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domingo, 31 de julio de 2016

Juego de hombres ® | Un cuento de fútbol

El entrenador se paró en el centro del vestidor, furioso. Todo estaba en silencio. Sus jugadores lo miraban con miedo.

El míster se limpió el bozo de sudor de la frente, observó su tablita de estrategias y formó una mueca de fastidio al ver el marcador en contra: 3-0. Tomó aire, dio dos pasos al frente y su voz retumbó estrellándose contra los muros del vestidor formando un eco tenebroso.
 

-Éste, señores, es un juego de hombres. No podemos permitirnos una mala actuación como ésta. ¿Acaso no somos hombres? ¿Acaso no somos jugadores de futbol? ¡Pablo! ¿Qué buscas en la tribuna durante los tiros de esquina? Eh. ¡Molina! ¡Deja de platicar con Rodrigo en el centro del campo cuando hay un contragolpe en contra! ¡¿Qué no entienden lo que les he explicado en las charlas técnicas?! ¡¿Qué no saben que la gente que está allá afuera finca sus esperanzas en nosotros?! Porque, señores, éste es un juego para los ganadores. De nosotros depende la felicidad de los seguidores. ¡Vargas! Deja de pelearte a golpes con el contención del otro equipo, ¿quieres que te expulsen?
-No, profe.
-¡No me contestes! ¡Chaires!, no te quejes cuando te derriben, levántate y anda, como Lázaro en la Biblia.

El entrenador escupía al hablar... al gritar. Su espeso bigote se estremecía, su cara parecía un jitomate y el hombre manoteaba, incrédulo ante tan mala actuación.

-Nos quedan treinta minutos de juego, señores, suficientes para revertir el marcador, para besar la gloria. Así que quiero fuerza, entrega, ¡pasión! ¡Con un demonio! ¡Vargas! O me haces caso o te saco del juego.
-Sí, profe.
-¡Que no me contestes! ¡Esto es mística, magia! ¡Entiéndanlo de una vez! Formación cerrada en la defensa, abierta en contragolpe, suben carrileros, se estrecha la delantera y anotan. ¡Es muy sencillo! Se trata de meter la bolita en la otra portería. ¡¿Entienden?!
-¡Sí, profe!
-¡A huevo, profe!
-¡Vargas, no sea soez! ¡Vamos, pues, muchachos!

Los jugadores salieron del vestidor rumbo al campo corriendo y gritando como una horda de piratas al abordaje, tirándose los cabellos, golpeándose el pecho.

El entrenador se quedó unos segundos en el vestidor observando la imagen del santo patrono decorada con flores. Recordó sus años de gloria en ese mismo lugar, luego la lesión y su primera oportunidad como entrenador. A pesar de todo estaba contento. Hubiera deseado otro futuro, pero entrenar a la pequeña liga de niños menores de ocho años, formar hombres, era mejor que nada.

(Anaconda y otros cuentos de fútbol®, Andrés Vargas Reynoso, 2007-2009)



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