Existe una frase bastante cretina entre los detractores de
las redes sociales (todo detractor es un usuario riguroso) que asegura que “Facebook
nos hace creer que tenemos amigos, Instagram que somos fotógrafos y Twitter que
somos filósofos”. Sí, es una estupidez por su origen pero también tiene algo rescatable.
En general las redes sociales les hacen creer a muchas
personas (usuarios-detractores) que tienen algo que decir más allá de qué
desayunaron o por qué serie de televisión están secuestrados. Si 80% de los
usuarios de las redes sociales se limitaran solamente a eso internet sería un
lugar más decente. No obstante, la facilidad con la que se comparten memes
(esto es, pensamientos de otros, que es como recurrir a dichos y frases hechas)
como parte de una presunta filosofía propia sin exponerla en verdad ha
convertido los espacios infinitos de las redes sociales en un vertedero de
idioteces.
Y por el contrario, si cada persona realmente realizara un
examen personal y pusiera a funcionar alguna de sus tres neuronas para dar una
explicación de por qué tal o cual serie los atrapó, o de plano mejor se quedara
callada, las redes sociales serían un sitio lindo en donde el diálogo fuera
fluido y, sobre todo, inteligente. Pero es pedir mucho, tomando en cuenta la
necesidad de exposición de algunos.
El fenómeno de la sobreexposición hipocondríaca (sin reparar
en la abundante ignorancia) se advierte más cuando el tópico roza lindes
políticos, sociopolíticos y hasta socioculturales por aquello de no alcanzar
lugar en el tren del mame. Es decir que todos somos presidentes y activistas;
diputados y chairos; senadores y candidatos a senadores de Morena; delegados y
candidatos a delegados de Morena; marxistas con iPhone y capitalistas
adoradores de Oscar Chávez… toda una ironía (definan ironía).
No obstante, en lo que no puedo negar la sabiduría del
mexicano promedio es cuando se habla de futbol. Ahí sí me pongo de pie, aguzo
el oído, adopto pose de intelectual y garrapateo en mi tablita de estrategias.
Fíjense todo el choro que tiré para acabar hablando de
futbol, ¿es eso ociosidad, verdadero interés, análisis sociológico o es que de
plano el partido de Pumas es tan aburrido y predecible como la boda de nuestro
muy toleteado mandatario o una canción de Maná?
Cuando Jorge Campos era un portero colorido, más emparentado
con un jocoso clown y no un comentarista con aparente discapacidad posterior a
una embolia, en las entrevistas revelaba que él solamente se divertía jugando
al futbol y que por eso las cosas le salían bien la mayoría de las veces.
Hoy en día, el futbol de todo el mundo se ha vuelto tan
mezquino y aparentemente aséptico, como el pasillo de detergentes en un Target,
que deja de emocionar. En la mayoría de las ligas europeas lo interesante del
torneo se ubica a media tabla y en México la liga es tan competitiva que la
cosa se pone tan surrealista como el 7-0 que nos ensartó Chile (¡ejem!). La
selección mexicana me recuerda mucho esa imposible película española llamada El penalti más largo del mundo (Osvaldo
Soriano, 2005), y escuchar los pretextos de entrenador y jugadores me resultan
tan elocuentes como la innecesaria disección literal de los gags en una
película de Woody Allen.
Así que pregunto: ¿en verdad es necesario un director
técnico para una selección como la mexicana cuando existimos más de 100
millones de estrategas desde Cancún hasta Tijuana?
Ver un partido de la selección entre amigos o la familia,
tanto en casa como en el estadio, asegura una larga cantidad de estrategias, parados, cuadros y cambios que con
seguridad supera el libro de jugadas de un mariscal de campo de la NFL. Y no es
tan difícil acertar, sobre todo si entre los asistentes se suman décadas de ver
futbol.
No sé si esto se ha hecho en la historia del futbol mexicano;
creo que no, pero sería interesante que el entrenador elegido, en este caso el
obtuso de Osorio, soltara una convocatoria real para que el pueblo no sólo
eligiera a los seleccionados sino determinara la estrategia a seguir. Nadie
conoce mejor a los jugadores que sus francos seguidores y críticos que cada fin
de semana están pendientes de sus evoluciones, éxitos y yerros. Que no se meta
la prensa, que no se metan los directivos y mucho menos los promotores buitres
quienes, hoy en día, ya no ven a Guillermo Ochoa, por ejemplo, como el gran
negocio. Tanto se afanaron en promocionarlo para venderlo caro, con la
complicidad de los mencionados líneas arriba, para verlo en un equipo de
vergüenza consumada. Si lo equiparamos con la trayectoria de un músico, a Ochoa
se le promovió como futuro integrante de Radiohead y acabó tocando el bajo con
Kenny y los Eléctricos.
Claro, el futbol mexicano pudo ser atractivo para André Bretón
o Luis Buñuel por esa extraña picardía y esa cosmogonía retorcida, pero cuando
se trata de negocio lo mejor es seguir sacrificando al pueblo. Los directivos
del futbol nacional son sumamente cuadrados y prefieren que el deporte más
bonito del mundo sea inexacto en su planeación para poder manipular las
necesidades lúdicas de quienes compran los boletos y las franelas. Error
porque, al menos en este caso, hablando solamente de deporte, sería un gran
experimento el dejar que los interesados tomen las riendas.
BTXO, Coyoacán,
2016
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