Cuando anuncias que te vas de viaje te caen más solicitudes
de suvenires que buenos deseos. Hay, en esa acción, una notable carga de egoísmo
porque cómo es posible que pienses que alguien tiene que andar consiguiendo y
pagando y cargando lo que no puedes comprar aquí; más aún si cierras tu
petición con el clásico: “cuando regreses te pago”.
Por eso yo no pido nada a menos que me pregunten si quiero
algo y, en todo caso, respondo: “lo más loco o extraño que encuentres”.
Entre los suvenires que atesoro con más cariño están dos
caballitos para tequila, uno de las oficinas de CNN en Atlanta y otro de Al Capone,
desde Chicago, que me trajo mi hermanita; el ejemplar 1 de El Joven Lovecraft
que me trajo desde España mi querido Pablo “Irlandés” Osset; una lata con arena
de Australia de parte de mi jefa y amiga Gisela Ayala; un muñeco vudú de Nueva
Orleans que me obsequió mi amiga Marce Vega; una lámpara de lava (antes de que
las vendieran en tianguis por todos lados) que me trajo mi madre de una tienda
loca de Los Ángeles; y un Godzilla en miniatura que cargó desde Japón mi amigo
Ramón de Irapuato.
En estos días mi querida Elisauria Guzmán, quien se
encuentra de paseo en Francia (casual), y yo mantuvimos una interesante charla
por Whastapp en la que me decía que
no encontraba por ningún lado el ejemplar de la revista Charlie Hebdo que le
solicité después de preguntarme si quería algo de allá. Semanas antes, durante
un viaje de prensa en una hacienda de San Juan del Río, Querétaro, platicábamos
sobre documentales y le sugerí que buscara un par en Netflix y Claro Video
sobre los artistas urbanos en Europa.
Alrededor de estos artistas existe una fascinación por el
coleccionismo fotográfico de sus obras y hay grupos en redes sociales que se
dedican a identificar la ubicación de las piezas que son adheridas o
grafiteadas en los muros, las banquetas y los arroyos.
Inocentemente creí que nuestra charla en Querétaro había
sido olvidada, no obstante, para mi sorpresa, Elisauria comenzó a enviarme al
móvil imágenes que ella y su prima iban coleccionando al descubrir pequeñas y
extrañas obras de artistas callejeros que llamaron su atención. De pronto tuve
que pedirle que se detuviera porque, oh
mon Dieu, estaba enviándome obras callejeras de Invader y Le Diamant, dos de mis artistas favoritos.
Aquello me emocionó terriblemente y no sólo me erizó la piel
sino me conmovió ya que, convertida en mis ojos, Elisauria estaba viviendo uno
de mis sueños más recientes: cazar obras de artistas urbanos en París. Y más
aún, porque ella no tenía idea no sólo de la importancia de la existencia de dichos
ejemplos de arte combativo sino lo relevante que resulta para mí.
Ella, como otras personas en mi vida, atendió mi solicitud a
la perfección: “tráeme lo más loco que encuentres”, y no sólo eso sino me lo
entregó antes de regresar.
-¡Esto es parecido pero mucho mejor que cazar pokemones! –me
escribió desde París.
Btxo, Coyoacán, 2016
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