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sábado, 23 de febrero de 2013

Intersecciones



Capítulo 1: Mero trámite


“Oh, sí, lo había olvidado”, le dije a la señorita antes de regresarme para firmar mi salida. Yo esperaba que me entregara un sobre con los viáticos, pero a cambio me obsequió, sin sobre, una sonrisa de trámite, de esas que se despachan junto con las monedas que sobraron tras la aniquilación de un billete.

Anduve sobre la banqueta, procurando que una mitad de mi cuerpo fuera bañada por el sol y la otra refrescada por la sombra. Últimamente hacía más cosas raras que de costumbre. El día anterior, por ejemplo, fingí ser un nervioso turista argentino –se me da el tono y lo antipático–, y anduve por ahí, cerca de Reforma y Chapultepec, con un mapa falso en las manos, preguntando a los transeúntes en dónde se encontraba la estatua de conocido héroe nacional mexicano. Ellos preguntaban a cuál me refería, y yo contestaba, fingiendo compromiso con mi empresa y erudición en el tema: “Masiosare”. Nadie se molestó, pero algunos sí me dieron indicaciones falsas, y otros aceptaron con franqueza desconocer el sitio exacto. En otra ocasión me detuve en un camellón, a la altura de una intersección, crucé mis brazos y me dediqué a ver el cielo durante unos minutos, contando el número exacto de personas que, al pasar junto a mí, alzaban la cabeza en la misma dirección o bien sólo alzaban la vista.

Pero esta vez iba de prisa, así que solamente me partí en dos mientras caminaba, para atestiguar la manera como conviven diferentes climas en la ciudad. Iba de paso, ese día era de trámite porque debía parar en un punto específico para ser conducido, junto con otros periodistas, a una conferencia en otro estado. El resto fue ver pasar el tiempo. Eso es lo que hacemos los que no tenemos prisa por vivir, mas no por existir, entonces sí tengo prisa. Existir es más inmediato y placentero, vivir toma demasiado tiempo, pero es un tiempo que se agota muy rápido. Alguien me dijo hace poco: “La vida dura dos días”. Y puede que menos, añadí.

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