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miércoles, 3 de agosto de 2016

Todos sabemos de todo… Power to the people…

Existe una frase bastante cretina entre los detractores de las redes sociales (todo detractor es un usuario riguroso) que asegura que “Facebook nos hace creer que tenemos amigos, Instagram que somos fotógrafos y Twitter que somos filósofos”. Sí, es una estupidez por su origen pero también tiene algo rescatable.

En general las redes sociales les hacen creer a muchas personas (usuarios-detractores) que tienen algo que decir más allá de qué desayunaron o por qué serie de televisión están secuestrados. Si 80% de los usuarios de las redes sociales se limitaran solamente a eso internet sería un lugar más decente. No obstante, la facilidad con la que se comparten memes (esto es, pensamientos de otros, que es como recurrir a dichos y frases hechas) como parte de una presunta filosofía propia sin exponerla en verdad ha convertido los espacios infinitos de las redes sociales en un vertedero de idioteces.


Y por el contrario, si cada persona realmente realizara un examen personal y pusiera a funcionar alguna de sus tres neuronas para dar una explicación de por qué tal o cual serie los atrapó, o de plano mejor se quedara callada, las redes sociales serían un sitio lindo en donde el diálogo fuera fluido y, sobre todo, inteligente. Pero es pedir mucho, tomando en cuenta la necesidad de exposición de algunos.

El fenómeno de la sobreexposición hipocondríaca (sin reparar en la abundante ignorancia) se advierte más cuando el tópico roza lindes políticos, sociopolíticos y hasta socioculturales por aquello de no alcanzar lugar en el tren del mame. Es decir que todos somos presidentes y activistas; diputados y chairos; senadores y candidatos a senadores de Morena; delegados y candidatos a delegados de Morena; marxistas con iPhone y capitalistas adoradores de Oscar Chávez… toda una ironía (definan ironía).

No obstante, en lo que no puedo negar la sabiduría del mexicano promedio es cuando se habla de futbol. Ahí sí me pongo de pie, aguzo el oído, adopto pose de intelectual y garrapateo en mi tablita de estrategias.

Fíjense todo el choro que tiré para acabar hablando de futbol, ¿es eso ociosidad, verdadero interés, análisis sociológico o es que de plano el partido de Pumas es tan aburrido y predecible como la boda de nuestro muy toleteado mandatario o una canción de Maná?

Cuando Jorge Campos era un portero colorido, más emparentado con un jocoso clown y no un comentarista con aparente discapacidad posterior a una embolia, en las entrevistas revelaba que él solamente se divertía jugando al futbol y que por eso las cosas le salían bien la mayoría de las veces.

Hoy en día, el futbol de todo el mundo se ha vuelto tan mezquino y aparentemente aséptico, como el pasillo de detergentes en un Target, que deja de emocionar. En la mayoría de las ligas europeas lo interesante del torneo se ubica a media tabla y en México la liga es tan competitiva que la cosa se pone tan surrealista como el 7-0 que nos ensartó Chile (¡ejem!). La selección mexicana me recuerda mucho esa imposible película española llamada El penalti más largo del mundo (Osvaldo Soriano, 2005), y escuchar los pretextos de entrenador y jugadores me resultan tan elocuentes como la innecesaria disección literal de los gags en una película de Woody Allen.

Así que pregunto: ¿en verdad es necesario un director técnico para una selección como la mexicana cuando existimos más de 100 millones de estrategas desde Cancún hasta Tijuana?


Ver un partido de la selección entre amigos o la familia, tanto en casa como en el estadio, asegura una larga cantidad de estrategias, parados, cuadros y cambios que con seguridad supera el libro de jugadas de un mariscal de campo de la NFL. Y no es tan difícil acertar, sobre todo si entre los asistentes se suman décadas de ver futbol.

No sé si esto se ha hecho en la historia del futbol mexicano; creo que no, pero sería interesante que el entrenador elegido, en este caso el obtuso de Osorio, soltara una convocatoria real para que el pueblo no sólo eligiera a los seleccionados sino determinara la estrategia a seguir. Nadie conoce mejor a los jugadores que sus francos seguidores y críticos que cada fin de semana están pendientes de sus evoluciones, éxitos y yerros. Que no se meta la prensa, que no se metan los directivos y mucho menos los promotores buitres quienes, hoy en día, ya no ven a Guillermo Ochoa, por ejemplo, como el gran negocio. Tanto se afanaron en promocionarlo para venderlo caro, con la complicidad de los mencionados líneas arriba, para verlo en un equipo de vergüenza consumada. Si lo equiparamos con la trayectoria de un músico, a Ochoa se le promovió como futuro integrante de Radiohead y acabó tocando el bajo con Kenny y los Eléctricos.

Claro, el futbol mexicano pudo ser atractivo para André Bretón o Luis Buñuel por esa extraña picardía y esa cosmogonía retorcida, pero cuando se trata de negocio lo mejor es seguir sacrificando al pueblo. Los directivos del futbol nacional son sumamente cuadrados y prefieren que el deporte más bonito del mundo sea inexacto en su planeación para poder manipular las necesidades lúdicas de quienes compran los boletos y las franelas. Error porque, al menos en este caso, hablando solamente de deporte, sería un gran experimento el dejar que los interesados tomen las riendas.

BTXO, Coyoacán, 2016


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