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lunes, 11 de julio de 2016

¿Por qué soy DJ?

Después de un año la terapia se fue al carajo. Nadie estaba logrando algo y yo sentía, desde el fondo de mi tarjeta madre, que mi terapeuta perdía su tiempo y yo perdía mi dinero. Le di las gracias y le dije que trataría de lograr la estabilidad por las mías. Prometí llamarla si acaso pifiaba en mi propia encomienda. Dijo que sí, que de cualquier manera esa escapada formaba parte de la terapia, la tenía prevista.


Convencido de mi ocurrencia me hice de las armas suficientes. Semanas antes de esa vuelta de tuerca había comenzado a mezclar en casa, aunque no de una forma muy saludable. Los viernes pringados de soledad volvía de la terapia en mi bicicleta a las 9 pm, conectaba e inicializaba mis dispositivos (un teclado, el iPad y la PC con el software específico), desenroscaba una botella de mezcal, me encasquetaba los audífonos como el kamikaze que emprenderá el vuelo contra las bases enemigas, encendía el primer cigarro de la noche, o del fin de semana para ser más precisos, y me dejaba llevar por los beats de Armin van Buuren que reptaban las caracolas de mis oídos.

Track a seguir durante la lectura: B7XO MZCLMX

Tenía semanas hackeando canciones gracias a un programa que había rescatado de la web, siempre fascinado por la música electrónica que escuchaba desde niño en las manos y el ingenio de Giovanni “Giorgio” Moroder.

Cambié la terapia por la actividad de pinchar música en mi cocina. Un programa para mí desconocido (VirtualDJ) significó el reto de dominarlo y lo conseguí más con base en la necesidad que en los huevos y de pronto me vi y me escuché mezclando de manera decente. Colocaba frente a mí un espejo de cuerpo completo que no había sido hurtado por el huracán de mi divorcio, y me observaba en él. Lo que más me maravillaba era pensar en el silencio que había alrededor mientras yo me destetaba los oídos en la placentera actividad de empatar ritmos a volumen bestial.

Dos meses después de dejar la terapia, emperrado en mi encomienda, me propuse para mezclar en una fiesta. Todo fue relativamente bien, tomando en cuenta que nadie en esa fiesta era fanático del EDM (Electronic Dance Music), no obstante, improvisé lo suficiente para mantener el ritmo arriba. Antes, en las reuniones, indiscriminadamente, el anfitrión me colocaba un cartón de cerveza junto a la PC y me pedía que pusiera música. Pero aquello era poner música de fondo y en mi pérdida de virginidad necesitaba poner a bailar a la gente. Temblaba, sudaba, el dedo se resbalaba sobre el mouse pad y tenía que corregir en chinga, improvisar y dar mi mejor cara. Sólo era el DJ, y después de esa fiesta, con los halagos ganados, me firmé como DJBtxo, perfecta contracción al estilo vasco de “DJ Bicho”.


Después volví a la cocina (mi estudio llamado La Ruina, en donde también produzco y conduzco el programa de radio Miscelánea Buñuel), como una Cenicienta de bits y beats, y esperé sin dejar de seguir fortaleciendo el músculo. Cuando eres DJ debes ejercitar el oído, las manos, el sentido; o bailas o mezclas, y yo quería hacer ambas cosas. El primer éxito me hizo creer que podía conseguirlo.

Así, una noche de caminata solitaria en la recién remodelada Alameda Central, observando los colores brillantes y rítmicos de las fuentes, me interné por calles aledañas al Barrio Chino y escuché que en un antro sonaba un track de Daft Punk: Within. Era un bar nudista. Entré y lo primero que vi, después del gorila que comprobó que no llevaba armas, fue a una mujer que se desnudaba al ritmo de Daft Punk. Pedí una cerveza y me quedé en la barra ¡escuchando! No me interesaban las evoluciones de la mujer más allá de lo que las provocaba: la música. Cuando la mujer dejó de bailar se acercó a mí y comenzó a tratar de enganchar unos tragos. Le pregunté por qué había escogido esa canción de Daft Punk y me dijo que el DJ del antro colocaba la música que él creía adecuada. Era un reto entre él, las bailarinas y el gerente. Me desentendí de ella, que quedaba con cara de “por qué no me invitas un trago” y fui a la cabina a platicar con el DJ. Amable, más joven que yo, se mostró interesado en mi interés y me dejó pasar. Era una cabina moderna, con dos PC’s y una Mac, además de un catálogo con fotografías de las chicas que bailarían esa noche. Me explicó su sistema y me dejó experimentar. Las canciones brotaban de acuerdo a los gustos de la bailarina y su concepto. No erré en las tres oportunidades y las chicas fueron a felicitar al DJ y se toparon conmigo. Curiosamente el DJ había renunciado para irse a estudiar música a Berklee y necesitaba un reemplazo. Ese reemplazo fui yo durante tres meses hasta que el antro fue clausurado por trata de blancas. Yo no estaba en el momento del operativo. Perdí una USB con todas mis canciones pero no la libertad, y más aún, había ganado experiencia. El problema fueron las formas. Por mi experiencia el gerente pidió que mezclara media hora mientras las chicas convivían con los clientes. Aquello se convertía en discoteca y yo mezclaba mejor cuando tenía unas cervezas o unos whiskys encima. A veces soltaba un mix y salía a fumarme un cigarro para disfrutar de la vida nocturna del centro que siempre me atrajo. Nadie en mi entorno supo jamás nada.

Una noche unos chicos PR que llevaban un evento de una bebida energética, y que pastoreaban a unos clientes chinos, se acercaron a mí para preguntarme si quería mezclar en una fiesta en la Condesa. Estaba borracho y emocionado, dije que sí. “¿Cómo te llamas?” DJBtxo, les dije.

Llamaron una semana después de la clausura del antro y pidieron mi dirección. Me enviaron a casa una camioneta Hummer con logos de la empresa y me llevaron a la fiesta. El cartel de DJs lo abría yo, después un DJ de drum and bass y finalmente una chica que tenía más experiencia. Mi nerviosismo era el de una quinceañera con retraso. Antes había tocado una banda indie de cuyo nombre no quiero acordarme y la gente los bajó. El personal quería bailar. Armé un set con música de deadmau5, Armin van Buuren, Inna y Steve Angello y me di cuenta de que necesitaba alcohol. Hice la petición y me entregaron, como antaño, una caja de cerveza Indio. Media cajetilla de cigarros después, me di cuenta que no vi bailar a la gente porque estaba en trance. Cuando terminé de tocar bajé a la pista y un chico me llevó al camerino con los demás DJs y músicos. Platicando supieron que era El Bicho de RockStage. Volví a casa el sábado al amanecer, después de ir a festejar a casa de un ejecutivo de la agencia en Santa Fe. Fue una convivencia un poco extraña, me sentía, hasta cierto punto, secuestrado. Me llevaron a casa en la Hummer y, muy respetuosos, al bajarme del vehículo, me entregaron mi mochila con mi pequeña laptop (mi hermosa Negra que ya ha muerto). Creí que la había perdido.

Siguieron tocadas en La Roma, La Condesa, La Juárez, el Centro Histórico, Coyoacán: fiestas, roofs, roof gardens, cuartos, salas, etcétera.

Entonces dejé de mezclar solamente música de otros, comencé a producir mis propios tracks y vino una invitación a tocar en una fiesta en una casa en Cuernavaca. Top total, VIP, farándula, alberca. Antes de mí tocó el mismo DJ de drum and bass y lo bajaron. Después toqué yo y la gente se encendió. Tras de mí iba un gordito que se vomitó antes de tocar así que subí a la music station a echarle una mano. Mezclamos a dos manos y de pronto una mesera nos lleva dos martinis: “De parte de aquellas chicas”, señaló a unos metros del set a dos chicas obsequiosas que parecían extraídas de la revista Nylon. Brindamos y sonreímos y el DJ gordito, que también era bajista de un grupo punk, y me conocía por RockStage, me dijo algo como: “ya ligamos”. Le dije que no, que en cuanto termináramos de tocar iban a olvidarse de nosotros. Y así fue.

El DJ es sólo un espejismo, es el centro neurálgico de la fiesta pero al que menos atención le pone la gente. La música rebasa al DJ y eso debes saberlo si eres profesional.

Años antes me sucedió algo similar cuando en un Vive Latino que fui a cubrir, el grupo Magisterio Nacional me invitó a tocar las percusiones. Todo es un espejismo.

Llevaba más de un año como DJ cuando me invitaron a tocar en un evento en la terraza del Hotel W y vi, entre la gente que bailaba, a mi terapeuta.

“Te vi en la invitación y no pude resistirme”, me dijo. Esa era la señal que necesitaba para saberme curado.

El problema eran el alcohol, la ligereza, la moral ligera. Y un día dije ¡basta! Me retiré a hacer mi música con la idea de hacerme productor. Así nació B7XO y posteriormente Speakerguy Project.

Hoy mezclo por gusto, sin cobrar, como parte de mi terapia eterna.

Y me gusta.

Aunque sé muy bien que todo es un espejismo.

No obstante, recordando aquello, no dejo de sentir emoción cuando coloco un track en el espectro del software y siento las pulsaciones en mis oídos. Entonces me siento libre y capaz de dominar a quienes están debajo de la music station y esperan que los haga bailar. Ver un cuerpo moverse es el mejor aplauso.

Por eso soy DJ.

B7XO, Coyoacán, 2016




sábado, 2 de julio de 2016

La última frontera de la preocupación

Crecí con la cantaleta de que preocuparte por los demás no debe ser una acción que busque recompensa. Esto puede ser cierto, no obstante, y hablando en primera persona, lo que deseo ver son resultados derivados de esa especie de consejos que vierto cuando me los piden.


Para entrometerse en la vida de los demás es necesario contar con más permisos, visas y pasaportes que cuando tratas de entrar a Estados Unidos con un turbante en la cabezota. Sin embargo, una vez librados estos requerimientos, el anfitrión debe tener en cuenta que cuando pide una opinión ésta viene acompañada de juicios, de otra forma los consejos no sirven para nada. Pensar lo contrario es pecar de inocente.

Por otro lado, la preocupación, en algunos casos, viene acompañada del cariño que se siente por esa persona que te ha dejado entrar en su vida y, por eso mismo, das seguimiento a esos resultados que pueden complacerte o no. Es aritmética simple.

Pero todo tiene un límite, porque por más sinceridad y cariño que exista, convertirse en el vertedero de los errores de los demás a causa de la estática emocional, de la que ya hemos hablado en este blog, se vuelve no sólo cansado sino engorroso.

No hay nada peor que ser testigo de esa seguidilla de errores mellizos que comete una y otra vez quien te pide consejos y, al mismo tiempo, no tolera los juicios. Es por eso que yo no ando vomitando a mansalva mis pulsiones emocionales.

Ante esto no queda más que bajar la cortina del changarro y huir, no vaya a ser contagioso.

En muchos casos la ausencia de oídos puede ayudar al ofendido a remontar las crestas de su realidad, hacer un paro en sus evoluciones diarias y determinar un examen personal acompañado de una cura de humildad. No obstante, en otros casos, que son mayoría, el indiciado buscará a alguien más para mantener en activo ese juego de mentiras en el que no se busca una solución sino solamente tener un confesionario personal.

Pero quienes somos sujetos de recurrencia para los demás tenemos la responsabilidad de decir ¡basta! cuando se presenta un evento de tal naturaleza, porque, definitivamente, no estamos para resolver la vida de los demás.

Brindar ayuda, consuelo o compañía es un acto que debe venir de adentro pero con la promesa de que nuestro “súper poder” no va a ser desperdiciado. De otra forma, sólo se trata de una falta de respeto.

BTXO, Coyoacán, 2016




viernes, 1 de julio de 2016

Billy, Botellita de Jerez, la hinchada del Blackpool y eso de hacerse pend...

Billy, un chico inglés que pasa por México de visita en casa de nuestro amigo en común, un francés llamado Francoise quien vive en la calle París –curiosa es la vida–, me hace preguntas sobre futbol y me pide que lo lleve a un partido en algún estadio del todavía entonces Distrito Federal. Para su desgracia, en ese momento del año la liga mexicana de primera división no está en activo. Es verano y los equipos comienzan la pretemporada después del intercambio de jugadores.

Estamos en una fiesta en casa de mi amigo El Irlandés en Coyoacán y de fondo, para los invitados especiales, suenan Mano Negra y Sex Pistols. Corren botellines de cerveza en una noche fresca al lado de un enorme eucalipto en cuyo tronco se ha formado el rostro de un gorila.

Billy alcanza el 1.90 de estatura, es tan rubio y rojizo como Wayne Rooney pero tiene la corpulencia de un jugador de rugby. Viste tenis, bermudas cargo y una camiseta deportiva sin logos ni marcas. Se le ve lo hincha del futbol que es. Con el paso del tiempo, y la seguidilla de cervezas, me imagino que estoy charlando con un enorme y amable grizzli.

Es el año 2005 y aún se sienten las emociones de la reciente final de la Champions en la que el Liverpool volvió de un 3-0 en contra en la segunda mitad para vencer al Milan italiano en serie de penaltis el 25 de mayo del mismo año.

Mi todavía esposa iba de un lado a otro de la casa y veía el partido de reojo pero se sentó a mi lado después de que Vladimír Šmicer encajó el segundo gol del cuadro del puerto tras una serie de rebotes. ¿Qué cantan?, me preguntó verdaderamente interesada. Los locutores tuvieron un gesto que siempre se agradece: se callaron la boca y dejaron el sonido ambiente, en el que más de 10 mil ingleses ataviados de rojo y con las bufandas en ristre cantaban You never walk alone, canción sesentera del grupo Gerry & The Pacemakers que es considerada el himno popular del Liverpool.

En unos minutos la puse en contexto. El tres a cero del primer tiempo, la manera como los dirigidos por el español Rafa Benítez se recuperaron escalando peldaños más a fuerza de empujar al rival que de mostrar un buen toque de balón. Entonces Xabi Alonso asestó el empate anotando un penalti y casi me caigo de la silla. ¡Increíble! ¡Asombroso! ¡Ésa es la belleza del futbol carajamadre!, grité.

-Pues a quién le vas –preguntó ella.
-A ninguno en realidad, pero a estas alturas quiero que gane el Liverpool.
-Si no le vas a nadie por qué lo ves.
-Porque me gusta el futbol –le dije.

El resultado lo conocemos todos los que sabemos de futbol. Liverpool ganó en penales y cuando Steven Gerard alzó la orejona y volaron los papelitos rojos y blancos a mí se me salieron las lágrimas.

Semanas después, comentando aquello con Billy, me dijo que el partido lo había emocionado tanto como a los millones de espectadores de todo el mundo pero que él hinchaba por el Blackpool y que los aficionados de los demás equipos se dejaran de joder. Ese año el Blackpool quedó en lugar 19 de la League One, que es la segunda fuerza divisional en Inglaterra. Descendió.

Blackpool es una ciudad porteña con poco menos de 150 mil habitantes ubicada al noroeste de Manchester y ha sido cuna de famosos como Robert Smith (The Cure), Dave Ball (Soft Cell), Chris Lowe (Pet Shop Boys), Cynthia Lennon y el gran Billy Lewis, con quien compartía unas coronas.

Por la cercanía del puerto de Blackpool con Manchester le pregunté a Billy si hinchaba por el City o el U.

“No, en Inglaterra el futbol es local. Hinchas por el equipo de tu ciudad o de tu pueblo; no importa si el estadio es de madera, todo se llena de amigos, vecinos, familiares de los jugadores. Te vas caminando desde tu casa o desde algún pub local. Es poca la gente en las provincias de Inglaterra que hincha por algún equipo de la Premier. Sigues al equipo de tu localidad y, bueno, si naciste en Manchester o en Liverpool tuviste suerte, pero en realidad lo que nos gusta es alentar a nuestro equipo”, me comentó con la jocosidad de una esfinge.

Acostumbrado a otra manera de percibir el futbol, le confesé que no entendía. ¿Cómo es posible que siendo inglés no tengas un equipo favorito en la liga Premier?

“Porque no es necesario. Pueden gustarme Liverpool, Arsenal o Bolton, y hasta clubes menores que han estado en la Premier como el Middlesbrough, pero no hincho por ellos, sería hipócrita. Disfrutas un partido de la Premier por el nivel pero hasta ahí, la pasión tiene raíces, es herencia y no sólo por gusto”, enfatizó, ahora, con el humor de la puerta de una bóveda.

Le comenté que aun sin haber estudiado en la UNAM (aunque lo hice recientemente) siempre he sido hincha de los Pumas, desde los seis años de edad, después de que mi padre me llevara al Estadio Olímpico a ver un Pumas-Cruz Azul (mi padre es fiel seguidor cementero).

-Pero desde entonces los has seguido, ¿no?
-Así es.
-Es un equipo de tu ciudad, de tu raíz, reconoces a los rivales directos, los clásicos, sufres y festejas, pagas un boleto para verlos o abres una cerveza en tu casa con la familia. Es algo que se trae desde la infancia. Lo llevas dentro. Me gusta el futbol pero no me veo hinchando por Real Madrid o Barcelona, por ejemplo. Ni siquiera por el U o el City. Passion knows no boundaries.

La hinchada y el gusto son cosas diferentes. La primera tiene, como bien dijo Billy: raíz. La segunda es por simpatía por algún jugador, del deporte que sea, o por los colores, pero sólo en aquélla caben la pasión, las lágrimas, las risas o el medio vaso de cerveza que vuela tras un yerro de los muchachos; las manos cubriendo el rostro, las rodillas quebradas porque te hincas pidiendo un gol, una jugada que rescate el encuentro. El abrazo con el vecino de tribuna al que no conoces pero con el que te unen los colores y la historia.

Como acentuando la lírica de Billy, Medios Lentos señala: “Hinchas hay muchos, los hay de clubes grandes, lo cual es indiscutiblemente más fácil, pero también los hay de los denominados ‘chicos’, de uno de esos que se hace por herencia, de esos clubes de barrio, de los que te llevaba tu abuelo a verlo los sábados… de esos de ascenso”.

-Yo estuve en el 4-1 a Cruz Azul en 1981 –me dijo un viejo alguna vez en la tribuna del Olímpico 68.
-Yo vi jugar a Schuster con Pumas y a Hugo Sánchez, Michel y Butragueño con el Celaya. Pumas ganó 4-3 –le comenté.

En alguna ocasión, durante la conferencia de prensa de Botellita de Jerez tras su participación en un Vive Latino, una reportera les preguntó si eran precursores de los kitsch, a lo que el gran Sergio Arau respondió: “Nosotros somos nacos, lo kitsch es sólo hacerse pendejo”.

No encuentro mejor analogía, sobre todo por eso de sentirse merengue, catalán o xeneize…

BTXO, Coyoacán, 2016




jueves, 30 de junio de 2016

El miedo ante la cámara de televisión

Una colega periodista a quien quiero y respeto mucho me comentó en estos días que en un evento reciente de la fuente de salud solicitó con anticipación una entrevista con uno de los voceros y que los publirrelacionistas, ignorando su petición, les dieron preferencia a los reporteros de televisión.


Espérame tantito, es que están los de la tele es un argumento que se escucha una y otra vez como si fuese un mandamiento, como si con dicho mantra se ganaran un lugar en el cielo.

Lo más penoso del asunto es el terror monumental que experimentan algunas agencias de relaciones públicas cuando se trata de contener la arrogancia y la ansiedad de los reporteros de las dos televisoras más grandes del país.

Un amigo camarógrafo, a quien respeto mucho por su trabajo y su trayectoria, me comentaba recientemente que se muere de vergüenza cada vez que su reportero o reportera exige trato preferencial después de una conferencia de prensa. “Está cabrón, no se vale, eso no es correcto”, me dijo.

Jamás he experimentado directamente esa clase de grosería, pero sí he sido testigo de ello más de una vez.

El problema es resultado de un fallo de logística y estrategia, pero tampoco es argumento para faltar al respeto a quien se ha tomado la molestia, profesionalmente, de solicitar su entrevista con antelación.

Evidentemente, también es un problema producto del miedo generado por la ausencia de cobertura en eventos futuros. Sin embargo, ¿no se supone que el impacto de una nota en medios especializados es producto del fondo de la información? Esto suponiendo que en México existiera una gran cantidad de medios especializados en cualquier tema; lo cual es una utopía.

La capacidad en el discernimiento y el manejo responsable de la información deberían ser las garantías determinantes para que un reportero y su medio gocen del respeto que se le da a otros que se escudan tras un gafete con el logo de una televisora. Más aun, la lógica es respetar el orden en el que se solicitó la entrevista.

Un amigo RRPP fue más escueto: “La cámara de televisión apantalla, literal. Pero es una terrible práctica. Si se hace un compromiso debe respetarse”.

La Coordinadora de Cuentas de una agencia de relaciones públicas pequeña pero veraz y profesional, con la que se trabaja muy a gusto, me señalaba en alguna sobremesa que, en muchos casos, las agencias prefieren la cantidad sobre la calidad porque esta última es la que menos le importa al cliente.

Finalmente se trata con marcas y voceros de dichas marcas, por ello, repito, lo elemental, si acaso la necedad proviene del cliente, es que se respete el orden. Al parecer, el terror de no ver dicha marca en Televisa o TVAzteca los lleva a olvidar las formas.

No obstante, “por respeto a un periodista, y a una persona en general, no puedes cancelar una entrevista ni dar la misma información para todos, cada medio requiere información especial. Hay que respetar a cualquier persona, porque es su tiempo”, señaló la directiva de una agencia.

Peor aún, porque yo mismo, en mi calidad de Coordinador Editorial de una Asociación Civil de alcance y respeto internacional, y Editor de sus canales de comunicación, mantengo una excelente relación con clientes transnacionales que se quejan de lo mismo.

-El trato debe ser equitativo –me dijo un directivo de un importante laboratorio europeo.
-¿Y los spammers?
-A esos no podemos controlarlos nosotros. Pero lo que nos importa, más allá de la cantidad de toques que tenga una nota en internet, es el manejo que le den a la información y que la bajen para los lectores verdaderamente interesados.

Tanto en el caso de los spammers, quienes denigran la labor del periodista profesional, como en el penoso asunto de las faltas de respeto, es necesario que las agencias que cometen esta clase de errores determinen una línea de acción que evite la repetición y propagación de estas situaciones.

Finalmente, esto no es algo general sino particular. Por fortuna tengo una excelente relación con algunas agencias de relaciones públicas a las que les importa tanto la manera como se maneja una información como la cobertura ampliada y saben respetar al periodista. No, esto no se trata de jerarquías sino de profesionalismo.

Está de más hacer editorial sobre la manera como algunos reporteros de televisión manejan los conceptos vertidos por los voceros, sin embargo, está claro que la información no cura.

BTXO, Coyoacán, 2016




martes, 21 de junio de 2016

La CNTE y el clamor clientelar... (También a mí van a crucificarme)

Tardé un tiempo en decidirme a escribir sobre el asunto en Oaxaca. Tantito para dejar que pasen las cosas y no generar juicios ignorantes, y un poco por problemas personales y laborales. También, siendo sincero y contraviniendo mi ética periodística, ralenticé mi comentario editorial para no herir ninguna susceptibilidad de personas allegadas, sobre todo aquéllas que parecen no entender que un asunto como éste se analiza desde la raíz.

Uno de los mejores regalos que he recibido durante mis casi 20 años escribiendo es conocer jóvenes que fueron mis lectores y que hoy en día demuestran no sólo cultura sino un criterio informado y tienen la capacidad de verterlo con puntualidad y claridad.

Podría pensar, de no saber que de quien voy a hablar tiene un bagaje cultural e informado de primer nivel, que se trata de un comentario proveniente de las vísceras y no de quien, tras haber formado parte del magisterio, cuenta con la autoridad suficiente para revestir el asunto. Resguardaré su identidad por respeto y seguridad, pero él sabe de quién se trata y que tiene todo mi respeto y admiración.


Mi primer comentario editorial, a nivel personal, es que quien se atreve a hablar o escribir sobre el problema que se suscitó en Oaxaca cuenta con información suficiente y tiene un criterio que va más allá de protestar por protestar o de culpar de todo al gobierno (y no defiendo al gobierno, que quede claro), práctica usual entre quien no distingue entre neutralidad y rebaño.

Desde siempre he pensado que los sindicatos son fortalezas de poder para unos pocos a propósito del pretexto comunal. Debe haber algunos con buenas intenciones, pero son los menos. Cuando en México hablas de sindicatos lo primero que te viene a la mente son prebendas, corrupción, embute, herencia de plazas, puestos de aviadores, enriquecimiento con base en la explotación de las necesidades de otros y, sobre todo, sinergia política con aquéllos que algunos creen que son enemigos de los que componen la infantería de un sindicato.

Para no alargar las cosas sólo puntualizaré a manera de bullets algunos de los comentarios más atinados que mi buen amigo señaló, y celebro, con elegancia y estilo, algo de lo que adolecen los radicales libres de este país:

  • Lo que está pasando en Oaxaca es un caño que se destapó (el tapón era Elba Esther Gordillo) de repente, después de estar acumulando mierda durante años.
  • La CNTE es una institución viciada que busca mantener un arreglo administrativo del que ha ido nutriéndose de coacciones y amenazas de parálisis urbana para quedarse con privilegios que corresponden a una horda clientelar; nada que ver con la idealización con que se les percibe como defensores de la educación.
  • Los maestros están en una disyuntiva: o aceptan ser sometidos a evaluaciones que generen un sistema de meritocracia y de calidad de enseñanza, o hacen lo posible por quedarse con los derechos de corte preporfiriano que ostentan.
  • Heredar plazas es absurdo, ¿y de repente ya estamos todos a favor de que ese régimen perdure?, ¿de verdad queremos que el arreglo siga como está y que la educación nacional siga siendo tan pobre y tan descuidada, secuestrada por maestros y organizaciones magisteriales con derechos que debieron ser abolidos hace años?
  • La educación de un país es cosa seria, su estructura administrativa debe ser diseñada de forma que no pueda ser secuestrada por ningún grupo de poder.
  • Debe ser diseñada para generar un sistema de excelencia y mérito, no de antigüedades y herencias.
  • Las evaluaciones de los maestros tienen que ser por excelencia y no por participación política.
  • Todo está jodido, y los más jodidos son los niños oaxaqueños que, una vez más, estarán en lo más bajos niveles de educación en el país.
  • Por supuesto que nada de esto justifica que haya muertos ni la violencia desmedida del Estado. Pero también es cierto que aquí no hay inocentes.
  • Genera empatía inmediata ver quiénes deben soportar los embates de los granaderos y el poder del Estado, pero lo cierto es que las causas por las que luchan no son nobles aunque sí comprensibles porque esos maestros no saben vivir de otra forma, aunque si pensamos a futuro esas formas sólo han causado sino seguirán causando el rezago educativo de siempre.
  • La prioridad es la educación, no la CNTE, ni los maestros.


No puede haber mayor elocuencia y desde aquí, acorde con estos pensamientos, me retiro a rumiar mi reflexión porque, en este caso, mi querido amigo me ha demostrado que sí hay generaciones que crecen mental y socialmente.

B7XO, Coyoacán, 2016





domingo, 19 de junio de 2016

Silverio 7 – 0 San Ángel

Yo me fijo en los colores. Y hoy el chile rojo mató al pimiento verde. Por lo que los asistentes a La Bipo San Ángel vemos en la pantalla gigante, durante el 7-0 propinado por los andinos, el chile mexicano ya no pica.


Ulises, cómplice de aventuras cuando se trata de lo más intenso del electro nacional, se congratula con cada gol y chiquilla-cabello-corto y yo rogamos por el cinco a cero cuando acaba de caer apenas el cuarto gol, mismo que todavía arrancó un “aaaah” desesperado de la mayoría de los 200 reunidos en el antro. A partir del quinto todos coreamos los goles chilenos, y no por arribistas sino porque ya estuvo bueno de andar vitoreando equipos inflados.



“Qué papelón”, “Ni te extrañes, son unos pendejos”, “Qué mal me cae el Chicharito” son los principales comentarios a los que se suma uno general: “A ver a qué horas sale a tocar el huevón de Silverio”. Sí, Silverio, hijo pródigo de Chimpancingo, Guerrero, que viene a demostrar que, al menos en otras vertientes, el chile mexicano no ha perdido contundencia. Y cuando el alter ego de Julián Lede toma la tarima con su traje negro con pendejuela el respetable se transforma en un ejército de Gremlins recién bañados.

Pero el show no está en la tarima ubicada en las alturas (vaya ocurrencia, tortícolis garantizada) sino en el slam que se arma con tal velocidad y violencia que ya quisieran alquilarlo los organizadores del Hell & Heaven para sazonar su festivalito de cartuchos quemados. Los Gremlins mojados se transmutan en canicas en comal con tal intensidad que el equipo de seguridad de La Bipo tiene que esmerarse para calmar las ansias provocadas por ese dinamo que azota sus puños sobre los pads de su controlador de ruidos.

Silverio es un arquitecto en reversa, deconstructor de sus obras las rompe, las pausa, las repite, las encima, las desarma; es el peor DJ del mundo pero se las arregla para que ese desorden tenga la coherencia suficiente para armar una fiesta que se extiende por casi 90 minutos y para hacernos olvidar las pifias del segundo peor DJ del mundo que, antes de Silverio, de caballazo en caballazo pasa de Daft Punk a Magneto y Gloria Trevi sin ninguna clase de pudor. Al DJ le vale tanta madre ser tan malo que después del set se pavonea por ahí cerveza en mano.

Gracias a esas bellas amistades repentinas que se forman en el nido del personal respetable que ha pagado 100 pesos por boleto y cervezas a 50, no nos aburrimos durante el set del segundo peor DJ del mundo. Aparece una cámara de prensa por ahí y todos pintamos dedo al aire, recordando el sello triniano; gritamos los goles en contra; pendejeamos al Chicharito y a Ochoa que, en un partido, recibe todos los goles en contra que no ha recibido en toda su carrera en España (básicamente porque jamás juega); y yo me fijo en los colores de cabello, los vestidos, los ojos, los labiales y los aromas (los olores también tienen color) de las chicas que andan por ahí ansiosas por ponerse a bailar.

Chaparrita-faldacorta y Chulada-blusita-a-rayas son las más entusiastas y ésta última necia con que me meta al slam. El escándalo de Silverio es tal que no puedo explicarle que no bailo por varias razones: soy analista musical y DJ y vengo a apreciar las evoluciones musicales de Silverio (¡ay, ajá!); traigo lentes; tengo 41 años; la rodilla jodida y no tengo ni edad ni ganas para meterme al slam, así que solamente le sonrío y muevo mi cabecita con estilo, como en fiesta lounge con un martini en la mano.

Frente a nosotros vemos un cruce cultural típico de estas fiestas. Primero una escena que dibuja a la perfección el día de quincena/después de la quincena: a la izquierda tres mirreyes del Ipade con camisa de seda color rosa y corte de pelo de 500 pesos y a la derecha tres godínez en huida con falsos chalecos Ferrari que llegaron en Metrobús. Y después, los mirreyes buscan contacto visual con Chaparrita-faldacorta y sus amigas de corte más autóctono que les dan batalla y se los chamaquean escamoteándoles una ronda de cervezas para medio bailar con ellos discretamente. Luego, por su entusiasmo, uno de los mirreyes, seguro delfín de una familia de apellido rimbombante, es echado a la calle por no entender que el slam es un baile tribal y no una madriza generalizada.

¿Y Silverio? Silverio es un showman que entiende perfectamente las necesidades nazarenas del mexicano promedio. Insulta y se deja insultar, provoca y todos caen en ese juego aparentemente incorrecto que es su trademark, su ventana de oportunidad en cada presentación. Ya mienta madres, ya se burla del reciente 7-0; de cada vaso de cerveza que le sirven toma la mitad y la otra la escupe al respetable después de hacer buches, es la misma analogía de los Gremlins, los moja para que no decaiga el entusiasmo.




Luego empieza a encuerarse, primero el saco, luego el blusón con holanes, luego el pantalón hasta quedar en ese atuendo de relajación zen que todos adoptamos al llegar a casa después de una dura jornada de trabajo: ¡en calzones! ¡Ámonos! Y así cada tarde el estatus de Facebook: “Descansando en modo Silverio”. Y así en trusa roja se enfrenta, sigue insultando y escupiendo, enseña la mitad de sus partes nobles (ni tan nobles, eso es seguro) y provoca que una señorita-virginal-pero-soy-mesera-del-Angus se tape los ojos haciendo algunas muequitas de asco que le permite su media embriaguez.



Los más fans de Silverio son los que más lo insultan. Vaya diálogo más efectivo. Silverio es, como Sopa de Caracol o Caballo Dorado, el mejor pretexto para sacar el cobre. Mexicano para los mexicanos. Actitud más punk que la de los payasos-crestasverdes-tengoiPhoneybotasDr.Martens-pero-doy-portazo que van al Chopo cada sábado a tomarse fotos con los turistas. Si los maestros de la CNTE o AMLO se organizaran como se organiza el slam con Silverio, México sería otro país (¡ay, ajá!).

Chaparrita-faldacorta y Chulada-blusita-a-rayas-me-caso le ponen un estate quieto al patriarcado (no al patriotismo, ojo) y son de las muy pocas que no le huyen a la granizada de madrazos dentro del pit que gira y da vueltas y rueda girando como en concierto de death metal y no como la víbora de la mar que se arma con Babasónicos.

Es imposible llevar un orden de tracks pero suenan Perro, Yepa Yepa Yepa, El Baile del Diablo y Salón de Belleza que transforman el local de Avenida de la Paz, San Ángel, en cualquier tugurio de la Calle Revolución de Tijuana.

Y de pronto dice Silverio sanseacabó y se larga entre insultos, no sin antes derramar la chela desde las alturas sobre el rostro de una fan de corte sintético quien, gozosa, recibe el elixir de su majestad y que a estas alturas debe estar dormida abrazando su Hello Kitty de felpa.

La adrenalina es tal que tomar un taxi no es opción así que Ulises (DJ Uli) y yo (B7XO) caminamos hasta nuestras respectivas casas con nuestros acufenos auditivos sobre Miguel Ángel de Quevedo, pensando que el verdadero marcador de hoy fue Silverio 7, nosotros 0.

B7XO, Coyoacán, 2016



jueves, 9 de junio de 2016

Yo (ya no) quiero mi MTV

Desde que fue posible bajar las canciones a la computadora y después integrarlas en un dispositivo para reproducir archivos MP3, la industria de las compañías discográficas se fue al carajo. Wow, cuánta verdad la de este tío, dirán con sorna…, pero lo cierto es que la mayoría no advierte lo que sucedió detrás de sus costumbres. Siempre es bonito e interesante repasar los momentos del pasado próximo y advertir nuestros niveles de responsabilidad.

Cuando era analista musical 100 por ciento me preguntaba por qué existían cronistas tan malos, y revistas peores, realizando críticas positivas de grupos francamente deleznables como Aterciopelados o Jarabe de Palo, y deduje que la culpa no la tenían los escritores sino quienes los leían y les otorgaban cierta credibilidad sin detenerse a pensar en los favores secretos que aquéllos recibían de las disqueras.

A mí nadie me regaló nada. Alguna vez, durante una cena en mi casa en compañía de otros periodistas, alguno me preguntó por qué sólo tenía en un mueble apenas 150 o 200 discos. “Porque yo los compro, no me los regalan”, dije y era verdad. Lo que no dije era que el disco duro de mi computadora albergaba cerca de tres mil 500 canciones elegidas por mí mismo. Esto equivalía a cerca de 350 discos más con puras canciones que me gustaban, es decir que yo opté por dejar de lado la paja. Esto a su vez equivalía a casi 53 mil minutos de tiempo invertido para su descarga si tomamos en cuenta que Napster se tardaba casi 15 minutos para una canción a la velocidad que entonces permitía Prodigy. Hoy me tardo menos de un minuto en descargar tres canciones al mismo tiempo y ya he perdido la cuenta de la cantidad de archivos MP3 que componen mi bagaje musical. Todo puede resumirse en una frase: “Yo no pido, yo arrebato”.


Hace unos minutos, mientras dilapidaba tiempo vital en ese ejercicio terapéutico llamado zapping me detuve en MTV y me di cuenta de que hacía años que no le ponía atención a ese otrora santuario para los amantes de la música. En la escena a cuadro un chico y una chica brasileños recostados en una cama susurran un complot contra otra chica, se trataba de un reality show. Avancé la programación y advertí que no había un solo espacio dedicado a la proyección de videos y me entró un poco de nostalgia; sólo un poco. Me pregunté qué había sido de aquellos programas de música alternativa (¡válgame Dios con el término!) que en viejas épocas me mostraba videos de The Lightning Seeds, The Sundays, Belly o The Charlatans UK. Lo extraño fue mi reacción inmediata, plagada de frialdad. Vine a la computadora, abrí Youtube y vi un video de Belly, así de sencillo.

Cuando la gente de mi generación se queja del cambio tan radical que experimentó MTV al dejar de programar videos pienso que los más jóvenes no tienen ni idea de lo que alguna vez fue Music Television. Ahí está VH1, convertido en una especie de “620, la música que llegó para quedarse”, pero le falta esa sensación de conquista que brotaba cuando, armados con lápiz y papel, copiábamos el nombre de la canción, la banda y el disco que aparecían en el súper que acompañaba al video al principio y al final.


Así es que hoy me pregunto, en descargo de las críticas que los millennials nos recetan a los más viejos aparentemente menos tecnológicos: ¿es necesario que MTV retome su concepto original? Posiblemente no. ¿Para qué? Para qué si tenemos la información a la mano.

No obstante, los viejos tenemos una ventaja, y es que vivimos la historia.

Apenas hice una pregunta en mi muro de Facebook sobre la primera canción que bajamos en Napster y mi muy querido amigo Eduar Dola salió con un chiste muy negro: “Una de Metallica”. ¿Por qué es curioso para otros y no para nosotros? Porque nosotros conocemos la historia. Es decir que mi generación no pide ni espera, arrebata.

B7XO