de Rocky y consideramos que tanto tiempo echados frente a Netflix está convirtiéndonos en una especie de tumor o furúnculo adherido al sofá o la cama. Algunos salen a correr, otros entran a un gimnasio, otros más nos convencemos de que el yoga puede ser el recurso de mantenimiento menos invasivo para un organismo que ha enmohecido por tanta inactividad.

Me parece que la frase “limpiar la casa” la he leído en otra parte haciendo referencia justo a la acción de reinventarnos como seres humanos en lo que respecta al físico. No obstante, olvidamos que al mismo tiempo es importante limpiar la cabeza y por ende las emociones, tirando todos los sentimientos negativos que vamos arrastrando. Hace poco una buena amiga me decía que estamos tan acostumbrados a los vicios emocionales que nos resulta muy difícil deshacernos de ellos y por ende es mejor tratar de controlarlos; sobre todo los impulsos. Se trata pues de un mantenimiento integral y multidisciplinario.

Ahora bien, siendo yo un avezado defensor de las comprobaciones científicas me resulta muy difícil creer que un chocho acaramelado va a curarme un mal, por muy reconocido y recurrido que sea el efecto placebo de acuerdo con la ciencia. Al mismo tiempo, reconozco y aplaudo mi desapego total hacia la superchería y los remedios “mágicos” e “infalibles”. No obstante, por esa misma búsqueda de verdades, sé diferenciar entre lo positivo y lo que no ayuda en nada o que se basa en tradiciones ancestrales para potenciar el engaño.


El riesgo de recurrir a la superchería, de acuerdo con la gran cantidad de profesionales de la salud y científicos que he entrevistado, es que el paciente deje de lado su tratamiento médico confiando totalmente en ese estudio de un doctor místico que “cura” la diabetes o el cáncer con células madre de tiburón, por exagerar un ejemplo. Sin embargo, apostando por la paciencia y esta nueva instrumentación emocional que he adoptado al recurrir a la otredad y el respeto a las ideas del otro (sobre todo las de fe), he concluido que es imposible cambiar la forma de pensar de los demás y que mientras no exista desapego por el tratamiento y sus soluciones “milagrosas” no aumenten el peligro, lo mejor es atender a la distancia.

En ese sentido, quienes trabajamos como periodistas de ciencia y salud tenemos la responsabilidad de aterrizar los avances científicos y la obligación de darlos a conocer después de una investigación exhaustiva y la comprobación de las fuentes. Recientemente, la ONG para la que trabajo como Coordinador Editorial, como apoyo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), ayudó a desmantelar una clínica dirigida por charlatanes que había “descubierto” la vacuna contra la diabetes, una mixtura de sangre del paciente con solución salina que se inoculaba tras pasar cierto tiempo en refrigeración y que podía poner en riesgo la salud de las personas que viven con esta condición. Un medio de comunicación (Notimex) cometió la irresponsabilidad de publicar esa noticia como algo veraz sin detenerse a consultar a verdaderos especialistas en el tema.

Después de divulgar la noticia del cierre de la clínica en mis redes sociales, para que quedara asentado su carácter peligroso, y celebrándola como una victoria dentro de la comunidad de diabetes en México, fui tachado de “irresponsable” por no “respetar el libre albedrío de las personas” que decidieron ir por su inyección de solución salina para “curarse” su diabetes (afortunadamente todo se detuvo antes de las primeras inyecciones). Inquisidor y Nuevo Torquemada, me dijeron. Dichos epítomes, vertidos por periodistas, no causaron mella en mi persona y mi labor como periodista ético y responsable, pero sí me preocuparon por la facilidad con que cualquiera hoy en día puede hacerse pasar por periodista especializado y verter información errónea y sobre todo peligrosa.

En ese tipo de casos mi ética me conduce a no tener paciencia y a no respetar ideologías e información que pongan en riesgo a las personas. Y más aún, porque me resulta placentero lanzarme en esa cacería de brujas. Es mi labor, mi obligación y mi responsabilidad. De otra forma, quien se encuentre en esta fuente y no lo considere así, bien, en TVNotas constantemente aparecen convocatorias para reporteros.

La diferencia radica en lo invasivo y lo emocional. Si una solución meramente emocional, como pueden ser rezar o meditar, no invade el curso de un tratamiento médico puede significar un aliciente porque la situación se enfrenta de otra forma, quizás con mayor tranquilidad y seguridad porque se trabajan cuerpo y mente. Las risas francas y las emociones positivas no curan una enfermedad pero sí te dotan de calma y seguridad para llevar un proceso. No obstante, la inoculación de una sustancia extraña o una intervención no comprobada científicamente es otra cosa y debe ser no sólo analizada sino atacada y extirpada de la cosmogonía del ser humano. Borrada hasta que no quede rastro.

Afortunadamente, durante los procesos de cambio que he ido advirtiendo en mí, gracias a la conducción de una persona especializada en cuestiones emocionales y sobre todo terrenales, he descubierto que aún sin padecer alguna enfermedad es necesario limpiar la casa, la mente, para abordar los días de diferente forma.

Si hacemos un repaso a conciencia sobre cómo abordamos los días, y al mismo tiempo realizamos un inventario de los pensamientos o acciones negativas que tenemos durante el día, nos daremos cuenta de la necesidad de activar un cambio sencillo que nos facilite la vida en esta vorágine de histeria que serpentea junto a nosotros en la sociedad que vivimos.

El éxito de los libros de superación personal, literatura de superchería, radica en aprovechar la ignorancia y la necesidad de las personas que buscan un cambio inmediato sin darse cuenta que las soluciones vertidas por autores despreciables (por abusivos) son elementales. Se trata de soluciones que están a la mano pero que nuestra ausencia emocional no advierte por los vicios de los que hablábamos líneas arriba y que son mejor apreciadas si vienen en un libro con cubierta colorida y promesas de éxito instantáneo en sus balazos.

Basta con hacer un ejercicio muy sencillo para darnos cuenta que nosotros mismos somos nuestros propios autores de nuestra propia superación personal. Salgan a la calle con una idea de no confrontarse con la histeria general y, al volver a casa por la noche, pregúntense no sólo si durante el día hicieron algo bueno por otra persona, sino, principalmente, si hicieron algo bueno por ustedes mismos más allá de tunear su coche o bajar una nueva aplicación en su teléfono inteligente.

Quizás sea más sencillo si arrancamos el día con una de nuestras canciones favoritas.

Btxo, 2016